Con el paso del tiempo y desde su fundación, hace ya cincuenta años, el Frente Amplio (FA) se ha ido convirtiendo para el sentido común en sinónimo de ser de izquierda en Uruguay.
Creemos que en esta forma de entender lo que es ser de izquierda subyace una visión frentepopulista (producto centralmente de la propia hegemonía que han tenido históricamente en nuestro país los grupos principales como el Partido Comunista y el Partido Socialista).
Los dirigentes del Frente, y también aquellos grupos que hoy están afuera pero reivindican al FA “de los orígenes” como el 26 de Marzo; actúan políticamente como Frente Popular no solo como una táctica sino como una estrategia permanente.
Vale recordar que la política del frente popular surge en los años 30 con la ilusión de que la conciliación de clases (alianza de las fuerzas obreras y populares con sectores de la burguesía y de sus partidos), puede lograr frenar el ascenso del fascismo.
Posteriormente se extiende y aplica a otras situaciones políticas en las que se entiende que de esta manera se pueden lograr avances y conquistas para la clase trabajadora.
El resultado de dicha táctica en diversos momentos y lugares del mundo ha sido trágica, llevando al movimiento obrero y a la militancia a callejones sin salida, provocando la desorganización de los movimientos de masas e incluso grandes costos en muertes a consecuencias de las derrotas sufridas.
Posteriormente los frentes populares significaron un obstáculo y un desvío a la trayectoria del movimiento obrero organizado en el periodo de ascenso obrero de fines de los 60 y principios de los 70.
Esta táctica convertida en estrategia permanente deriva en un accionar del movimiento obrero y las fuerzas de izquierda alejados de la lucha de clases y cada vez más subordinados a la legalidad burguesa, como pata izquierda del régimen de la clase dominante.
La trayectoria del Frente Amplio es un ejemplo histórico de esto: corrido cada vez más a la derecha, ha jugado un rol central en la contención y en garantizar la estabilidad de la dominación capitalista en el Uruguay.
La fundación y su contexto
El origen del Frente Amplio es la concreción de una vieja táctica, el frente popular, buscada por los dos partidos reformistas históricos del movimiento obrero del Uruguay, el Partido Socialista y el Partido Comunista.
El primer antecedente directo a nivel local fue a partir de la oposición a la dictadura de Terra en la década del 30, en donde sectores de los partidos tradicionales (el batllismo y el nacionalismo independiente), junto a el Partido Socialista y el Partido Comunista confluyeron en distintas instancias de discusión y organización para la formación de un frente que finalmente no se concretó (por reticencias de los mismos partidos burgueses participantes y diferencias planteadas entre las dos fuerzas de izquierda).
En esa época el Partido Socialista impulsaba la Comisión pro Concertación Democrática mientras que el Partido Comunista promovía el denominado Frente Popular.
Como decíamos anteriormente esta táctica basada en la conciliación de clases e impulsada originalmente por la III Internacional bajo el mando de Stalin llevó al movimiento obrero internacional a grandes derrotas y catástrofes.
Aquí en Uruguay se logró finalmente reproducir a fines de los sesenta y principios de los setenta, para desviar el ascenso obrero y popular que se estaba desarrollando.
Ya en los años 60 se forman la Unidad Popular (UP), impulsada por el Partido Socialista aliándose con sectores blancos, y el Frente Izquierda de Liberación (FIDEL) a instancias del Partido Comunista e integrando a personalidades de los partidos tradicionales.
El salto que se da en esta política con la creación del Frente Amplio a comienzos de los 70 generó una profunda ilusión entre trabajadores y luchadores, aumentada por la situación en Chile donde con la Unidad Popular encabezada por Salvador Allende se vivía la llamada “vía chilena al socialismo” a partir del triunfo electoral.
Tal como muestra la historia de ese país esto no sucedió, y por el contrario, el proyecto de la Unidad Popular (también un Frente Popular), contribuyó a desarmar a la clase trabajadora frente al golpe que preparaba la reacción y que se concretó el 11 de setiembre del 73 con el levantamiento encabezado por Pinochet.
En este sentido, cabe preguntarse cuál fue la posición del Frente Amplio ante el golpe que se avecinaba en Uruguay.
El 27 de junio, e incluso durante las jornadas previas de febrero, el Frente no potenció la profunda disposición a la lucha de los trabajadores y estudiantes que enfrentaban en la calle a los militares.
Las expectativas que generaron en febrero los comunicados militares 4 y 7 (en las que había algunas críticas al despilfarro y la corrupción y se proponían tibias medidas para un desarrollo nacional) dan cuenta de la visión que primaba en las fuerzas mayoritarias del Frente Amplio, en especial el Partido Comunista.
No se trata de una situación únicamente uruguaya, ya que lo mismo sucedía en distintos países del continente, donde algunas fuerzas de izquierda esperaban el surgimiento de alas militares nacionalistas, al estilo del peruano Velazco Alvarado.
Callejón sin salida en los momentos decisivos
Esta posición, relacionada también con la visión frentepopulista, en tanto se buscan acuerdos y alianzas con sectores burgueses civiles o militares, relegaba a un segundo plano el protagonismo de la clase trabajadora.
Si el Frente Amplio nace desviando el ascenso hacia lo electoral a comienzos de los 70, pocos años después busca “atajos” intentando confluir con sectores de la oficialidad militar.
La dirección mayoritaria llevó a la resistencia hacia un callejón sin salida y a pesar del heroísmo de su base militante la huelga general que se decretó ante la insubordinación militar fue levantada.
Ante los planes de la burguesía y el imperialismo de avanzar contra los intereses populares mediante un nivel de violencia más elevado con el golpe de Estado, la persecución, cárcel, tortura y muerte de militantes, el Frente Amplio descreído de los métodos de lucha de la clase obrera en ningún momento concibió la posibilidad de oponer a la violencia estatal la consolidación de una alternativa de poder de los trabajadores.
Luego, durante la dictadura, la dirección del Frente Amplio buscó acuerdos y acercamientos a sectores burgueses (que en su momento votaron medidas represivas) como el nacionalista Ferreira Aldunate, con quien se impulsó la llamada “convergencia democrática”.
Estos son ejemplos históricos de la pérdida de centralidad obrera en la estrategia frentepopulista que primaba en las principales fuerzas de la izquierda desde hacía décadas.
La estrategia revolucionaria en la que la clase obrera acaudilla a los sectores oprimidos de la nación es reemplazada por la búsqueda de alianzas con otros sectores sociales, donde la clase trabajadora queda diluida en pos de acuerdos con figurones burgueses.
Si como veíamos esto lo venían buscando los partidos comunistas y socialistas desde hacía décadas, es con el Frente Amplio que esta posición tiene su punto cúlmine, y así se mantiene hasta nuestros días.
La victoria era posible; basta constatar la voluntad de lucha y sacrificio de amplias masas trabajadoras en la resistencia al golpe, y el sostenimiento de la huelga general por dos semanas frente a la dictadura. No hubiera sido la primera vez en la historia que mediante una dura lucha, como fue la huelga general, se constituya a partir de la resistencia un poder obrero que se plantee la derrota total de las fuerzas reaccionarias, derrocando el poder burgués y del imperialismo en el país, en el marco de una estrategia revolucionaria.
Por el contrario el papel de las direcciones frenteamplistas se limitó a llevar a un callejón sin salida desmoralizante, a la heroica lucha que estaba llevando a cabo la clase obrera uruguaya.
La transición a la democracia y el rol del Frente Amplio
El pueblo uruguayo enfrentó la dictadura desde sus propios inicios, una resistencia masiva con decenas de miles de militantes que intentaban desde la clandestinidad realizar acciones diversas, con el peligro de la persecución, el exilio, la cárcel, la tortura y la muerte.
La derrota de la dictadura en el plebiscito de 1980, que no avaló la propuesta de reforma constitucional de los militares, dio un gran impulso a la restauración de la democracia.
El Frente Amplio terminó teniendo un rol clave en el desvío de esta lucha contra la dictadura, logrando junto a los partidos tradicionales blanco y colorado restaurar la vieja democracia burguesa.
Fiel a su estrategia le tendió la mano a la clase dominante y sus representes políticos para preservar el orden burgués bloqueando cualquier posibilidad de lucha independiente de los trabajadores en una perspectiva socialista, basada en la derrota de la dictadura ya desgastada, la movilización popular y la auto organización independiente de la clase obrera.
La participación en el Pacto del Club Naval [1] , donde se acordó la impunidad para los militares genocidas de la dictadura, constituye un hito en la historia del FA mostrándolo ya plenamente integrado al sistema y jugando un rol clave para su estabilidad y reorganización.
Hay que recordar que en ese momento la posición del FA fue la que permitió el desvío del creciente rechazo que iba generando la dictadura, para canalizarlo y encauzarlo dentro del marco de las instituciones del régimen.
La consigna fue “la unidad y la pacificación nacional” y la estableció su principal líder Liber Seregni (liberado el 19 de marzo de 1984), cuando en su primer discurso se pronunció por una transición “ordenada”: “Ni una sola palabra negativa, ni una sola consigna negativa…quiero decirles una cosa, la gran preocupación de este momento, para poder transitar efectivamente los caminos a la recuperación de la democracia es la pacificación de los espíritus, la pacificación nacional. Lo sentimos como la necesidad, no hay democracia si no hay paz. Y la pacificación que lleve al reencuentro de los orientales…”.
Discurso de Liber Seregni a su salida de prisión. Foto: La República
En los hechos, y contemporáneamente a lo vivido en otros países del Cono Sur e incluso a nivel mundial, se concretó una transición post-contrarrevolucionaria [2] frustrando cualquier perspectiva de una salida revolucionaria del régimen militar mediante un derrocamiento de la dictadura con los métodos de la clase obrera.
El Frente Amplio, que como decíamos anteriormente en sus orígenes en los 70 era un Frente Popular, progresivamente fue profundizando su integración al régimen y moderando sus aristas más radicales para pasar a ser la pata izquierda del espectro político del país, una variante más de conciliación de clases; a su vez con el paso del tiempo adquirió la forma de un partido más que de un frente en si mismo.
Los 80 con el pacto del Club Naval marcan un hito en este abandono de las características más clásicas del frente popular, para pasar a ser una opción centro izquierdista dentro del régimen.
El impacto de la caída del muro de Berlín
Los años noventas profundizaron la tendencia hacia la derecha del Frente Amplio, bajo el impulso derrotista de las corrientes que lo componen, a partir de la caída del bloque soviético, el consenso de Washington [3] y el auge de la era neoliberal.
Es este también el momento de la primera experiencia de gestión estatal del Frente Amplio, al ganar la intendencia de Montevideo bajo el liderazgo de Tabaré Vázquez.
Desde este lugar, donde ya lleva gobernando más de 30 años, mostró que es absolutamente incapaz de llevar adelante alguna reforma estructural y que su papel se limita a gestionar el capitalismo, incluyendo en su accionar políticas privatizadoras, tercerizadoras y de precarización laboral.
A nivel nacional las ofensivas patronales de los gobiernos de Lacalle Herrera y Sanguinetti, recibieron respuestas tibias y centradas en la contención del conflicto social.
Cuidando por izquierda la estabilidad del régimen, su papel se limitó a oponerse a los aspectos más salvajes del nuevo modelo, como por ejemplo el intento generalizado de privatización de las empresas públicas que proponía el neoliberalismo gobernante.
Las respuestas de lucha del movimiento obrero, como la huelga de la construcción, la lucha contra la reforma educativa o los hechos del Hospital Filtro (cuando se da una salvaje represión a los manifestantes que se oponían a la extradición al Estado Español de algunos vascos acusados de pertenecer a ETA), fueron desviadas y contenidas en favor de la acumulación electoral del Frente Amplio.
En el fondo su estrategia se basa en la creencia de que es posible una “humanización” del capitalismo, al mismo tiempo que descree y reniega de la perspectiva anticapitalista. En lugar de promover y acompañar las luchas y resistencias que se oponían a la ofensiva neoliberal, que en perspectiva podían avanzar en una estrategia que cuestionar estructuralmente el régimen político, se limitó a generar ilusiones en un cambio por la vía electoral a partir del triunfo del Frente Amplio.
La crisis del 2002
La culminación de esta estrategia de acumulación electoral a costa del sufrimiento de grandes masas, fue la contención de la lucha en la crisis del 2002 bajo el gobierno de Jorge Batlle.
Esto le valió a la “izquierda responsable” ganarse la confianza del régimen para la gobernanza del país, luego de agotarse los grandes partidos de la derecha con el saqueo neoliberal del que fueron protagonistas durante los noventas.
Estos años en la oposición muestran que en realidad más que oponerse a las políticas de la derecha, el papel central del Frente Amplio es actuar como contención para el surgimiento en el movimiento obrero de tendencias clasistas y anticapitalistas.
Se vuelve a confirmar en este periodo nuestro punto de vista en relación a la experiencia frenteamplista; en el sentido que no es un avance para el movimiento popular, sino que por el contrario pone límites y contiene los procesos de radicalización política de los trabajadores y sectores populares.
Se conjugan para este fin el electoralismo absoluto del FA, que pone todas las expectativas de cambio en ganar las elecciones, el respeto total y absoluto al régimen y sus mecanismos y la continua negociación y búsqueda de acuerdos con sectores de la burguesía.
De esta manera la propia hegemonía del Frente Amplio pone un límite y un techo a aquellos sectores del activismo y la militancia que lucharon contra la ofensiva neoliberal del período. |