"Yo quería saber dónde estaba mi hermano"
En primer lugar continuó la declaración el sobreviviente Mario Colonna que había iniciado en la audiencia anterior. Relató que lo trasladaron el 14 de diciembre de 1976 a la Unidad 9 de La Plata, sufriendo al ingreso una intensa golpiza por parte del personal de requisa del Servicio Penitenciario. “Nos llevaron con otro compañero al pabellón 13 que queda al fondo llamado por todos los presos políticos que estuvimos ahí como la Siberia”.
El 29 de mayo de 1979 lo trasladan a la Unidad 1 de Caseros en Capital Federal donde permaneció hasta agosto de 1980 en donde el cura Cascabelo, el teniente coronel Sánchez Toranzo y el jefe del penal presionaron a él y a otros detenidos para firmar una carta de arrepentimiento, declarando si habían estado en una organización armada.
Debían denunciar la violencia que estas organizaciones habían ejercido con el objetivo de que el Ministerio del Interior (con Albano Harguindeguy al frente) presentara ante la CIDH cuya visita al país se acercaba para que “que tuvieran en cuenta de que había muchos terroristas que habían sido reeducados a través del servicio penitenciario por la bondad de las fuerzas conjuntas que habían dado el golpe”. Colonna se negó y planteó que le dijeran qué había pasado con su hermano que hasta hoy continúa desaparecido.
En 1980 comenzó a cambiar el régimen dentro del penal, logrando más recreos y asistir a la misa que les permitía encontrarse con otros compañeros detenidos. Luego lo trasladan en septiembre de 1980 nuevamente a la Unidad 9 junto a otros compañeros en donde reclamaron y lograron mejoras en las condiciones de detención. En noviembre de ese año le dan la libertad vigilada.
"Nuestras familias sufrieron mucho"
Luego declaró Virgilio César Medina. Tenía 34 años y estaba vinculado al partido socialista democrático cuando fue secuestrado. Relató que el 24 de marzo de 1976 lo secuestraron de la casa de su madre y padre, en presencia de su esposa y sus hijos, por personal de la Policía bonaerense y del Ejército argentino. En primer lugar lo llevaron a comisaria de Lobos. Allí el agente Pipo lo insulta y golpea.
Sufre varios traslados donde reconoce al oficial Roque Cócaro padre y junto a otros compañeros llegan al Pozo de Banfield, donde realizan un simulacro de fusilamiento. En las primeras horas de su cautiverio allí, por el temor de nombrar gente en la tortura que pueda ser perseguida y por su estado de angustia, intentó quitarse la vida. Posteriormente fue torturado con picana eléctrica.
Expresó que “la tortura también era psicológica porque se escuchaban los gritos de jovencitos que gritaban a la noche, como voces perdidas, como idos, uno escuchaba esos gritos que taladraban, mamá, papá. En ese período la comida y el agua era a las perdidas como para mantenerlo vivo a uno, pero muy poco”.
Después de algunos días se apersonaron dos oficiales del Ejército, que luego supo que eran Alejandro Duret, quien fue uno de los que lo torturó, y Vidal, cuyo nombre desconoce. De allí lo conducen a una dependencia de la Policía Federal en Azul y luego a la cárcel donde se encontró con su padre Homero Virgilio que también había sido secuestrado. Es llevado a la cárcel de Sierra Chica donde estuvo tres años y luego lo trasladan a la Unidad 9 de La Plata de donde lo liberaron el 18 de julio de 1980.
Relató que su esposa Silvia María Pascual, docente, sufrió persecución tanto en su casa, en las visitas a Sierra Chica y en su trabajo por parte del oficial Cócaro hijo y otro del Ejército y del hermano de Alejandro Duret. Hizo referencia al sufrimiento de los familiares en las requisas que eran absolutamente denigrantes, incluyendo manoseos, en especial para sus hijes que eran chiquites.
“Es muy triste todo eso y deja huellas en todos, también seguramente a consecuencia de esto y de otras cosas, pero esto ha aportado seguro una de las hijas nuestras se suicidó y quedó el nene de ella que lo criamos nosotros desde muy chiquito, tenía un año”.
Finalizó manifestando que era una satisfacción para él, aunque despierte feos recuerdos, colaborar con un granito de arena para llegar a la verdad.
"Agradezco mucho a les sobrevivientes"
En tercer lugar declaró Eva Romina Benvenutto, hija de Rosa Elena Vallejos y Jorge Omar Benvenutto, quienes militaban en el Partido Justicialista en la localidad de Ensenada y hacían trabajo social en los barrios más pobres. Rosa, de 23 años, estudiaba en la Facultad de Medicina y Jorge, de 24 años, trabajaba en el comedor de la misma facultad. Por la persecución que sufrían se mudaron a Punta Lara.
Previo al secuestro de su madre y su padre, en julio del 76 buscando a su padre secuestraron a su tío Oscar de 15 años a quien después de dos días de estar en Arana liberaron. El 23 de julio secuestraron a Rosa y a Jorge. Rosa estuvo detenida en la comisaría de Valentín Alsina, en Arana y en el Pozo de Quilmes, luego la trasladan a la cárcel de Olmos y posteriormente a la de Devoto. Le dieron la libertad condicional en enero de 1980 y en octubre del mismo año falleció en un accidente de auto.
Eva relató emocionada que su padre le dijo a su madre en un encuentro en cautiverio que él no iba a salir pero que se quedara tranquila que ella sí y podría cuidarla. Finalizó su testimonio agradeciendo a les sobrevivientes que gracias a sus relatos “podemos reconstruir los familiares y los hijos un rompecabezas con todo el dolor que lleva, pero para poder haciendo memoria y justicia por los 30000 y que los crímenes de lesa humanidad nunca más se den”.
Víctima de un doble secuestro
Por último, declaró el sobreviviente Néstor Busso desde la casona-sitio de la memoria Eduardo Mario «Bachi» Chironi en Viedma donde vive desde 1983. Declaró en la Conadep en 1984, en la causa 13, la del juicio a los comandantes en 1985, en el Juicio por la Verdad en La Plata en el 2000 y en 2011 en la causa Circuito Camps.
Néstor fui víctima de un doble secuestro cuando tenía 25 años, estaba casado y tenía dos hijes.
Estudiaba y trabajaba en un centro de comunicación y en una revista en la que publicaban documentación sobre la iglesia católica en América Latina. Tenían un local en la calle 50 entre 22 y 23 de La Plata con una pequeña imprenta, donde el 12 de agosto de 1976 lo secuestraron y lo llevaron a la comisaría octava. Allí lo interrogan con golpes y amenazas preguntándole por obispos de la iglesia católica y por Jaime de Nevares.
Mientras tanto su esposa y sus padres hicieron gestiones de todo tipo para saber dónde estaba, “ante la Iglesia católica por mi relación con la iglesia pero también con el Regimiento 7 del Ejército”.
El 31 de agosto le dan la libertad y esa misma noche lo vuelven a secuestra en su casa. Lo llevan a Arana y luego al Pozo de Quilmes. Luego de varios días y de un simulacro de fusilamiento le cortaron el pelo y lo afeitaron, obligándolo a firmar una declaración de que él colaboraba con la “subversión”. Luego de un total de 50 días el 20 de octubre lo liberaron.
En el momento de la liberación un hombre le dio un sermón diciéndole que él colaboraba con la subversión y que ellos defendían la patria. Años después, de regreso de su exilio a Brasil, reconoció la voz de Etchecolatz cuando este fue al programa de Grondona.
Sus palabras finales fueron de agradecimiento a todos los que están trabajando por la memoria, la verdad y la justicia. Concluyó emocionado que “Mi testimonio es una obligación para los 30.000 compañeros y compañeras desaparecidas”.
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