Marcelo Simonetti
| Delegado de base Banco Provincia | Integrante de La Marrón Bancaria
Anticipando el número de despedida de la mítica revista Cerdos & Peces, Marcelo Simonetti reconstruye el impacto formativo que tuvo la revista para varias generaciones, con todo su potencial revulsivo que fue un hito en la constitución de lo que en algún momento se llamó «contracultura». En esta nota publicada primeramente en la revista Sonámbula, también dialoga con Dolores Reyes, Kike Ferrari y Carlos Busqued, que recuerdan su relación con la criatura de Enrique Symns y valoran su participación en esta despedida.
Para muchos la contracultura, con sus formas de encarar la vida y el arte de un modo no convencional, constituye una corriente sólida y visible desde siempre. Pero no es tan así. Esto recién se consolida con la caída de la dictadura y el posterior enfriamiento de las ilusiones de que la democracia garantizara al menos niveles de vida digna.
En ese sentido hubo dos pesos pesados de la contracultura nacional que funcionaron como aglutinantes y disparadores. Uno fue un hilo por el laberinto porteño, que arrancaba en el café Einstein y seguía por Cemento o Die Schule. El otro fue la Cerdos & Peces, nacida del cerebro desbocado de Enrique Symns.
Ante la salida de un número final de la revista anunciado para febrero y la noticia de que varios amigos queridos están participando de ese homenaje final, me puse a pensar en algunas cosas y, para no caer en el previsible racconto de la vida de su inspirador, me decidí por escribir sobre lo que nos aportó la Cerdos.
Cerdos & Peces, o sea Symns, me hizo leer a Artaud. Compré juntos varios libros de él, en los que me sumergía en vez de ir al colegio. Me rateaba y los leía en la plaza. Enfrascado en el francés, iba a ver bandas durante cuyas presentaciones la gente se subía al escenario y los músicos se bajaban. En medio del caos, pensaba: No sé si lo saben, pero están intentando lo que Artaud decía que quería hacer con el arte.
Si bien llegué tarde a la revista (tenía 8 años cuando arrancó la Cerdos), buscaba números viejos de la revista en el Parque Rivadavia, para leerlos ahí nomás abajo de un árbol antes de tomar el colectivo de vuelta. En esas excursiones siempre me llevaba un cuaderno para anotar a los escritores que se mencionaran en la revista. Así, gracias a Symns, compré mi primer libro de Bukowski: La Máquina De Follar.
Entonces no había internet, claro. Y las revistas de música estaban llenas de entrevistas estúpidas, rankings armados por las discográficas o, a lo sumo, informes sobre una banda, pero siempre recortados de la realidad social y del contexto musical. Nada se explicaba y todo era prolijo. Nada de eso tenía que ver conmigo.
Pero la Cerdos te explicaba todo. Te mostraba el cuadro completo. Para la Cerdos lo que estaba mal eran los policías, los diputados, los presidentes, los empresarios, los machos, los buchones, el orden, los empleados modelo, los carneros. En esa época, la izquierda no llegaba a ser tan cruda como la revista para definir todo eso.
Para la Cerdos todo lo que estaba bien era la búsqueda. Los márgenes. El amor libre. Los drogadictos sensibles, los putos, las tortas, los ratones de biblioteca callejera, el punk, el post punk, el jevy, la subversión, los quebrados. Y aprendí más ahí que en otro lado. Tirado debajo de un árbol del parque, leyendo borracho un domingo al mediodía, todavía sin dormir porque a la noche había salido de Cemento.
Con Symns aprendí que la vida te la dan nueva y que la tenés que entregar lo más usada posible. Revolcada, que ya no sirva. Así hay que devolverla. Usarla. Hacerla mierda. ¿Para qué la voy a devolver sin uso, si nadie más va a poder aprovecharla? Enrique decía o escribía, y quizás todavía lo sostenga, que “los amigos, son el nombre de mi raza”. Yo aprendí de Marx que mi clase es mi patria, pero mis amigos son mi casa. Son mi familia. El círculo más íntimo. Me convenció él de eso y nadie pudo hacerme desprender de ese concepto.
Unos años después de que empezaran las intermitencias de la revista, Symns vivía en el sótano del bar El Mirador. Yo iba a verlo con una buena compañera de vinos de aquella época, Rosalba. Tomábamos mucho vino, cerveza o whisky mientras esperábamos a que salga Symns. O, mejor dicho, que se levantara de la silla donde estaba para empezar con el monólogo. Si lo veías andar, parecía su último esfuerzo. Pero de repente se paraba en la silla, dos o tres horas después de lo anunciado y, según la noche, mechaba Artaud, Bukowski, Guinsberg, Burroughs, Keroauc y muchos más con improvisaciones propias que a veces repetían una idea, machacándola. Al principio las palabras se le atolondraban pero después empezaba a gesticular y a gritar con la verba inflamada. Su forma humana más frágil se asomaba en el discurso cuando se acordaba de subirse los pantalones que siempre se le estaban cayendo.
Cuando personificaba a sus manías literarias y filosóficas, Symns cambiaba. Mutaba. Era otro porque ahí estaba la pasión, la claridad y el veneno. Verlo escupir sus demonios me perturbaba y me atraía al igual que cuando leía la andanada de incorrecciones y provocaciones a la moral y el sentido común de esa revista que construyó con Vera Land.
Cerdos & Peces funcionó como un faro móvil para todos los que no cabíamos en ninguno de los rebaños culturales que el sistema tenía para ofrecernos, oficiales o alternativos. Íbamos en busca de su luz turbia como polillas enloquecidas al encuentro de un abismo de muerte luminosa. Pero cuando volábamos hasta él, se corría hasta un nuevo desafío.
Algunas de esas polillas que revoloteábamos alrededor de la Cerdos hoy nos conocemos y nos reconocemos ahí. Una de ellas es Dolores Reyes, que participa del número despedida que saldrá en febrero. Sobre su relación con la revista, cuenta: “En un punto Cerdos & Peces fue una suerte de educación emocional e intelectual. De alguna manera reflejaba a nivel macro las pequeñas publicaciones que hacíamos en la época como estudiantes, con fanzines, asomándonos a la militancia. Era un tipo de escritura mucho más visceral, que no tenía lugar a nivel institucional en espacios académicos y menos en los medios, donde todo era mucho más careta. En cambio, la Cerdos ponía todo en la escritura, como lugar de libertad y experimentación artística llevada al extremo, a cualquier costo. Y a los adolescentes que éramos, algunxs dando los primeros pasos en la lectura y la escritura, nos volaba la cabeza”.
En relación con su aporte para el número despedida, detalla: “En éste número escribo sobre una ciudad post dictadura, atravesada por las violencias, en la que lugares como el Parakultural, Cemento y Die Schule eran una suerte de burbuja en donde se podía todo y donde había una calidad estética enorme a la hora de crear. La primera vez que vi una perfomance de cuerpos desnudos fue en Cemento, donde se desnudaban actores y público y se generaban cosas muy interesantes y radicales. Cemento fue como un segundo hogar para mí. Pasé mucho tiempo ahí, donde todo era muy intenso. Ahora que es todo tan cuidado y meticuloso se perdió un poco esa experimentación extrema. Lamentablemente, esos lugares han quedado asociados a la experiencia dolorosa y letal de Cromagnon en la memoria de los que vinieron después. Pienso en la Noy haciendo sus perfomances, en Batato y en muchos que después trascendieron el under. Ese under es lo que estamos tratando de recuperar en éste número de la Cerdos”.
Dolores agrega: “Estoy muy contenta con la convocatoria y me parece excelente que salga un número de cierre. En su momento sentí que fue una publicación interrumpida. De repente miramos hacia ese lugar y no estaba. Pero el legado que deja la revista es enorme, porque como forma de transitar la ciudad y de testimoniar el under tuvo una impronta muy fuerte y original. También en relación con formas alternativas de valoración artística. Y hay algo que es muy difícil de transmitir, que tiene que ver con la experiencia de haber estado ahí. Algo iniciático, especialmente para los que éramos muy chicos en esa época. La Cerdos fue incluso una punta de lanza para la indagación de identidades sexuales, para el lugar del placer y la reivindicación de ese tipo de búsquedas. Y siempre lejos de la corrección política. Hoy creo que la absoluta falta corrección política que tenía la revista no sé si sería posible. Aunque sería muy interesante que hubiese algo así que nos sacudiese estéticamente de la comodidad y la modorra”.
Kike Ferrari, otro de los que participa del número final de la revista, también bebió de la misma fuente. Al respecto, cuenta para Sonámbula: “La Cerdos me agarra muy pibito. Más o menos para la misma época en que descubro todo, el rock, la bebida, el sexo y la política, encuentro la Cerdos & Peces. Y sirvió como reactivo para no tomarnos la militancia demasiado en serio para los que la agarrábamos de muy pibes. Ocupó el lugar del rock, de la patada en la cara, de ese cruce tan raro y tan interesante que se da a veces entre la literatura y la contracultura de la música”.
En relación con su participación en el número que saldrá en febrero, cuenta: “Cuando surgió la posibilidad de participar en la revista no me la quería perder. De hecho, me mandé un moco porque me piden un texto, se los mandé y ese texto no les servía y después pensé que les había mandado uno nuevo y me desentendí del tema. Pero nunca lo mandé y cuando ya habían hecho el lanzamiento de la revista hablo con Rodo para reclamarle que me habían dejado afuera y me dice que nunca le había mandado el texto. Así que se lo reenvié en ese momento y entré a último momento y por la ventana. Una cosa bien de Cerdos & Peces. La sensación que tengo es como que nos invitan a tocar en el recital de despedida de Sumo con un Luca más o menos resucitado. Es como si reabrieran Cemento por una noche para todos nosotros. Algo de eso”.
También hablamos con Carlos Busqued, quien confiesa atesorar todavía una gran cantidad de números de la revista y comenta: “Yo la agarré en la última época, que ya no era la más intensa. Pero parte de mi encuentro con la Cerdos & Peces también tiene que ver con la maravilla de que todavía hubiera en los kioscos algo que te pudiera sorprender. Me acuerdo de que me encontré en un kiosco de Córdoba con una tapa donde Burroughs asomaba desde las sombras diciendo «Soy la persona más importante de este fucking mundo». Yo sabía quién era Burroughs, pero tampoco mucho. Me acuerdo que la compré y fue como entrar a un mundo que no estaba en ningún lado. Yo leí el Festín desnudo recién después de darle vueltas a muchas de sus cosas que ponían ahí”.
Contextualizando el impacto de la revista, añade: “Qué se yo, las publicaciones progres de ese momento (como El Periodista o la Humor, que ya estaba decayendo) tenían referencias culturales pero no eran este chorro de ácido. Por eso la Cerdos fue muy importante para mí. Después de ese encuentro inicial, mi aventura fue ir buscando números atrasados para descubrir cosas. Qué se yo, publicaron la aventura mexicana de los Freak Brothers, que después los leí en la revista El Víbora. Supongo que choreados, claro. Y así un montón de cosas que me abrieron puertas. Y no es que estuviera buenísimo todo, pero era distinto. No sé, publicaron una nota en defensa de la pedofilia, un delirio. Hoy no se podrían publicar muchas de esas cosas. Tampoco es una queja, porque las épocas tienen sus dinámicas y no son eternas. El otro día, cuando me preguntaban por la gente que publicaba, gente como yo que por ahí podemos tener alguna onda pero no somos de esa época sino que nos sumamos más como un homenaje, pensaba que la revista va a quedar vieja. La Cerdos no es vieja en el sentido de que la leés y seguís encontrando cosas, es vieja en el sentido de que no podría existir en esta época”. “Esta aparición es también una aparición nostálgica, porque es el recuerdo o la mención de algo que en los papeles no podría existir. Hoy se ofendería todo el mundo. Ya entonces era una revista que ofendía a todos. Y justamente su fuerza era la perturbación. ¿Cómo alguien puede decir esto? ¿Cómo alguien se anima? Y el sólo hecho de que alguien tome esa acción ya te conmovía por algún lado, así fuera muy desagradable”, enfatiza Busqued.
En relación con Symns, reconoce: “Yo lo recontra quiero, a pesar de que no lo conozco en persona. Es una persona de mi cariño porque es uno de los tipos que me influenció para ser este pelotudo que soy. Estoy hecho muy de ese tipo. Y es alguien que en reportajes reconoce que es miserable y no deja de ser fascinante. No está queriendo hacerse el bueno y hay algo en esa brutalidad que hace que uno lo quiera sabiendo que es desagradable una buena parte de su persona. Porque hay algo ahí que es en serio. Y no hay prácticamente nada en serio en este mundo”. Y concluye: “Es muy difícil pronunciar la palabra honor en relación con la Cerdos & Peces, porque es como una palabra de otro universo, pero me es muy gratificante que hayan pensado en mi para pertenecer a la revista”.
Hay un hilo que sigue los recuerdos de cada uno de los que estuvimos ahí. Algo que nos ayudó a entender al mundo, a armarnos y complotar contra él, y a querernos reconocernos a todos los que en esos años fuimos de algún modo parte de esa cofradía sin igual que nos marcó para siempre.
Por Enrique, por Vera y por todxs nosotrxs, levantamos una vez más la copa y esperamos ansiosos el último capítulo de esta aventura.