El proyecto presentado por el Poder Ejecutivo fue aprobado en la madrugada del 30 de diciembre en el Senado, convirtiendo en ley el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo hasta las 14 semanas de gestación.
Previo a su tratamiento, sufrió algunas modificaciones que fueron exigidas por los sectores antiderechos para concederle los votos necesarios al oficialismo para que se convierta en ley. Entre estas modificaciones, la más controversial ha sido la introducción de una fórmula de objeción de conciencia que deja abierta la posibilidad de que una institución sanitaria tenga una plantilla profesional conformada enteramente por objetores. El mismo 30 se conoció que también se consiguieron votos favorables a cambio de recoger algunas de las inquietudes para la futura redacción de la reglamentación, en la que el Ejecutivo vetaría la palabra “integral” de los artículos que apelaban a la “salud integral” –que a los que se oponían al aborto les parecía una definición “demasiado amplia”– para acceder a esta práctica una vez superadas las 14 semanas de gestación, en un intento de limitar las causantes después de ese plazo.
Simultáneamente, en Diputados se aprobó la nueva fórmula de movilidad jubilatoria, un ajuste al bolsillo de quienes trabajaron toda su vida y –hay que destacarlo si estamos habando de condiciones de vida de las meujeres–, también a las mujeres más pobres que son quienes reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH).
Mientras tanto, en las calles, las organizaciones políticas, sociales, feministas y sindicales que apoyan el aborto legal, permanecieron en vigilia hasta el momento de la votación, entre bailes, arengas y cervezas. El clima festivo aumentó al tiempo que las senadoras Olalla y Crexell, a quienes se las consideraba “indecisas”, fundamentaban su voto positivo cerca de las 22 horas del día 29. Para ese entonces, la tendencia era inexorable y ya los celestes no tenían posibilidad de cambiar el resultado dentro del recinto. Afuera, los antiderechos nunca superaron los cuatro mil manifestantes; un número muy exiguo que, sin embargo, se apoya en el poder que la Iglesia católica tiene en el país de origen del Papa y en el que las iglesias evangélicas adquirieron también en los años recientes, con colaboración de intendentes y gobernadores. Al momento de la votación algunos cambios dieron por resultado una diferencia aún mayor para el voto afirmativo: Guillermo Snopek se terminó absteniendo, y María Clara del Valle Vega junto a Rodríguez Saá se ausentaron. Los tres estaban contemplados como votos en contra de la legalización.
La aprobación de la ley es una gran conquista del movimiento de mujeres que, durante décadas, sostuvo esta lucha con persistencia y tenacidad. Con esa fuerza logró imponer el derecho a decidir en la agenda de los partidos mayoritarios del régimen que solo accedieron a tratarlo en el Congreso después de muchos años de resistirse a la legalización. Esa misma fuerza será necesaria para garantizar, en adelante, que el lobby reaccionario de los fundamentalistas antiderechos no imponga más restricciones al ejercicio de la interrupción voluntaria del embarazo. Ademas, habrá que enfrentar sus estrategias de judicialización de la ley que acaba de conquistarse.
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Pero, sobre todo, está planteada la necesidad de avanzar en la separación de las iglesias del Estado, que lejos de ser rechazada por el gobierno y los partidos mayoritarios, está incentivada mediante la creación de secretarías de Culto, la declaración de ciudades o provincias enteras como “pro-vida”, o impulsando programas asistenciales coordinados por las iglesias evangélicas.
El movimiento de las mujeres en Argentina, que ha tenido reconocimiento internacional, copó las calles al grito de Ni una menos, se convirtió en marea por el derecho al aborto y se convirtió en un ejemplo de que la única lucha que se pierde es la que se abandona.
La legalización del aborto no es tan solo la aprobación de una ley o un derecho. Plantea que vamos a tener la posibilidad de decidir sobre nuestro propio cuerpo, es decir, reconoce un grado mayor de igualdad con respecto a los hombres, pero fundamentalmente abre a la posibilidad de pensar que tenemos derecho a decidir sobre nuestras vidas, nuestros proyectos de vida y no solamente sobre nuestro cuerpo. Eso significa un cambio mucho más profundo que tener legalizada la interrupción voluntaria del embarazo en el hospital: no solamente es el derecho a no morir o a no ser criminalizada; este movimiento también ha despertado la la autoestima de las mujeres. De las mujeres trabajadoras, de las mujeres desocupadas, de las mujeres que están luchando en este momento por tierra y vivienda –como las mujeres de la toma de Guerica y de otras tomas de tierras que hay en otros lugares del país–, de las enfermeras –que las hemos visto en plena pandemia peleando por que se respeten sus derechos, sus salarios y condiciones de trabajo dignas–. Como cuando se ganó el matrimonio igualitario: se decía “bueno, pero eso es para un sector de la sociedad, una minoría”. Pero eso en realidad cambió las cabezas de mucha gente que empezó a pensar que tenía derecho a decidir cómo quería vivir. La legalización del aborto abre esta posibilidad: entre las mujeres que son las más precarizadas, las más explotadas, las más oprimidas, puede permitir un cambio en su subjetividad que verdaderamente abra a muchas otras luchas que hoy quizás no nos imaginamos.
En suma: un cambio más profundo se viene gestando en varias generaciones de mujeres. Que esta fuerza inspire nuevas luchas contra la opresión y la discriminación, pero también a todos los sectores que en medio de la crisis ya no bajan más la cabeza frente a los atropellos y están decididos a ir hasta el final en su lucha por trabajo, salarios, condiciones laborales, tierra y vivienda.
Ya fue ley. Fue por las pioneras, por las que murieron en abortos clandestinos, por las jóvenes que convirtieron esta lucha en una marea verde. Fue ley gracias a ellas, a vos, a todas. |