María Esther Buet relató detalladamente las circunstancias en las que se llevó a cabo el secuestro de su esposo y la propia persecución hacia ella, que salvó su vida en varias ocasiones, cuando fuerzas conjuntas la buscaron tanto en el departamento que alquilaba junto a su esposo y su hija, como en la casa de sus suegres en Berisso y luego en la casa de una prima de su esposo en la misma ciudad.
María Esther trabajaba en Swift donde era delegada hasta que unos días antes del golpe una persona llamada Jorge Gómez, ligada a la burocracia sindical la amenazó con la posibilidad de secuestrarla sino renunciaba. Después de las varias veces que salvó su vida pasó casi todo el año 1976 viviendo en la casa de su hermano, viendo contadas veces a su pequeña hija.
Sobre su esposo Miguel Ángel Soria contó que era delegado del Astillero y militante de la Juventud Peronista. Su suegra mientras estuvo viva lo estuvo buscando, ella falleció antes de que el Equipo Argentino de Antropología Forense hallara sus restos enterrados como NN en el cementerio de San Martín.
Con profundo dolor manifestó: “No puedo entender de alguien, de tener veinticinco años y que se lo lleven y que devuelvan esos huesitos, eso no lo puedo entender ni puedo cerrar nada hasta ahora. Y bueno, trataré de ir haciendo un esfuerzo para hacer el duelo porque la verdad que con esto así no se puede vivir porque me duele, qué sé yo, que la justicia todavía no se haya...a lo mejor está trabajando la justicia, pero bueno, con la cantidad de desaparecidos que hay, sé que hay muchos”.
Sobre el vínculo con su hija sostuvo, llorando, que está muy dañado, que por lo que pasaron la culpabilizaron mucho y que la dictadura hizo que se perdieran de compartir muchas vivencias juntas. Sus últimas palabras fueron: “Cada vez que pueda declarar lo voy a hacer, lo que me acuerde, en algún momento justicia habrá porque necesitamos que Clara Anahí también aparezca”.
Conservar la memoria
En segundo lugar, declaró Stella Maris Soria. Relató que cuando vinieron varios hombres armados a secuestrar a su papá, y uno la alza a upa, ella, que tenía cinco años aquel día de junio de 1976, estaba mirando “La pantera rosa”. El hombre que era el único trajeado que la alzó supo después que se trataba del comisario Viola, que estaba a cargo del operativo y pertenecía a la Brigada de Investigaciones de La Plata.
Manifestó que “Ese día nos cambió la vida a todos”. Su abuela comenzó el peregrinar de hacer denuncias, trámites, mandar cartas al arzobispado, hábeas corpus, ir a todos lados como hicieron la mayoría de los familiares. Los militares siguieron yendo a su casa durante un año durante la madrugada. Como era repetitivo, llegaban a alrededor de las dos de la mañana pateando la puerta, su abuelo ponía el despertador y no dejaron de ir una sola noche hasta mayo del 77 que desaparece María Seoane que era la novia de su tío.
La audiencia pasó a un cuarto intermedio cuando Stella Maris se angustió mucho relatando el hallazgo de los restos de su padre. Sostuvo que “Es muy difícil entender cuando se llevan una persona y te entregan un par de huesos, un esqueleto incompleto con un cráneo multifragmentado, sus fémures quebrados, cuando uno no tiene un cuerpo, es muy difícil hacer ese duelo, es muy difícil entenderlo”.
Declaró que su papá estuvo detenido primero en La Plata sin saber precisamente dónde, luego tuvieron certezas de que estuvo en la Brigada de Lanús, conocida como el “Infierno” y lo fusilan en Caseros, fingiendo un enfrentamiento el 3 de febrero de 1977.
Por último, recordó a su abuela y a su abuelo expresando: “Si hoy estoy acá también es por ella, por mis viejos, por ella, para que se haga justicia. Agradezco a ustedes que me dan esta posibilidad de saber un poco más de la verdad día a día acompañada por la justicia para conservar esta memoria que es importante y trasladarla de generación en generación y quisiera pedir que bueno, la justicia en realidad tiene que actuar, y sabemos, que tienen que tener cárcel común y perpetua y que bueno, justicia por mi papá, por los 30.000 desaparecidos, por todo lo que vivimos, por todo eso pido justicia”.
Complicidad de la Iglesia
En tercer y último lugar prestó su testimonio Norma Soria, hermana de Miguel Ángel. Manifestó que el día que fueron a secuestrar a su hermano los hicieron tirar cuerpo a tierra a ella y a su hermano menor y les dijeron: “Que a nosotros y a toda la juventud la tenían que eliminar para evitar todo lo que venía y toda la pudrición, que nosotros éramos la pudrición”.
Contó que como parte de la búsqueda de su hermano fueron a ver a Minicucci, uno de los imputados en esta causa que nos les dio ninguna información y a ver al nuncio apostólico donde el señor Soci se hacía pasar como secretario de monseñor Plaza y era una persona que pertenecía a la policía y recababa datos de los desaparecidos. Afirmó que “Monseñor Plaza también estaba implicado en todo esto porque de la parte de abajo de la iglesia salían los Ford Falcon, salían a levantar a todos los chicos”. Sostuvo que Jorge Gómez era integrante de la SIDE y también estuvo involucrado en el secuestro de su hermano.
Finalmente expresó que hace cuarenta y cinco años que está tratando de sanar las heridas que no sanan nunca porque quedan secuelas, cree que todo hermano, hijo, padres de los que ya no quedan, han quedado traumatizados a causa de todo esto porque realmente fue una masacre. “Te embarga una sensación de tristeza que es difícil sonreír. Aunque olvides algunas cosas que le pueden haber pasado a tu hermano, te queda el dolor, y aunque lo encontramos desarmó todo, nos desarmaron a todos”.
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