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28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

Contrapunto
Pablo Iglesias y Enrico Berlinguer: del Eurocomunismo a la video-política
Josefina L. Martínez | @josefinamar14

En su última entrevista pública, Pablo Iglesias se comparó con el dirigente histórico del Partido Comunista Italiano, Enrico Berlinguer. Apuntes sobre pasado y presente del neorreformismo.

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El pasado 4 de mayo, tras los malos resultados en las elecciones madrileñas, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, anunciaba su renuncia a todos sus cargos políticos, incluyendo su escaño en el Congreso, y el abandono de la “política activa”. Se cerraba así un ciclo político.

«Ni siquiera el líder del mayor partido comunista de Occidente, Enrico Berlinguer, había logrado llegar donde he llegado yo: un marxista en un gobierno de la Alianza Atlántica. Y eso que Berlinguer ganó las elecciones europeas, había hablado al Corriere del ’tranquilizador paraguas de la OTAN’. Desde el punto de vista histórico, observar lo que he realizado me produce vértigo».

Estas fueron las palabras de Pablo Iglesias en una entrevista con el Corriere della Sera de Italia. Tres días después, anunciaba su retirada de la vida política.

La figura de Berlinguer siempre sedujo a Pablo Iglesias. Pero su propio reflejo lo encandila aún más. Un profesor de ciencias políticas que emergió en la política española hace siete años hablando contra la casta y llegó a vicepresidente de un gobierno de la OTAN. La referencia histórica nos permite recuperar el tránsito que va de la herencia eurocomunista a la video política del neo reformismo podemista. Y plantear algunas lecciones acerca del papel histórico de la izquierda reformista europea como el mejor “médico de cabecera del capital” en momentos de crisis. Toda una ingeniería política puesta al servicio de restaurar el Estado capitalista y, por esta vía, terminar abriendo camino al fortalecimiento de corrientes de la derecha que llevan adelante nuevos ataques sobre la clase obrera y los sectores populares.

El eurocomunismo y el legado de Berlinguer

Berlinguer fue el dirigente del Partido Comunista Italiano (PCI) entre 1972 hasta su muerte en 1984. En Italia impulsó el compromiso histórico, una política para buscar acuerdos de gobierno con uno de los principales partidos de la burguesía italiana, la católica Democracia Cristiana. Berlinguer fue también padre del eurocomunismo. Una socialdemocratización de los partidos comunistas europeos, que, a fines de los años 70 del siglo XX profundizaron su adaptación a las democracias liberales en países imperialistas como Italia, España, Portugal y Francia. Con la nueva orientación, estos partidos plantearon algunas críticas a la URSS, mientras adoptaban como línea central la defensa de las instituciones de las democracias capitalistas y la articulación de pactos con sus propias burguesías. En 1977, esta orientación se formalizó en un encuentro en Madrid entre Enrico Berlinguer del PCI, el dirigente del Partido Comunista Español, Santiago Carrillo y Georges Marchais por el Partido Comunista Francés.

En el caso del PCI, tan admirado por Pablo Iglesias, este había logrado un 35% de los votos en las elecciones de 1976, el mayor porcentaje en votos y número de escaños alcanzado por un Partido Comunista hasta entonces en Europa occidental. También gobernaban en muchas ciudades italianas, como Roma. Poco antes, en 1973, Berlinguer había publicado unos ensayos en el órgano cultural comunista Rinascita, donde formula por primera vez la estrategia del “nuevo compromiso histórico”.

El primer gran compromiso histórico lo había impulsado Palmiro Togliatti, dirigente y líder indiscutido del PCI entre 1927 y 1964. [1] En Italia, al final de la Segunda Guerra mundial, la resistencia armada de la clase obrera había sido clave para derrotar a los fascistas. Pero los partisanos eran un peligro para la burguesía mundial y para los acuerdos de Stalin con los aliados. En abril de 1944, Togliatti fue lanzado en paracaídas para implementar el “giro de Salerno”: llamó a abandonar la lucha armada y la vía “insurreccional” para apoyar una transición democrática en un gobierno con la burguesía. Como “ministro sin cartera” integró el gobierno de unidad nacional del Mariscal fascista Badoglio. Más tarde ingresó como ministro del gobierno de Bonomi, sostenido por los partidos del Comitato di Liberazione Nazionale y ejerció como Viceprimer Ministro en el gabinete del democristiano Alcide De Gasperi en 1945. Los comunistas fueron expulsados del gobierno en 1947, solo después de haber propuesto y aprobado una ley de amnistía para dirigentes fascistas de primer orden como Junio Valerio Borghese, el “príncipe negro”.

En su ensayo de 1973, Berlinguer retomaba la idea del compromiso histórico y un gobierno de unidad nacional. Para eso hacía referencia a la experiencia chilena y al golpe de Estado de Pinochet. Su conclusión era que ese resultado se podría haber evitado si se hubiera establecido desde el comienzo un mayor acuerdo con la Democracia Cristiana en Chile. Es decir, en vez de reconocer que la política de moderación de Allende respecto a los preparativos golpistas de la burguesía había culminado con el triunfo de esta, Berlinguer sostenía que el problema era no haber sido suficientemente conciliador. A continuación, establecía un símil con la situación italiana, planteando que allí también había una “amenaza” en ciernes contra la democracia. Para superar ese peligro y salir de una situación de crisis e inestabilidad política permanentes, consideraba necesaria la alianza con la Democracia Cristiana para formar gobierno. Porque, en sus palabras: “No se puede gobernar y trasformar un país con una mayoría del 51%”. El objetivo de Berlinguer era lograr una gran alianza nacional de la clase obrera con las clases medias progresistas y la burguesía, a través de un acuerdo con los partidos católicos y liberales.

Los eurocomunistas eliminaron la lucha por la "dictadura del proletariado" de la letra de los programas de los Partidos Comunistas, aunque su contenido ya estuviera pervertido hacía mucho tiempo por la burocracia estalinista y el régimen del partido único. [2] La teoría se acomodaba así a la práctica política real. Porque esto, concretado ahora en el papel, no era más que la culminación de un proceso que se había iniciado ya en los años 30 con la política contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista, enemiga del desarrollo de la revolución internacional y promotora del Frente Popular. [3] Esta estrategia había llevado a la derrota la Revolución española, abriendo así el camino hacia la Segunda Guerra mundial. En la inmediata posguerra, los partidos comunistas volvieron a jugar un papel clave en estrangular la lucha revolucionaria en el corazón de Europa, ingresando a gobiernos de unidad nacional con la burguesía que permitieron restaurar el orden burgués.

Pero en los años 70 los principales partidos comunistas europeos dieron un paso más en su integración a los regímenes imperialistas. Cuando se abrieron procesos de lucha de clases –como el mayo francés o el otoño caliente italiano–, crisis económicas y crisis políticas agudas, volvieron a ser claves para la estabilización de los Estados capitalistas. Y como parte de su integración plena en estos, colaboraron con la aplicación de políticas de represión y austeridad contra la clase obrera. En el caso italiano, lo hicieron sosteniendo desde afuera a los gobiernos de la Democracia Cristiana (a pesar de los intentos del PCI, esta no aceptó un gobierno común). El gobierno del demócrata cristiano Giulio Andreotti, apoyado desde afuera por el PCI, implementó un programa de austeridad que incluyó la suba de las tarifas del combustible, el gas y el transporte, junto con un congelamiento salarial.

La Democracia Cristiana llevó a cabo, simultáneamente, brutales operaciones de represión, espionaje e infiltración con mecanismos de "guerra sucia" contra las organizaciones de la izquierda obrera y estudiantil que eran críticas con el PCI (entre la que había organizaciones armadas y otras que no lo eran, que se organizaban en fábricas y universidades). La represión incluyó asesinatos, detenciones y exilios forzosos, como el de Toni Negri. Y mientras los carabinieri reprimían manifestaciones utilizando carros blindados, la Democracia Cristiana y el PCI condenaban de forma conjunta "la violencia terrorista". Cuando todavía se vivía una radicalización de la lucha obrera en las fábricas, Berlinguer y Lama (Secretario General de la principal central sindical italiana, la CGIL) hacían discursos a favor de la "austeridad", llamando a aceptar las condiciones del FMI a cambio de créditos.

En el caso español, el PCE fue también un factor decisivo para avanzar en una “transición ordenada” después del franquismo. El PCE de Carrillo logró desarmar desde adentro la movilización obrera y popular, al mismo tiempo que avalaba la restauración de la monarquía y firmaba los pactos de la Moncloa, como parte de una verdadera contrarrevolución democrática.

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En Italia, Berlinguer pretendió ir más allá en su compromiso histórico con la burguesía italiana, pero no pudo. El gobierno PCI-DC no se concretó y en 1984 Berlinguer falleció. Aunque en las siguientes elecciones europeas el PCI alcanzó el primer lugar, poco después se inició su veloz descomposición. El peso de la derecha y la extrema derecha de Berlusconi en la política italiana en las décadas siguientes no puede entenderse sin apuntar a esta debacle autogenerada por la izquierda reformista italiana.

Los partidos eurocomunistas, con su profunda adaptación a las democracias imperialistas y actuando como enemigos del desarrollo de la autoorganización y la lucha de clases, fueron claves para el ascenso de la derecha y la ofensiva capitalista neoliberal a comienzos de los años 80. Después de la caída del muro de Berlín, cuando sectores de la burocracia soviética se reconfiguran como gestores de la restauración capitalista, el PCI terminó disolviéndose. [4]. El Partido Comunista más grande de occidente, que había logrado influencia de masas en los sindicatos y en el Parlamento, terminaba disuelto como un terrón de azúcar. Eso sí, después de haber prestado servicios indispensables a las clases dominantes en las dos grandes crisis del orden burgués de posguerra.

El neorreformismo y el auge de la video política

La irrupción de Podemos en el Estado español en 2014, la llegada de Syriza al gobierno griego en enero de 2015, el crecimiento electoral de Corbyn en Inglaterra entre 2015 y 2018, o la performance electoral del Bloco de Esquerda en Portugal en este mismo período, fueron parte de una nueva ola de corrientes políticas neorreformistas después de la crisis capitalista del 2008. La derrota de Syriza en Grecia en julio de 2019 en manos de Nueva Democracia, así como la renuncia de Pablo Iglesias y el triunfo arrasador de la derecha en Madrid, son dos hitos que clausuran ese ciclo político. Como resultado, se frustraron gran parte de las expectativas que habían generado y permitieron una recomposición de los regímenes políticos que ahora, frente a una nueva crisis disparada por la pandemia, se preparan para descargarla sobre la clase obrera.

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En un texto publicado en 1977, Ernest Mandel analizaba el fenómeno del Eurocomunismo. [5] Y señalaba que una de sus características era la creciente autonomía de la política respecto de la lucha de clases. El apunte sirve para poner el foco en un elemento que en Podemos se transformó en fundamento. Señalaba Mandel [6] en ese trabajo:

“Y es que todo eso hace abstracción del factor decisivo de la política en la sociedad burguesa: la lucha de clases elemental. A fuerza de sucesivas mediaciones introducidas entre el análisis socioeconómico y el análisis político, este último acaba por desligarse por completo de su base y por ser considerado como un juego totalmente autónomo en el que la astucia, la táctica, la maniobra, el compromiso, la psicología, lo son todo, mientras que el interés material de clase ya no es nada. Pero toda la historia del siglo XX testimonia en contra de semejantes concepciones burocráticas, maniobreras y manipuladoras de la política, que no son esencialmente estalinistas en la medida en que son comunes a la burocracia socialdemócrata y a la burocracia estalinista”.

Como hemos explicado en otras ocasiones, el lanzamiento de Podemos se combinaba la nostalgia eurocomunista de Pablo Iglesias con las teorías posmarxistas de la “autonomía de lo político” de Laclau de la mano de Iñigo Errejón.

Podemos nació ya como un aparato que pretendía emanciparse de las relaciones de clase, donde “la astucia, la táctica, la maniobra, el compromiso, la psicología, lo son todo, mientras que el interés material de clase ya no es nada”. Esto se expresó en una primacía del discurso y el marketing político sobre todo lo demás; el reinado de la video-política. El centro de gravedad de la dirección de Podemos estaba en la construcción de una corriente política moldeada por las redes sociales y las encuestas electorales.

La lógica de las plataformas digitales permeó también la vida interna de la organización. Y lo que se presentaba como nuevos métodos “participativos” para decidir todo de forma horizontal (las votaciones online, las consultas virtuales sobre temas políticos claves, etc.) fueron la base para un partido cada vez más burocrático, donde algunos pocos “líderes bien amados” digitaban todas las decisiones. Como señala un investigador de estas experiencias de “partidos digitales”, los métodos “participativos” escondían un funcionamiento centralista y plebiscitario. [7] Esto llegó al extremo en mayo de 2018 cuando los afiliados de Podemos fueron convocados a votar en un plebiscito con el único fin de legitimar a sus líderes, Pablo Iglesias e Irene Montero, que estaban siendo cuestionados por la compra de un chalet de 600.000 euros en la localidad de Galapagar, en las afueras de Madrid.

En otro plano, la relación entre estos nuevos partidos reformistas con la clase obrera y los movimientos sociales fue bastante diferente a la que tenía el reformismo eurocomunista. El PCI o el PCE buscaron diluir la fuerza material de la clase trabajadora detrás de una política que no asustara a la pequeña burguesía “progresista” ni a la burguesía. Para eso, utilizaron el peso sindical y político conquistado, para fortalecer un proyecto de conciliación de clases. En el caso de Podemos, en cambio, nacía sin ninguna relación orgánica con la clase trabajadora. Se trataba de un partido creado para impulsar la participación política de “la gente”, un sujeto ciudadano abstracto que iba a ser interpelado exclusivamente en las campañas electorales. [8] Esta inconsistencia social de Podemos, que no buscaba crear ninguna fuerza política militante en la clase trabajadora ni en la juventud, que ahogó toda su vida interna en base a expulsiones, maniobras y censuras, terminó volviéndose contra los creadores del monstruo. Una corriente centrada en “ganar elecciones” y en el atractivo carismático de un líder televisivo, cuando los vientos electorales no fueron favorables, demostró ser nada más que un fraude.

Pablo Iglesias se felicita de haber llegado más lejos que Berlinguer. Y no falta a la verdad. Tanto Iglesias como Tsipras fueron mucho más allá en su integración al Estado capitalista. El PCI llegó a gobernar una ciudad importante como Roma, pero nunca alcanzó el gobierno del estado imperialista italiano (salvo en el período limitado de los gobiernos de unidad nacional de posguerra con Togliatti).

Y así como Berlinguer sacaba conclusiones por derecha de la experiencia chilena de 1973, Iglesias hizo lo propio con la experiencia griega de 2015. Cuando seis meses después de haber llegado al gobierno, Tsipras capituló de forma vergonzosa ante la Troika, la conclusión de Iglesias fue que no se podía hacer nada más. “Lo que ha hecho el Gobierno griego es, tristemente, lo único que podía hacer”, aseguraba Iglesias en aquellos días. Y concluía que “lo único que podemos hacer es acumular un poquito más de poder administrativo” para tratar de “doblarles el brazo a los socialdemócratas” y así lograr gobiernos que “defiendan los derechos sociales, la redistribución de la riqueza y el bienestar”. “Si nosotros ganamos, nuestro enemigo fundamental van a ser las élites locales, y a las élites locales las vamos a poder hacer llorar un poquito, mucho más que los griegos, pero los límites son enormes”, señalaba, en una verdadera oda a la resignación.

Esto marcó su orientación política: profundizó la moderación del programa, mientras intentaba construir una “maquinaria electoral” que le permitiera superar al PSOE en las elecciones para obligarlo a negociar un gobierno común desde la mayoría. Pero el que se fortaleció no fue Podemos, sino el monárquico PSOE. No es sorprendente. Cada vez que Iglesias les hacía una propuesta de formar un gobierno de “cambio”, aquellos lograban “lavarse la cara” un poco más. Iglesias terminó siendo fugaz vicepresidente. Y cinco ministros de Unidas Podemos, incluyendo al Coordinador Federal de Izquierda Unida y dirigente del PCE, Alberto Garzón, entraron como ministros a un gobierno de la OTAN.

También en otro aspecto Iglesias ha replicado la política de Berlinguer. Mientras aquel cooperaba con la “guerra sucia” del Estado italiano contra los sectores más combativos de la izquierda y la clase obrera, Iglesias se integró a un gobierno con el PSOE, creador de los GAL y la “cal viva” en la guerra sucia contra la izquierda vasca. El mismo que ahora, con el aval de Iglesias, garantiza la política reaccionaria del Estado español contra el movimiento democrático catalán, con el encarcelamiento y exilio de sus dirigentes y miles de procesados independentistas, sin plantear ni siquiera la posibilidad de un indulto para los presos políticos.

El Estado español garantiza además la política de fronteras sangrientas de la Unión Europea, responsable de la muerte de miles de migrantes en el mediterráneo o su encierro en Centros de Internamiento para extranjeros. Es el mismo Estado imperialista que mantiene pactos militares con Israel o que vende armas a Colombia, utilizadas para reprimir la rebelión popular.

Iglesias aceptó todas las pautas del juego impuestas por los gobiernos imperialistas de la UE y no le dobló el brazo a nadie, ni a los socialdemócratas, ni muchos menos a las “elites”. El único que terminó llorando fue Pablo Iglesias.

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¿Quién podía creer que era posible democratizar de a poco y gradualmente los Estados imperialistas europeos? La estrategia de reformar al capitalismo ya mostró su fracaso múltiples veces en la historia. Y el resultado fue siempre trágico. Cada vez que los reformistas hicieron alianzas con la burguesía, solo lograron una cosa: recomponer el poder de ésta y fortalecer a las corrientes políticas de derecha, que redoblaron sus ataques a la clase trabajadora. Las monumentales capitulaciones del Eurocomunismo abrieron el camino al neoliberalismo. Las políticas conciliadoras de los neorreformistas le abren la puerta de par en par a la derecha.

Porque, tal como señalaba hace más de 100 años Rosa Luxemburgo, quienes se pronuncian “a favor del método de la reforma legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo, sino por un objetivo diferente. En lugar de tomar partido por la instauración de una nueva sociedad, lo hacen por la modificación superficial de la vieja sociedad.” [9] Y esta vieja sociedad no ofrece más que miseria, sufrimientos y catástrofes para la mayoría de la humanidad.

Después de más de un año de pandemia mundial, y más allá de las desigualdades regionales o nacionales, todo indica que los capitalistas buscarán asestar ataques más duros contra la clase obrera y sectores populares. Lejos de un período de “prosperidad para todos”, intentarán imponer más privatizaciones, recortes y precariedad. Ya estamos viendo cómo aumenta la xenofobia institucional y la persecución a las personas inmigrantes, mientras se incrementan las disputas interimperialistas o entre potencias regionales, etc. Los bombardeos del Estado de Israel contra la Franja de Gaza o la represión asesina del Estado colombiano contra los manifestantes son otras manifestaciones del incremento de las tendencias guerreristas y represivas de los Estados.

Frente a la crisis actual, lo que está planteado –como en la crisis de los 70 y en la inmediata posguerra– es que la clase obrera y los sectores oprimidos avancen en una perspectiva revolucionaria. La ilusión de que es posible un ciclo de “redistribución de la riqueza y el bienestar” en los marcos del capitalismo imperialista no solo es tremendamente falsa, sino que prepara nuevas derrotas. El camino opuesto pasa por poner el centro en la lucha de clases, apostando al desarrollo de la autoorganización obrera y popular y la construcción de organizaciones revolucionarias.

 
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