Santiago Benítez Vieyra
| Dr. en Biología, Investigador de CONICET.
Agrupación Docentes e Investigadores de Izquierda.
Ilustración: Mateo Farinella
Publicamos el prólogo a la primera edición en castellano de La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, de Richard Lewontin y Richard Levins, el nuevo libro de la colección Ciencia y Marxismo de Ediciones IPS [1].
En el ensayo final de La biología en cuestión, Richard Levins hace un balance de sus años en la academia, de su militancia de izquierda y recuerda su primer contacto con el materialismo dialéctico a través de los escritos de científicos marxistas británicos como J. B. S. Haldane, J. D. Bernal y Joseph Needham. Cuenta cómo esos escritos lo sedujeron y lo llevaron a conocer la obra de Marx y Engels: “Siempre me ha atraído el énfasis que pone la dialéctica en la totalidad, las relaciones y el contexto, el cambio, la historicidad, la contradicción, la irregularidad, la asimetría y la multiplicidad de niveles que poseen todos los fenómenos. Estas nociones eran un contrapeso saludable contra el reduccionismo que reinaba entonces y ahora”.
Creemos que los ensayos de La biología en cuestión, escritos en un período de 20 años entre 1986 y 2006, mucho después de las obras de Haldane, Bernal y Needham, pueden también seducir, intelectual, política y estéticamente a nuevas generaciones de lectores. En muchos temas, los ensayos del libro constituyen una puesta al día de los temas abordados en su anterior obra conjunta, El biólogo dialéctico [2], de 1985. Pero en muchos otros, aborda problemas de acuciante actualidad. Basta mencionar la generalización de los cultivos genéticamente modificados o el “regreso” de las enfermedades infecciosas capaces, como sabemos, de desencadenar pandemias. Aspectos donde ramas enteras de la biología muestran, de la forma más cruda, el influjo miles de veces millonario de industrias como la farmacéutica o el agronegocio.
Este es un primer ángulo desde el cual podemos leer La biología en cuestión: el doble rol de la ciencia como empresa humana pero también como un producto más de una industria capitalista particular, la industria capitalista del conocimiento. Lejos del mito de un continuo avance, esta doble naturaleza es la que le impone el mayor límite, un desarrollo desigual que en palabras de los autores nos encierra en una mezcla de “conocimiento e ignorancia (…) que nos deja indefensos ante los grandes problemas que enfrenta nuestra especie”. Una profunda irracionalidad que, para poner un ejemplo cercano, mientras avanza en el desarrollo de vacunas para el coronavirus no hace más que crear las condiciones favorables para el surgimiento de nuevas pandemias. Una contradicción en la ciencia moderna, que se presenta como racional al nivel de sus laboratorios y la generación de ganancias, incuestionada y naturalizada como institución desde el idealismo cientificista, pero que al colaborar con la irracionalidad propia del capitalismo, fracasa como empresa humana. La denuncia a esta influencia, y el aporte de una mirada marxista en este sentido es, entonces, una de las facetas de La biología en cuestión, pero no la única.
Así como en otras obras (por ejemplo No está en los genes, de Richard Lewontin, Steven Rose y Leon Kamin [3]), los autores se han despachado contra el determinismo biológico, en La biología en cuestión vemos un ataque más general y elaborado contra el reduccionismo, del cual el determinismo biológico es solo una expresión más. Esta es una segunda faceta central de este libro. El reduccionismo es una estrategia consistente en dividir en partes los sistemas de estudio, postulando que las propiedades del sistema completo pueden reconstruirse a partir de estas partes. Afirma, por lo tanto, que las partes de las que se compone un sistema tienen primacía y existen aisladamente. Para poner un ejemplo del propio libro: “si el DDT [dicloro difenil tricloroetano] puede matar a un insecto en una botella (un hecho toxicológico), entonces puede usarse el DDT para controlar una plaga (una afirmación ecológica) y en consecuencia su uso extendido puede incrementar la producción de alimentos y aliviar las hambrunas (una expectativa sociológica y económica)”.
Los autores sin embargo no niegan la eficacia de la reducción como método de investigación, en tanto programa de estudio de los más pequeños detalles de los procesos de la naturaleza, pero critican el programa del reduccionismo en tanto consideran un error ontológico dividir un sistema complejo en partes y luego estudiar las propiedades de estas partes por separado, cuando estas propiedades son precisamente una función del contexto (en otras palabras, señalan que el error del reduccionismo es suponer que la realidad es isomórfica, en su estructura de causas, con el método utilizado para analizarla) [4]. La crítica al reduccionismo es también acompañada de un rechazo de su contrario, el holismo, con su énfasis en la totalidad que subordina a las partes, y el acompañamiento habitual de nociones de balance, armonía y estabilidad que hacen difícil lidiar con los aspectos dinámicos de los procesos naturales.
El tercer ángulo para leer La biología en cuestión es su propuesta del materialismo dialéctico, crítica simultánea al reduccionismo y al idealismo, con raíces tanto dentro de la academia como afuera, en la lucha política. Lewontin y Levins aclaran desde un inicio su negativa a presentar la dialéctica como un recetario de cocina epistemológico, caricatura legada por el estalinismo. Entonces, siguiendo la propuesta esbozada en El biólogo dialéctico, encontramos en todos los capítulos de La biología en cuestión su uso sistemático como método de pensamiento y de cuestionamiento. Una preferencia de los procesos por sobre las cosas, una descripción de la totalidad como una relación entre las partes, las cuales adquieren sus propiedades por ser parte de un todo particular. La referencia a la causalidad recíproca, donde causas y efectos pueden intercambiarse. La centralidad del cambio como característica de todos los sistemas.
Lejos de ser un pensamiento marginal en el ámbito de la ciencia, los autores muestran a lo largo del libro que el pensamiento dialéctico está cada vez más presente allí, aunque muchas veces se haga un esfuerzo por negar sus bases marxistas. Los aportes de Conrad Waddington o de Ivan Schmalhausen a principios del siglo XX son ahora fundamentales para comprender la moderna biología evolutiva del desarrollo (o evo-devo). La identificación de “puntos de inflexión” o “puntos de no retorno” (interés compartido por la teoría de sistemas), donde las diferencias cuantitativas acumuladas conducen a cambios cualitativos es ahora moneda corriente en estudios ecológicos y evolutivos, y resulta crucial para comprender los cambios que están sucediendo en los ecosistemas. La causación recíproca aparece cada vez más en programas de investigación, en la interrelación entre ecología y evolución a corto plazo, o en el popular concepto de construcción de nicho.
Pero no podemos desconocer que la exposición del pensamiento dialéctico por los autores no es de puro interés académico. Es asimismo instrumento del análisis de la política detrás de la ciencia, del reduccionismo de los paquetes tecnológicos del agronegocio, del olvido de las enfermedades infecciosas en el campo de la salud pública, de los sueños “prometeicos” del genoma humano. Es también una fuente de herramientas que “vuelven obvio lo que es oscuro”. Como trabajadores de la ciencia que a la vez son activistas y militantes, Lewontin y Levins nos ofrecen una superación de la caricatura del científico objetivo y eficiente, separada de los dueños de la ciencia que determinan en qué investigación debe invertirse y cuáles preguntas son aceptables.
Los autores y su época
Si científicos como Bernal, Needham y Haldane pueden considerarse parte de una primera generación de científicos marxistas en Occidente, activos principalmente en la década de 1930 en Inglaterra, Richard Levins y Richard Lewontin pueden considerarse en el centro de la segunda generación. “Cuando era chico, siempre supe que crecería para ser científico y de izquierda”, dice Levins en uno de los capítulos que sirve como autobiografía.
Richard Lewontin nació en 1929 en Nueva York. Se doctoró en zoología en 1954 y fue alumno de Theodosius Dobzhansky, figura clave en el desarrollo de la síntesis moderna en biología evolutiva. En 1973 Lewontin fue nombrado profesor de Zoología y Biología en la cátedra Alexander Agassiz de la Universidad de Harvard, donde se desempeñó hasta 1998. Fue electo miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los EE. UU., pero renunció a los pocos años, en desacuerdo con las investigaciones militares secretas que llevaba a cabo su brazo operativo, el Consejo Nacional de Investigaciones. Sus trabajos académicos han tenido una enorme influencia en el campo de la genética de poblaciones y de la biología evolutiva en general. En genética, sus trabajos pioneros con electroforesis de proteínas mostraron la existencia de una gran variabilidad, antes insospechada, en poblaciones naturales. En trabajos de genética humana, demostró que las categorías “raciales” tradicionales solo explican una pequeña fracción de la variabilidad entre individuos. En el artículo donde publicó estos resultados concluía: “la clasificación de las razas humanas no tiene valor social y es potencialmente destructiva de las relaciones sociales y humanas. Dado que ahora hemos visto que esta clasificación no tiene virtualmente valor genético ni taxonómico, no existe justificación para continuar con ella” [5].
En biología evolutiva, Richard Lewontin es conocido junto a Stephen Jay Gould por sus críticas al “programa adaptacionista” en biología, programa que considera que los rasgos de un organismo son mayormente adaptaciones, dejando de lado explicaciones alternativas. Esta crítica se extendió a enfoques como la Sociobiología y la Psicología Evolutiva, y otras formas de determinismo biológico incluyendo la heredabilidad de la inteligencia. Todas ellas líneas de investigación centradas en tratar de explicar el comportamiento y la sociedad como productos de la optimización biológica. Más profundamente, esta crítica se vincula al rechazo de la noción de ambiente como un marco prefijado donde la evolución orgánica ocurre. Por el contrario, Lewontin sostiene en ensayos de este libro y en otras obras como La triple hélice [6], que el organismo y el ambiente mantienen una relación dialéctica, donde ambos se influyen mutuamente. Actualmente hay un creciente interés por este enfoque en biología, visible en la multiplicación de los estudios sobre fenómenos como la construcción de nicho y las dinámicas eco-evolutivas.
Richard Levins, nacido en Nueva York en 1930 y fallecido en 2016, estudió agronomía y matemática en la Universidad de Cornell (Nueva York, EE. UU.). Luego de casarse con la escritora y activista feminista Rosario Morales, y perseguido por sus ideas políticas, se estableció en Puerto Rico, donde trabajó cultivando vegetales y en la organización de los trabajadores rurales. Fue miembro del Partido Comunista de ese país y de su movimiento independentista. Luego de su retorno a EE. UU., Levins alcanzó su doctorado en Zoología en la Universidad de Columbia, donde conoció a Richard Lewontin. Tras dar clases en las universidades de Puerto Rico y Chicago, obtuvo la cátedra John Rock de ciencias de la población en la Universidad de Harvard, donde también formó parte del grupo de trabajo de enfermedades nuevas y resurgentes y fue jefe del programa de Ecología Humana. Declinó a formar parte de la Academia Nacional de Ciencias de los EE. UU. en protesta por su colaboración en la guerra de Vietnam. En palabras del biólogo evolutivo Rob Wallace, Levins “revolucionó la biología poblacional múltiples veces, haciendo contribuciones fundacionales a los modelos de evolución en ambientes cambiantes, la teoría del control biológico, la filosofía de la biología, el modelaje de sistemas complejos, la biología matemática, la ecología de enfermedades, la salud pública y la agroecología” [7].
Una de sus obras más conocidas, Evolución en ambientes cambiantes [8], fue el producto de una serie de conferencias dictadas por primera vez en Cuba, a principios de los años ‘60 y, según el mismo Levins, se basa en la introducción a los Grundrisse de Karl Marx. En La biología en cuestión y en obras posteriores, Levins introduce el concepto de metapoblaciones, donde las especies son caracterizadas como poblaciones de poblaciones locales, sujetas a la dinámica de colonización, migración y eventualmente extinción. Al igual que Lewontin, Levins ha propuesto que el nicho ecológico conforma una unidad con el organismo. Parte de sus estudios en salud pública se centraron en analizar la variabilidad de indicadores de salud, lo cual es una señal de la presencia de múltiples estresores que afectan a una población, tal como sucede en las comunidades pobres y marginalizadas. Levins también es conocido como un pionero del movimiento ecologista y promotor de la agricultura ecológica en Cuba, donde se desempeñó como asesor del gobierno luego de la Revolución.
Como muestran los párrafos anteriores, y tal como los autores de La biología en cuestión lo reconocen, es imposible separar el trabajo académico de Levins y Lewontin de su activismo político: “En vez de enfrentar el problema de combinar el activismo y la academia, he tenido muchas dificultades en separarlos” señala uno de ellos. Ambos fueron parte de toda una generación de científicos y científicas que surgió a la militancia en los años 1960, impactados por la Revolución cubana, la invasión soviética a Hungría, la guerra de Vietnam y la lucha del pueblo vietnamita en el marco de la Guerra Fría. Participaron de la crítica antiimperialista y anticapitalista, así como de las luchas obreras y populares en esos años, cuestionando al mismo tiempo al estalinismo. Una generación que desde allí objetó su lugar como trabajadores de la ciencia, denunciando su mercantilización, sus usos sociales y políticos y criticando desde una posición dialéctica las visiones deterministas biológicas.
Science for the People (en inglés, Ciencia para el Pueblo) fue uno de los movimientos que agrupó esta militancia en EE. UU., involucrando a científicos como Charles Schwartz, Rita Arditti, Jonathan Beckwith, Stephen Jay Gould, Ruth Hubbard, Freda Salzman, Richard Lewontin y Richard Levins. Este último, en particular, fue cofundador del grupo de Chicago de Science for the People, y miembro del grupo de Boston tras su traslado a la Universidad de Harvard. Formó parte también del grupo Ciencia para Vietnam, viajando en plena guerra a Vietnam del Norte para expresar su solidaridad. Ambos autores, además, colaboraron dictando cursos en la New York marxist school.
Surgida inicialmente para manifestar la oposición a la guerra de Vietnam, Science for the People creció dedicada a la elaboración intelectual, la organización política y sindical y la acción directa, denunciando no solo la utilización de la ciencia para el militarismo, sino también su subordinación a los negocios de las grandes compañías farmacéuticas, químicas y semilleras, entre otras. Si en un principio esta denuncia se encontraba centrada en los malos usos de la ciencia, luego viró a señalar la presencia de una agenda propia de los dueños de la ciencia, mostrando que la investigación científica no es una actividad “neutral”. Al mismo tiempo, también resaltó el reconocimiento de los científicos como trabajadores en la industria de la ciencia [9].
Miembros de este grupo combatieron el racismo, el sexismo y la explotación. En todas estas actividades, Science for the People se diferenció radicalmente del modelo más tradicional de otras organizaciones científicas que actúan dentro del sistema político para influir en las políticas públicas. Un fragmento del primer número de su boletín sirve para ilustrar esta posición: “Debemos cambiar fundamentalmente el presente sistema económico y social –un sistema no democrático que deja insatisfechas las necesidades de vivienda, educacionales, médicas y nutricionales de una gran parte de su población– mientras el hombre pasea por la luna. Debemos tomar el control de las poderosas estructuras corporativas que utilizan su fuerza económica para dominar y manipular la sociedad al servicio de su propio interés. Nosotros los científicos somos trabajadores”.
Desde finales de la década de 1970, con la llegada de la era Regan y la derrota y desvío de los procesos revolucionarios, Science for the people dejaría cada vez más de ser una agrupación de izquierda, volviéndose aún más difusa que en sus inicios y concentrándose en publicar su revista. La organización y sus participantes [10] siguieron diferentes caminos a lo largo de las décadas siguientes de avance neoliberal, durante los cuales Lewontin y Levins continuaron con su activismo, trabajo científico y elaboración marxista.
Algunas precisiones estratégicas necesarias
No se trata de idealizar ni el movimiento ni a nuestros autores. Apuntamos a una apropiación crítica de sus elaboraciones señalando, junto con lo que consideramos aportes valiosos, los aspectos en los que no coincidimos, única vía para llegar a nuevas síntesis enriquecedoras para la teoría marxista. En particular, si bien no es el tema central de este libro, resalta una diferencia de concepción en la caracterización del Estado y el régimen político cubano, tal como es descrito en el capítulo 30 (escrito originalmente por Richard Levins en 2005), referido centralmente a sus políticas ecológicas. Allí se describe al Estado cubano como “socialista” o “socialismo en evolución” (al igual que en su momento la URSS y otros Estados de Europa del este en otras partes), se destaca acríticamente la “lógica de toma de decisiones” del régimen y la “dirección del cambio en su conjunto”.
Por supuesto, se trata de diferencias entre quienes coincidimos tanto en el apoyo a las conquistas sociales de la revolución, como en su defensa frente a los ataques del imperialismo y las tendencias restauracionistas. Conquistas de la clase obrera y el pueblo cubano que parten de la expropiación y nacionalización de los principales resortes de la economía y del comercio exterior e incluyen un sistema de salud, educación, ciencia, e incluso, como se describe en el capítulo, cuestiones ecológicas, de los más avanzados mundialmente; y todo a pesar del asedio y un bloqueo criminal por parte del imperialismo norteamericano, para quien estos logros representan una denuncia constante, y de su subordinación a los intereses de la URSS. Pero al mismo tiempo no podemos dejar de ver, retomando el análisis de Trotsky sobre la URSS, que lejos del “socialismo”, se trata en Cuba de un Estado obrero deformado [11] en el cual si bien la Revolución posibilitó la expropiación y nacionalización de la economía (y las conquistas mencionadas), la estrategia política del castrismo desde el punto de vista del proceso revolucionario cubano e internacional –e incluso respecto a sus políticas ecológicas– implicó la instauración de un régimen de partido único burocrático de matriz estalinista.
El devenir de la discusión sobre la agricultura cubana relatada en el mencionado capítulo forma parte del curso restauracionista del capitalismo emprendido por la burocracia y es un buen ejemplo de la degradación de las conquistas sociales de la Revolución. La adopción de la agroecología no estuvo exenta de debate. Levins mismo intervino, sosteniendo un enfoque ecológico y criticando a los proponentes de tecnologías como los organismos genéticamente modificados, a los cuales señalaba como incompatibles con ese desarrollo. Al respecto, remarcaba: “los socialistas suelen caer en un progresivismo pasivo que solo ve un lado de la contradicción, que imagina solo una ruta hacia el progreso (...) Imaginan que la técnica capitalista puede ser adoptada como un todo para los fines socialistas. Esta admiración por la tecnología burguesa carente de una crítica activa fue uno de los factores en la historia desastrosa de la industria soviética” [12]. A pesar de estas críticas, en 2008 –luego de la edición del libro– se anunció en Cuba la primera liberación de maíz FR-Bt1, elaborado por una institución pública, que expresa la toxina insecticida de la bacteria Bacillus thuringiensis y es a la vez resistente al herbicida glufosinato de amonio. El uso de esta tecnología progresó gradualmente hasta 2020, cuando el gobierno cubano estableció finalmente una comisión reguladora de la investigación, producción, uso y comercio internacional de organismos genéticamente modificados, con el objetivo de “incrementar la productividad”, permitiendo en los hechos el cultivo a gran escala de este y otros transgénicos. Como señaló la investigadora Silvia Ribeiro, “los transgénicos que se quieren producir a gran escala en Cuba, son prácticamente iguales a los que desarrollan las transnacionales” [13]. Generan los mismos problemas de aparición de malezas o insectos resistentes a los agroquímicos, llevando a un mayor uso de estos productos. Significa, además, una mayor dependencia de productos derivados de petróleo y de agroquímicos producidos por compañías multinacionales y un riesgo de destrucción de los suelos y la biodiversidad [14].
Poner a disposición las herramientas del marxismo en ciencia en tiempos de crisis capitalista ecológica y sanitaria
La biología en cuestión es el segundo libro de la colección Ciencia y marxismo de Ediciones IPS. En el ínterin entre la publicación del primero en 2019 [15] y este, la pandemia de coronavirus ha desnudado las contradicciones ecológicas, sanitarias, económicas y sociales del capitalismo a un nivel histórico, con un grado de mercantilización de la salud y la investigación científica opuesto a las necesidades vitales mínimas de la humanidad. Y si en la presentación de la colección señalábamos que apuntaba al intento de recrear y actualizar el pensamiento marxista en las así llamadas ciencias “duras” o “naturales”, la crisis abierta pandemia no ha hecho más que darle a esto un carácter de necesidad urgente [16].
Apostamos a que este libro sea otro puente al pensamiento marxista para nuevas generaciones de lectores y militantes en el marco de los desafíos de pensar el lugar de la ciencia en un mundo que no va a ser el mismo, desde la crítica de la instrumentalización de la ciencia al servicio de la producción de ganancias a la generación de sentidos comunes reaccionarios justificadores del status quo. Y para el acercamiento a la militancia anticapitalista y socialista en momentos donde la única salida progresiva pasa por el cuestionamiento revolucionario a este orden social agotado y decadente, por una sociedad sin explotadores ni explotados, en la cual la ciencia sea una herramienta creativa y emancipadora.
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Quisiéramos dedicar la publicación de esta edición en castellano de La biología en cuestión a la memoria de Miguel Lago y Quique Ferreyra, obreros revolucionarios del Partido de los Trabajadores Socialistas que pelearon durante toda su vida por mantener viva la llama de la militancia trotskista en tanto unidad inescindible entre teoría y práctica anticapitalista y socialista, que veían en la ciencia una aliada en la emancipación de la clase obrera y que seguramente apreciarían esta obra como un aporte en ese sentido.