La siguiente es una exposición en el marco del curso Pandemia e Capitalismo del XXI secolo dictado en la Universidad Popular Antonio Gramsci el 5 de mayo de este año.
En esta breve exposición intentaré mostrar algunos aportes posibles de una mirada dialéctica marxista para comprender la complejidad que pone en juego la pandemia de covid-19 y elaborar aspectos programáticos para enfrentarla desde una perspectiva anticapitalista y socialista. Para esto, voy a esbozar el trabajo de recuperación y recreación de la tradición marxista en ciencia, ecología y salud que venimos haciendo desde Ediciones IPS y La Izquierda Diario, centrándome en los aportes de los biólogos marxistas Richard Lewontin y Richard Levins, y del equipo de Rob Wallace.
El surgimiento y desarrollo de la pandemia de coronavirus no solo ha dado lugar a una crisis sanitaria, económica y social mundial, en el marco de una crisis ecológica y climática previa, sino que ha puesto en cuestión las miradas científicas predominantes en el campo de la salud. Como señalan Richard Lewontin y Richard Levins [1], podemos decir que la ciencia tiene un carácter dual: por un lado es el desarrollo genérico del conocimiento humano, pero por el otro es un producto específico, cada vez más mercantilizado, de la industria del conocimiento capitalista. Esto implica un desarrollo desigual, caracterizado por una sofisticación creciente a nivel del laboratorio y los proyectos de investigación, pero también por una creciente irracionalidad de la empresa científica en su conjunto, lo que a su vez redunda en un patrón de conocimiento e ignorancia, donde predominan enfoques reduccionistas, mecanicistas y dicotómicos y una fragmentación disciplinar que nos dejan impotentes a la hora de abordar la complejidad de fenómenos como la pandemia.
Frente a esto, la dialéctica marxista puede aportar una visión superadora, que nos permita comprender los orígenes de la pandemia, las contradicciones que explican su desarrollo, y las necesidades y posibilidades estratégicas que se abren para la acción revolucionaria.
La tradición marxista en ciencia y el aporte de Levins y Lewontin para pensar la salud pública
Las reflexiones sobre ciencias naturales desde el marxismo se remontan a las obras mismas de Karl Marx y Friedrich Engels. Marx se valió de los descubrimientos y teorías de su tiempo para desarrollar su crítica al capitalismo, en particular para examinar la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Y no solo en la obra de Darwin, de quien consideraba que había establecido las bases para una interpretación puramente materialista de la vida y puesto en evidencia que la naturaleza tiene historia, sino la de muchos otros científicos, a quienes estudió profusamente. Por ejemplo, a partir de la “teoría mineral” del científico Justus von Liebig desarrolló el concepto de “fractura metabólica”, hoy retomado para problematizar el desastre ecológico generado por el capitalismo, y solo recientemente se están conociendo sus cuadernos de ciencias naturales y su concepción de la naturaleza. El trabajo de John Bellamy Foster y Kohei Saito en la recuperación de estos desarrollos para pensar hoy la ecología es particularmente valioso.
Engels compartía con Marx este interés, y dedicó obras para abordar específicamente el desarrollo del conocimiento científico y el lugar de la dialéctica marxista en aquel [2]. De hecho, esas obras dieron lugar a corrientes de investigación que, en la primera mitad del siglo XX, desarrollaron teorías revolucionarias en diferentes campos científicos. Por ejemplo, los aportes de Conrad Waddington con el concepto de epigénesis o de Ivan Schmalhausen a principios del siglo XX, fundamentales para comprender la moderna biología evolutiva del desarrollo (o “evo-devo”); o los de Lev Vygotski en el campo de la psicología, con su análisis “celular” del significado como clave para la comprensión del desarrollo de los procesos psicológicos superiores, dentro de un programa de investigación superador de dualismos y reduccionismos que encorsetan a la disciplina [3].
La dialéctica marxista, lejos de la caricatura apriorística en la que la transformó el estalinismo, demostró ser una posición filosófica materialista superadora del mecanicismo, centrada en los procesos por sobre las cosas, en la situación histórica del conocimiento científico y en la interrelación entre evolución, historia y desarrollo; en conceptos como la unidad e interpenetración de los opuestos, desarrollo a través de la contradicción o niveles de integración, entre otros, que permite desarrollar creativamente métodos, teorías y conceptos específicos que en cada disciplina den cuenta de la complejidad y posibilidades concretas de los fenómenos estudiados.
Una segunda generación de científicas y científicos marxistas va a surgir a nivel internacional en la década de 1960, cuestionando los usos reaccionarios de la ciencia desde posiciones anticapitalistas, reconociéndose como trabajadores y combatiendo el racismo, el sexismo y la explotación, con colectivos científicos como Ciencia para el pueblo y Ciencia por Vietnam. Entre otras, podemos destacar a figuras como el paleontólogo Stephen Jay Gould, los biólogos Richard Lewontin, Richard Levins, el neurocientífico Steven Rose y la socióloga de la ciencia Hilary Rose.
Una crítica dialéctica a los sesgos teóricos en salud pública
El análisis de los sesgos teóricos en salud pública que hacen Levins y Lewontin aporta una mirada clave para explicar cómo una pandemia que viene anunciándose desde hace casi 20 años (el primer brote de SARS-Cov fue en 2002, el MERS-Cov en 2012, la influenza porcina N1H1 en 2009, entre varios otros), toma por sorpresa a los sistemas de salud y la industria farmacéutica.
En un artículo del libro llamado “El retorno de viejas enfermedades y la aparición de nuevas patologías”, escrito en 1996, discuten sobre el fracaso teórico que significó en salud pública la doctrina de la transición epidemiológica, que planteaba erróneamente que las enfermedades infecciosas estaban en camino de extinguirse en tanto causas importantes de enfermedad y mortalidad, lo que llevó a la epidemiología mainstream a centrarse en enfermedades del corazón o cáncer, siendo sorprendida, ya en los sesentas, por enfermedades como el cólera, malaria, tuberculosis, etc.
Al preguntarse “¿Qué falló?”, señalan que esa tesis se apoyó en tres argumentos: la reducción de enfermedades infecciosas en los últimos 150 años, el desarrollo tecnológico (laboratorios, drogas, antibióticos y vacunas) y la doctrina de desarrollismo económico. Pero incurrió en una serie de “olvidos”:
• sin perspectiva histórica, tomaba un lapso de tiempo demasiado breve, olvidando que, como mostró la crisis del feudalismo o la revolución industrial, “cada cambio de envergadura que se produce en una determinada sociedad, población, en el uso de la tierra, que todo cambio en el clima, la nutrición o la migración es también un evento de salud pública que viene de la mano con su propio patrón de enfermedades”. Así, la deforestación, los proyectos hidroeléctricos gigantes o el monocultivo, por ejemplo, causan nuevas enfermedades;
• también olvidaron la interrelación de humanos, animales y plantas, que da lugar a enfermedades como fiebre porcina africana, enfermedad de la vaca loca, moquillo, tristeza en cítricos, etc.;
• asimismo, no prestaron atención a la evolución o la ecología de las interacciones entre especies, a que el parasitismo es un aspecto universal y que las grandes aglomeraciones de cultivos, animales o personas son oportunidades para virus, hongos y bacterias;
• tampoco apreciaron, desde sus metáforas militaristas de “guerra contra…”, que la naturaleza también es activa, olvidando el cambio evolutivo en los patógenos a partir de los intentos de eliminarlos.
Por su parte, el desarrollismo no “derramó” ni riqueza ni salud y, en un nivel más profundo, evidenció que los procesos sociales de pobreza y opresión no son reductibles a la ciencia “real” de microbios y moléculas.
Cada uno de estos elementos está presente en el origen y desarrollo de la pandemia de coronavirus: la deforestación y destrucción ecológica que hace que el sars-cov-2 pueda circular zoonóticamente entre murciélagos y humanos; el discurso de “guerra contra el virus” centrado solo en vacunas y el olvido de la evolución del mismo virus, permitida por condiciones sociales, que hace proliferar nuevas variantes más contagiosas, letales y con “escape de inmunidad” frente a contagios previos y vacunas; la negativa a enfocarse en el fortalecimiento de los sistemas públicos de salud y en las condiciones sociales desiguales en las cuales circula, profundizando aún más la precarización, la desigualdad y la opresión, como podemos observar con la enorme disparidad de letalidad en poblaciones trabajadoras de afroamericanos, latinos o pueblos originarios en EE. UU. y del conjunto de la clase trabajadora en todo el mundo.
Lewontin y Levins se preguntan algo que podríamos preguntarnos hoy cuando vemos, a más de un año que se incurren exactamente en los mismos errores: “¿por qué esta estrechez de miras que impide desarrollar una epidemiología coherente?” Y apuntan al pragmatismo y su impaciencia hacia la teoría (evolución y ecología, por ejemplo), que institucionalmente se traduce en la fragmentación y compartimentalización de sistemas de salud, agricultura, educación y ciencia; a las falsas dicotomías que operan entre las diferentes áreas y a las antinomias que oponen lo biológico a lo social, lo físico a lo psicológico, el azar al determinismo, la herencia al ambiente, lo infeccioso a lo crónico, etc. Finalmente, se preguntan ¿de dónde provienen estos sesgos teóricos? Estos son, señalan,
… modos característicos de pensamiento que imperan en el capitalismo, mientras que el individualismo del sujeto económico es un modelo que conduce a abordar todos los fenómenos en forma aislada y autónoma. A esto se agrega una industria del conocimiento que transforma las ideas científicas en mercancías destinadas al mercado, precisamente las soluciones mágicas que la industria farmacéutica le vende a la gente. La historia a largo plazo de la experiencia capitalista fomenta aquellas ideas que son reforzadas por la estructura de las organizaciones y la economía de la industria del conocimiento, y contribuyen a crear patrones especiales de ilustración e ignorancia que son característicos en los diferentes campos, y que tornan inevitable el surgimiento de determinadas sorpresas relacionadas con ellos.
En otros capítulos del mismo libro profundizan estas ideas, abordando diferentes concepciones alternativas en salud, como la salud del ecosistema (demostrando que la ecología humana está determinada por la estructura de clase de la sociedad, con conceptos como fisiología socializada, que analiza la presión sanguínea o el impacto del estrés según la posición social y hace que no sea una exageración hablar del “páncreas en el capitalismo o el pulmón de la clase obrera”), proponiendo una síntesis que parte de la crítica anticapitalista y una fuerte perspectiva ecológica.
Rob Wallace: Pandemic Research for the People
Apoyándose en esta perspectiva, el biólogo evolutivo, ecólogo e investigador en filogeografía en la Universidad de Minnesota, EE. UU., Rob Wallace [4] ha desarrollado junto a otros investigadores y su grupo Pandemic Research for the People, una perspectiva epidemiológica que resulta sumamente valiosa para comprender la pandemia, analizando la relación entre producción industrial de alimentos, agronegocio, destrucción ambiental y generación de patógenos como virus y bacterias con peligros pandémicos.
Desde allí, propone una corriente denominada “Structural One Health", criticando a la línea de "One Health" (Una Salud) promovida por la OMS, la FAO y la OIE por aceptar la relación entre salud humana y animal, pero dejar de lado el análisis estructural del capitalismo, el agronegocio y la producción industrial de animales en la generación de enfermedades.
Sobre la pandemia de coronavirus, su análisis pone el acento en los circuitos del capital para explicar la emergencia y circulación del virus y las diferentes estrategias puestas en juego frente al sars-cov-2.
Wallace y su equipo señalan que si bien algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción (como salmonella o campylobacter), otros como el sars-cov-2 se originan en las fronteras de la producción de capital. Al menos el 60 % de los nuevos patógenos humanos emergen al extenderse desde los animales salvajes a las comunidades humanas locales, propulsada por la agricultura mercantil o producción industrial de animales (cerdos, aves, visones, etc.), que al condensar en el mismo establecimiento miles de animales genéticamente similares, inmunodeprimidos y atestados de antibióticos generan las condiciones ideales para la evolución de patógenos. En otras palabras, el agronegocio y la producción industrial de animales producen pandemias a gran escala.
Criticando las geografías absolutas, que culpabilizan las prácticas culturales a medida de multinacionales como Johnson & Johnson, proponen hablar de geografías relacionales, que integran los intereses del capital y los cambios inducidos por el desarrollo y la producción en el uso de la tierra, y convierten a centros capitalistas como Nueva York, Londres y Hong Kong, en puntos críticos mundiales. “El intercambio ecológico desigual –señalan– redirige los peores daños de la agricultura industrial o agronegocio al Sur global, hacia ‘países productores de commodities’ integrados de manera flexible a través de ecologías y fronteras políticas, produciendo nuevas epidemiologías en el camino”, que terminan circulando, en el otro extremo del desarrollo periurbano, aprovechando los déficits en la salud pública y del saneamiento ambiental.
Así, plantean que “la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primarias de los patógenos, ya no se limitan solo a las zonas del interior: sus epidemiologías se han vuelto ellas mismas relacionales”, y un SARS puede encontrarse repentinamente desparramado sobre los humanos en la gran ciudad a solo unos días de haber salido de su cueva de murciélagos, al tiempo que enfermedades como el ébola, el zika, la malaria y la fiebre amarilla, que evolucionaron relativamente poco, se convirtieron en amenazas regionales.
Argentina es un ejemplo de esto, con una agenda extractivista (megaminería, fracking, agronegocio) que no se detuvo durante la pandemia y que incluye la instalación de megagranjas porcinas similares a las que originaron la pandemia de gripe A, externalizadas por China a partir de la epidemia de Peste Porcina Africana y promovidas por Hugo Sigman, el mismo empresario que se enriqueció produciendo por entonces la vacuna y hoy hace lo mismo con la de AstraZeneca, exportando ya 50 millones de dosis de las cuales no regresó al país ni una.
Causas estructurales y estrategias epidemiológicas
Contra el reduccionismo biologicista (o su contraparte culturalista) imperante en el campo de salud, afirman que
… la premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra solo en el objeto de algún agente infeccioso o su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han ocultado en su propio beneficio.
Se trata de causas estructurales propias de la mercantilización capitalista, las mismas que generan la “fractura metabólica” que señalara Marx respecto al impacto de la irracionalidad capitalista sobre el medioambiente, en la raíz de la crisis ambiental actual.
A comienzos de la pandemia, el Imperial College de Londres criticó fuertemente la estrategia inicial de mitigación del virus de Boris Johnson, que buscaba solo “achatar la curva” para no saturar al sistema de salud, a la espera de una vacuna, en comparación con una de supresión, que buscara cortar las cadenas de contagio. Dado los costos económicos de la segunda opción, propusieron balancear las demandas de control de la enfermedad y de la economía alternando la activación y desactivación de la cuarentena.
Wallace y equipo criticaron este modelo –que siguió el gobierno argentino por ejemplo– por naturalizar los intereses de la economía capitalista dejando el objetivo de asegurar la salud para todos en segundo plano;, y propusieron, siguiendo también a Levins y Lewontin, incorporar aquellas causas estructurales:
Las emergencias del modelado, por necesarias que sean, eluden cuándo y dónde comenzar. Las causas estructurales son parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a descubrir la mejor manera de responder más allá de simplemente reiniciar la economía que produjo el daño.
Esas causas son las que quedan obliteradas en una mirada centrada solo en la solución farmacéutica. Consecuentemente, propusieron una estrategia de supresión total del virus acorde al mismo, que incluía testeo, rastreo y aislamiento y recursos sanitarios y económicos en la escala necesaria para suprimir la circulación viral, pero sin que paguen los costos los trabajadores, o sea, a cargo de los capitalistas. Al mismo tiempo medidas básicas como socializar los productos farmacéuticos o la unificación y nacionalización de los sistemas de salud públicos y privados, entre otras.
O sea, que los capitalistas paguen la crisis, un programa anticapitalista, es una condición básica para poder terminar con la pandemia misma y evitar otras futuras.
Sobre la apuesta farmacológica, hoy presenciamos un “nacionalismo de vacunas” que muestra el choque de la apuesta farmacológica con la irracionalidad capitalista. El sistema de patentes impide la producción y distribución global urgente y necesaria de un bien financiado centralmente por los Estados pero apropiado por las farmacéuticas, y las diferencias entre Estados imperialistas y ricos vs. dependientes, atrasados o pobres hace que mientras unos acaparan mucho más de lo necesario, otros casi ni accedan. La pelea por la anulación de las patentes y vacunas para todo el mundo se torna una medida urgente y elemental.
Pero la estrategia de abrir y cerrar “olvida la evolución”, y al permitir la circulación del virus da lugar a emergencia de las nuevas variantes más contagiosas, letales y con escape de inmunidad como las que vemos hoy, no casualmente originadas en países que lo dejaron correr (Inglaterra, Sudáfrica, Brasil). Por el otro, las vacunas no otorgan inmunidad esterilizante, por lo que aún si pudieran aplicarse globalmente el virus puede seguir circulando y mutando en formas resistentes (la vacuna de AstraZeneca, por ejemplo fue descartada en Sudáfrica, ya que tiene solo 10 % de efectividad contra la variante B.1.351). En este sentido, también resulta muy preocupante que la velocidad de vacunación sea mucho menor a la de contagios, condiciones ideales para la emergencia de variantes resistentes a las vacunas.
Una mirada dialéctica es clave para fundamentar estrategias y políticas para terminar con la covid-19
Terminar con la covid-19 implica, entonces, una mirada no reduccionista ni biologicista de la pandemia, que contemple los límites de las intervenciones farmacológicas y apunte a las causas estructurales del origen, propagación y evolución del virus.
Hoy, esto implica levantar las patentes y expropiar y nacionalizar bajo control obrero los laboratorios para la producción de vacunas y tratamientos, para vacunar a todos cuanto antes. Pero con medidas farmacológicas no basta, es necesario, asimismo, unificar el sistema de salud público y privado para poner la salud por encima de los negocios de los empresarios de la salud y la industria farmacéutica; apuntar al tipo de supresión de los contagios por medio de una estrategia de testeo, rastreo y aislamiento, declarando de utilidad pública los laboratorios que fabrican los 10 test que se producen en Argentina (financiados por el Estado y hoy en manos de empresas que los exportan, mientras la positividad vuela); ampliar los recursos económicos para fortalecer el sistema de salud a la altura de lo necesario para enfrentar realmente la pandemia (salarios de trabajadores y contratación de nuevos trabajadores –no precarizados– en el sistema de salud, capacidad hospitalaria, testeo, elementos de Protección Personal, barbijos para toda la población) todo al nivel en que opera el virus, y no del presupuesto que le asigna el Estado capitalista y el gobierno (que en Argentina supuso un Presupuesto 2021 sin pandemia); recursos para que todas y todos puedan aislarse, y no solo los ricos, la única forma de que las cuarentenas sean efectivas, con salarios de cuarentena suficientes, suspensión de hipotecas y deudas, alimentación pública. Por supuesto, estas medidas tienen que ir acompañadas con denunciar cualquier fortalecimiento del aparato estatal o regímenes bonapartistas con excusas sanitarias.
Finalmente, terminar con las causas estructurales de la pandemia: para evitar tener que enfrentar nuevos coronavirus, influenzas, ébola, peste porcina africana o cualquiera de los cientos de posibles protopandemias, hay que terminar con la agroindustria, sus desmontes y la producción industrial de animales, y reemplazarla por una matriz agroecológica que respete y aproveche las ecologías complejas y agrobiodiversidades. Por eso hacen falta estas medidas, como parte de un programa de conjunto que incluye dejar de pagar la deuda pública a los especuladores y la nacionalización de la banca y el comercio exterior dentro de un plan integral para frenar el saqueo de recursos, protocolos adecuados en los lugares de trabajo, como proponen el PTS y el FIT.