Villa Gesell. Los Redondos. Marruecos. El Borda. Los Funky Torinos. El Embajador del Buen Gusto. O, como prefería él: “El inventor del Fifunk”. Un artista para siempre.
El hijo de artesanos que fueron a hippiear en Gesell. El pibito que vendía revistas usadas en verano. El alumno del Liceo Naval de Ensenada. El que se fue a conocer Europa a dedo. El saxofonista de Los Redondos. El empleado de una morgue en Marruecos. El internado del Borda. El escritor secreto. El cultor del Torino. El “Embajador del Buen Gusto”, como suelen decirle. O “El inventor del Fifunk”, como prefería ser mencionado. Y el sarcástico que aseguraba: “El humor es lo más cerca que puedo estacionar de la inteligencia”. Muchas vidas tuvo la vida de Crook. Todas atractivas. Todas interesantes. Y él, encima, era un gran narrador. Por eso, acaso una de sus mejores decisiones fue aceptar la propuesta que le había hecho editorial Planeta: publicar su autobiografía. Win-win.
Memorias improbables (salió en 2018) comienza así: “Nací en Villa Gesell, sí, y creo que fue para impresionar a las estudiantes de psicología en el futuro. Porque convengamos que siempre queda muy bien andar por ahí diciendo “nací en Villa Gesell”. Digamos que casi siempre nací en Villa Gesell. Casi siempre que lo cuento”. Hasta en su propia biografía habitaba el encanto de los misterios. Para llegar a Willy Crook hay que partir de Eduardo Pantano. Sólo a través de Pantano se puede llegar a Crook. No existiría otra manera de entenderlo. Todo quedaría en retazos.
Eduardo Pantano nació el 28 de agosto de 1965 en Buenos Aires, pero sus padres de mudaron a Gesell cuando era un bebé. Aquellos tiempos fueron de absoluta austeridad: vivieron en el altillo de la galería céntrica dónde sus viejos vendían artesanías en cuero y plata, y luego en un lote por el sur, aprovechando el Plan Galopante, mecanismo con el que Carlos Gesell vendía terrenos en cómodas condiciones de pago para que se poblara su Villa.
Ahí hizo sus primeras amistades. Y sus primeros flirteos con la música: empezó escuchando rock argentino (Sui Generis, Vox Dei, León Gieco) y artistas brasileños como Gilberto Gil o Caetano Veloso. Pero, como experiencia fundacional, recordaba haber descubierto The dark side of the moon, de Pink Floyd, en esas playas.
También recordaba a Ángel Latini y su curiosa red de propaladoras en la Vila Gesell de los ’70: a falta de radios hogareñas, se habían colocado parlantes en el alto de varios postes de la 3, la avenida principal, por donde se escuchaba música de distinto tipo. Latini tenía una disquería y no sólo se nutría de la música que le vendían los sellos, sino también de la que le entregaban en mano artistas en el verano.
“Pedro Raffo, un amigo, había viajado a Estados Unidos, y se trajo cosas extrañas como Los Beatles o Los Bee Gees. Aunque también daban vuelta los vinilos de esos chabones exóticos que aparecían en verano a arruinarnos nuestros noviazgos. ¡Tipos que venían de esa tierra mitológica llamada Buenos Aires, con autos grandes y zapatillas All Star, y que en un instante deshacían todo nuestro trabajo de un año con las damas que eran compañeritas de escuela!”. Una noche de verano vio su primer recital en vivo. Tocaba Pappo’s Blues en el cine Gran Gesell. Le rompió la cabeza. A la salida, una tremenda razzia le hizo conocer la comisaría del pueblo. Tenía doce años.
Empezó en la 12 y terminó en la 31. “Parece que hablo de comisarías; pero no, señores, me refiero a las escuelas donde hice el primario”. Cuando comenzó el secundario en el Anna Böttger, su familia ya estaba instalada en el lugar donde más se lo referencia a Crook con la Villa: una casa en el -todavía- poco habitado extremo oeste de la ciudad, al otro lado del mar, en esa especie de aguja más allá de la ruta 11 que le da a Gesell su única zona rural. Camino a Juancho, donde también están el aeropuerto y el cementerio. “Una tierra privilegiada que, algún día, valdrá millones de dólares. Estábamos lejos de la Villa, e íbamos en un VW ’54 que mi padre le había comprado a uno de los tantos marineros alemanes que iban a dar con sus huesos por ahí”.
Pero su primer año en el secundario fue un fracaso. “Los profesores eran mayormente de Madariaga, pero cuando caían tres gotas no viajaban… lo cual no impidió que me llevara todas las materias. Lo mío fue artístico: me llevé Gimnasia, Instrucción Cívica y Música. Así como lo escuchan o leen: me llevé Música”. Entonces se fue al delta del Río Santiago, a estudiar en el Liceo Naval para ser Marino Mercante. Hasta que sus padres decidieron migrar a España. “En ese momento, Argentina era un gran país… para conocer el mundo”, escribió Crook en la autobiografía, con su reconocida acidez. Era plena dictadura militar.
“Era una época en la que la gente solía irse del país por problemas políticos, miedos y afines. Nosotros lo hicimos simplemente por hambre. Nos fuimos a Málaga. Y ahí dije: `¡Caramba, había un mundo más allá de Maipú y la Isla Río Santiago!´”.
Crook Redondo
Tras habitar un pueblo como Gesell y vivir el encierro del Liceo Naval, cruzar el Océano significó para Crook algo similar a como definía la música: “Una puerta para salir a jugar”. El mundo se le abría en la flor de su juventud, y un día decidió dejar la vivienda familiar en Torremolinos para cruzar países a dedo, sin destino. Pasando peligros y descubriendo cosas que jamás le hubiesen enseñado ni los libros ni los planisferios escolares. Un elemento importante en el equipaje de influencias que marcaron su carrera artística, en la que la música se articuló con un metatexto que combinaba lecturas, experiencias, filosofía e ironía. “La vida es un cuchillo sin mango yendo de mano en mano” no se convirtió en bandera solo porque Willy la cantó en inglés, como el resto de sus canciones.
Con la vuelta de la Democracia a Argentina, también vuelven los Crook al país. Y nuevamente aparece Gesell en el horizonte. Aunque por un breve tiempo: ese mismo verano ve a Sumo en varios lugares de la Villa, conoce a Luca Prodan y éste le propone reemplazar a Roberto Pettinato. Willy había tocado por primera vez en vivo esa misma temporada, en un barcito geselino con la Mal Paso Reggae Band. Pero cuando llega a Buenos Aires, se entera que todo era mentira. “Luca me decía ‘Vení, que Roberto se está por ir’. Pero después iba y le decía a Petti: ‘Este Willy Crook se quiere meter en la banda’. Armó un conventillo importantísimo”.
Sumo todavía no estaba consolidado, y encima Luca Prodan abre un paréntesis yéndose a Túnez, donde su hermano actor Andrea estaba participando de una serie italiana. “En ese entonces es que (el bajista de Sumo, Diego) Arnedo y (el guitarrista de la Hurlingham Reggae Band, proyecto paralelo de Luca) Tito Fargo me dicen: ‘Una banda está buscando saxofonista… unos tales Redonditos de Ricota’. Yo les dije: ¿Qué es eso? ¿Música infantil? Y bueno… después me di cuenta que no era para tanto…”.
Con Los Redondos comenzó su carrera profesional en la música. “Sentimientos confusos se albergan en mi corazón, aunque en lo personal me la pasé formidable. Grabar Gulp! y Oktubre fue pedagógico, moderador… y épico”, recordó en La Izquierda Diario el año pasado. Como nunca volvió a ocurrir en la historia de la banda, por debajo de la entente Solari-Beilinson emergen frases de saxo que quedaron para siempre. “Creo que en la banda estuve lo justo y necesario. Ojalá hubiese tenido ese tino para haberme separado de algunas mujeres. Fue una parte de mi vida que no tuvo desperdicio, así que estoy muy orgulloso”.
“En el momento tal vez no me daba cuenta, pero con el tiempo me volví orgulloso de la mochila espiritual que me dio Patricio Rey a la hora de las libertades artísticas y todo eso. De otro modo, no hubiese estado tan bueno mi devenir artístico posterior: asistí al nacimiento de Los Redondos como banda de rock, justo en el momento en el cual ellos se deshacen de la parafernalia multidisciplinaria que los rodeaba y se convierten en lo que luego fueron. Con los cambios que tuvo el mundo, sería imposible actualmente armar algo similar”.
Hasta su segundo viaje a Europa, Willy llevó en los 80’ su saxo a distintos entremeses. Fue invitado por Pappo para participar de la formación que grabó el emblemático disco Riff VII. Y estuvo un año en Los Abuelos de la Nada, experiencia que lo marcó para siempre por el vínculo que generó con Miguel. “La decisión de incorporarme fue de él y no tanto de los otros músicos, ya que no querían un saxofonista. De hecho me pagaba Miguel de su bolsillo, algo que descubrí después. Fue un vínculo hermoso, intelectual y espiritual. Tenía principios, una palabra que prefiero a ‘códigos’, porque esos son penales. Era muy generoso, listo y callejero. Y todo, tarde o temprano, lo convertía en poesía, porque elevaba las conversaciones y evitaba los conflictos mediante la ironía, algo a lo cual yo adherí”.
Luego llegaría su viaje a España, marcada musicalmente por Lions in Love, un experimento hoy de culto, liderado por Daniel Melingo. Y su vuelta definitiva a Argentina, principios de los 90’. El comienzo de su propia carrera.
Crook Fifunk
La primera vez que tomó dimensión de Big bombo mamma, su primer disco solista (o de los Funky Torinos, que es lo mismo decir), fue cuando una mujer le dijo que el mejor sexo lo tuvo con esa música. “Mi primer disco es el culpable de la gestación de muchísimos niños. Tiene un poder afrodisíaco bastante comprobable. Con el tiempo comprendí que el tipo de música que hacía, me había llevado a ser el líder indiscutido de un género en particular: el Fifunk”.
Su talento como autor, compositor e intérprete, su destreza con el saxo y la guitarra, el buen tino de su voz personal y su habilidad performática en vivo fueron todas destrezas que Crook explotó a partir de Funky Torinos. Su etiqueta personal. Discos que los melómanos atesoran como piedras preciosas.
“Tocar música siempre justificó mi existencia. Me transformó de un simple reventado, a un reventado que tocaba música. Esto te cuelga un sambenito que te hace lo suficientemente conocido como para no poder trabajar de otra cosa, pero lo insuficientemente famoso como para no poder vivir de ese prestigio”.
Crook definía a su música como funk porque lo consideraba un género que, a la vez, contenía a otro que también frecuentaba, como el rhythm&blues, el soul o el acid jazz. Pero nunca le calentaron demasiado las etiquetas. Ni, mucho menos, ser “la viuda de”, como solía caracterizar. Se refería a su paso por Los Redondos, breve pero a la vez fundamental para su carrera. Y también para la de la banda.
“Hacer de viuda de Los Redondos era algo que me había prometido evitar. Me han llovido ofertas, aunque Patricio Rey, que no existe, me decía que no quería. La de Los Redondos es una carta que aprendí a no jugar, porque no podés bastardear lo más noble que tenés, que es la música. Yo podría hacer dos temas en mis shows para congraciarme, como `Un tal Brigitte Bardot´, que suelo tocar en la intimidad… pero sería dar una señal falsa”.
Para concluir, sintetizaba: “Los que buscan una feta de Patricio Rey en mis canciones, deben entender que hay algo de eso, sí; pero no se puede tararear”. Su postal noventera es la foto con Valentino, su guitarrista de aquel entonces, y en el medio James Brown con una sonrisa reluciente.
Crook ocre
Una noche de 2008 en Rosario cambiaría todo. Crook hizo tres canciones y el show se terminó. “Se me salió la cadena groseramente y tuve que recluirme un tiempo en la casa de Gesell, camino a Juancho”. Lo último que había sacado Willy había sido Fuego amigo, en 2005. Su “disco maldito”, a pesar de que tuvo tantas canciones bonitas como sus predecesores. Pero fue la banda de sonido de su era menos favorita.
“Durante mucho tiempo estuve en una era que, si fuera pintor, la llamaría ocre. Me malhumoraba subirme al escenario y me había olvidado de lo que era la música”.
“Venía de una etapa medio oscura en la que murió mi viejo y se sucedieron catástrofes, una tras otra. Creí entender con eso que había que esperar lo mejor, pero estar preparado para lo peor. Y, entonces, sucedió lo peor: estaba loco, pero loco aburrido, no agradable. Era un cable pelado, una cosa no recomendable. ¡He ido a shows que no debería haber ido!”.
De la experiencia Fuego amigo, lo mejor que recordaba es la amistad que trabó con la Mona Jiménez, quien le puso a disposición su estudio y, por añadidura, le hizo apreciar el cuarteto. Con el tiempo, además, Córdoba se convertiría su segunda casa, una trinchera en la que se reacomodaba cuando no había tanta actividad en Buenos Aires, tal como hizo hasta no hace mucho.
“La Mona tuvo gestos fantásticos en una época complicada mía. Llamaba a la prensa, parecía que era para él… pero era para mí. Me rescató, y entonces mi vínculo con el cuarteto empezó por ahí, por lo emocional. La Mona tiene esas virtudes, y por cierto mucho más rock and roll que varios que ya sabemos. Esos músicos viven en la carretera y hay una relación con el público muy intensa. Por eso abrevan músicos de tantos palos; no es una música tan boluda como suponen. Córdoba parece una nación aparte, con su propio rock and roll. Que es el cuarteto. Y su propio Elvis, que naturalmente es la Mona”.
Crook equis
“Por suerte para mí, la música es como un perrito: si estás contento, le tirás el palito y te lo trae; si estás triste, no te jode; y si estás cruel y pelotudo y lo pateás pero te arrepentís, vuelve. La música, como los perros, no entiende de resentimientos”.
Su reaparición fue circa 2010, con The Royal We, proyecto en el que incluyó a Patán Vidal, Déborah Dixon, Timothy Cid, Nacho Porqueres y Brian Anderson. “Un lindo blend entre nuevos y antiguos. Hicimos una serie de shows en Belushi, de Palermo, que me ayudaron a remontar”.
En el medio de su vuelta a las rutas, conectó con Los Puelches, un grupo de la Patagonia que le sirvió como backing band para girar por primera vez largamente por el sur. “Me hicieron la segunda en General Roca, pero después empezaron a conseguir otros shows en cualquier lado. Tipos deliciosos, súper gitanos. Tocamos en sitios tales como Pringles, Río Colorado o Lincoln, a los que va gente que…. ¡hasta puede llegar a prestarnos atención! La música no es para eruditos: te emociona o no. No hay más vueltas. A veces tocamos para diez tipos y eso es un desafío”.
Pero lo que lo terminó de reponer tras la “era Ocre” fue X, un EP de seis canciones que lanzó en 2016. “Primero grabé cosas en otras condiciones que no vienen al caso. Pero fue un error. Entonces tiré todo a la basura y armé un estudio casero. Así salieron esas canciones, que son seis, ni una más, porque a partir de la séptima sería relleno y eso nunca fue una opción. Quedó un trabajo decente que, por primera vez en mucho tiempo, me animo a garantizar. Y que me enorgullezco de mostrar. Como una versión de “Wives and lovers”, de Burt Bacharach, que hizo famosa Frank Sinatra y yo… destrocé”.
Fue su primer disco en doce años. Y la reconciliación definitiva de Eduardo Pantano con Willy Crook. “Ahora, felizmente, toco mucho gracias a mi mánager… que soy yo. ¡Estoy pensando en estafarme a mí mismo para darle más credibilidad a la tarea! Lo tomo como parte del asunto. No es lo que hubiese elegido para mi vida, pero es lo que hay. Y me permitió tocar muchísimo, sobre todo en el interior. Lo cual, en síntesis, implica vivir mucho tiempo en micros. Me banco bastante bien la caravana, incluso cuando hay que tomarse viajes largos en los cuáles el ómnibus para por todos los pueblos a saludar a todos los intendentes, mientras los niños gritan y la gente saca sánguches de milanesa de entre sus pertenencias”.
La remozada formación de los Funky Torinos (Leonel Duck, Esteban Freytes, Juan Cava) le habilitó a Crook un nuevo universo de giras y canciones. Así, llegó Lotopaghy, en 2019. Su primer larga duración desde Fuego amigo, quince años atrás. Y en plena expansión hacia nuevos universos: la creación digital.
Crook Gardel
Ya en 2016, Crook avisaba que estaba aprendiendo a manejar “ciertos rudimentos de la electrónica”. Y bancaba: “Soy recontra partidario de que es tan instrumento una computadora como un charango, porque si tenés onda, la vas a tener con una laptop o con un bombo legüero”. Su búsqueda iba camino a “darle otros matices a mi música, aunque siempre con un estilo a respetar; que, si no sos muy distraído, lo vas a seguir siempre”.
“Nunca me corté mucho a la hora de usar elementos. Esto es arte, muchachos; es para divertirse, no para especular. Como el vino tinto: si te hace feliz tomarlo con soda, ¿por qué oír a los sommeliers que dicen lo contrario?”.
En esa senda, produce en 2020 un disco con canciones propias, pero ejecutantes ajenos: versiones en matriz electrónica de su discografía. “Es un trabajo que respaldo seriamente, porque son mis temas, y con artistas que accedieron a mi invitación a destrozarlos alegremente. Y estoy contento con esto: puse a trabajar a gente con más talento tecnológico que yo, y encima mucha más voluntad de trabajo, lo cual no es muy difícil para conmigo”.
El material se llama Reworked y competirá en los Premios Gardel de julio por la categoría “Mejor Álbum Música Electrónica”. Es la tercera vez que un disco de Crook es ternado en la ceremonia de CAPIF (Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas).
La primera fue en 2013, por el DVD Live from Rulemania, material que dejó testimonio de aquella particular experiencia con Gillespi. “Un sueño postergado mío era el de enhebrar una dupla creativa con alguien: en mis inicios trabajé bajo las órdenes de un superior y luego lideré mis propios proyectos. Y con Gillespi hicimos shows demenciales, fue un escándalo”.
El año pasado compitió en el rubro “Mejor Álbum Artista de Rock” con Lotophagy. Y ahora es el turno de Reworked. ¿La tercera será la vencida? “¡Soy un tipo muy nominado! Aunque nunca gané nada. Los premios no son importantes… hasta que ternan para uno. Así las cosas, no quiero imaginarme lo que puede llegar a ser si encima, lo ganás; algo que jamás ha estado en mis cavilaciones, ni en mi malabarismo de posibilidades”.
“Este tipo de cosas me ponen más estupefacto que contento. Porque yo sé que a Carlos Gardel ya la palabra Reworked le hubiera causado náuseas. Pero bueno, está bien: en este mundo traidor, en el que nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con el que se mira”, dejó flotando en el aire Willy, utilizando la célebre frase del poeta Ramón de Campoamor.
Crook para siempre
En un acuario abandonado a metros del mar, Willy recibió uno de los aplausos más emocionantes de su carrera. El evento era en un viejo anfiteatro. Crook tocó algunos temas solo, con su guitarra Telecaster. Y luego siguió Jorge "el Perro" Serrano, quien se había armado una banda con amigos y familiares para hacer mayormente temas de Los Auténticos Decadentes que él canta.
En un momento, el Perro dice que va a invitar a un grande: era Willy, claro. “Te vi llegar del brazo de un amigo cuando entraste al bar” comienza susurrando Serrano. Al hit definitivo del rock argentino (¿hay otro?) no parecía faltarle nada… hasta que esa noche Crook le puso más fuego al fuego con un improvisado pero épico solo de saxo. Las casi 500 personas se ponen de pie, estallan en aplausos y vitorean a Pantano en la misma ciudad donde él dice que nació.
Fue su reconciliación con Gesell, un lugar en el que nunca fue reconocido por los estamentos oficiales. O -aún peor- mal reconocido: a principios de este año, la Municipalidad ordenó y dirigió un mural sobre “Villa Gesell cuna del rock nacional” (¡ay, ese término!) con artistas que pasaron por la ciudad. Estaban Los Redondos… pero no Willy. Así como lo leen: una ciudad se autohomenajeaba, pero dejando afuera al geselino que más se había destacado en ese rubro. La única salida que encontraron para evitar el papelón fue pintarle unos anteojos de sol a la figura del saxofonista Sergio Dawi… y agrégale “Willy Crook” con un pincel, a mano alzada.
La reacción de Crook cuando vio todo eso… fue una carcajada. “Que berreta. No tengo nada que decir. Me voy a reír… que es lo más práctico”. Y lo llevó a un tono entre poético y picaresco: “Nadie es profeta en su arena”. De todos modos aquella noche con esos aplausos y el encuentro cumbre con Serrano (dos auténticos maestros de la canción) le habían mejorado el semblante. Fue la última vez que pisó la ciudad en la que se crió.
“Hasta ahora mismo que lo escribo, nunca había pensado en cómo Gesell marcó mi personalidad”, reconoció Crook en su autobiografía. “Quizás en el gusto por los lugares agrestes, que sigo cultivando. Pero también en el hecho de arreglártelas solo, andar solo por la vida. Creo que tiene que ver con eso, pues todo quedaba lejos y todo lo hacía solo. Y siempre, casi siempre, he andado solo por el planeta”.