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4 de abril de 2021 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Walter Benjamin y sus experiencias con el hachís
Ariane Díaz | @arianediaztwt

Ilustración Juan Pablo Martinez, Ed. Godot.

Hachís es el título de un nuevo libro de Walter Benjamin publicado por Ediciones Godot, que compila escritos relacionados a su experimentación con este derivado del cannabis [1]. Los géneros de los textos aquí reunidos son diversos: una ficcionalización de un trance con hachís y una crónica publicados en vida del propio Benjamin, y una serie de “protocolos” (como llama al registro de las experiencias de sus trances), propios o de algunos de sus acompañantes, también incluidos en el libro.

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En castellano, algunos de estos textos forman parte de la edición del Libro de los pasajes, es decir, están incluidos entre las carpetas o convolutos temáticos del monumental proyecto publicado póstumamente con ese título, que Benjamin dejó a resguardo de un amigo cuando tuvo que huir de París perseguido por el fascismo, camino que terminó con su muerte a poco de lograrlo. Otros habían sido publicados por la editorial Taurus hace más de cuatro décadas, y por Tierra del Sur en una edición de 2010 difícil de conseguir. Según los registros, otro abordaje de Benjamin del tema está perdido: se trata de la alocución que realizó para la radio de Frankfurt en septiembre de 1930, y que parece haber sido una versión del que fuera publicado como “Myslovitz-Brunswick-Marsella” en una revista en 1932, que abre esta nueva compilación [2].

Con estas experimentaciones, Benjamin se suma a una larga tradición de escritores e intelectuales, desde Freud hasta De Quincey, y por supuesto Baudelaire –el experimentador que probablemente tenía más presente y que va a nombrar en estos textos– que consumieron distintas sustancias psicoactivas para analizar sus efectos y dejar por escrito sus experiencias. Este tipo de sustancias, aunque no eran de todos los días, tampoco eran, como mayoritariamente lo son hoy, ilegales. En otro lugar Benjamin deja anotado cómo Baudelaire, por ejemplo, tuvo que pelear por un farmaceútico que a cambio de suscribirse con una cantidad de ejemplares de su libro Los paraísos artificiales exigía poner al final un aviso de un nuevo preparado de hachís de su firma [3].

Siendo el hachís un concentrado de THC, puede esperarse que buena parte de estas experiencias serán risotadas, desajustes espacio-temporales en la percepción, algunos pensamientos paranoicos y hambre voraz. “Están hablando de faso” –o una de sus variantes–, diría Capusotto. Sí, pero como quien escribe es Benjamin, también pueden encontrarse pequeñas joyas en forma de frase como:

“Los suburbios son el estado de excepción de la ciudad, el terreno donde se desencadena sin parar la gran batalla decisiva entre la ciudad y el campo” [25];
“A quien acaba de consumir hachís, Versalles no le parece tan grande y la eternidad no le dura demasiado” [37];
“Al reírse, uno siente que le crecen pequeñas alas […] le parece que en esencia no se compromete con nada de forma muy profunda. […] Especie de baile en puntas de pie de la razón” [54];
“La primera experiencia que el nene tiene con el mundo no es que los adultos son más fuertes, sino que él no puede hacer magia” [128].

Quizás suene a poco lo que pueda decirse de estos textos breves, que se reiteran en distintas versiones y que describen efectos más o menos conocidos del hachís. Sin embargo, muchos de los elementos que esboza alrededor de estos trances linkean con amplios sectores de la obra del pensador alemán.

Uno de estos cruces lo señala Martín Kohan, quien realiza el prólogo de esta edición trayendo a colación la búsqueda de Benjamin –en la cabalística judía, en la poesía de Baudelaire o en la tradición de narración oral– de “ese punto insondable donde las palabras y la experiencia pueden llegar a tocarse”[13] pero también la brillante con que podía dar cuenta de lo contrario, la exploración de experiencias que no suscitan relatos posteriores, que deja a su protagonista sin palabras, como aquellos soldados que volvían de la Primera Guerra enmudecidos que había tomado Benjamin en Experiencia y pobreza. Son estos tópicos los que parece estar explorando también Benjamin cuando deja asentado que bajo los efectos del hachís “se tornan difíciles los contextos, el pensamiento no se ordena en palabras”[36] o que “Lo que uno escribe al otro día es más que una enumeración de impresiones” [41], pero Kohan destaca que más que a los efectos típicos de la experiencia personal del trance con hachís –que en sus textos publicados, además, Benjamin ubica en terceras personas–, a lo que habría que prestar atención es a una escritura “fuera de lo común” cuyo sedimento es la experiencia de lectura de Benjamin, que sabe trazar entre la literatura o en la trama urbana, en la composición de las palabras o en las fisonomías, recorridos incomparables.

De hecho, en el Libro de los pasajes, “Hachís” es una de las palabras claves que Benjamin colocó marcando apuntes o citas distribuidos en los distintos convolutos para recordar que las cuestiones que tratan esos pasajes constituirían otra red posible, particular, construida alrededor del hachís. Este aparece relacionado por ejemplo con la reivindicación de Baudelaire de la alegoría en Los paraísos artificiales; con la capacidad de percibir “semejanzas”, un don de percepción mimética anclado en los orígenes de la humanidad que ha sufrido fuertes cambios en la modernidad; con la figura del flâneur, que como el consumidor de hachís acoge en su deambular callejero a un espacio que “empieza mirarnos, guiñando el ojo”, y también con una percepción del tiempo formulada por Baudelaire para los embriagados de hachís y que para Benjamin podrían determinar también las nociones temporales de “la conciencia histórica revolucionaria” [4]. Ciertamente la red del hachís llega, como muchos de sus lectores han analizado, a nodos centrales y conocidos de la obra de Benjamin.

Jameson, por ejemplo, en su último libro relaciona la noción temporal exacerbada del presente producida por el hachís con la que tiene el apostador, para quien el futuro, mientras juega, queda suspendido –lo cual, sabrá después habitualmente por las malas, dura poco– [5]; efectivamente el apostador es, junto con el flâneur, otra de las figuras tomadas por Benjamin para dar cuenta de la experiencia de la modernidad y que también fascinó a escritores y pensadores desde Pascal a Dostoievski. Leslie destaca la relación que Benjamin establece entre la sorpresa que le provoca las largas oraciones que pronuncia estando en trance [54] con la perspectiva también alargada de los pasajes y con lo escrito en sus tempranos textos sobre el drama barroco alemán [6]. Hanssen hace foco en la relación que podría establecerse entre el juego con las pinturas que observa Benjamin durante estos trances con el método mismo del libro sobre los pasajes: el montaje literario [7]. Andrew Benjamin, entre otros, resalta la relación entre el hachís y la “iluminación profana” que postula Benjamin en su texto sobre el surrealismo, aunque como límite o apenas como un anticipo: “Es un gran error pensar que solo conocemos de las ‘experiencias surrealistas’ los éxtasis religiosos o los éxtasis de las drogas. […] Pero la verdadera superación creadora de la iluminación religiosa no está, desde luego, en los estupefacientes. Está en una iluminación profana de inspiración materialista, antropológica, de la que el haschisch, el opio u otra droga no son más que escuela primaria” [8].

Más allá de que algunas de estas relaciones puedan discutirse, lo cierto es que Benjamin mismo vio en el tema del hachís una hoja de ruta para explorar sus intereses. En una carta que escribe a Scholem menciona “cuatro libros que delimitan el terreno de ruina o catástrofe, cuyo límite más lejano aún soy incapaz de situar cuando dejo a mis ojos vagar por los próximos años de mi vida”: eran un libro sobre los pasajes de París, uno de ensayos sobre literatura, uno sobre pensadores alemanes y uno “verdaderamente excepcional sobre el hachís” [9].

Podemos suponer, dadas las relaciones que pueden establecerse a partir de los textos incluidos en esta compilación sobre el hachís y el resto de su obra, que ese cuarto proyecto de libro abarcaría mucho más que el registro de los efectos psicoactivos del THC, igual que el proyecto del Libro de los pasajes era mucho más abarcador que las estructuras de vidrio y hierro que florecieron en el París decimonónico: allí Benjamin buscaba desentrañar, a través de elementos propios de la “capital de la modernidad”, los mecanismos sociales y culturales de la sociedad capitalista que moldeaban la conciencia y las prácticas de quienes la habitaban. Se trataba de desfetichizar la experiencia del mundo capitalista fragmentado y estructurado en torno a la mercancía, aquella que desde las vidrieras parece convocarnos, estar siempre renovándose –y por eso Benjamin analizó también la moda y las exposiciones universales como peregrinaciones hacia el fetiche llamado mercancía–, que se presenta como “siempre nueva” dentro de una organicidad dinámica y en perpetuo movimiento que es el mercado… pero que es “siempre-la-misma”: un objeto inanimado producido para ser vendido [10]. Se necesita, por tanto, una mirada que exponga a la mercancía como fetiche.

¿Por qué convoca en sus exploraciones de la modernidad a figuras poco tradicionales como flâneurs, jugadores, traperos o coleccionistas? No porque sean críticos de la modernidad capitalista, ni siquiera porque mencionen algunos de sus problemas, sino porque en ellos registra una mirada alegórica –que ya había estudiado en el barroco alemán– que permite aislar un un elemento, despojarlo de su función, arrancarlo de su contexto y, en esa medida, romper los lazos con esa “organicidad natural” en que se nos presenta, mostrando entonces sus fisuras. Algo de ello, aunque sea como anticipo, parece vislumbrar en el trance con hachís, con sus desquicios espacio-temporales, con su fijamiento ensimismado en percepciones extrañadas, con sus iluminaciones fragmentarias, como cuando, reflexionando sobre una frase que le había gustado encuentra después del hachís nuevos significados: “Mientras que a mi entender la frase de Jensen equivalía a decir que las cosas están, como ya sabemos, plenamente tecnificadas, racionalizadas, y lo particular hoy se encuentra solo en los matices, la nueva comprensión era totalmente distinta. En efecto, yo solo veía matices, pero eran todos iguales” [42].

¿Y por qué es tan importante para Benjamin Baudelaire, amén de haberlo antecedido en sus experimentaciones con hachís? Porque es esa la sensibilidad que también registra en la insistencia en el spleen [hastío] de su poesía. Para los “ángeles caídos” en la modernidad, sujetos que pueblan los poemas de Baudelaire, lejos de “una Idea, una Forma, un Ser”, el spleen permite bloquear la posibilidad y confianza en la trascendencia. Por ello Benjamin afirma que lo que busca Baudelaire, alegórico moderno, haciendo eje en “lo fragmentario” y protestando “contra lo orgánico” es romper “el continuum, interrumpir el curso del mundo” (“Zentralpark”). Y de hecho, el análisis de Benjamin del París en que se mueve Baudelaire intenta buscar aquellos elementos modernos convertidos en ruinas en tiempo récord (como los pasajes que inspiraron su inacabado libro), donde pueden verse los orígenes prehistóricos de la modernidad atrofiados en un tiempo detenido, que rompen la supuesta “organicidad” del desarrollo histórico donde todo presente justifica su pasado e incuba su futuro de manera continua y asegurada.

Esta impugnación de lo que se presenta como “orgánico”, es decir, aquello que busca explicar y justificar determinados desarrollos como necesarios y naturales, recorren los escritos de Benjamin: puede ser el concepto de arte aurático como totalidad autónoma (“La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”), o una versión de la historia interpretada como progreso o también la confianza política del comunismo oficial en el automatismo del avance de las fuerzas productivas (“Sobre el concepto de historia”). Su interés por determinados estilos y autores tiene que ver con esta preocupación por analizar una producción cultural que expresa esa base social propia del capitalismo de forma no lineal sino productiva. En mucho del arte moderno y vanguardista que le fue contemporáneo Benjamin vio características disruptivas que permitían también prevenir la justificación teleológica de la historia: en el surrealismo, el choque desprejuiciado de elementos disímiles que cuestionaban una idea de arte autónomo; en Brecht, la introducción de elementos que rompen la catarsis aristotélica; en Proust, la memoria involuntaria que se resiste a la homogeneización del recuerdo ordenado. Pero también en sus reflexiones metodológicas, estrechamente ligadas a su impugnación de la historia como progreso. Las versiones que consideran al pasado como algo cerrado sobre sí, cuya simple continuidad causal explicaría el presente, cumplen la función de justificar “que todo siga igual”, borrando los posibles fallidos y posibilidades que latían en él. Es por eso un recurso habitual del relato de los vencedores, pero también una debilidad de versiones marxistas como la de la socialdemocracia, que presentaba la historia como un continuo avance al socialismo.

La estrategia crítica de Benjamin en muchos casos es enrevesada y críptica, sus analogías y definiciones muchas veces discutibles –incluso entre sus amistades, con las que compartía cierto marco común de intereses, fueron fuertemente discutidas–, pero como destacara Terry Eagleton –en una lectura crítica de muchos de sus conceptos–, este búsqueda funciona como contracara del reformismo conformista en que evolucionó la socialdemocracia ya en épocas de Benjamin e incluso del escepticismo que permeó a sus interlocutores cercanos en la Escuela de Frankfurt: “el mismo aletargamiento y gravitas de su carácter saturnino coloca una bomba de relojería bajo las mitologías historicistas simplistas, del mismo modo en que su lúgubre nostalgia se agarra a imágenes del pasado solo para arrastrarlas violentamente a través de los espacios vacíos del presente. Por tanto, se trata de un peligroso tipo de inercia particularmente robusto, el del perpetuamente insubordinado más que el del satisfactoriamente pacificado” [11].

Baudelaire, París, alegorías, flâneurs, pasajes, surrealismo, tiempo presente, historia: son los temas que lo obsesionan. Quizás a ello se refiera cuando en uno de los textos sobre el hachís dice: “Uno sigue los mismos caminos del pensamiento que antes. Solo que parecen sembrados con rosas” [56] –o quizás de otro tipo de flores–. Como sea, más allá de cuánto haya conseguido de estas experiencias con el hachís, la productividad de esta profusa red de reflexiones sobre la historia y la cultura dan la pauta de que leer a Benjamin garantiza un buen viaje por los avatares de la vida moderna capitalista. Y frente a una nueva edición de parte de estos textos, lo que correspondería desear, entonces, es que gire…

 
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