Macarena, 27 años.
3 grados hacía el jueves cuando me tomé el 50 para ir a pasar la noche al acampe de EMA-EDESUR. En la mochila puse todo lo que aprendí para estas situaciones, manta, termo con algo caliente, más abrigo, galletitas para compartir a la madrugada, el celu bien cargado y por si pinta escribir, un cuaderno. Un pequeño dejavú me trae a la noche que fuimos con mis compañeros a bancar la toma de Guernica y nos despertaron las topadoras de Berni. Esta vez el viaje fue más corto, a metros del Congreso de la Nación sobre la avenida Callao se interrumpía la programación habitual con carpas, banderas y fuegos que abrigan un poco la noche más fría del año.
Encontré una silla vacía en la ronda y me senté. Era una ronda particular, había tres hombres de campera y borcegos punta de acero que fueron despedidos hace 4 meses de la empresa EMA que terceriza trabajo para Edesur. Estaba también un laburante de la empresa Secco de electricidad, varios pibes que durante la noche me fueron contando que uno trabaja en un supermercado Día, otro haciendo repartos con una app, una es estudiante de psicología, una de antropo y varies más que no reconozco. El que estaba hablando cuando llegué, es uno de los despedidos, tiene una hija de 11 que mantener, la madre de ella no tiene laburo y el se pasa los días entre la lucha y las changas “no puedo parar hasta que no nos reincorporen en nuestros puesto de trabajo”. Lo primero que pregunté es ¿Qué hacían para Edesur? “somos los que damos la luz cuando hay un corte, un problema o se necesita un alta”. Lo que en lenguaje post pandémico se dice “trabajo esencial”.
Al debate se sumaron varies cuando el tema giró hacia el rol de las mujeres en la lucha. Los despedidos son hombres pero sus compañeras, esposas, hijas y hermanas podrían jugar un rol clave para que no los quiebren por hambre. “Ellas son las que rompen el límite que ponen las burocracias cuando dicen que un conflicto es sólo “sindical”, cuando se suman a estas luchas la historia cambia y la pelea pasa a ser por el futuro de las familias trabajadoras” decía una compañera de la universidad, convirtiendo la filosofía en práctica.
El debate se interrumpió por la propuesta de un recién llegado a la ronda “¿sale una partida de truco?”, se armaron 3 equipos, el bombo hizo de mesa, y mejor vamos adentro de la carpa.
La noche fue tranquila; los que estábamos de visita nos caíamos de sueño, los que estaban en el acampe sin volver a su casa hace días tenían toda la energía. Lo que más tienen los laburantes en lucha además de esa moral contagiosa, es agradecimiento. No nos faltó una manta extra, una silla, un té, la leña para que no se nos apague el fuego, las arepas que cocinó uno de ellos, y la curiosidad de saber por qué estábamos ahí, pasando la noche sin dormir en pleno Callao y Rivadavia junto a ellos.
Iñaki, 21 años.
La olla comunitaria de guiso frío que quedó del mediodía dio de comer a todos los que la están peleando para seguir comiendo. Eran las cuatro de la tarde y parecían las siete. El tiempo ahí pasaba entre conversaciones y tecitos o mates cocidos que se iban ofreciendo al que se sumaba. De fondo se escuchaba el murmullo que hacía un carril liberado, que permitió al tráfico renegado huir del escenario sin siquiera adivinar cuál era la obra. Para los obreros, el tiempo pasó entre gente conocida y gente nueva conociéndose; explicando cómo era su vida, como lo es ahora, encontrando gustos compartidos y tirando alguna que otra cargada hacia el club del cual alguno dijo ser hincha.
“Es acá donde te das cuenta quien banca a los laburantes” me dijo uno de los despedidos de EMA, y tiene toda la razón.
Durante días acamparon en pleno centro porteño, en la puerta del Ministerio de Trabajo, ahí sobre Callao, esperando respuesta del gobierno al que acudieron pidiendo ayuda porque su patrón los echó. Siguieron esperando, siguen esperando (siguen esperando si es que no contamos los palazos que la prefectura les dio en el Puente Pueyrredón, esa respuesta sí llegó).
“Que haya estudiantes acá es algo que no nos esperábamos pero que es re importante, y eso no se olvida eh”. En sus palabras se notaba que la ayuda y solidaridad que traíamos no era un detalle o un buen gesto. Para los laburantes que están en un conflicto en donde se juega nada más y nada menos que el techo y el pan para la familia, la coordinación con otros sectores se vuelve un pilar para aguantar los trapos, pero no solo para aguantar, sino triunfar. Ellos quieren triunfar.
Les mostramos las fotos que habíamos sacado y subido a redes, para que más gente supiera de ellos. Les dijimos que nosotros habíamos sido los primeros en enterarnos, pero que íbamos a traer a más compañeros estudiantes al próximo acampe. Y quienes no pudieran, pedirles que aporten al fondo de lucha. Siempre hay maneras de apoyar.
La tarde fue larga, pero nos quedó corta. Hablamos de muchas cosas, claro. Intercambiando vivencias, que parecían distintas pero no lo eran tanto. Los puntos de acuerdo fueron más de lo que une creería. ¿El principal? Que este gobierno no es lo que dijo ser, y que los laburantes necesitamos una “nueva política”:
El ajuste en laburo también es el ajuste en salud y educación, ahí ustedes también la sufren.
Si, total. Pero ahí es donde hay que pensar: ¿Quién ajusta?
Las empresas que nos echan, y el gobierno que lo permite
Tal cual, ¿y como salimos de esa?
Miranos acá…
Julián, 30 años.
Después de salir del trabajo fui caminando hasta el corte de calle y acampe de los laburantes despedidos por Edesur. Cuando llegué al lugar me llenó de satisfacción ver que los trabajadores no estaban solos en su reclamo, sino que un grupo de estudiantes se acercó para acompañarlos en una noche muy fría. Dos trabajadores despedidos se tomaron el tiempo para saludarnos y contarnos la lucha que vienen encabezando hace meses. Durante la charla nos contaron que los trabajadores de Edesur en planta permanente trabajan 6hs por día y reciben casi el doble de salario que un laburante tercerizado por una jornada extenuante de 12 o 14 horas diarias. Esos trabajadores efectivizados, al enterarse de la lucha de sus compañeros tercerizados les acompañaron, cuando tuvieron que dirigirse al Ministerio de Trabajo por una solución. Luego de que la empresa despidiera a muchos de ellos, el Ministerio de Trabajo decidió ponerse del lado de la patronal y ofrecerles una indemnización para que abandonaran su lucha. Algunos aceptaron pero la gran mayoría consideró que estas indemnizaciones eran insuficientes y que solo buscaban silenciar su reclamo de trabajo.
Cerca del final de la charla y mientras uno de los trabajadores nos daba las gracias por estar ahí acompañándolos, me puse a pensar en mi situación laboral y la de una juventud precarizada por empresas que ven aumentar sus ganancias cada día a costa de nuestros cuerpos y también por un gobierno que está en pleno ajuste contra la clase laburante. En medio de esos pensamientos tomé la palabra y les dije que no tenían que agradecernos nada, que nosotros teníamos que darles las gracias por el esfuerzo y la energía que le estaban poniendo a la lucha por recuperar su lugar y mejorar sus condiciones de trabajo, porque todos los que estábamos ahí vivimos situaciones laborales precarizadas. Por lo tanto, su lucha era también la nuestra. Todos los presentes en el corte estuvimos de acuerdo con que ese reclamo era un ejemplo y que es vital una unión entre trabajadores y estudiantes para hacerle frente al ajuste del gobierno y las patronales.
Julieta, 22 años.
Eran las 7 de la mañana, saludé y me preparé el mate. D, uno de los despedidos, ponía música. Arrancó con 2 minutos, pero a pedido de les pibes se rompió un L-Gante y se sorprendió de como la empezamos a cantar. De repente me retó a un truco, yo le retruqué que sí, obvio; y entre envido y quiero vale cuatro empezó a amanecer. Fueron cayendo laburantes al acampe, de a poquito se iba armando la batucada, que cada vez sonaba más alto. Pasaban autos y camiones tocando bocina en solidaridad.
Mientras se calentaba el agua para comer algo, ya éramos bastantes, les laburantes querían cortar el último carril que queda de Callao. La yuta merodeaba. Buscando maderas para que crezca el fuego, eran eso de las 10 cuando se acercó L y nos contó que estaban yendo su mujer y su hija a bancar el acampe, al festival. L labura desde los 12 años y en EMA hacía 12 horas de turno corrido para poder mantener a su familia.
Iba saliendo el sol y dentro de poco arrancaba el festival. Hicimos carteles y señalizaciones para que se sume más gente del barrio. Cuando estaban armando el escenario, la batería y los parlantes me crucé con D, otro despedido en lucha que me preguntó que hacíamos ahí con una amiga. Le conté que somos estudiantes yo de Sociología y ella de Trabajo Social, que estábamos ahí para apoyar su lucha. Le comenté que yo también laburo y que en estos momentos es cada vez más difícil porque la plata no alcanza y porque no sabes cuándo te van a rajar. Eso D lo vive de cerca, porque la empresa los despidió en plena pandemia, cuando ellos estaban peleando por encuadramiento gremial, laburaban en la energía, con muchísimos riesgos y los tenían en convenio de construcción. “Ya no se aguanta más” dice y como sabe que yo milito en el FITU me preguntó por un tema que se estuvo debatiendo entre ellos toda la semana, la unidad de la izquierda. Él votó al gobierno, y vio lo que hacen, me dijo que ahora están conociendo a la izquierda. Reivindicó que los estemos acompañando y sacando el conflicto para afuera para que salga en todas partes, como también impulsando la unidad de los demás laburantes que están en lucha. Lo que me preguntó D es por la unidad, porque vio por Twitter la propuesta de Nico y Myriam para unirse en estas elecciones. No entendía por qué estamos divididos, "si acá -señalando las carpas del acampe- estamos todos juntos". D me dice que para él como para miles de personas es muy importante la unidad de la izquierda, que con esta “revolución de tercerizados más aún” porque si estamos todes juntes en la lucha también tenemos que estarlo en las elecciones contra el gobierno de ajuste y la oposición de derecha. |