Me gusta cuando te alimentás.
Tu forma aniñada de empuñar el tenedor y llevártelo totalmente cargado a la boca, sumada al aspecto de hombre serio que le imprimís a tu semblante.
Una seriedad del estilo pensándolo todo, mirando la nada, con cierta parquedad que delata el estado de ánimo de quien conoce lo que es trabajar desde los trece.
26 años de edad, trece de trabajo: la mitad de tu vida.
Me gusta ver cómo masticás y saboreás la comida.
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Me gusta cuando te parás erguido y recortás en el ambiente la totalidad del espacio que tu silueta ocupa.
Verte desarmar la joroba de pibe largo y sacar pecho, desarmando al mismo tiempo el hueco que se te forma entre las costillas y los pectorales cuando estás doblado.
Me gusta cuando te soltás el pelo y se te arma una porra salvaje en la cabeza.
Entre las ondas gruesas bien marrones, relucen al sol algunos pelos dorados.
Me gusta también cuando decidís atarlo.
Verte arrastrar el frizz con las dos manos y acomodarlo atrás de las orejas, agarrar todos los mechones en la base de la nuca como un ramo y antes de ponerte el colero, pasarlos por el agujero de la gorrita.
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Esa gorra de visera roja, con un papagayo jamaiquino bordado en la frente y los plásticos del cierre atados con un piolín blanco.
Me gusta pararme bajo el cobijo de esa visera y mirarte de frente.
Los pelos arriba del tabique, entre las cejas gruesas, los granitos y las marcas del acné reciente.
El lunar marrón oscuro al costado del bigote, confundido en la frontera entre la barba sombría y el cachete.
Tus ojos marrones grandes, tan sinceros, tan sencillos, amansados por el efecto de la marihuana que te deja bien chino.
Me gusta tu capacidad de quedarte en silencio y mirarme tan fijo.
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Me gusta compartir el vicio y maravillarnos mutuamente de las destrezas para armar, pitar o maniobrar con una tuca.
Me gusta tu boca carnosa y definida, demarcada por la barba corta y negra bien tupida.
Verte ubicar los labios como aspiradora para sorber un soplo más de aire, cuando el humo de la seca aún está adentro.
A veces la punta de la bocanada se te escapa, pero vuelve absorbida rápidamente.
Después de unos segundos la largás, con toda la fuerza de tus pulmones.
Me gusta compartir la secuencia de los fumones.
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Me gusta cuando desatás la sonrisa y su blancura.
La armonía y simetría de tus ojos persiste a lo largo de tu nariz, en los labios y dentadura.
Oírte desatar la lengua, tan esporádicamente, para contar tu historia y las razones de tu amargura.
Aquel partido hace cuatro años, en que caíste con el peso de todo tu cuerpo sobre la rodilla izquierda.
Te diagnosticaron esguince, pero era fractura.
El hueso soldó mal, porque durante meses no hubo obra social.
La fábrica cerró y te quedaste sin cobertura.
Pasaron más meses hasta que pudiste operarte.
Pasaron años y conseguir trabajo se convirtió en una tortura.
Hasta que en la cadetería decidieron tomarte.
Desde entonces, el pedaleo da forma a tus piernas de futbolista.
Me gusta tu fantasía de incendiar la agencia y que en cada palabra y gesto de tu cuerpo adivino el deseo incontenible de rebelarte. |