El trabajo que presento brevemente aquí ha estado en obra de forma más o menos continua durante casi quince años –lo que se explica porque durante este período siempre he asumido tareas docentes, pero nunca se me ha beneficiado con ninguna ayuda material–. No es un trabajo de un germanista y no fue abordado desde el punto de vista de la historia alemana, sino del de la historia del movimiento comunista internacional a la que el autor consagró una gran parte de su tiempo desde su adolescencia, por razones tan evidentes que se le permitirá no recordarlas aquí.
Si hemos estado atraídos por esta problemática es porque quisimos encontrar respuestas a cuestiones que no nos parecían haber sido tratadas de manera satisfactoria hasta este momento. Estábamos impactados por el lugar que ocupaba Alemania, por el rol que asignaban los bolcheviques de Rusia a la revolución alemana en sus perspectivas generales, por lo tanto, mundiales. En efecto, para ellos la Revolución rusa propiamente dicha no era y no podía ser otra cosa que la primera etapa de la revolución mundial, cuya segunda, la etapa decisiva durante la cual la historia de la humanidad podía cambiar de golpe, no podría ser otra que la revolución alemana. Esta convicción expresada en voz alta o simplemente subyacente está presente en todos los análisis de la situación mundial elaborados por los bolcheviques hasta 1923.
En ese marco, el solo hecho de que la revolución –la revolución mundial– no haya triunfado en la propia Alemania se convertía en un hecho mayor, de una importancia fundamental, al menos en la historia del comunismo. Por cierto, no se puede negar que los acontecimientos hayan frustrado una parte de las expectativas de los bolcheviques, ya que la revolución alemana no triunfó. Pero además, lo que ocurrió en Alemania entre 1917 y 1923 no ha desmentido sino confirmado, y no solo para los bolcheviques, el análisis de estos últimos sobre la proximidad y las chances de victoria de la revolución mundial y su rol bisagra en la historia de la revolución mundial por realizarse.
El problema que desde entonces estaba planteado era saber el rol que había tenido en el desarrollo de la revolución alemana la experiencia rusa, tal como la entendían los rusos, pero también como la entendían los militantes alemanes que los emulaban. En otros términos, en esas circunstancias históricas dominadas por la victoria en Rusia de la primera revolución proletaria, ¿los revolucionarios que se reclamaban comunistas habían buscado asegurar la victoria, la de su revolución proletaria? No se trataba únicamente aquí, por supuesto, de las “tesis”, sino de las formas revestidas –ya sea a través o contra la influencia y el peso de los bolcheviques vencedores– por la traducción de esas tesis en términos de organización, en primer lugar, de un partido comunista que fuera la sección alemana de la Internacional Comunista (IC).
Es esta doble preocupación inicial la que nos condujo a incluir el tema con el libelo de Spartakismo, bolchevismo, izquierdismo frente a los problemas de la revolución proletaria en Alemania y que constituye el título exacto de este trabajo, aun cuando lamentablemente tiene un título diferente y menos apropiado en las librerías.
Evidentemente, el intento de crear un partido comunista en Alemania capaz de convertirse en la “dirección revolucionaria” que había sido en Rusia el Partido Bolchevique, de constituir la organización que encabezara al movimiento de masas, a la vez natural y necesario por no decir “espontáneo”, y que pueda dar al proceso inconsciente su expresión consciente, ha adoptado formas distintas de las que había tenido en Rusia la aparición y luego la emergencia del Partido Bolchevique. En efecto, en Rusia, aun cuando la Conferencia de agosto de 1917 permite constatar la convergencia real, a través de una actitud común frente a los problemas de la revolución, de varios grupos u organizaciones, el fundamento sólido del “partido revolucionario” es el POSDR (bolchevique) de Lenin en que confluyen los “arroyos” [2] de los que hablaba Radek. En Alemania, varias corrientes de origen, de peso, de consistencia desigual, pero de importancia prácticamente equivalente, simultáneamente combatieron y convergieron en el largo nacimiento del Partido Comunista.
Es al spartakismo a quien se identifica en general con el comunismo alemán en sus primeros años. Existe allí sin duda una ilusión óptica. De hecho, el spartakismo no es más que el color de la prehistoria del comunismo alemán, puro producto de la socialdemocracia, aun cuando fue concebido y construido en sentido contrario y cuando incluso aparece muy marcado por una guerra mundial que el cuerpo de la socialdemocracia no ha sentido en absoluto de manera idéntica.
El bolchevismo parece en primera instancia exterior, sino extraño, al movimiento alemán. Después de todo ¿no es concebido y definido por el propio Lenin como la manera de construir, en Rusia, el Partido Obrero Socialdemócrata, el “partido revolucionario” que para él existía en otros lugares? No hay –o hay apenas– bolcheviques alemanes, solo militantes alemanes que a título individual se unen durante la guerra a las posiciones internacionales de los bolcheviques. Sin embargo, es imposible tratar el bolchevismo como si fuera una corriente rusa: tanto en su misma concepción como en sus rasgos esenciales –y todos los bolcheviques lo destacan– muestra que ha sido, salvando las distancias y con la medida necesaria de la transposición, la reproducción en la Rusia zarista del “modelo” alemán de la socialdemocracia. Es lo que Zinoviev destaca, luego del Congreso de Halle, cuando celebra el triunfo de la “vieja escuela”. Sin embargo, históricamente solo muestra todo su peso en Alemania, por una suerte de contragolpe, o si se prefiere, por un regreso dialéctico de la historia sobre ella misma, después de Octubre de 1917 y su victoria en Rusia.
El izquierdismo –porque en Alemania existe una verdadera corriente y tendrá organizaciones izquierdistas– se presenta de manera sensiblemente diferente. Pretende ser una interpretación concreta y correcta de los otros dos y, al mismo tiempo, los atraviesa y los impregna. Adopta también caracteres contradictorios. Se descubre sin ninguna duda su origen en la contracorriente sostenida, pero real, que sacude periódicamente a las organizaciones de base de la socialdemocracia antes de la guerra y se expresa ocasionalmente en la prensa, en las huelgas salvajes, incuso en los congresos. Pero va a afirmarse en la explosión, en muchos aspectos circunstancial, del rechazo, por parte de toda una generación de combatientes, a la actitud de la socialdemocracia durante la guerra y finalmente por la adhesión, después de Octubre de 1917, al modelo ruso de la revolución con el que se identifica durante mucho tiempo.
Estas tres corrientes confluyen durante los años 1917-1923 y se mezclan en proporciones variables tanto dentro del KPD (Spartakus) afiliado a la IC como en las capas mucho más amplias aún de obreros alemanes organizados hasta fines de 1920 en el Partido Socialdemócrata Independiente, en donde se despreciaba al “spartakismo” para celebrar al “bolchevismo”… Es esta confluencia, su ritmo, los contornos y la medida real de esta fusión, la supervivencia relativa, incluso el resurgimiento de las tres corrientes en el seno del KPD lo que hemos buscado estudiar, tanto en sus formas como en sus consecuencias. En el centro mismo del tema, el estudio de esos hombres que se organizaban para que la revolución proletaria sea victoriosa.
El objetivo de nuestra investigación no era entonces ni la revolución alemana en sí misma ni mucho menos Alemania en ese período, sino más bien en cierta manera, los comunistas alemanes bajo su forma organizativa, en el marco de su partido y de su Internacional, un marco que se esforzaban en constituir en el mismo movimiento para poder triunfar, y llevar a la victoria. Su enfoque nos interesa no como ideología tomada en sí misma, sino como fenómeno histórico. Esos militantes se dedicaban a esa tarea con su propio bagaje de ideas y de experiencias, con su propio pasado, el de la socialdemocracia, sus tradiciones mucho más poderosas y más vivas aún en ellos de lo que ellos tuvieran conciencia, y que se imponían a ellos tanto en la forma de sus instrumentos en materia de teoría como de su experiencia, no siempre directamente probada. Se consagraban también a ello después de la Revolución rusa que no habían vivido, sino solo imaginado de lejos, una experiencia que les había sido transmitida o que habían percibido de manera deformada, que estaban lejos de haber asimilado en todos sus aspectos, pero que habían traducido a su propia usanza bajo la forma de tesis, de revisiones, en resumen, de adquisiciones teóricas y prácticas, centradas para la mayoría de ellos en la noción de insurrección armada.
Teníamos y siempre tenemos conciencia de la ambición quizá excesiva de un tema así, considerando sobre todo los enormes obstáculos materiales contra los que nos hemos chocado en el terreno de la documentación. En el punto de partida de nuestra investigación, las condiciones nos parecían muy favorables: abundantes publicaciones de fuentes, de materiales de archivo, volantes, afiches; recursos considerables y que parecían accesibles en varias bibliotecas europeas. Pero pronto se acumularon las dificultades: cierre por tiempo indeterminado de los archivos del Instituto Fletrinelli, al que creímos acercarnos al llegar a Grenoble (y reapertura prácticamente clandestina de la que nos enteramos en el momento en que era demasiado tarde para poner todo en tela de juicio), documentos del exterior sobre el movimiento comunista, como los archivos de policía de Potsdam, que seguían cerrados a pesar de los trámites y las intervenciones, documentos internos, archivos del Comité Central, por ejemplo, inaccesibles en las mismas condiciones, ya se trate del Instituto del Marxismo Leninismo de Berlín o el de Moscú, aunque por un momento creímos poder acceder a los documentos de este último. Nos preguntamos si había que perseverar o no, si “la política” simplemente no prohibía una investigación de este tipo a un investigador que no ocultaba sus opiniones ni su actividad militante. La tentación de abandonar era grande. Pero no creímos que debíamos hacerlo por varias razones.
Primero, por un lado, por las polémicas contemporáneas. Por otro, la apertura de los archivos de Paul Levi en la biblioteca Buttinger de Nueva York nos permitía disponer de documentos que o bien suplían a los inaccesibles originales, o bien nos permitían cotejos con mucha veracidad. Luego, porque en los diez últimos años los investigadores de la RDA como Reisberg empezaron a publicar documentos que prueban que la apertura de los archivos ya no está subordinada a problemas políticos inmediatos, y porque otros investigadores extranjeros, beneficiándose de un prejuicio más favorable, publicaban extractos, resúmenes o conclusiones que podían servirnos de salvaguarda: este fue el caso particular de los trabajos en serbo-croata de la historiadora yugoslava Vera Mujbegovič. Finalmente y sobre todo, porque renunciar era bajar la cabeza, ceder sin combatir a una pelea por la historia, mientras que teníamos la firme convicción de que la continuidad de nuestro trabajo, su sostenimiento y su publicación constituían uno de los medios más eficaces para provocar e incluso obligar a la publicación, o al menos, a una ampliación, del acceso a fuentes que hasta ahora se mantenían inaccesibles por motivos perfectamente inconfesables. Y por eso es que no hemos abandonado.
Las dificultades seguían siendo numerosas. Nos contentaremos con mencionar la distancia entre nuestros depósitos de archivos y el costo elevado de los viajes y de los microfilms cuando no contamos nunca con ninguna subvención, el extraordinario volumen de los documentos de prensa, el tiempo y el costo de examen para un investigador provinciano, las dificultades de origen “político”, la cancelación brutal de un servicio de suscripción, la negativa a un encuentro, la negativa de avalar un relato que nos acababan de hacer, sin contar las desagradables sorpresas que constituyen, por ejemplo, después del descubrimiento de un texto inédito, su publicación por miles de ejemplares, o después de una búsqueda de meses y de años para procurarse un documento rarísimo, su brusca aparición en reprint. En el último período, un torrente de trabajos y publicaciones, que dan fe de un interés generalizado y alentador por un tema que era el nuestro, amenazaba finalmente en todo momento de hacer de nuestro manuscrito el tejido de Penélope.
A pesar de esas dificultades y sin duda las insuficiencias que son, al menos indirectamente, consecuencias de estas, aun cuando no son todas imputables a las condiciones “objetivas”, hemos arribado a conclusiones esenciales, cuyas grandes líneas presentamos aquí.
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La primera concierne a la heterogeneidad de las corrientes que distinguimos al inicio. Está claro que el spartakismo tiene múltiples rostros, que no existe, a pesar de su trágico destino común, identidad entre Liebknecht y Rosa Luxemburg y que incluso hay profundas divergencias entre ambos y el resto del núcleo reunido en torno a ellos, esta Liga Spartakus donde coexisten hombres como Paul Levi –comunista de derecha– y Otto Rühle –típico izquierdista–. También se muestra que existían más que simples matices, oposiciones e incluso contradicciones entre los diferentes portavoces del “bolchevismo”, y que no ocurría solo en el terreno de la aplicación, de la práctica, sino en cuestiones teóricas tan fundamentales como la de la concepción de partido: sobre este punto, Lenin no piensa como Zinoviev, y esto no es un simple episodio… Finalmente, la corriente izquierdista nos pareció que reviste un carácter si no permanente, al menos crónico; las organizaciones o grupos que ella inspira se descomponen a gran velocidad para renacer casi tan pronto con otra forma en otra organización: corriente profunda, con raíces ancladas en la revuelta contra la estructura social y la rigidez de la práctica socialdemócrata, pero también corriente circunstancial, ligada al contexto de la Alemania después de la derrota, nacida de la exasperación de amplias capas sociales, que se vuelven a encender a la menor modificación de la coyuntura.
El comunismo alemán no solo quería ser una síntesis de estas tres corrientes, ellas mismas heterogéneas, sino que tenía la ambición, apoyándose en el modelo ruso, de realizar esta síntesis a nivel superior, el del movimiento obrero alemán en su totalidad, reunificándose en el camino de la victoria por el hecho mismo de esta victoria en gestación.
Nuestra segunda conclusión se refiere a las causas del fracaso de esta empresa, y pensamos, en el transcurso de las mil páginas de nuestro trabajo, haber aportado suficientes matices para poder resumir aquí esta apreciación que no puede mostrarse más que sumaria. El fracaso de los comunistas alemanes en su empresa de escisión-reunificación no se debe más que parcialmente a factores exteriores –tanto en el tiempo como en el espacio– al marco delimitado por nuestro sujeto, porque el rol de los “factores alemanes” es considerable y en general desconocido tanto en la política llevada adelante por la IC hasta 1923 como en la historia del propio Partido Bolchevique antes y después de 1923.
Es verdad –y muchos historiadores ya lo han señalado– que la influencia de la Revolución rusa, luego la del Estado soviético, han tenido un gran peso en Alemania, en su movimiento obrero y en el curso de la lucha de clases que se desarrollaba allí: el rol jugado en 1921 por Bela Kun desencadenando la aventura de marzo es una clara ilustración de ello y un ejemplo clásico. Pero con menos frecuencia se ha constatado que esta moneda tenía su reverso. La perspectiva de la revolución alemana, segunda etapa de la revolución mundial, muy próxima, al alcance de la mano, no es verdadera solo desde 1917 a 1919 –en donde constituye el telón de fondo ante el cual se pelearon Lenin y Bujarin en Brest-Litovsk–, sino en 1920, también en 1921 y mucho más en 1923, bajo la forma de eje de una perspectiva internacional en función de la cual los dirigentes bolcheviques calculan su política. Por otra parte, es evidente que Alemania en ese período constituye para los bolcheviques un verdadero laboratorio de experiencias, el instrumento de medida que les permite –piensan– experimentar y verificar su política, afinarla y ajustarla. Buscan y creen encontrar allí la expresión teórica y las consignas inmediatas que permitirían traducir en idioma extranjero la línea política y la práctica de los bolcheviques, en otros términos, transponer el bolchevismo a Europa occidental. Es así que las famosas veintiuna condiciones concebidas por los bolcheviques a partir de su análisis general de la situación mundial, y elaboradas a partir de su análisis y su caracterización del Partido Socialdemócrata Independiente, les parecen haber sido probadas, verificadas en el sentido fuerte del término por el voto de la mayoría de este último, en Halle, a favor de la adhesión a la IC. Son los debates abiertos en Alemania después de la respuesta victoriosa de la clase obrera al putsch de Kapp, a partir de la propuesta del dirigente sindical Legien de constituir un “gobierno socialista”, y que se continúan a partir de la “declaración de oposición leal” del KPD a ese gobierno, los que constituyen el crisol en el que se elabora la consigna, pronto retomada por toda la IC, de “gobierno obrero”, luego de “gobierno obrero y campesino”. Es la iniciativa de los obreros metalúrgicos de Stuttgart a fines de 1920, tomada al vuelo por Radek, desarrollada por él y por Paul Levi en la Carta abierta de enero de 1921, la que constituye la base a partir de la cual la IC desarrollará la estrategia del frente único obrero a partir de diciembre del mismo año. Finalmente, la supuesta “bolchevización” –que vino luego del fracaso de una bolchevización real que habría constituido la transposición intentada antes– viene por cierto de Moscú, cuando golpea al KPD en 1924, pero es también, en gran medida, la traducción en ruso y el contragolpe de lo que pasaba y sobre todo de lo que no había pasado en Alemania hasta esa fecha…
Por último, la génesis del KPD, su formación entre 1918 y 1923, permanece como un proceso inacabado, que solo es interrumpido por factores externos, ya que precisamente el hecho de que no esté acabado es la causa esencial del libre juego de los otros factores, ya se trate de la solidaridad de los capitalistas extranjeros para “salvar” a Alemania del desastre, o de la brutal interrupción de la perspectiva de la revolución alemana para los rusos. Sella en realidad el aislamiento de la Revolución rusa sobre la base del cual va a desarrollarse en Rusia la capa burocrática y, a partir de ella, la teoría del “socialismo en un solo país”. Mucho antes de ese período, la humildad de los dirigentes comunistas alemanes frente a los rusos ya se explica por la conciencia que tienen de su fracaso, o el conocimiento previo que experimentan, al menos tanto como por la garantía y la autoridad de los rusos.
Desde ese punto de vista, la historia de los combates librados por los revolucionarios alemanes, entre ellos y contra el viejo mundo, solo nos ha parecido comprensible por medio del rechazo a todo determinismo riguroso. No hay nada “escrito” de antemano, y raramente los hombres tuvieron al alcance de la mano la realización de su ambición, que era la de transformar el mundo. No queremos decir con esto que la historia de los primeros años del comunismo en Alemania podría reducirse a aquella de la oportunidad fallida, pero el estudio, por no tomar más que un ejemplo, del “affaire Levi”, demuestra sin duda que muchos otros desarrollos eran posibles tanto para la historia de Alemania como para la del mundo a partir de estas verdaderas “encrucijadas”. Si el conflicto mundial desencadenado en 1939 aparece más de una vez insinuado a través de las páginas que dedicamos a las luchas obreras, no es solo porque, menos de diez años más tarde, Adolf Hitler llegaba al poder. Realmente la opción entre el “socialismo” y la “barbarie” existía al alcance de la acción de los discípulos alemanes de Marx en esa Alemania de los años 1920, y la pregunta planteada, y sin duda lejos de estar agotada, es saber por qué han dejado pasar un desafío de semejante importancia.
A esta pregunta hemos intentado responder, y no podríamos resumir en algunas líneas, ni incluso en algunas páginas, el conjunto de los elementos propuestos. El KPD es ciertamente un instrumento histórico privilegiado en el espíritu de sus fundadores, que aspira a resolver en términos de dirección revolucionaria la crisis de la humanidad manifestada con tanto fulgor a través de cuatro años de guerra mundial. Es también objeto de la historia, organismo social sometido al entorno, al pasado, a las fuerzas sociales externas, a las brechas internas de la clase en la que pretendía apoyarse, conociendo fases de crecimiento y de enfermedades, de progresos y reflujos, no tomando siempre a tiempo las modificaciones en la coyuntura sobre las que debía apoyarse su propia constitución en el curso mismo de los combates de clase que no dominaba y no podía dominar.
Así, el KPD presenta varios rasgos contradictorios durante el período estudiado: en efecto, se combinan el pasado alemán, la “vieja escuela” de la socialdemocracia y la tradición naciente del comunismo sobre su base bolchevique, en un sentido, en realidad, muy diferente del que le daba Zinoviev, pero en el que las propuestas hechas por Lenin a Clara Zetkin mostraban que él lo entendía de una manera muy diferente. Tal como la socialdemocracia alemana, el KPD, ya “partido de masas”, en 1922 presenta todos los signos de la aparición de una verdadera “contrasociedad” sin que por ello, a diferencia de la socialdemocracia de preguerra, se pueda discernir en su teoría o en su práctica los signos de una tendencia a la integración social bajo esta forma complementaria.
Sobre la base de esta constatación es posible concluir, sin proferir lo no que sería más que una banalidad, que el KPD, durante el período estudiado, teniendo en cuenta el contexto general y nacional, era una formación cuyo margen de desarrollo era relativamente delgado, que debía triunfar muy rápido –reunificar el movimiento alemán sobre nuevas bases– o por el contrario, degenerar, y que por lo tanto, de todos modos, no era más que una formación transitoria. La constatación podría ser útil como hipótesis de trabajo para otra investigación: en tal caso está en las antípodas de la concepción según la cual de algún modo habría una suerte de “esencia” ahistórica del comunismo y, por supuesto, opuesta a todas aquellas que identifican bolchevismo y comunismo y sobre todo bolchevismo y estalinismo.
El carácter político de los problemas planteados, la impronta de la política “cotidiana” sobre la historiografía y los monumentos de falsificación, deformaciones, encubrimientos que hubo que desbloquear para develar las líneas de desarrollo del proceso de conjunto, nos presentaban exigencias particulares, y sobre todo la de reconstituir minuciosamente, en ciertas circunstancias dadas, un contexto y un desarrollo que algunos calificaron como eventual: no es historia, de manera general, sino más bien en un caso determinado que pueda ofrecer a los lectores que no tengan un enfoque semejante la garantía de que el trabajo se basa en un examen muy minucioso de la trama de un desarrollo que no estaba escrito de antemano, y no sobre la base de una ideología a priori, incluso disimulada detrás de un vocabulario llamado científico.
Debe estar claro que hemos querido mostrar ante todo lo que llamaremos la “parte consciente” del “proceso inconsciente” que se desarrollaba en ese período en lo más profundo de la clase obrera alemana, es decir, la parte visible del iceberg, los esfuerzos de militantes para organizar, para remontar, para transformar cualitativamente un movimiento de clase del que no tenían el dominio. No ocultamos que hubiera sido muy interesante profundizar nuestro conocimiento sobre el proceso inconsciente, intentar desmontar los mecanismos de un movimiento “espontáneo” que constituía la base de la intervención de los militantes a los que nos hemos dedicado. ¿Verdaderamente hay que decir que, para realizar semejante empresa, hubieran sido necesarios no solo otras condiciones políticas actuales, sino otro desarrollo histórico en torno a nosotros? No dispusimos, y nadie dispondrá nunca respecto a la revolución alemana, los materiales que le permitieron a Trotsky en su Historia de la Revolución rusa, dar cuenta de esos fenómenos ocultos, pero decisivos, que son el marco en el cual se inscriben todas las iniciativas políticas, el terreno nutricio del pensamiento y la práctica militante. Tuvimos que conformarnos –y esto no es insignificante– con registrar estos movimientos a través del reflejo y la percepción que tuvieron los hombres que buscan hacer historia conscientemente.
Desde este punto de vista, sería injusto reprocharnos haber hecho una historia solo a nivel de estados mayores, lo que implicaría, en primer lugar, que haya habido “estados mayores”, y luego que nos hubiéramos mantenido constantemente al nivel de los burós políticos y los comités centrales, mientras que nuestro horizonte abarca un partido de centenares de miles de miembros sin contar a su periferia, el “ambiente” revolucionario al que baña. Es verdad que los problemas que nos plantean son efectivamente problemas de “estado mayor”, si se entiende por eso los intentos de hombres para hacer su propia historia. Pero esperaríamos entonces que se nos indique, sin caer en el determinismo más vulgar y más acientífico, cómo la historia de los hombres –por no decir la Historia– puede ser realizada a través de un análisis funcional de las estructuras, que sería evidentemente la perspectiva a la que nos oponemos, que consideramos a nuestro partido perfectamente estéril por fuera de circunstancias artificialmente delimitadas y estrechamente limitadas, es decir, sin tener en cuenta el movimiento mismo de la historia. Un método semejante sería utilizable solo con fines partidarios circunstanciales, no para la comprensión y eventualmente la dirección de la historia de la humanidad.
Sin embargo, es necesario indicar que nunca se debe perder de vista, a lo largo de nuestro trabajo, la presencia y el juego de factores que no hemos ni olvidado ni subestimado, pero sobre los que no hemos insistido porque ese no era nuestro propósito, y por razones evidentes si se quiere considerar de verdad la amplitud del material utilizado y tratado: el poder económico y social, la inteligencia, es decir, la experiencia política de la burguesía alemana que supo asimilar la experiencia rusa en su propio beneficio en el mismo momento en que la clase obrera solo la entendía en su forma más esquemática y a veces caricatural, su práctica científica de la lucha de clases, su capacidad de prever, de tomar la iniciativa, ya sea por las reformas, las promesas o la provocación; los factores internacionales, en fin, distintos que los de la Revolución rusa propiamente dicha, en el primer puesto de los cuales está el odio a la revolución mundial que acaba de aparecer en Rusia, la Santa Alianza de los poseedores con su “gran miedo”.
El hecho es que nuestro trabajo –por lo menos es lo que creemos– puso en evidencia algunos “terroríficos granos de la realidad” que los ideólogos de diversos matices tendrán dificultad para asimilar. No dudamos que, en ese caso, no criticarán sus propias ideas o su propio culto al hecho consumado –el desafío más antihistórico que sea– sino lo que llamarán nuestra “ideología”, la juzguen o no “coherente”. No podemos más que presentar excusas: no es nuestra culpa si la Revolución rusa ha precedido en el tiempo a la revolución alemana, si los militantes comunistas que pensaban que tenían que adaptar a su propio país las lecciones de la Revolución rusa han jugado un rol más determinante que los adeptos a los filósofos antiautoritarios, si el rol de Lenin, incluso el de Radek, triunfó por lejos sobre el del muy simpático Otto Rühle, rol nada despreciable por otra parte. Tampoco es nuestra culpa si los hombres que fueron objeto de nuestro estudio no pudieron beneficiarse con el desarrollo reciente de las ciencias sociales que demostraría de manera irrefutable, según algunos, que su “proyecto” –la causa por la que muchos de ellos han dado la vida– no habría sido más que una mediocre utopía. Nuestros censores pueden abstenerse de reprocharnos no haber escrito el libro que ellos habrían deseado escribir. Por nuestra parte, nosotros tenemos que rendir cuenta a los militantes comunistas alemanes, a su pensamiento y a su acción en el marco de este trabajo histórico.
Las otras cuestiones, a pesar de las inevitables interferencias –sean accidentales o malintencionadas– muestran otro marco en el cual siempre estaríamos dispuestos a proseguir, o incluso a comenzar, la discusión a plena luz del día.
Traducción: Rossana Cortez |