El artículo original fue publicado por Left Voice, sección estadounidense de la red internacional de La Izquierda Diario y puede ser leído acá.
Una contribución Importante
La red internacional de La Izquierda Diario ha producido una importante contribución para la comprensión del estado presente de la lucha de clases global. El escrito del marxista argentino Emilio Albamonte en preparación para la conferencia nacional del Partido de Trabajadores Socialistas (PTS) de Argentina y publicado para iniciar las discusiones entre todos los segmentos de la izquierda argentina, fue desafortunadamente pasado por alto debido al ataque de Trump al Capitolio de los Estados Unidos. Albamonte ha hecho una comprensión del estado actual de la lucha de clases global y la dinámica histórica subyacente que ha producido la actual situación política.
El análisis de Albamonte se titula “El Método marxista y la actualidad de la época de guerras, crisis y revoluciones” -un título tomado de la posición de Lenin y Trotsky según la cual la Primera Guerra Mundial ha abierto una época cuya características primarias son precisamente las guerras, las crisis y las revoluciones, una época que, tal como Rosa Luxemburg famosamente declaró, terminará ya sea en el socialismo o la barbarie. Aunque el análisis de Albamonte fue pensado como parte de una discusión interna en curso dentro del PTS, tienen relevancia internacional para la izquierda en los países imperialistas de América del Norte y Europa.
El texto es largo y tiene áreas que tratan específicamente sobre países específicos, por lo que no intento ahondar en los contenidos de esas secciones. Existen sin embargo tres áreas del análisis que necesitan elaboración debido a que contienen posiciones sobre problemas teóricos que no son moneda común en la izquierda de América del Norte. Esto es parcialmente debido a que existe muy poca discusión teórica entre los diferentes componentes de la izquierda norteamericana, pero está más vinculada a la naturaleza del marxismo como tal.
El desarrollo del método marxista de análisis
El método marxista no es una receta de un libro de cocina del cual ciertos conceptos son aprendidos de memoria y después aplicados mecánicamente a diferentes condiciones políticas y circunstancias históricas. Tampoco es algo que pueda ser reducido a un plan de estudios académico y enseñado de manera abstracta e independiente de la lucha de clases real de la sociedad. La naturaleza misma de este método es enriquecerse como un resultado de la lucha de clases. Cuando la lucha de clases está en un nivel bajo por periodos prolongados, el desarrollo de la teoría marxista se estanca, como también el desarrollo de organizaciones de marxistas, deviniendo numérica y teóricamente más débiles al pasar de los años.
Existen lugares en que la lucha de clases está continuamente renovándose a sí misma, en los que periodos de prolongada crisis social y económica crean choques sociales y levantamientos. Ello produce diferentes formas de dominación, desde dictaduras militares hasta bonapartismos “de izquierda” y gobiernos reformistas como los de Chávez y Evo Morales. En dichos lugares, el marxismo revolucionario debe desarrollar una conceptualización teórica que enriquece el entendimiento del mundo y de la lucha de clases.
Para ilustrar este punto, examinemos la cuestión del bonapartismo como una característica del régimen político de Trump. Antes del 2016, pocos comentaristas de la izquierda de los Estados Unidos habrían dicho que existía una tendencia hacia ese régimen. Después de la elección de Trump, algunos sectores de la izquierda de América Latina rápidamente explicaron dos puntos fundamentales del significado de esta elección. El primer punto fue que la elección representaba un punto de inflexión en la dirección estratégica del imperialismo estadounidense y que era un resultado del debilitamiento de su posición hegemónica dentro del bloque imperialista occidental.
El segundo punto, que pocos en América del Norte entendieron en ese momento, era que las ambiciones imperialistas y presidencialistas de Trump eran bonapartistas, y que representaba una forma débil de bonapartismo más parecida a la que había aparecido en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. Ambos puntos de análisis demostraron ser correctos, y la izquierda de América del Norte se vio forzada a enfrentarse con el concepto de bonapartismo, cómo o si era aplicable, qué significaba para la lucha de clases en los Estados Unidos y discusiones por el estilo.
El cambio en la naturaleza de la lucha de clases, señalado por el surgimiento de Occupy Wall Street y Black Lives Matter, estuvo enmarcado en la cínica y manipuladora presidencia de Obama, cuyo burdo belicismo y neoliberalismo ayudó a sentar las bases para el surgimiento del Democratic Socialists Of America (la organización socialista más grande del país), cuya desilusión se cristalizó con la insurgencia de Sanders dentro del Partido Demócrata. Esto requirió que la izquierda desarrollara un análisis de la naturaleza bonapartista de la presidencia de Trump, es decir, que se estaba enriqueciendo de las fuerzas vivas de la propia lucha de clases.
Cuando se examina la historia de la lucha de clases en América Latina bajo esta luz, el vasto cuerpo de análisis marxista asume cuestiones que a menudo no son tenidas en cuenta por los lectores de izquierda fuera de América Latina. No se trata tanto de un problema de traducción lingüística, sino de un problema de traducción de experiencias comunes a un público, pero no a otro.
Hay, pues, tres aspectos del documento de Albamonte que deben ser "traducidos" al contexto norteamericano y europeo. Son (1) su uso del método marxista trotskista, que es aplicable en un país imperialista; (2) la noción del "eslabón más débil", y (3) el concepto de la ola revolucionaria. Los tres están interconectados en sus implicaciones para la práctica política de las organizaciones marxistas revolucionarias en los países imperialistas.
Las dinámicas imperialistas y los estados del equilibrio capitalista
Albamonte comienza su análisis subrayando la importancia del uso del método marxista para entender la naturaleza de la lucha de clases hoy en día. Reitera la comprensión marxista revolucionaria básica del imperialismo, como un sistema global cuya dinámica es más que la suma de sus partes nacionales y cuyas tendencias fundamentales de desarrollo dan forma a los desarrollos nacionales, sin importar lo fuerte que pueda ser cualquier nación imperialista individual.
Trotsky, en la Revolución Permanente, en la tesis 10, lo expresó de esta manera:
“El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta”
El sistema capitalista es dinámico, se estructura y reestructura constantemente y, por tanto, también a la clase obrera mundial. Albamonte identifica tres componentes principales de este sistema: las tendencias económicas, las relaciones interestatales y la lucha de clases. De estos tres, reconoce la lucha de clases como la más importante para iniciar las crisis económicas, sociales y políticas periódicas que son una característica del equilibrio dinámico capitalista.
¿Cómo este análisis se aplica a los estados imperialistas? Tomando como ejemplo las relaciones entre China y Estados Unidos, la historia de las últimas décadas ilustra muy bien este proceso. Desde que el Deng Shu Peng bailó en la fiesta de fin de año en la Embajada de Estados Unidos en Pekín, el capital imperialista ha fluido hacia China, creando una nueva y masiva clase obrera mientras erosionaba lentamente la base productiva de las principales economías capitalistas; destruyendo industrias y ciudades enteras en el proceso, desplazando a decenas de millones de trabajadores, en diferentes regiones que van de Akron, Ohio, hasta Sheffield, Inglaterra; desde Toulouse en Francia y Milán en Italia; desde Belfast, Irlanda, hasta Charleroi Bélgica y Umea en Suecia.
Este proceso económico ha creado un entorno político contradictorio entre estados, en el que China, que ahora es el mayor tenedor de deuda externa estadounidense, por un lado, se ha convertido en la bête noir (bestia negra. NdTr) del imperialismo estadounidense, ya que el crecimiento tecnológico de China desafía al de las megacorporaciones nacionales imperialistas como Intel, Alphabet y Amazon y, lo que es más importante, este crecimiento tecnológico se ha desarrollado en el marco de la política de defensa nacional y la producción militar de China, amenazando así el dominio del complejo militar-industrial-tecnológico estadounidense en el ámbito de la venta de armas.
Mientras que Estados Unidos ha entregado su programa de exploración espacial, y todas las proezas tecnológicas que engendra, a modernos barones del robo como Elon Musk y Jeff Bezos, el gobierno chino ha impulsado rápidamente una serie de proyectos que igualan fácilmente las capacidades actuales de Estados Unidos. Sin embargo, estos procesos desencadenan una dinámica de lucha de clases, ejemplificado ya sea en el número masivo de trabajadores chinos que luchan contra los talleres de explotación y las condiciones sociales represivas en las ciudades costeras del sur de China, o un nuevo y combativo estrato de jóvenes trabajadores que se organizan en el sector logístico de Estados Unidos, un sector construido para entregar los bienes producidos en esos mismos talleres de explotación chinos. Esta lucha está impulsando y exponiendo las contradicciones creadas por la reestructuración capitalista.
Estos procesos están condicionados por la interacción y las relaciones entre sus componentes. Por ejemplo, la lucha de la clase obrera china ha obligado a la burocracia estalinista del PC chino a avanzar en la dirección de la creación de un mercado interno, cuyo éxito depende de la prosperidad relativa de los propios trabajadores, de los aumentos salariales que permitan el consumo. Los movimientos en esta dirección han dado lugar a una ralentización de la inversión extranjera directa (IED), en algunos casos a una retirada de capital de China y a una inversión en áreas con salarios más bajos, como la industria de la confección en las horribles condiciones de los talleres de explotación de Bangladesh. Esto, por supuesto, crea otro nuevo componente de la clase trabajadora, ya que los jóvenes rurales de Bangladesh son atraídos a las ciudades para escapar de la pobreza extrema y la falta de oportunidades para una existencia decente allí, sólo para ser otra víctima de la explotación capitalista.
Estos desarrollos se producen independientemente de cualquier plan general. Se producen y reproducen debido a las exigencias del imperialismo, un sistema al que están vinculados todos los estados-nación de la Tierra. Es este implacable proceso global el que provoca las periódicas crisis nacionales, que conducen a guerras, levantamientos, victorias y derrotas de la clase obrera mundial.
Cuando el sistema imperialista está en crisis, como ahora debido a la caída de la tasa de ganancia a nivel mundial, el ritmo de estas crisis aumenta, y da lugar a un repunte de la lucha de clases mundial, creando más peligros de guerra regional o mundial, y más oportunidades de ruptura revolucionaria. Albamonte califica esta situación de "incipientemente prerrevolucionaria", y en una polémica con el antiguo líder del Partido Obrero, Jorge Altamira, explica lo que esto significa en el contexto de Argentina:
“Hoy el capitalismo cada vez está en mayores dificultades. Las contiene a través de concesiones parciales pero que es incapaz de contener las contradicciones más profundas que lo atraviesan. En el caso de las contradicciones interestatales, como señala el artículo de Claudia Cinatti sobre la situación internacional, aunque haya ganado Biden, no se puede volver a la situación anterior a la asunción de Trump. Va a seguir el conflicto con Rusia, va a seguir el conflicto con China, van a seguir los conflictos regionales. Tenemos un escenario con tensiones interestatales, crecientes dificultades para la acumulación del capital. Respuestas revolucionarias y guerreristas están inscriptas en la situación. Nosotros, los revolucionarios, creemos que aunque la situación es muy compleja y que aunque la revolución está repleta de dificultades, es una solución mucho más realista que las salidas reformistas que, en última instancia, no resuelven nada y que llevan a masas cada vez mayores a la pobreza, porque el capitalismo encontró un límite a su acumulación desde la década de 1970 y cada vez son más recurrentes y profundas sus crisis. Esto no quiere decir que la actual sea la crisis final, ni la guerra final, ni la lucha de clases final, ni la revolución proletaria final; decir eso sería ridículo. Pero en cada uno de los procesos que surjan nosotros podemos avanzar en construir un partido proletario y muchos de ellos nos pueden abrir una perspectiva revolucionaria”
La teoría del eslabón más débil
Tanto Lenin como Trotsky defendieron la teoría del eslabón más débil (y su corolario, la ola revolucionaria), tanto explícita como implícitamente en sus escritos sobre las causas y perspectivas de las revoluciones rusa y europea.
Brevemente, la teoría del eslabón más débil postula que las cadenas del imperialismo se romperán en aquellos eslabones en los que la contradicción entre el crecimiento de las fuerzas productivas y la debilidad de la burguesía nacional ya no pueda contener la lucha de clases dentro de los cauces normales, sino que obligue a las masas a entrar en el escenario de la historia para forjar su propio destino, para romper las cadenas que atan el desarrollo social de la sociedad y para utilizar las fuerzas productivas ya desarrolladas en beneficio de la humanidad, y no de las cuentas bancarias de las clases dominantes.
En el caso de la Rusia zarista, como en el caso de una vasta franja de la población de la Tierra en el antiguo mundo colonial, como África, Asia y América Latina, el imperialismo y sus aliados, las oligarquías nacionales, amontonan sobre las masas de estas zonas una carga tan pesada que en algún momento se vuelve intolerable, el aumento del sufrimiento supera la capacidad de las fuerzas productivas subdesarrolladas para aliviarlo. Un sistema imperialista en crisis significa un aumento del sufrimiento a medida que la burguesía nacional intenta colocar la carga de esta crisis sobre las espaldas ya sobrecargadas de las masas trabajadoras.
En su discurso a la juventud de la socialdemocracia danesa en 1932, Trotsky explicaba este proceso:
“El hecho de que el proletariado haya llegado al poder por primera vez en un país tan atrasado como la antigua Rusia zarista, sólo a primera vista parece misterioso; en realidad es completamente lógico. Se podía prever y se previó. Es más: bajo la perspectiva de este hecho, los revolucionarios marxistas edificaron su estrategia mucho antes de desarrollarse los acontecimientos decisivos. La explicación primera es la más general: Rusia es un país atrasado pero es sólo una parte de la economía mundial, un elemento del sistema capitalista mundial. En este sentido, Lenin resolvió el enigma de la revolución rusa con la siguiente fórmula lapidaria: la cadena se ha roto por su eslabón más débil.
Una ilustración clara: la Gran Guerra, salida de las contradicciones del imperialismo mundial, arrastró en su torbellino países que se hallaban en diferentes etapas de desarrollo, pero planteó las mismas exigencias a todos por igual. Claro está que las cargas de la guerra debían ser particularmente insoportables para los países más atrasados. Rusia fue la que primero se vio obligada a ceder terreno. Pero para liberarse de la guerra, el pueblo ruso debía abatir a las clases dirigentes. Así fue cómo la cadena de la guerra se rompió por su eslabón más débil. Pero la guerra no es una catástrofe que viene del exterior, como un terremoto. Es, para hablar con el viejo Clausewitz , la continuación de la política por otros medios.
Durante la guerra, las tendencias principales del sistema imperialista de tiempos de “paz” sólo se exteriorizaron más crudamente. Cuanto más elevadas sean las fuerzas productivas generales; cuanto más tensa es la competencia mundial, cuanto más agudos se manifiesten los antagonismos; cuando más desenfrenado se desarrolle el curso de los armamentos, tanto más penosa resulta la situación para los participantes más débiles. Precisamente ésta es la causa por la cual los países más atrasados ocupan los primeros lugares en la serie de derrumbamientos. La cadena del capitalismo mundial tiende siempre a romperse por los eslabones más débiles”
La historia ha confirmado el pronóstico de Trotsky y Lenin. Las revoluciones socialistas en Yugoslavia, China, Vietnam, Corea y Cuba se han producido en países donde las contradicciones internas moldeadas por el imperialismo permitieron a las masas romper las cadenas imperialistas que las ataban a su sufrimiento.
No hay razón para esperar que esto cambie, y así Trotsky señala:
“Pudo haber sido predicho y fue predicho (…) sobre la base de la predicción de este hecho, el marxismo revolucionario construyó su estrategia mucho antes del evento decisivo”
La ola revolucionaria que viene
Sobre la base del análisis anterior, la idea de una revolución socialista en uno de los países imperialistas de América del Norte podría parecer una esperanza utópica. Sin embargo, tal idea sería una interpretación mecánica del eslabón más débil, pues ignora el corolario del concepto.
Albamonte lo explica así:
“Luchamos por una sociedad socialista en la que cada uno da a la sociedad según su capacidad y toma de la sociedad lo que necesita para sobrevivir (…) nuestro objetivo es desarrollar la revolución en el terreno internacional, y sabemos que ese proceso no puede culminar si el proletariado EE. UU. no logra desarmar la locura del armamento de todo tipo –incluido el nuclear– que hay en EE. UU. En EE. UU. se gastan casi 750.000 millones de dólares al año en gastos militares, para hacer submarinos nucleares, misiles Tomahawk, aviones invisibles a los radares, armas nucleares, etc. El Estado no puede hacer un seguro de salud universal pero gasta eso en Defensa, es decir, casi dos veces lo que producen los 45 millones de argentinos en un año. Los sectores populares norteamericanos, por ejemplo, han mostrado vitalidad en la lucha contra el racismo en la respuesta al asesinato de George Floyd. No solo en la izquierdización a Sanders, que era un reformista, sino en la lucha directa, en las movilizaciones que hubo, pacíficas y algunas violentas. El proletariado norteamericano también puede ser conmovido por una oleada de revoluciones que no necesariamente empezarán por EE. UU. sino que pueden empezar en países más débiles y extenderse, como sucedió por ejemplo con la Revolución rusa, que entre otras cosas llenó la Argentina y Latinoamérica de comunistas –el comunismo pasó de ser marginal a ser un importante movimiento en América Latina gracias a la Revolución rusa–. Esta es la norma: las revoluciones se extienden, generan simpatía, y por ejemplo, si logran bajar las horas de trabajo y conseguir que todo el mundo pudiera vivir más dignamente, sería un enorme ejemplo para los obreros de todo el mundo para que desarmaran la locura de sus clases dominantes”
¿Qué es una ola revolucionaria y cómo influye en la lucha de clases mundial? Sin entrar en grandes detalles, las olas revolucionarias están conectadas con los ciclos de olas largas del desarrollo capitalista, en los que los períodos de relativa prosperidad capitalista, seguidos por una tasa de ganancia creciente a nivel mundial, son luego reemplazados por largos períodos en los que la tasa de ganancia tiende a caer, cuyo resultado es la creación de la crisis económica, social y política, que el marxista italiano Antonio Gramsci llamó "una crisis orgánica", es decir, que no es un fenómeno coyuntural sino que tiene un carácter epocal.
Estas olas nunca son lineales, sino que tienen dentro de sí períodos de avance y retroceso. Son similares a los ciclos de las mareas. Cuando la marea está en crecida, aunque las olas avanzan y retroceden, el movimiento general es de avance, con la fuerza de la ola individual ganando en magnitud. Cuando está en menguante, se produce el mismo movimiento, pero en sentido contrario, con cada ola individual luchando contra el retroceso de la dirección general del movimiento.
Lo mismo puede decirse de los períodos revolucionarios y no revolucionarios de la historia. Aunque 1914 inauguró la época de las guerras y las revoluciones, ésta ha conocido períodos de avance que produjeron la Revolución Rusa, los Soviets Húngaros, la Revolución China, la fracasada Revolución Alemana, la fracasada Revolución Española, y la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas, así como períodos de retroceso en los que las rupturas revolucionarias fueron escasas o se abortaron a mitad de camino.
El retroceso de la ola revolucionaria es también el avance de la contrarrevolucionaria, simbolizada por la disolución de la Unión Soviética, y antes de eso la ruptura entre las burocracias china y soviética, y su acercamiento al imperialismo (la forma más grotesca es que los chinos etiqueten a la Unión Soviética como una amenaza mayor que el imperialismo).
Según el análisis de Albamonte, el período actual es de incipientes oleadas prerrevolucionarias; que las contradicciones de la crisis imperialista están sobredeterminando la lucha de clases como fuerza dominante en el equilibrio capitalista; y que es urgente construir partidos revolucionarios y organizaciones internacionales para aprovechar los próximos levantamientos y rebeliones.
Las bases materiales para olas revolucionarias
Las olas revolucionarias no son sólo un concepto teórico, sino que forman una parte importante de la comprensión de la historia. Podemos remontarnos a la Baja Edad Media y ver la influencia que tuvieron las ideas de Martín Lutero en toda Europa, ya que los cambios en los modos de producción feudales y el aumento general del nivel cultural de las masas producido por el Renacimiento se combinaron para inspirar al campesinado de toda Europa a luchar por el bien de los comunes, una expresión temprana del comunismo primitivo.
Esas primeras expresiones siguen vivas hoy en día, ya sea en la celebración de los Diggers y Levelers (1) en las canciones populares inglesas, o en comunidades vivas reales como los descendientes de los movimientos anabaptistas originales que se encuentran en América del Norte, como los Amish, los Menonitas y los Huteritas. Esta última secta sigue viviendo en un estilo de vida comunal, manteniendo todos sus bienes en común, con vivienda, comida y todas las necesidades básicas y comodidades proporcionadas por la colonia para todos sus miembros, y un lugar para todos en el trabajo y la vida de la comunidad).
Las luchas generalizadas en toda Europa no surgieron espontáneamente, sino que se formaron por el cambio de las circunstancias materiales y cuyos mensajes centrales fueron difundidos por los campesinos sin tierra y los poetas y narradores ambulantes, los vagabundos de la época. Estas ideas revolucionarias se convirtieron en una fuerza material cuando los campesinos oprimidos las vieron viables y atractivas, y actuaron en consecuencia para rebelarse contra su opresión.
El año 1848 es simbólico por su historia revolucionaria ya que fue la culminación de la ola revolucionaria que comenzó con Cromwell, pasó por la revolución americana y las exhortaciones declarativas de Thomas Paine sobre la libertad, y la inspiración de la Revolución Francesa encontró sus gritos de guerra en el movimiento cartista inglés.
La Revolución Rusa y el surgimiento del bolchevismo tuvieron rápidamente un impacto en toda Europa, dando inicio a formas de gobierno de consejos obreros que se extendieron desde Berlín hasta Budapest, y desde la cuenca del Don en Ucrania hasta Vladivostok. Inspiró a la clase obrera norteamericana a emular a sus hermanas y hermanos proletarios en las huelgas generales de Winnipeg y Seattle, la huelga general de Vancouver y el Soviet de Glace Bay, y creó la Tercera Internacional con sus partidos revolucionarios de masas en toda una serie de países.
Esta ola revolucionaria fue creada por la toma del poder por parte de la clase obrera rusa, un acontecimiento que sacudió al mundo, como si se arrojara una gran roca a un estanque creando olas dentro de lucha de clases a nivel internacional.
En América Latina, la Revolución Cubana inspiró a una generación de militantes e intelectuales de la clase obrera a sacudirse el turbio reformismo de los Partidos Comunistas oficiales y a lanzarse a crear nuevas formas revolucionarias de organización y lucha, ya sea el foco guerrillero del Che en Bolivia o los sindicatos campesinos armados de Hugo Blanco en Perú, o el frente armado de Douglas Bravo en Venezuela, la cuestión que la Revolución Cubana puso sobre la mesa de la historia fue la del derrocamiento revolucionario de los gobiernos de las oligarquías respaldados por el imperialismo que exprimieron y exprimen al pueblo trabajador latinoamericano.
Mientras tanto, en Vietnam, la lucha de liberación nacional y las horribles acciones de los imperialistas estadounidenses crearon un movimiento internacional contra la guerra que planteó las cuestiones internacionalistas sobre cómo derrotar al imperialismo.
Todo lo anterior son ejemplos de cómo la lucha de clases a nivel nacional sobrepasa rápidamente las fronteras nacionales y se convierte en parte de la lucha de clases internacional ¿Cuáles son las implicaciones de esto para hoy, para los revolucionarios norteamericanos y para los que viven en las metrópolis imperialistas de Europa?
Cuando combinamos los ingredientes de un sistema capitalista en crisis, con los ejemplos de la validez histórica de la teoría del eslabón más débil de la ruptura revolucionaria y la existencia de la ola revolucionaria como mecanismo de transmisión de las lecciones de esa ruptura, se apunta a ciertas consecuencias políticas para los marxistas revolucionarios.
¿Qué sucederá?
La primera consecuencia es que no podemos esperar ver estallar una crisis prerrevolucionaria en toda regla en los centros imperialistas, pero sí podemos esperar experimentar los temblores de estos terremotos sociales desde el Sur. Esto se ha confirmado en la última década con las luchas sociales de masas que van desde Chile a Guatemala, y los levantamientos agudos pero más localizados en lugares como Chiapas y Oaxaca. Estas luchas, y el ritmo de multiplicación de las mismas, no harán más que aumentar a medida que se profundice la crisis social, política y económica, y la lucha de clases se convierta cada vez más en una cuestión de vida o muerte para millones y millones de personas hambrientas.
Para entender la enormidad del problema al que se enfrentan los trabajadores y los pobres de América Latina, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación pone sobre la mesa el tema del hambre: "El hambre afecta actualmente a 42,5 millones de personas en América Latina y el Caribe".
La segunda consecuencia es que estos temblores tendrán un impacto cada vez mayor en la vida material de las masas trabajadoras de los centros imperialistas, al cruzarse la crisis capitalista-ambiental, produciendo migraciones masivas como las que ahora vemos originadas en los países empobrecidos de Centroamérica, creando una dinámica social que afectará a la conciencia de cientos de millones de trabajadores en Europa y Norteamérica.
La tercera cosa que podemos esperar es el derrocamiento exitoso de los gobiernos en uno o una serie de eslabones más débiles de América Latina, un derrocamiento que, dadas las circunstancias apropiadas, puede conducir a la apertura de un levantamiento socialista de masas sobre una base continental. América Latina es, en su conjunto, un gran eslabón regional débil en la cadena del imperialismo yanqui, algunos países más que otros. Me vienen a la mente Bolivia y Venezuela, así como todos los países de América Central por la fuerte presencia imperialista, donde la debilidad general de las oligarquías nacionales se corresponde con su vileza, arrogancia, racismo y venalidad.
El cuarto elemento de este escenario, el que en definitiva es el más importante, es la capacidad de la vanguardia revolucionaria de crear organizaciones políticas lo suficientemente fuertes, con suficiente legitimidad y cohesión interna, para aprovechar estos levantamientos revolucionarios, darle una dirección y no tener miedo a tomar el poder y abrir el camino hacia el futuro socialista. Sin esa decisión y perspectiva, la revolución avanzará sólo en parte, se detendrá y luego será retrocedida por las fuerzas del imperialismo y sus claros aliados nacionales, como Juan Guaidó o Lenín Moreno, o sus aliados de la marea rosa como Cristina Fernández o Nicolás Maduro.
¿Antiimperialistas activos o espectadores? ¡Tú eliges!
¿Significa esto que el papel de la izquierda en los centros imperialistas se reduce al de espectadores o animadores de revoluciones ajenas? Por supuesto que no, aunque esa es una opción con la que la propia izquierda tendrá que luchar, ya sea que elija convertirse en participantes activos o en un grupo de porristas que se pongan del lado de cualquier gobierno que proclame ser antiimperialista. Es decir, la forma en que la izquierda norteamericana resuelva la cuestión del campismo versus el antiimperialismo determinará en parte la respuesta. La forma en que se realicen los preparativos a nivel de teoría y aplicación práctica para aprovechar las próximas olas revolucionarias determinará, en gran medida, los resultados.
Construir una organización revolucionaria como parte integral de un movimiento internacional es un paso absolutamente vital para preparar a la clase obrera norteamericana a desarrollar la conciencia con que vea y comprenda que la liberación de los oprimidos por el imperialismo es la clave de su propia libertad, que las masas obreras y no los nacionalistas burgueses, por muy radical que suene su verborrea, son los verdaderos liberadores de su nación, de su región, de Nuestra América, como la llamó Martí.
Para los revolucionarios norteamericanos, significa poner el antiimperialismo en el centro de su estrategia y desarrollar un programa que vincule la salida de la miseria que sufren los cientos de millones de trabajadores de las Américas, con la demanda y la lucha para acabar con el imperialismo. Significa construir un movimiento que contraste los gastos obscenos del Pentágono y de los departamentos de policía con las necesidades sociales -vivienda, sanidad, educación universal, transporte público- y la exigencia del fin de los despidos y de una vida digna para los trabajadores.
Significa vincular la lucha contra el desastre climático mostrando los vínculos entre los monstruos del carbono y sus compinches políticos, desde Chuck Schumer y Nancy Pelosi, desde Justin Trudeau y Chrystia Freeland hasta AMLO y Lenín Moreno. Significa contrarrestar las mentiras de los medios de comunicación sobre los movimientos sociales del Sur, diciendo la verdad no sólo sobre el papel que desempeña el imperialismo en el sometimiento de los trabajadores de todos los países. Significa subrayar los vínculos entre la lucha de las clases trabajadoras de todos los países contra los imperialistas y sus oligarquías nacionales y sus representantes políticos burgueses de todo tipo.
También significa educar a las clases trabajadoras de los centros imperialistas poniendo al desnudo las relaciones reales del imperialismo, y al hacerlo enfatizar los puntos comunes de lucha, cuya máxima expresión organizativa es el partido internacional, pero cuyas luchas comunes pueden vincularse a niveles sectoriales, como lo está haciendo el movimiento de mujeres socialistas, Pan y Rosas: desde México hasta el Cabo de Hornos.
Para una izquierda revolucionaria con esta perspectiva, a medida que las ondas revolucionarias que emanan de las torturadas zonas sociales del Sur se estrellan contra los muros de la Fortaleza Norteamericana, la clase obrera del Norte las reconocerá no como algo de temer, sino como el sonido de los oprimidos, que claman por solidaridad y por acción: "¡Liberaos! Desarmad a nuestros opresores comunes".
Notas:
1) Corrientes políticas de la revolución inglesa de 1647-1649. |