Los medios lo presentan como "pronosticador" sistemático e infalible, pero sus proyecciones fueron adelantadas durante décadas por la ciencia. En su nuevo libro propone ideas para combatir la emergencia en el clima mundial.
Se ha puesto de moda decir que Bill Gates acierta en los pronósticos. Desde que los medios de comunicación asumieron que fue el empresario quien “predijo” el covid-19 durante una charla TED en 2015, le siguieron titulares como “Bill Gates, oráculo del coronavirus…”, “Bill Gates predice 2000 muertes por día en EE. UU.”, “Bill Gates predice cómo será la vida…”, y así hasta el infinito en todos los medios del mundo. Ahora, además, sería todo un experto en la crisis climática.
"Por terrible que sea esta pandemia, el cambio climático podría ser peor", afirmó a mediados de 2020 en su blog Gates Notes. Los científicos llevan años diciéndolo en las sombras, pero hoy todos aplauden la “clarividencia” del fundador de Microsoft, quien emprendió una rueda virtual de prensa para presentar su próximo libro: Cómo evitar un desastre climático, que estará disponible online desde el martes.
En su sitio web, Gates explica que lo escribió porque “estamos en un momento crucial” y festeja las “ambiciosas metas” de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por parte de los Gobiernos. Como guiño al activismo climático, señala que hay más apoyo que nunca en la población, especialmente en “el movimiento global liderado por jóvenes”.
Gates insiste en plantarse como "vocero" de la emergencia climática aunque reconoce que es "imperfecto" para la tarea: posee enormes mansiones y viaja a todos lados en jet privado. Sin embargo, pide que no se lo acuse de "hipócrita" ya que es "un hombre rico con una opinión informada".
¿Qué propone Gates?
El objetivo del libro es presentar su plan para eliminar emisiones de GEI. No reducir, dice Gates, sino eliminar durante los próximos cincuenta años en cada sector de la economía. Aunque promete explicar lo difícil que es llegar a ese punto, expresa esperanzado que “podemos hacerlo”. Se basa en tres nociones: el desastre climático se evitaría si se llegara a cero emisiones, hay que apelar en forma más rápida e inteligente a herramientas que ya tenemos, como la energía eólica y solar, y desarrollar nuevas tecnologías.
Minimiza el impacto de Greta Thunberg, considera muy "radicales" las propuestas de Extinction Rebellion y llama "cuento de hadas" al limitado Green New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez. La solución que propone Gates es tecnológica y, claro, él tiene una compañía que podría ofrecerla: se trata de Breakthrough Energy, que invierte en empresas “de vanguardia” en energías renovables, financia a “grandes pensadores” y tecnologías, a la vez que aboga por una transición hacia energías limpias.
Recogiendo el guante de quienes vitorean sus “predicciones”, Gates confiesa que hace veinte años “no hubiese predicho” que algún día hablaría en público sobre cambio climático. Pero no es ningún visionario: para ese entonces científicos como James Hansen de la NASA y los del Programa Internacional de Geosfera-Biosfera ya llevaban décadas advirtiendo sobre el calentamiento global, aunque con más amenazas y menos atención mediática que Gates.
A comienzos de los 2000 el empresario empezó a dedicarse full time a la Fundación Bill y Melinda Gates tras abandonar paulatinamente cargos directivos en sus empresas, incluida Microsoft. Durante sus viajes por África y Asia “descubrió” la pobreza energética, la vía indirecta por la que llegó a interesarse en la crisis climática global. Para entonces, dice Gates, unos mil millones de personas carecían de energía, en su mayor parte en África subsahariana, una cifra que según el empresario se redujo en los últimos años a 860 millones.
Gates cuenta en la introducción a su libro que no quiso cambiar la misión de su fundación, por lo que, para atender a este problema, hizo brainstorming con “algunos amigos inventores”. En 2006, viejos colegas de Microsoft y científicos climáticos que colaboran en ONG dedicadas a la energía y el clima le ofrecieron datos que relacionan el aumento de emisiones de GEI con el cambio climático.
Pero hasta ahí llegaron las conexiones: Gates evita asociar esta modificación acelerada de las condiciones climáticas del planeta con el período histórico en que tiene origen tras miles de años en la historia humana. Para el billonario son “los seres humanos” los responsables de las emisiones, no el capitalismo.
Ninguna “revolución verde”
Es bien conocido el entusiasmo del magnate, el mayor propietario privado de tierras cultivables en EE. UU., por los paquetes tecnológicos compuestos por semillas de organismos genéticamente modificados y fertilizantes químicos asociados a ellos, el modelo agrotóxico que sufren muchas comunidades a nivel mundial. En 2011, a través de su fundación, llegó a comprar acciones de Monsanto, que acumula miles de denuncias y algunas condenas por contaminación y enfermedades de trabajadores y comunidades.
La Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA) que impulsa desde 2006 fue el puntapié para que Syngenta, Dupont y la propia Monsanto desembarquen en el mercado africano. Estas empresas también “donaban” sus semillas transgénicas a los agricultores pobres.
Lejos de liderar una “revolución verde” que sacase de la pobreza y el hambre a millones, no solo sigue el hambre, sino que los campesinos africanos están cada vez más sumergidos en la pobreza, mientras que las ganancias del agronegocio no paran de subir. Se trata de una "contrarrevolución verde". Es lo que afirma Jan Urhahn en el número del pasado diciembre de Jacobin, donde además sostiene que, a diferencia de lo que sostiene Gates, el hambre no es un problema de producción, sino de distribución.
En su artículo, Urhahn describe las presiones de la fundación de Bill y Melinda Gates a los Gobiernos africanos para que tomen su agenda, lo que redundó en subsidios estatales para que los agricultores compren semillas y fertilizantes sintéticos como parte del paquete tecnológico de AGRA. Así fue en Etiopía, Kenia, Malí, Ruanda, Zambia y Tanzania. Eso no impidió que el continente africano sufriera una crisis alimentaria del 2007 al 2008 y que incluso haya tenido que importar alimentos.
Quince años después de la “revolución verde” que no fue, ahora la fundación del matrimonio lanzó The Bill & Melinda Gates Agricultural Innovations LLC (Gates Ag One), cuyo objetivo es “acelerar el desarrollo de innovaciones” en el terreno agrícola para proveer a los pequeños agricultores de herramientas tecnológicas y recursos “para salir de la pobreza”. Tras una década y media intentando la “revolución verde”, ahora el nuevo negocio es acelerar la penetración de la biotecnología en zonas rurales muy pobres.
Aunque está enfocado especialmente en África subsahariana y el sur de Asia, Gates Ag One ya tiene su correlato en países como Argentina, donde se llama Ag Tech y se propone desde cultivos transgénicos a desarrollar “toros y vacas de alta calidad”.
El mito del “magnate salvador”
Hay que decirlo: Gates fue, entre nuestros contemporáneos, uno de los pioneros en construir una imagen de “capitalista salvador de la humanidad”, a tono con su ubicación en el podio de los más ricos del mundo y mientras la mejor ciencia disponible ya desde los 80 ofrecía un panorama de emergencia sobre los límites planetarios, incluso con la posibilidad de pandemias originadas en la depredación ambiental.
Ha sabido rodearse de otros superricos y “filántropos” como Warren Buffet, el inversionista con acciones en Kraft, Bank of America, Apple, Moody’s y otras compañías que ofreció donar el 99 % de su fortuna a la fundación del matrimonio, que reparte millones de dólares a más de cien países, especialmente a escuelas, salud, programas para los agricultores africanos, personas que viven con menos de dos dólares al día, para “salvar a los chicos” y hasta propician la “reinvención del inodoro”, ofreciendo tecnologías que, sin necesidad de agua, puedan convertir los desechos en fertilizantes. Todos vimos la imagen de Gates sentado en un inodoro en plena África.
A los empresarios multibillonarios no les basta con acaparar fortunas inconmensurables: también quieren dejar un “mensaje” que aleccione e ilustre a una sociedad ignorante que “lo está echando todo a perder”. Su competidor más estrecho durante décadas, el fundador de Apple Steve Jobs, también arrastró consigo la imagen de gurú en los últimos años, a partir de charlas motivacionales y “filosóficas”.
Los siguió Elon Musk, que camufla los desarrollos de los científicos y técnicos de sus compañías y los millonarios subsidios estatales como invenciones propias de un genio y un visionario, en un mundo donde no pareciera haber fuerza de trabajo (excepto cuando tiene que obligarla a trabajar en pandemia). Ahora mismo a Jeff Bezos, dueño de Amazon, se le ha despertado un inesperado interés por evitar la emergencia climática tras años de denuncias por la cantidad exorbitante de emisiones de carbono de su negocio: es uno de los firmantes de la “carta climática” a Biden.
Así como ninguno de ellos reniega por el hecho de que se les atribuyan innovaciones y hallazgos, son expertos en negar derechos a sus trabajadores, algunos de los cuales encabezan verdaderas “épicas” para poder siquiera formar un sindicato. En lo que a derechos laborales refiere, los megabillonarios dicen: “Hasta aquí llegó mi amor”.
Precisamente allí está el nudo de la cuestión: estas fortunas obscenas y estos emporios no fueron creados simplemente por sus mentes brillantes. Desde la apropiación y patentamiento del saber científico público y privado a la fuerza de trabajo precaria desplegada por millones en sus filiales y tercerizadas, junto a los subsidios estatales de miles de millones de dólares para sus innovaciones y emprendimientos, no hay secreto para el éxito de estos magnates. Lejos de la caridad, la solidaridad y toda visión edulcorada, el mito del “rico salvador” del planeta y la humanidad está construido sobre la explotación, la precarización, la vampirización de las arcas estatales y la persecución sindical durante décadas.