El paro nacional del 6 de abril fue la expresión de la bronca contra el ajuste del Gobierno. El salario real cayó en promedio 6,5 % en 2016, aunque este porcentaje no permite mensurar cabalmente el deterioro generado por la política de Cambiemos (ver Mercatante, “Lo que no muestran los promedios”, La Izquierda Diario, 3/3/2017). El 50 % de los asalariados tenía ingresos menores a $ 8.000 en el tercer trimestre de 2016 cuando la canasta familiar superaba en ese momento los $ 20.000 (actualmente en alrededor de $ 23.000). Desde la asunción de Cambiemos se estiman que los despidos son al menos 200 mil. La desocupación, que alcanza a casi 1,5 millón de trabajadores, se instala como amenaza para mantener a raya a los ocupados. El macrismo intenta cambiar de manera permanente las condiciones de trabajo con el ataque a las conquistas establecidas en los convenios colectivos, siguiendo el modelo de mayor flexibilización de Vaca Muerta.
Las propuestas que está desarrollando el PTS en el Frente de Izquierda sobre el reparto de las horas de trabajo y la disminución de la jornada laboral están estrechamente vinculadas a dar una respuesta anti capitalista a esta situación de crisis.
Trabajar todos
En Argentina existen más de 19 millones de trabajadores activos, entre los cuales casi 1,5 millones son desocupados. La precarización abarca a unos 8,6 millones de trabajadores considerando a los que no están registrados (“en negro”), trabajadoras y trabajadores en casas particulares, monotributistas [1] y monotributistas sociales. Pero esta cifra de precarizados se queda corta debido a que entre los trabajadores registrados, tanto del ámbito privado como en el estatal, la falta de estabilidad laboral adquiere una dimensión, muy relevante, aunque difícil de precisar.
En el sector privado es generalizada la contratación por agencia y la tercerización del mantenimiento o la limpieza. Los trabajadores bajo estas modalidades contractuales en las estadísticas aparecen como registrados, pero son a la vez precarizados dado que no cuentan con estabilidad laboral ni los mismos derechos que la planta estable. En los organismos públicos, como el Ministerio de Hacienda donde la falta de estabilidad laboral afecta al 75 % de la planta, la precarización es extendida, lo mismo que la tercerización de tareas a través de empresas contratistas. Esta situación de vulnerabilidad es la que facilita en muchos casos el despido debido a que las patronales eluden pagar indemnizaciones. Es lo que ocurrió con los 11 mil despidos de la administración pública nacional que el macrismo explicó bajo el simple argumento de que había concluido su contratación.
El planteo del reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles apunta a que nadie se quede sin empleo. No se puede aceptar la generación de un ejército de desocupados crónicos e indigentes, una suerte de amenaza latente que las empresas utilizan como extorsión para que los que tienen empleo acepten rebajas salariales, jornadas extenuantes, mayor intensidad en el ritmo de producción u otros cambios regresivos en las condiciones laborales. Mucho menos cuando los despidos empiezan a ser parte del paisaje habitual. Los casos más resonantes fueron Banghó, Alpargatas, Textil Neuquén, Atanor, entre otros. No es casual que muchas de las empresas que cierran o despiden corresponden a ramas, como las electrónicas o textiles, donde el Gobierno quiere imponer la reconversión productiva y la apertura a importaciones para que el país sea, supuestamente, competitivo.
Además, son numerosísimos los ejemplos de empresas que siguen en actividad donde los despidos y suspensiones son seguidos de la imposición de mayor productividad a cuenta del físico de los trabajadores que se mantienen dentro del proceso productivo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Volkswagen de la localidad de General Pacheco donde la suspensión de un sector de los obreros fue seguida de mayor intensidad laboral para los trabajadores que siguen trabajando. En el caso de AGR Clarín la Comisión Interna del taller gráfico denuncia que los despidos tienen el objetivo de incorporar nuevos trabajadores precarizados, sin derechos ni organización gremial.
A nivel general de la economía el reparto de las horas de trabajo y la reducción de la jornada laboral a seis horas diarias, con cinco días laborales a la semana, es decir treinta horas semanales, permitiría absorber a todas las trabajadoras y trabajadores desocupados que buscan un empleo. No solo eso. Incluso se podrían incorporar en buen número todos aquellos que, desalentados por la recesión, dejaron de buscar trabajo. Esta iniciativa va indisolublemente ligada a otras exigencias: que no haya reducción salarial, que nadie gane menos que lo que cuesta la canasta familiar, la obligatoriedad de registración de los trabajadores, la estabilidad laboral con la incorporación a la planta permanente bajo el convenio más favorable de cada rama y que no se impongan mayores ritmos de producción. Bajo estos requisitos, la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo exigen, no solo, obviamente, una lucha organizada de la clase trabajadora, sino que su conquista total o parcial, hará necesario un control de los trabajadores en los lugares de trabajo para evitar las previsibles maniobras patronales.
Las patronales pondrán el grito en el cielo diciendo que no es posible el reparto de las horas de trabajo. En los casos cuando esto se plantee los trabajadores deberían pedir que abran todos sus registros contables y si los “números no dan”, lo cual generalmente es consecuencia de un vaciamiento previo, los trabajadores están en condiciones de asumir la gestión de la producción. En Argentina hay varios ejemplos, como la emblemática Fasinpat (ex Zanon), MadyGraf (ex Donnelley) o el Hotel Bauen. El reparto adquiere toda su potencia como planteo anticapitalista cuando se extiende al conjunto del aparato productivo, lo cual trae a primer plano el problema de la planificación racional de las principales ramas de la economía. Es cierto que una medida de este estilo, sencilla desde el punto de vista de su posibilidad de realización técnica, y necesaria socialmente para evitar la degradación de la vida que ya se está sufriendo con el 1,5 millón de nuevos de pobres y 600 mil indigentes que generaron las políticas del Gobierno, choca de frente con las necesidades de valorización del capital, en tanto ataca directamente la ganancia empresaria.
La población con ingresos tuvo una percepción promedio de $ 11.712 [2] en el cuarto trimestre de 2016, lo cual equivale para el total de 17,6 millones de trabajadores ocupados (los desocupados no obtienen ingresos, al menos no directamente del salario) una masa salarial anual de $ 2,7 billones (millones de millones). Si se impusiera el reparto de las horas de trabajo, absorbiendo al 1,5 millón de desocupados, cobrando de mínima el costo de la canasta familiar ($ 21.746 a diciembre de 2016; en $ 23.000 en marzo de 2017), la masa salarial se incrementaría hasta $ 5,5 billones [3]. Es decir, ¡aumentaría 101 %!
Este incremento de la masa salarial llevaría a que los salarios pasaran de representar el 33,8 % del Producto Interno Bruto (PIB) de 2016 a incrementar su participación hasta el 68,1 %. ¿Cómo se logra esto? Avanzando sobre la porción de la torta que se llevan los empresarios, la cual se reduciría en sentido inverso al aumento de la masa salarial. Es de notar que si el reparto de las horas de trabajo con un salario de mínima igual a la canasta familiar no “consume” todo el PIB, sino el 68,1 %, es porque hay recursos suficientes para llevarla adelante. Esto no significa, por supuesto, que la clase capitalista vaya a resignar alegremente todo el plustrabajo que se apropia alargando el trabajo y pagando salarios de miseria; materializar el reparto de las horas de trabajo para trabajar 6 horas, 5 días a la semana, requeriría impugnar desde la base el sistema capitalista, imponiendo un gobierno de los trabajadores y el pueblo de ruptura con el capitalismo, mediante la movilización de los explotados y los oprimidos.
No dejar la vida en el trabajo
El economista Adam Smith, contemporáneo de la revolución industrial de la segunda parte del Siglo XVIII, planteaba que la división social del trabajo conducía al bienestar general de la sociedad a través de la “mano invisible” del mercado auto regulado. Es que se logran enormes ganancias de productividad debido a la especialización de los obreros, la reducción de los tiempos muertos que existen en el paso de una tarea a otra y, por último, pero más importante aún, la aplicación de la máquina al proceso productivo que permite reducir exponencialmente el tiempo de producción. Si bien es innegable que la división social del trabajo trae aparejadas enormes ganancias en la productividad no es cierto que la “mano invisible” conduzca al bienestar general.
A lo largo de su historia la clase obrera conquistó la reducción progresiva de la jornada laboral hasta las actuales ocho horas diarias que rigen legalmente en la mayoría de los países, pero no fue una concesión alegre de los capitalistas o producto de la “mano invisible” del mercado, sino un logro arrancado con luchas duras y sangre derramada. En nuestro país las ocho horas tienen vigencia legal desde el año 1929 a través de la Ley 11.544. A pesar de los enormes cambios tecnológicos y la disminución de los tiempos de producción ¡Hace casi un siglo que no se modifica el parámetro de las 8 horas! Incluso, como se puede observar fácilmente en la vida cotidiana, los empresarios ponen toda su inventiva al servicio de desdibujar hasta hacer casi irreconocible en la vida real esa conquista legal.
Datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) [4] para 2009 y 2010 muestran que en Argentina se trabajaba un promedio de 39,7 horas semanales. Pero en muchas ramas productivas el número de horas semanales era mayor: en las minas y canteras se trabajaba 57,6 horas semanales; en el transporte 51,7; en el comercio 46,7; en la industria manufacturera 43,8; en la provisión de servicios de electricidad, gas y agua 43,4; en la construcción 42,2. El promedio general está afectado hacia la baja por menos horas en el trabajo doméstico y en la educación, donde las horas de trabajo de planificación de las clases y la corrección de trabajos no entra en las estadísticas.
Veamos algunos casos concretos. En Rosario, los metalúrgicos trabajan jornadas de hasta doce horas de lunes a sábados con turnos rotativos y salarios que difícilmente superen los $ 10.000. En la fábrica alimenticia Kraft Mondelez de General Pacheco se trabaja cuarenta y ocho horas a la semana. En el turno noche pisan la fábrica todos los días debido a que ingresan a trabajar el domingo a las veintidós horas y concluyen la semana a las seis de la mañana del sábado siguiente. En Fate la patronal propone pasar de los 4 turnos actuales a 3 turnos, un sistema que implicaría más horas mensuales y un franco menos. Eso sí, ofrece el domingo para pasar con las familias, algo que debería ser lo normal. Ni que decir las extenuantes jornadas que sufren las trabajadoras y trabajadores de comercio. En subterráneo de Buenos Aires la conquista de las seis horas fue producto de una larga lucha que concluyó con un paro de cuatro días en 2004. Pero la empresa intenta vulnerar en todo momento esa conquista con la incorporación de tercerizados que trabajan más horas.
También hay ejemplos en sentido contrario. En algunas ramas productivas que cuentan con tecnología de avanzada las empresas pueden plantear la reducción de la jornada laboral: en 2015 en dos plantas de Volkswagen de Córdoba se implementó la reducción de las jornadas a 6 horas 18 minutos, pero en paralelo se eliminaron el derecho al almuerzo y los descansos durante la jornada laboral a la vez que se incrementó la producción de convenio un 20 %, aumentando la carga de trabajo y el esfuerzo por operario. El resultado ¡mayor fatiga laboral sobre el cuerpo de los trabajadores! En los “call center” miles de jóvenes trabajan en muchos casos seis horas, pero se ven sometidos a ritmos estresantes casi sin descansos.
Los últimos datos registrados por el Indec, correspondientes al cuarto trimestre de 2016, exhiben que el 28 % de los asalariados trabajaban más de 45 horas por semana. Esa sobrecarga de trabajo se da en paralelo que el 32,2 % de los asalariados trabajaban menos de 34 horas semanales. Muchos de ellos seguramente estarán entre el 7,2 % de la Población Económicamente Activa (PEA) que se considera subocupada en tanto tiene un empleo por menos tiempo del que desea y, seguramente, salarios que no le permiten llegar a fin de mes. Por último, el 36,3 % se encuentra en un estrato intermedio trabajando entre 35 y 45 horas semanales.
Es una tendencia profunda del capitalismo actual imponer a amplios sectores de la clase obrera distintos grados de marginalidad: desde la precarización, la subocupación o el empleo no registrado (en “negro”) hasta directamente la desocupación. En simultáneo, otro sector está sometido a jornadas y ritmos extenuantes. Y todos sometidos a la misma miseria de la vida.
En 2014, siguiendo los datos de la OIT, en Argentina se trabajó 39 horas semanales. A pesar de que desde Cambiemos se hace campaña diciendo que se “trabaja poco”, e incluso que Mauricio Macri, quien se la pasa de vacaciones, dijo que hay que trabajar los sábados y los domingos, algo que como vimos, ya hacen amplios sectores de trabajadores, en los países centrales cada trabajador realiza menos horas anuales que en Argentina: en Holanda 32; Nueva Zelanda 33; en Noruega 34; Alemania 35 horas; en Dinamarca 35; en Francia 36; Italia 36; en Reino Unido 36; en España 37. Mientras que en Estados Unidos y Japón se trabaja un promedio de 39 horas semanales, igual que en Argentina. Pero no hay nada objetivamente inevitable para que las jornadas sean más largas en los países atrasados como el nuestro. Ni que hablar de cómo podría reducirse el tiempo de trabajo en todo el mundo si la técnica más desarrollada de estos países estuviera en manos de la clase trabajadora, avanzando hacia una integración socialista mediante el desarrollo internacional de la revolución.
La mayor carga laboral lo que pone en evidencia es que la burguesía argentina (y la extranjera que se valoriza en el país, como en el resto de América latina) busca permanentemente descargar su propio atraso como clase capitalista sobre las espaldas de los trabajadores: quieren compensar la escasez de inversiones en tecnología alargando la jornada laboral, aumentando los ritmos de trabajo y pagando menos salario: entre 2003 y 2014 el crecimiento la productividad industrial, medida en volumen de producción por hora trabajada, aumentó 68 %, según datos del Indec. Siendo que la inversión fue escasa para sostener el crecimiento económico ¿Cómo se logró ese “milagro”? Con mayor explotación de la fuerza de trabajo.
En los Grundisse Marx explicaba que:
La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, electric telegraphs, selfacting mules, etc. Son éstos, productos de la industria humana: material natural, transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza o de su actuación en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no solo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real [5].
La tendencia histórica es al aumento de la productividad [6] gracias a la maquinización, y más recientemente al enorme desarrollo tecnológico: cada vez se produce más en menos tiempo. Pero las maquinarias, esos productos de la industria humana al decir de Marx, se le vuelven totalmente alienantes a la clase obrera, que es la productora de toda la riqueza. Precisamente, los empresarios buscan absorber hasta el último minuto de las vidas obreras librando una batalla cotidiana a muerte por los tiempos de trabajo para incrementar sus ganancias gracias a la capacidad productora de todos los bienes y servicios que tiene la clase obrera. Bajo el capitalismo, la reducción incesante del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las mercancías en lugar de liberar de tiempo de trabajo conducen, por el contrario, a un aceitado sistema que presiona sin pausa para que los trabajadores estén cada vez más horas y con mayores ritmos sujetos a la disciplina patronal. Hay que decir basta.