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1ro de mayo de 2016 Twitter Faceboock

Revista Ideas de Izquierda
Gramsci: tres momentos de la hegemonía
Juan Dal Maso | [email protected]
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La cuestión de la hegemonía ha sido sobre analizada e interpretada tanto dentro como fuera del marxismo. Siguiendo la idea planteada por Gianni Francioni en su clásico estudio, consideramos que Gramsci construye en los Cuadernos de la cárcel una teoría general de la hegemonía [1] que puede utilizarse tanto para comprender la hegemonía burguesa como para reflexionar sobre las condiciones de constitución de una hegemonía proletaria, sin perder de vista las diferencias entre ambos procesos. En este artículo haremos hincapié en este segundo aspecto, en líneas generales menos popularizado que el primero.

Si tomamos en cuenta el pensamiento precarcelario de Gramsci, veremos por ejemplo que en su escrito Algunos temas de la cuestión meridional, ya había planteado el problema de la hegemonía en tanto capacidad del proletariado de movilizar, contra el Estado burgués, la mayor parte de la población laboriosa de Italia, lo cual no era posible sin lograr el apoyo de las masas campesinas [2]. Esta posición tiene continuidad en los Cuadernos.

Tomamos como punto de partida la primera definición de hegemonía que Gramsci realiza en los Cuadernos y luego complejiza: como dirección de las clases aliadas y dominación sobre las adversarias, por lo que cuando una clase está en el poder se vuelve dominante pero debe seguir siendo dirigente (C1 §44, redactado entre febrero y marzo de 1930) [3].

En este artículo [4] proponemos distinguir tres momentos de su utilización por Gramsci: 1) el momento estratégico unido al análisis de situaciones y relaciones de fuerzas y su ligazón con la cuestión de la guerra civil y la insurrección; 2) el momento de la hegemonía en la sociedad de transición al socialismo; y 3) el momento “histórico-universal” en el que la construcción de una hegemonía proletaria es parte de la perspectiva histórica de superación del capitalismo por el comunismo como sistema dominante.

Con el término “momento” nos referimos a un plano que es parte de una progresión lógica como histórica, conceptual como político-estratégica, abierto a diversas combinaciones y mediaciones, aunque con una lógica de desarrollo general que Gramsci mismo se encarga de especificar, como veremos.

El momento estratégico de la hegemonía

En su conocido pasaje de los Cuadernos sobre “Análisis de situaciones y relaciones de fuerzas” (C13 §17, redactado entre mayo de 1932 y primeros meses de 1934), Gramsci plantea una definición conceptual de los distintos momentos que pueden identificarse para realizar un análisis de las relaciones de fuerzas. Inseparablemente unida a esta dimensión conceptual se encuentra la dimensión político-estratégica. En la dimensión político-estratégica, la realidad presenta los distintos “momentos” de las relaciones de fuerzas, con combinaciones peculiares, cuyas proporciones están determinadas por la progresión de las relaciones de fuerzas hacia el momento político-militar “inmediatamente decisivo”. Por razones de espacio no podemos citarlo íntegramente, pero resumiremos su contenido. Para Gramsci hay que distinguir tres momentos de las relaciones de fuerzas:

1) El de las relaciones de fuerzas sociales objetivas, que es una realidad rebelde, es decir independiente de la voluntad de los agentes.
2) Un segundo momento de relaciones de fuerzas políticas, que a su vez puede subdividirse en: uno de tipo “económico corporativo” en el cual se conquista una cierta consciencia del interés de clase, pero limitada al sector. Un segundo momento en que la identificación de clase se extiende a todo el grupo social pero su expresión en el terreno político se reduce a la perspectiva de lograr cambios favorables al propio grupo o clase dentro de la legislación vigente. Un tercer momento propiamente hegemónico, en el que se conquista la consciencia de que los intereses del propio grupo no pueden defenderse dentro de los límites corporativos, requieren la conquista de aliados, la organización política en partido y la lucha por la conquista del Estado.
3) Un tercer momento de relaciones de fuerzas militares, que es el inmediatamente decisivo y puede subdividirse en técnico-militar y político-militar, que Gramsci ejemplifica con la lucha de liberación de un pueblo oprimido contra una potencia ocupante.

Gramsci destaca que el desarrollo histórico oscila continuamente entre el primer y el tercer momento, con la mediación del segundo.

Desde este punto de vista, la hegemonía es condición necesaria para la resolución de la relación de fuerzas militares, pero no la reemplaza, tanto como no se puede buscar el momento “directamente decisivo” de las relaciones de fuerzas militares, sin la constitución previa de la hegemonía.

En este contexto discursivo es que hablamos del “momento estratégico” de la hegemonía o se podría hablar de la cuestión de la hegemonía vista desde el punto de vista de las relaciones de fuerzas, es decir, la hegemonía pensada en función de la resolución mediante las armas de las relaciones de fuerzas que van de la estructura social objetiva al enfrentamiento político-militar.

Guerra civil e insurrección

Gramsci enfatiza la cuestión de la guerra civil más que la de la insurrección en la medida en que busca reflexionar sobre la conquista de ciertas condiciones políticas previas al proceso insurreccional, que a su vez confluye con la guerra civil que tendería a subsumirlo.

Para profundizar un poco más sobre el tratamiento de este problema en los Cuadernos, una posibilidad es volver sobre los análisis de Gramsci acerca de la cuestión político-militar en el proceso del Risorgimento.

En líneas generales, Gramsci parte de la idea compartida por Clausewitz y Maquiavelo de que la dirección militar está subordinada a la dirección política en sentido amplio, señalando que el problema de la dirección militar era político-militar y que consistía en cómo lograr una fuerza preparada de antemano que permitiera la insurrección simultánea en toda la península para echar a los austríacos y a la vez sostener la posición conquistada una vez que estos quisieran retornar (C19 §28, redactado entre febrero de 1934 y febrero de 1935).

Por eso señalaba en C17 §28, redactado entre septiembre de 1933 y enero de 1934, que para echar a los austríacos hacía falta un partido italiano “homogéneo y coherente”, con un programa concreto, y que ese programa fuese compartido por las masas populares, en especial campesinas.

La diferencia esencial entre los procesos históricos de las revoluciones burguesas y proletarias consiste en que la clase obrera no puede constituirse como clase económicamente dominante antes del ascenso al poder, como fue el caso de la burguesía. Sin embargo, las analogías trazadas por Gramsci se basan en aquellos elementos o problemas que se plantean por igual para ambos tipos de procesos: el problema de la hegemonía respecto de los campesinos, la relación entre insurrección organizada y levantamiento popular, la analogía entre jacobinismo y bolchevismo.

Desde este punto de vista, las conclusiones de Gramsci sobre los problemas político-militares del Risorgimento echa luz sobre los de la revolución proletaria, complementando las elaboraciones del C13 §17.
En este contexto, podemos concluir que para Gramsci el problema central a este respecto no sería tanto el arte de la insurrección como tal, sino el arte político de unir insurrección y levantamiento popular [5].

El momento posrevolucionario: la hegemonía en la sociedad de transición

Señalamos en los apartados anteriores las relaciones entre hegemonía, guerra civil e insurrección y lo que definimos como el “momento estratégico” de la hegemonía. Queda pendiente, no obstante, analizar el aspecto específico de la hegemonía en la sociedad posrevolucionaria, que constituye el segundo momento de la hegemonía en la reflexión gramsciana. Buscaremos analizar ciertas variaciones desde su etapa precarcelaria a las formulaciones de los Cuadernos.

En su carta de 1926 al CC del PCUS Gramsci planteaba que la “hegemonía en régimen de NEP [6] planteaba una “contradicción inaudita” que consistía en que la clase obrera era políticamente dominante pero socialmente subordinada, situación que sólo podía sobrellevarse con la unidad del grupo dirigente. Criticaba a la Oposición como una tendencia que recreaba las tradiciones del sindicalismo y la socialdemocracia, aunque condenando los métodos gansteriles de la mayoría. En este contexto, la idea de hegemonía quedaba relacionada con una cierta idea de “política nacional” que podía estar incluso en contradicción la situación material de la clase obrera, por lo menos circunstancialmente.

En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci mantiene la idea de que la hegemonía consiste en una superación del interés económico-corporativo y en la constitución de una política “nacional” (que una ciudad y campo) sobre la base de la lucha para conformar un nuevo tipo de Estado. Pero introduce el elemento de la centralidad económica con más claridad que en su carta de 1926. De ahí que señale que la hegemonía no puede ser solamente “ético-política” sino también económica, ya que “no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica” (C13 §18, redactado entre mayo de 1932 y primeros meses de 1934).

A menudo se ha interpretado este pasaje como una confirmación de que la clase hegemónica se vuelve tal en base a realizar concesiones económicas. Esta interpretación tiene el problema de ser redundante, ya que sería el fundamento de la hegemonía “ético-política”, es decir, de una hegemonía constituida sobre la base de superar el momento “económico-corporativo”. Que Gramsci destacase el rol fundamental que el grupo dirigente cumple en la actividad económica, implica una modificación sutil que complejiza la posición que asumiera en 1926.

Si la hegemonía debe descansar no sólo en la dirección política sino en el rol fundamental del grupo dirigente en la actividad económica, ese grupo dirigente (en este caso el proletariado) no puede ser una clase socialmente subordinada en su propio Estado.

Esta lectura se sostiene además en el análisis más general de la cuestión de las relaciones de fuerzas, al que hicimos referencia en el apartado anterior, que parte de las relaciones de fuerzas sociales (“realidad rebelde”). Es decir, hay una “base objetiva”, estructural, para los movimientos de la superestructura. Si esta no los explica mecánicamente, aquellos no son absolutamente autónomos.

Por último, pero como fundamento más profundo, esta lectura sobre la unidad de hegemonía “económica” y “ético-política” es coherente con la idea de la “nueva inmanencia” como “nuevo momento sintético unitario” que une economía, filosofía, historia y política, síntesis que se expresa en cada fragmento discursivo de la filosofía de la praxis, según la perspectiva de Gramsci.

La elaboración de este “nuevo concepto de inmanencia”, explicado de manera más completa en C10 II §9, redactado en la segunda mitad de mayo de 1932, es casi correlativa con el inicio de la redacción del Cuaderno 13, por lo que nuestra hipótesis de lectura es que la elaboración de este nuevo concepto de inmanencia le permite a Gramsci desarrollar una idea de hegemonía “integral” que une los tres momentos a los que estamos haciendo referencia en este artículo, tanto como el plano “ético-político” y el económico.

El momento histórico-universal de la hegemonía

Habiendo señalado un momento hegemónico “estratégico” de las relaciones de fuerzas y otro propio de la relación economía-política en la sociedad de transición, resta un tercer momento, que a falta de una definición mejor llamaremos “histórico-universal”.

Este momento se configura a partir de la situación del ascenso al poder de la clase obrera y la fundación de un nuevo Estado, pero va más allá de la cuestión inmediata del sostenimiento de la hegemonía en las condiciones precarias de la transición, proyectándose hacia la historia de la humanidad en su conjunto. Nos referimos el proceso de más largo plazo mediante el cual la clase obrera sucede a la burguesía como clase dominante en el conjunto de la sociedad a escala internacional y abre el camino hacia una nueva era de la historia de la humanidad, avanzando hacia la construcción del socialismo que culmina en la “sociedad regulada” o el comunismo.

Desde este punto de vista, la elaboración de un concepto “integral” de hegemonía, correlativo con la idea de un nuevo concepto de inmanencia como distintivo del materialismo histórico, incluye la cuestión de la elaboración de una nueva cultura/civilización, en el marco de la superación del capitalismo por el socialismo.

La presencia de este momento “histórico-universal” en la reflexión gramsciana sobre la hegemonía da cuenta asimismo del carácter complejo y contradictorio de su adhesión a la política del “socialismo en un solo país” a mediados de los años ’20, y su reivindicación del concepto de hegemonía como esencialmente nacional. Para ascender al plano de una nueva etapa de la historia de la humanidad, el socialismo requiere de su desarrollo a escala internacional. Por razones de espacio no podemos desarrollar esta problemática en todas sus aristas, pero quizás en este aspecto contradictorio del pensamiento gramsciano reside una cierta “vacilación” que puede constatarse en C14 §68, cuando Gramsci intenta sostener simultáneamente las dos premisas, a saber, que el punto de partida es nacional, pero que la perspectiva es internacional, con la frase “de los dos peros”:

Es cierto que el desarrollo se cumple en la dirección del internacionalismo, pero el punto de partida es “nacional” y es de aquí que es preciso partir. Pero la perspectiva es internacional y no puede menos que ser así (C14 §68, redactado en febrero de 1933).

Por último, es importante destacar que al momento de reflexionar sobre este problema, Gramsci se ubica claramente enfrentado a aquellos que leyeron sus ideas en clave de un cambio cultural en los marcos del Estado actual, es decir, sin revolución ni lucha por un nuevo tipo de Estado. Pero también se ubica lejos de las posiciones de tipo “cultura proletaria”, hoy sin ninguna influencia pero con mucho peso en su momento.

Esto puede verse en sus reflexiones reunidas en la rúbrica “Reforma y Renacimiento”, en especial en la polémica con un artículo publicado por Boris Souvarine en 1931, momento en que aquel estaba alejado del marxismo y criticaba la ausencia de elaboraciones intelectuales destacadas en la URSS.

Gramsci señalaba la necesidad de tener simultáneamente una Reforma y un Renacimiento, es decir la unidad de un cambio profundo a nivel de la cultura popular y la elaboración de la élite intelectual y una alta cultura. (C7 §43, redactado entre febrero y noviembre de 1931). Por eso reflexionaba también sobre el rol de Marx como el iniciador intelectual de una edad histórica y el de Lenin como su realizador en un territorio determinado (C7 §33, redactado entre febrero y noviembre de 1931). Asimismo destacaba el planteo filosófico de Antonio Labriola como funcional a una clase que se vuelve autónoma y hegemónica y debe construir un nuevo tipo de Estado (C11 §70, redactado entre agosto y fines de 1932 o principios de 1933).

Destacando estos tres aspectos, planos o momentos, consideramos que pueden comprenderse mejor los distintos registros con que Gramsci reflexiona sobre el problema de la hegemonía, uniendo los elementos que resultan metodológicamente inseparables en la reflexión carcelaria: historia, economía, filosofía y política.

 
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