Aunque la cuarentena por COVID-19 ha reducido el número de viajes, esto no ha detenido a empresas del sector turístico, que han aprovechado la baja demanda para abaratar los precios de sus resorts. Si bien esto afecta a las comunidades locales, los ganadores siguen siendo efectivamente los dueños de los hoteles y complejos turísticos, donde la famosa "derrama económica" resulta que no se derrama, sino que se concentra en pocas personas.
Pero la publicidad continúa, las fotografías de playas con arena blanca, sol espectacular, cielo despejado, un mar de azul intenso, invitando a relajarnos junto al agua y disfrutar de los rayos y el calor. Nada como caminar descalzos en suelos de madera de una terraza de restaurante, disfrutando de mariscos, una bebida fría, disfrutar de una hoguera en la noche, regresar al cuarto de hotel, dormir y levantarse al día siguiente para desayunar y luego realizar alguna actividad cultural o recreativa. Muy tentador en estas épocas del año sobre todo.
Pero resulta que esta descripción viene acompañada de otro fenómeno cortesía de nuestro amigo el capitalismo: la gentrificación. Dicho fenómeno se define como «la ocupación de antiguos barrios obreros y zonas industriales desvalorizadas [originalmente referidos a] la zona central de Londres por la clase social “Gentry”, la aristócracia terrateniente y la burguesía, por lo que ha intentado traducirse como “aburguesamiento” o “elitización”».
Con el advenimiento de las redes sociales, una conciencia ecologista, remanentes del pensamiento progre de los años 60, una conciencia influida por corrientes como el posmodernismo, etc., tenemos un caldo de cultivo que produce que jóvenes de estratos acomodados decidan ir de turistas a visitar las maravillas de la naturaleza en entornos de "desarrollo sustentable", muchas veces justificando precisamente procesos de gentrificación de poblaciones enteras.
Esto fue lo que recientemente sucedió en redes sociales con los videos publicados por Michelle Rusk, una joven que ha construido su presencia en línea sobre la base de videos que en los hechos fungen como promocionales de un proyecto de semejante naturaleza.
En los videos, con una música de fondo que podríamos definir como de tinte "tropical", Michelle nos invita a que conozcamos su vida en "una comunidad con conciencia en las montañas de Guatemala, rodeada por volcanes y un lago sagrado, donde trabajamos juntos, jugamos juntos, cantamos juntos, creamos juntos y nos la pasamos juntos. Nos alimentamos de comidas saludables y nos conectamos los unos con otros todos los días".
En otro video, nos explica más sobre este paraíso: "soy Michelle, una coordinadora de eventos en un centro de co-creación comunitaria y retiro en Guatemala. Estas son algunas de mis actividades favoritas aquí: arte colaborativo, ceremonias del fuego, danza aérea, música, yoga, meditación, danza, artes fluidas, talleres, té social y reuniones a la luna llena".
El resto de las personas que aparecen en el video son, como Michelle todas blancas; ni una persona mestiza (como la mayoría de la población latinoamericana), sino gente de rasgos europeos, rubias o rubio-castañas, los varones con barbas y cabello largo recogido, con rastas incluso, todos usando pantalones holgados o de ejercicio para sus sesiones de yoga, sus eventos hippies con hogueras a la luz de la luna, etc. El arquetipo del hípster de clase media.
¿Qué es Tribal Village?
El resort en cuestión se llama "Tribal Village" y se encuentra a las orillas del lago Atitlán, cerca del volcán homónimo, entre las localidades de San Marcos y San Pablo. En su sitio web, Tribal Village sostiene que «estamos aprendiendo como comunidad a evolucionar como grupo del Alma. Estamos practicando y experimentando nuevas formas de tomar una decisión, de relacionarnos y de organizar la vida aquí. Somos adeptos a la Filosofía del Flujo Ágil y de la Equidad Dinámica. Estamos recreando paso a paso el Jardín del Edén de la Nueva Tierra. Y va mucho más allá de las flores y los árboles que podemos ver. Está multidimensionalmente vivo». Esto apenas en el primer apartado, titulado "vida consciente y sustentable".
Lo interesante es que al final de toda esa diatraba, el sitio web pone un enlace al plan de negocios de BrainHive Consulting, una consultora que ayuda a "startups" a que crezcan. Esto sólo quiere decir que en algún punto alguien tuvo la brillante idea de combinar las fantasías de sus amigos "conscientes" para hacer su "aldea tribal" en un lugar apartado, seguramente luego de un viaje por Guatemala, con lo que acudió a la consultora BrainHive para ayudarlo a trazar con una perspectiva de negocios que a la postre derivó en este resort.
El sitio web no ofrece muchos detalles de sus encargados; aparecen nombradas cuatro personas (referidas como "masters"), una de las cuales es argentina, y para sorpresa de nadie, todas son blancas; desde luego, el sitio está exclusivamente en inglés, algo contradictorio con un proyecto que afirma querer “tener un impacto positivo en la comunidad local y [querer] integrar a la comunidad local en nuestros proyectos” y que se sienten “preocupados por [su] impacto en [sus] vecinos” en un país hispanohablante.
Tribal Village gentrifica Guatemala
En lo que respecta a la localidad misma, las comunidades que rodean el lago Atitlán, la realidad (como en muchos destinos turísticos, como sucede en México en Puerto Vallarta, Acapulco, Cancún, Playa del Carmen, etc.) contrasta con el paraíso que pinta Tribal Village. Tan reciente como en 2018, una serie de fotografías dan cuenta de lo que es vivir alrededor del lago Atitlán.
Las comunidades siguen obteniendo energía eléctrica por medio de una (literal) red de cables que serpentean y se enredan en las calles y postes de luz; el transporte se hace por medio de camionetas, dado que no hay autobuses (atención en este detalle). Los vehículos particulares son escasos, debido a la situación de pobreza.
Aunado a ello, el deterioro ambiental en el lago ha afectado a las comunidades. Se introdujo el pez lobina negra a mediados del siglo XX, que llevó a un reordenamiento del ecosistema acuífero. Más recientemente, las comunidades tuvieron que hacer frente a un proyecto que iba a depositar aguas negras en el lago a través del río Panajachel conocido como el "megacolector".
Como dijimos líneas arriba, el transporte es escaso, por lo que si el aplicante (denominado "co-creador", porque sería problemático ser clasificado como "trabajador precario") logra su aceptación, debe pagar el vuelo (en ningún lado dice que la empresa costee el viaje redondo). Una vez llegado a Guatemala, se puede arreglar un transporte privado, conseguir una camioneta para dejar a la persona en el lugar, u organizarse en grupos de Facebook donde preguntas por quiénes más llegan el mismo día que tú para dividirse entre todos el pasaje.
Y si no consigues nada, puedes caminar media hora entre San Marcos y San Pablo para arribar a tu destino. Genial. La estadía es compartida en habitaciones de máximo diez personas o tipis (¡sí, tipis!) de ocho personas, en camas o literas, mismas que debes pagar tú mismo. A todo esto, tienes el beneficio de que las ganancias que tengas de tu taller se dividan entre el 80% para ti y 20% para Tribal Village.
Que el gobierno de Guatemala permita estos proyectos gentrificadores hechos por extranjeros son muestra de la subordinación ante empresarios, trasnacionales ante exigencias de potencias imperialistas. Si bien goza de ser una nación soberana y de ser políticamente independiente, la inversión extranjera, con proyectos como los de Tribal Village, que benefician más a los "creadores" (precarizados de por sí) con sus "startups" que a las comunidades como tal, encadena los intereses del empresariado nacional con el de la burguesía imperialista, misma que tiene a jóvenes que piensan que están haciendo un cambio, conectándose con la Madre Tierra y liberando sus energías, haciendo publicidad gratis para que más personas caigan ingenuamente en esa trampa.
En redes sociales, los que han conocido de cerca el lugar concuerdan en que es para beneficio de los turistas europeos o estadounidenses, donde los habitantes locales trabajan para ellos; otros más afirman que Tribal Village tiene las características de un culto. No pudimos encontrar referencias sobre qué salario ofrece Tribal Village a sus “co-creadores”, pero de sólo ver que en Google Maps aparece su dirección como “camino sin nombre”, no sería sorprendente si resulta que el terreno del resort fue comprado por usurpadores, como sucede en varios países, donde llegan incluso a desplazar a la fauna local, o especular la tierra mientras varios sectores populares sufren crisis de vivienda.
De hecho, Tribal Village lo admite abiertamente en su sitio web, donde afirma que está "realizando campañas de recolección para adquirir más tierra alrededor del lago y construir más alojamientos", en una zona rodeada de varios hostales. En todo caso, los ganadores no son las comunidades, como afirma Tribal Village, sino sus “masters”, los consultores y especuladores en detrimento de las localidades que siguen con infraestructura precaria mientras los turistas europeos y estadounidenses disfrutan de su experiencia “exótica”. |