A partir de una entrevista realizada a Gaya Makaran y Pierre Gaussens a propósito de su libro Piel Blanca, Máscaras Negras. Crítica a la razón decolonial, surgió un rico debate alrededor del problema de las múltiples opresiones existentes en el sistema capitalista, los alcances y límites de las perspectivas teóricas del decolonialismo, los estudios interseccionales y el marxismo. En este artículo queremos darle continuidad a ese debate pues, si bien encontramos en el trabajo de Makaran y Gaussens una importante compilación de artículos que problematizan las imposturas teóricas y políticas del decolonialismo, consideramos que sus críticas al marxismo reproducen un sentido común ampliamente difundido e incorrecto, incluso por los mismos intelectuales decoloniales. Es decir, la idea de que la teoría marxista, y especialmente los partidos que hacen praxis de ese pensamiento, reducen los problemas de género, etnia/raza, orientación sexual, etc., a la cuestión de clase.
Un legado revolucionario
En su crítica, Makaran y Gaussens reconocen que los fundadores del marxismo han logrado integrar en sus análisis cuestiones más allá de la explotación capitalista y el antagonismo capital-trabajo. Sin embargo, sostienen que la política de los partidos marxistas -en el poder o no-, tendió a supeditar las diferentes formas de opresión a la cuestión de clase. Consideramos que esta afirmación implica una generalización problemática, pues desconoce muchas de las experiencias históricas y las posiciones políticas del marxismo revolucionario.
Como mencionan Makaran y Gaussens, ya en Marx aparecen desarrollos sobre la cuestión colonial. Estas elaboraciones se realizaron al calor de la lucha independentista del pueblo irlandes contra la opresión inglesa, y fueron parte de las intervenciones de Marx dentro del Consejo General de la I Internacional. La conclusión de Marx en 1870 y su propuesta a la Internacional era la siguiente:
“La condición preliminar de la emancipación de la clase obrera inglesa es la transformación de la actual unión coercitiva, es decir, del avasallamiento de Irlanda, en alianza igual y libre, si es posible, o en una separación completa, si hace falta.”
[1]
Esta posición fue luego retomada por Lenin en su clásico El derecho de las naciones a la autodeterminación e implicó uno de los puntos de quiebre de la II Internacional. La derecha de los partidos Socialdemócratas de Europa, además de apoyar activamente la realización de la I Guerra Mundial votando los créditos de guerra en 1914, se había adaptado a la política colonial, de saqueo y opresión, que mantenían las burguesías imperialistas de sus países en África y América. La Conferencia de Zimmerwald en 1915, organizada por el ala izquierda de la II Internacional, entre ellos Lenin y Trotsky, se pronunció contra esta adaptación al Imperialismo y años más tarde rompería por completo dando fundación a la III Internacional.
Respecto a los partidos marxistas en el poder, la Revolución Rusa de 1917 significó el primer momento histórico en el cual la clase trabajadora y el pueblo entero, orientados por un partido marxista, derrocaron el poder centralizado de la burguesía e instauraron un Estado de transición al Socialismo. Las transformaciones sociales llevadas a cabo en ese marco superan incluso a los derechos establecidos en las democracias más progresivas del Capitalismo contemporáneo. Establecer el derecho a la autodeterminación de las naciones, en la Rusia Zarista, implicaba concretamente reconocer la autonomía de Ucrania, Bielorrusia, los Estados Bálticos, el Cáucaso, parte de Polonia y Turquía, entre otros.
La Revolución de Octubre también orientó sus conquistas a la emancipación de la mujer. Se estableció el derecho al voto y la participación política femenina, el divorcio por elección de uno de los conyuges, la manutención por paternidad, el seguro de maternidad, el aborto y se eliminaron todas las legislaciones prohibitivas hacia las personas LGTBIQ. Además, como señala Wendy Goldman en La mujer, el Estado y la revolución [2], la política del bolchevismo no se limitaba al terreno del derecho formal sino que peleaban por una emancipación real y material, buscando la independencia de las mujeres con su incorporación al mundo del trabajo, la extinción de la familia burguesa y la socialización de las tareas domésticas con comedores y lavanderías colectivas.
La revolución en Rusia vino acompañada de una oleada revolucionaria en diferentes países del mundo y la construcción de una herramienta política para coordinar e impulsar esos procesos: la III Internacional. Esta experiencia política decantó en un verdadero acervo estratégico para el conjunto del marxismo, pese a que actualmente la mayoría de sus conclusiones permanecen olvidadas para un sector de la izquierda. Entre todo ello, se destaca una importante preocupación en la lucha por la independencia de los países coloniales o semicoloniales, basándose en la experiencia de la propia Rusia que mostraba la necesidad de romper con toda concepción de la revolución por etapas y la alianza con burguesías nacionales. [3] Además, al calor del desarrollo del movimiento negro en Sudáfrica y Estados Unidos, con hitos como la huelga seguida del levantamiento armado de los mineros de Joanesburgo (Sudáfrica) en 1922, la Internacional Comunista pronunció su apoyo activo de todo movimiento negro que se opusiera al Capitalismo, así como al impulso de campañas para obligar a los sindicatos racistas a admitirles. En este sentido, el IV Congreso de la III Internacional planteaba:
Es con un infinito orgullo que la Internacional Comunista acompaña cómo los operarios negros explotados repelen los ataques de los explotadores, ya que el enemigo de la raza negra y el enemigo de los trabajadores son un único y mismo: el capitalismo y el imperialismo. La lucha de la raza negra es la lucha contra el capitalismo y el imperialismo. Es la base de esa lucha, debe ser organizado el movimiento negro internacional [4].
El proceso de burocratización de la URSS y el estalinismo terminó significando una ruptura con esta política estratégica. La Constitución de 1936 terminó cercenando los derechos elementales de las mujeres y los sectores LGTBIQ. Resaltando la familia como institución central, se anuló el aborto y el divorcio y se acrecentó la visión de la mujer-madre que ayudaba a la revolución con la maternidad. También se volvió sobre la criminalización de la homosexualidad. La búsqueda de implementar nuevamente estas políticas opresivas tenían relación con la necesidad de la burocracia soviética de constituir un statu-quo que mantuviera en la pasividad a estos sectores sociales. Y por fuera de la URSS, los Partidos Comunistas en diversos países sostenían políticas retrógradas como forma de evitar la crítica a las direcciones y también como concesión a los sectores más atrasados de la clase obrera. Por ejemplo, el PC Italiano fue uno de los más fervientes opositores al divorcio durante la década del 50 y 60.
Por otra parte, el stalinismo pisoteó el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades. Su política expansionista comenzó tempranamente con Georgia en 1923, con una fuerte oposición de Lenin. Posteriormente, con el Tratado de Yalta y Potsdam, Stalin invadió los países del Glacis para generar una barrera militar en caso de que Estados Unidos u alguna otra potencia imperialista decidiera volver a intentar invadir la URSS.
En la actualidad, quienes somos parte de la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional, peleamos en todos los países en los que nos encontramos por la reconstrucción de la tradición política que el estalinismo rompió, para desde allí desarrollar una política de unidad entre los diferentes sujetos oprimidos y la clase trabajadora. Desde la autodeterminación de Cataluña y todos los pueblos oprimidos, contra la política de la coalición de PSOE y Podemos, desde las trincheras contra el racismo estructural en Estados Unidos, o en la organización de los comités contra la violencia hacia los inmigrantes en Francia, interviniendo en los movimientos de mujeres y las diversidad del mundo, peleando por el aborto desde hace años, con importantes dirigentes mujeres, de los pueblos originarios, jóvenes y obreres.
A partir de este breve recorrido histórico por las posiciones y diferencias dentro del marxismo, podemos decir que: el error de la tesis de Makaran y Gaussens es que no logra diferenciar, y por tanto igualar, tradiciones políticas entre las cuales existe un abismo: el trotskismo y el estalinismo. Las diferencias políticas y estratégicas entre ambas tendencias, como tratamos de mostrar, se vieron expresadas en todo el S. XX.
Les más oprimides como la vanguardia de la revolución
Desde nuestra perspectiva las múltiples formas de opresión y sus reivindicaciones no son una cuestión de “segundo orden”. Y tampoco lo fue para el marxismo revolucionario. La pelea contra las mismas es una condición para la organización de una fuerza social capaz de pelear contra el Estado burgués. No existirá una verdadera emancipación humana si no se barre con todo el lastre de las sociedades de clase que impusieron todo tipo de opresión, para así perfeccionar el mecanismo de explotación a las mayorías. Precisamente porque son los sectores más oprimidos, serán quienes estén al frente de pelear por acabar con esta sociedad.
En Julio de 1921, unos días después del III Congreso de la IC, se celebraba la segunda conferencia mundial de mujeres comunistas. Trotsky fue invitado a dar unas palabras. Allí planteó que la reacción de las mujeres trabajadoras puede jugar un rol colosal en el conjunto del movimiento revolucionario, incluso contra el conservadurismo de las capas más privilegiadas y acomodadas del proletariado masculino [5]
. Del mismo modo, el marxista negro y militante del SWP norteamericano, CRL James, planteaba en 1939 que los negros, el sector más explotado y oprimido de Estados Unidos, tenía la potencialidad de jugar el papel de vanguardia en el movimiento revolucionario por la socialismo [6]. Esta idea partía del precepto de que el sector más oprimido de la sociedad podría encabezar un proceso de rebelión y estallido revolucionario, justamente por sufrir las peores miserias y humillaciones del sistema.
Trotsky había planteado ya en las tesis de la Revolución Permanente, la necesidad de darle mucho peso a la organización de los sectores más oprimidos de la sociedad, pues serán ellos los que más duramente pelearán para sacarse de encima las cadenas de la desigualdad y la opresión. Desde ya, la experiencia ha demostrado que no alcanza con hacer la revolución para avanzar en estas conquistas, pero sin la revolución es imposible darles continuidad. No es casualidad que muchas de estas reivindicaciones se hayan conquistado por primera vez en el mundo en la URSS.
Los diferentes sectores oprimidos, en la lucha por sus propias reivindicaciones pueden chocar y elevar la cultura de lo más retrógrado del proletariado. A su vez, peleamos por la necesidad de que los movimientos sociales que expresan estas opresiones se unan con la clase trabajadora, porque en gran medida son parte de la misma, y viceversa, para luchar de conjunto. Muchas veces, cuando no ocurre esto, sus demandas son cooptadas, integradas al Estado mediante procesos de burocratización, o utilizados para dividir al movimiento de masas.
Trotsky sintetiza nuestro punto de vista en un diálogo que escribió el 1° de Mayo de 1923 a propósito la cuestión de la autodeterminación de las naciones:
“A”: Pero aún así, no puede negar que el principio de clase ocupa un lugar más alto para nosotros que el principio de autodeterminación nacional. Después de todo, eso es el ABC.
“B”: El terreno de los “principios” abstractos es siempre, mi querido amigo, el último refugio de aquellos que han perdido el rumbo sobre la tierra. Ya le he dicho que el principio de clase, si lo entiende de manera no idealista, sino de un modo marxista, no excluye sino que por el contrario, abarca la autodeterminación nacional. Pero a este último también lo entendemos no como un principio supra-histórico (basado en el modelo del imperativo categórico de Kant) sino como el conjunto de las condiciones de vida reales y materiales que permite a las masas de las nacionalidades oprimidas enderezar la espalda, avanzar, aprender y desarrollarse, obteniendo acceso a la cultura mundial. Para nosotros, para todos los marxistas, debe estar más allá de toda discusión que sólo una aplicación coherente, es decir revolucionaria, del “principio” de clase puede asegurar la máxima realización del “principio” de autodeterminación nacional. [7]
Hegemonía del proletariado y reconstitución de la clase
Cuando planteamos que la clase trabajadora ocupa un “lugar estratégico” en la relación capital-trabajo que le permite golpear en la dimensión material de la dominación sistémica (los medios de producción) y por tanto es necesaria esta unidad para un proyecto político de emancipación, Makaran y Gaussens nos recuerdan que:
“Tanto el feminismo marxista como los marxismos negros han demostrado que el patriarcado y el racismo son funcionales a la división del trabajo que sostiene la extracción de plusvalía, en sus dimensiones sexual y racial”
No podemos sino acordar totalmente con esta observación de les autores. Justamente porque dan cuenta de que el antagonismo capital-trabajo transforma las relaciones patriarcales y racialistas, dándoles un carácter de clase. El trabajo doméstico de las mujeres proletarias y su papel de reproducción de la fuerza de trabajo, tiene casi un costo cero para los empresarios. La discriminación y marginación de afrodesendientes, pueblos originarios o inmigrantes, ha servido históricamente y sirve en la actualidad como base de la superexplotación así como la framentación del proletariado. El punto a destacar es que estos fenómenos expresan una obviedad que sin embargo se ignora en el sentido común de muchas organizaciones sociales y políticas: las mujeres, negres, originaries, migrantes, etc., son en su mayoría parte de la clase trabajadora e incluso su sector más explotado (entendida esta como todos aquellos que no poseen los medios de producción y deben vender su fuerza de trabajo, como también les que son parte esencial de la reproducción del proletariado o se encuentran desocupados).
El modo de acumulación capitalista articula las formas previas de organización del trabajo y apropiación del producto social, así como de las instituciones sociales que pueden llegar a servir para su reproducción. Alrededor de este problema es que el marxismo ruso, a partir de Axelrod y Plejanov, y luego el bolchevismo, desarrolló la categoría de “hegemonía” para pensar las relaciones entre el proletariado y el campesinado, con sus demandas que pueden ser convergentes pero son esencialmente diferentes, e irreductibles las unas de las otras. La problemática básica es cómo articular ambos sujetos en la lucha revolucionaria.
Actualmente como señala Juan Dal Maso [8], si bien la tendencia a la polarización de la sociedad en las dos clases fundamentales y la progresiva destrucción de los modos de producción previos llevó a que el campesinado se reduzca notablemente, el problema de la hegemonía sin embargo tiene plena vigencia pues esta tendencia coexiste con la persistencia de estratos intermedios, el surgimiento de nuevas capas sociales y el desarrollo de formas de identificación de sectores populares que se definen por su género, etnia, orientación sexual, nacionalidad, etc. Por tanto en el Capitalismo contemporáneo, la hegemonía como política desplegada por una clase hacia sus aliados y contra enemigos, ya no se estructura tanto como una política hacia afuera de la clase sino hacia el interior de la misma, en la medida en que está fragmentada en múltiples sujetos.
Esta pelea hacia el interior de la clase obrera implica romper con el corporativismo de estos sectores para que tomen en sus manos estas demandas. Si hoy en día no la toman, es porque las burocracias de los sindicatos y el Estado hacen todo por separar empleados y desocupados, nativos y extranjeros, etc.
Las herramientas que tiene la clase obrera son potencial e infinitamente mayores cuando la misma se reconoce como clase social y se organiza en partido, porque está en el corazón de un régimen económico, cuyos principales sostenedores son empresarios y funcionarios estatales que a su vez mantienen, avalan y expresan las desigualdades de etnia y género en sus propias filas. Los enemigos son claros y la burocracia es el sector de avanzada de la burguesía para perpetrar estas desigualdades.
No dar esa pelea es una adaptación a la burocracia sindical. Es desmerecer la pelea central para romper más eficazmente esas desigualdades que existen. Y esto se vincula con la construcción de una fuerza social que dé dichas peleas en todos los movimientos y al interior de los sindicatos para barrer con esta fuerza reaccionaria. Quienes militamos en un partido revolucionario con esta perspectiva, para acabar con el patriarcado, el racismo y todas las desigualdades sociales y económicas existentes, sabemos que no es una tarea fácil. Les revolucionaries sabemos que tenemos “una sola bala” para apuntar y que las oportunidades no están siempre presentes. Construir esta organización implica un duro pero reconfortante y entusiasmante esfuerzo. Por eso no creemos que organizar nuestras intervenciones dependan de un problema moral sobre la importancia de las peleas, sino de apuntar con la bala que construimos al corazón del capitalismo, para avanzar de conjunto en un Estado obrero que permita comenzar a construir un camino de cuestionamiento a todas las desigualdades sociales, habiendo tirado abajo las desigualdades económicas, que muchas veces son la base. |