Una banda, una universidad, un barrio provocado por una canción, sillas volando, el cierre con “Represión”, la brutal paliza en una comisaría y el insólito repudio de medios “progres”: la noche del 17 de julio de 1981 la cultura rock argentina cambiaría para siempre.
Tras año y pico de proto-historia con Hari B y Sergio Gramática a la cabeza, Los Violadores comenzaron a asentarse el verano de 1981: fue a partir de la formación que completarían Piltrafa y Stuka hasta la salida del primer disco, a fines del ’83. Plena Dictadura, gobierno de Viola y los artistas más representativos del rock reuniéndose con asesores presidenciales para pensar actividades en conjunto. Lo que se buscaba, en el fondo, era que aflojaran las razias en los recitales. Pero no se consiguió ni una cosa, ni la otra. Ese año, Los Violadores hicieron base en Le Chevalet, un restaurant de comida francesa en Recoleta. Aunque nunca pasó a mayores, algunas veces la Policía entraba al lugar a pedir documentos. En cada una de esas ocasiones, la banda ralentizaba el tempo de sus canciones para disimular el estruendo punk. Pero solo por un rato: una noche, después de que los oficiales abandonaran el lugar sin llevarse a nadie, Stuka tiró una jarra de vino contra la pared, en señal de alegría. El punk antes del punk.
Los Violadores tocaron en Le Chevalet hasta que se pelearon con los dueños —una pareja de tipos grandes— y debieron buscarse otro lugar en tiempos donde estos no abundaban. Y menos aún para un grupo punk, género que pocos conocían. “Una pena haber perdido esa trinchera. Igual nos salvamos, porque poco después de nuestro último show tocó Virus, o quizás Elmer, la banda de Calamaro, y la cana se los llevó a todos”, recuerda aliviarse Pil. Claro que, entonces, no sabía lo que pasaría la noche del 17 de julio en el auditorio de la Universidad de Belgrano. Acaso la detención más violenta que haya padecido un artista mientras brindaba su espectáculo durante la última Dictadura. Y también la presentación al público del punk argentino: varios medios atendieron a Los Violadores por primera vez, aunque no tan interesados por sus canciones y su propuesta, sino por los desmanes generados con el público durante el recital. Y, claro, por la detención. Era toda una noticia en años de plomo.
Como sea, aquel año se tomó nota de que el punk, finalmente, había llegado al país. Lo cual, como consecuencia, fomentaba la grieta que se estaba abriendo en la escena local del rock: una nueva generación empezaba a discutirle discurso y territorio a los pioneros. Los Violadores lo enunciaban de manera explícita en una de sus primeras canciones: “Viejos patéticos”.
Curiosamente, Hari y Stuka habían estudiado como Pedro Braun y Gustavo Fossá en la Universidad de Belgrano. Aunque los que cerraron la fecha en el auditorio fueron Pil Chalar y Sergio Gramática. “Era la única facultad de Humanidades abierta en la Dictadura. Las opciones eran perder el tiempo, o meterte en la UB. Así y todo… ¡era el último lugar en el que queríamos tocar con Hari!”, recordó Stuka, burlescamente. “No tenía la menor idea de la existencia de ese auditorio hasta un mes antes de la que terminaría siendo nuestra presentación”, asegura Pil. “Fuimos con Sergio caminando desde mi casa, en Villa Urquiza. Y lo hablamos con el Secretario de Cultura de la universidad. Después, cada uno hizo su afiche”. El de Los Violadores estaba hecho a mano y decía “Shock de Viola”, doble mensaje que incluía al dictador en curso. El de la UB, en cambio, invitaba a ver un recital de “Los Voladores”. Fue la primera de las tantas veces a la que la banda le sacaron una letra para evitar las consecuencias del nombre original.
Para zanjar polémicas al respecto, poco después el grupo compuso “Violadores de la ley”. Incluso llegó a tocarla antes de sacar su primer disco, aunque la terminaría grabando recién para el disco Mercado indio (1988).
A mediados del ’81, la banda tenía ya una decena de canciones. Pero todavía no había grabado absolutamente nada. Ni siquiera un demo. Solo una cinta tomada al aire en una de las noches de Le Chevalet, aunque circuló muchos años después. Su manera de conseguir shows era de palabra, sin nada para mostrar. Y la gente que comenzaba a interesarse, lo hacía atraída por el boca en boca. Así, Los Violadores dieron el salto desde el restaurant francés a un auditorio con mayor capacidad. Y le dieron la noche de bautismo al punk en Argentina: toda esa situación significó un quiebre de magnitudes, valorizado con el paso del tiempo. Comenzaba una nueva forma de entender la cultura rock en Argentina. Y el punk se mostraba como una de ellas. En todas sus dimensiones, además. Aquella noche helada de julio en Belgrano detonó un pequeño big-bang.
Un cartel de sepelio
El 17 de julio de 1981, Los Violadores llegaron al auditorio de la UB sobre Lacroze, casi Luis María Campos, y entraron por un portón. No había marquesina o cartel que indicara el show de esa noche. Apenas una pizarra de paños negros con letras blancas (“Como las de las casas de cambio… o de sepelios”, dice Pil) en el hall central del auditorio, que presentaba a Los Voladores. “Alguno de nosotros protestó por eso, entonces le agregamos la “i” que faltaba y al secretario de cultura, el tipo con el que habíamos arreglado la fecha, no le gustó nada. Eso ya fue calentando el clima”, relata Chalar.
Sin embargo, el grupo ya presagiaba que algo extraño iba a ocurrir. “Creo que Claudito, el baterista de Los Casanovas, nos hizo llegar la data través de su hermano, que paraba con unos pibes de Belgrano. Iban a venir a pudrirla. El tema es que no sabíamos la dimensión de ese ‘pudrirla’. Pero el clima se enrareció”, dice Pedro Braun, entonces Hari B. El problema parecía venir de “Grasa hippie”, una canción que decía: “En la plaza de Belgrano, o en otras de la ciudad, hay cierta gente piojosa que es imposible nombrar (…) Dicen amar al Rock and Roll, la progresiva y las superstars, evaden la realidad con eso. Vamos, hippie: ¡hacete mierda! Grasa hippie olvidada, grasa hippie acabada, grasa hippie desgastada sin un carajo que hacer”.
La velada ofrecía tres números. Abrió Trixy y Los Maniáticos, en su noche debut. Entre bambalinas, los músicos de Violadores veían animosidades de cierta parte del público, especialmente desprecios misóginos hacia Sandra, Trixy, su cantante. “Le gritaban cosas machistas. Fue duro. Ahí se encendió una alerta”, afirma Pil.
El juego de las sillas
Esa noche, entre el público (el lugar tenía capacidad para 200 personas) había una extraña mezcla de procedencias e intenciones. Porque, por un lado, aquel salto acercó a otros neófitos del punk interesados en esa banda que estaba apareciendo. Uno de ellos fue Chuchu Fasanelli, luego creador del legendario sello Radio Trípoli, pero entonces un nene. “Todavía tengo el ticket, un boleto sencillo, con el logo de la universidad. Pero, para mí, significa la entrada más emblemática de la historia del rock argentino”, banca hoy. “Era muy pendejo y estaba emocionado por ver a Los Violadores por primera vez. Tenían canciones que me marcaron muy fuerte, incluso hasta el día de hoy. Para mí, fue como ir a un show de Los Beatles. Eran los Pistols argentinos. Algo groso”. Pero, por el otro, subyacía la amenaza que venía de Plaza Belgrano, a cuadras del auditorio. Nunca habían tocado tan cerca del lugar que habían denostado en “Grasa hippie”, canción del repertorio iniciático que quedaría afuera en el primer LP.
En los primeros tres temas se mezclaban aplausos con algunos insultos. Pero estos últimos iban increscendo. “¡Aguante Belgrano, hijos de puta!”, se oyó en un momento. Cansado, Stuka contestó. Comenzaron la cuarta canción y voló la primera silla. Fue el parteaguas de una noche que cambiaría todo para siempre. “Me tiran un sillazo. Lo devuelvo. Vuelven a tirar. Gramática lanza un vaso con vodka. Y así fue hasta el final, que terminamos y nos fuimos. Pero tampoco es que nos cagamos a trompadas. Fue una batalla de sillas de plástico blancas, esas berretas que no hacen daño. Aunque iban y venían. Entonces quedamos totalmente sacados”, dice Pil.
Entre las escaramuzas, Violadores termina su set con “Represión”. De esa grabación precaria de Le Chevalet, previo a la UB, también aparece la misma canción como cierre del show. "Bueno chicos. El último tema. Antes de que a todos nos metan", inicia Pil, profético. La gente rechifló hasta que Hari, Stuka y Gramática comenzaron con ese groove irresistible. Y todo cambió a gritos y aplausos. "¡Represión en la Argentina!", se animaba a rugir el cantante. Y, así que rapeando, improvisa: "No queremos, odiamos, detestamos a la represión, no queremos represión, represión en los colectivos, represión en Olivos, represión en la plaza, represión en la ciudad, yo no quiero... represión... la odio... yo no quiero... represión…".
La decisión de cerrar esa accidentada performance en el auditorio de Belgrano con “Represión” supuso toda una prueba a fuego para la canción que representaría toda la época inicial de la banda. En el tema grabado para el LP de 1983, Pil grita la provocativa palabra exactamente veinticinco veces. Como para que no quedaran dudas. Así se fue Violadores del escenario: gritando y esquivando sillas.
Finalizado el set, el grupo se refugia en los camarines mientras alguien del público impacta algo contra la batería. Desde ahí, empezaron a escuchar la batahola que provenía de la sala del auditorio. “Palo Carugatti, nuestro manager de entonces, venía con los partes de situación: “La gente se está torteando”, “se armó quilombo”, “uno prendió un matafuegos”, “vino la gente de la universidad”. Y, encima, los tipos del grupo que faltaba, la Rosanrol Band, puteándonos: “Nos cagaron el recital”. El clima era terrible. Estuvimos como media hora así”, evoca Chalar.
“Cuando se armó el tole-tole con las sillas, nos fuimos abajo, al camarín”, precisa Pedro Braun. “Desde ahí escuchamos todo el quilombo. Los plomos nos decían: “Esperen, no salgan”. Hasta que nos avisan: “Llegó la Policía”. Y nosotros no sabíamos si eso era bueno, o malo, jaja. En un momento entra un cana, y nosotros con cara de nada. Nos dijeron que saliéramos. Entonces fuimos a la calle. Estaban los policías. Nosotros en plan yéndonos, “chau, chau”. Hasta que uno grita: “¡Esos son!”. Y nos subieron al patrullero”.
Represión en la comisaría
Pil lo relata como una cacería: “Llevaron a mucha gente a la comisaría 33, la mayoría a pie. A nosotros, en cambio, nos llevan en patrullero. Las manos atrás, sopapones en la cara. Apriete. En un momento, un cana dice: “¿así que a ustedes les gusta Silvio Rodríguez?”. Yo no tenía idea quién era Silvio Rodríguez todavía, pero ellos hacían esas libres asociaciones: pibes, música, batahola, Silvio Rodríguez, Cuba, comunismo. Peligrosos”.
Pedro recuerda que “había como siete patrulleros y nosotros nos fuimos en el primero, encabezamos la procesión. Pero la comisaría no estaba muy lejos, así que a varios los llevaron caminando. Y algunos lograron escaparse en el camino”. Uno de ellos fue, justamente, Chuchu Fasanelli. “Levantaron a algunos amigos, pero a mí, no. Uno le había puesto mil alfileres a la campera. ¡Parecía más de metal que de cuero! Creo que zafé de pedo, quizás porque salí un poco después que los demás. Entonces los canas estaban ocupados con otros. Empecé a caminar hacia Cabildo, y así me pude ir”.
“Llegamos y nos pasan a un pasillo. La comisaría estaba en una vieja casa. Nos ponen en hilera y… ¡pum!, una piña al estómago”, retoma Pil. “Gramática se les rió en la cara… y fue peor”. La secuencia comenzaba a escalar en agresividad: luego los llevan al patio, naturalmente a la intemperie, en una de las noches más frías de aquel 1981. “De cabeza contra la pared, a 45 grados, manos atrás. Así, un rato. Venían y nos pateaban las piernas, para que las tengamos abiertas”.
“Del patio todavía recuerdo las voces de los canas diciendo: “Ahí están, estos son los putos”. “¿Ah sí?”, respondía otro. “Los llevamos al fondo y desaparecen”. Todo se estaba poniendo muy turbio”, dice Pedro. Y Pil, conectado con él, asiente: “En un momento tiraron que nos iban a sacar a pasear en un Falcon con un almohadón en la cabeza. Nosotros, en silencio. Tenebroso. Al toque me llevan a un cuarto aparte, y me empiezan a dar con un guante. Al cana después lo ví en el 67, un día que iba para Cabildo: el hijo de mil puta subió con el uniforme y el mismo bigote de facho de mierda. Rubio, de bigote colorado. Y esa cara fascista de los ’70”.
Aunque al aire libre, el patio se había convertido en una mazmorra para Los Violadores. Y recién cuando los policías se aburrieron de someterlos… fueron derivados a un calabozo con gente de todo tipo. Entre los compañeros de celda, Pil recuerda a un ciruja que no paraba de hablar del Armagedón, un elemento del Apocalipsis bíblico. Y Pedro, a dos pobres tipos que nada tenían que ver con nada: “Uno había sacado a pasear al perro, y el otro venía de comprar una pizza. Se ve que la comisaría tenía que meter a una determinada cantidad de gente por noche, y entonces los agarraron para llegar a hacer número”.
Así pasarán toda la madrugada y prácticamente el resto del día. “La guardia de noche fue muy hostil con nosotros. Dormimos en el piso, cemento, un frio de cagarse. ¡Y un cagazo! A la mañana se descomprimió un poco, pero seguíamos ahí”, continúa Chalar. El primero que salió fue Stuka, por la tarde. El resto recuperó la libertad cerca de la medianoche del sábado 18 de julio. Recién ahí supieron por qué habían estado detenidos.
“Nos detuvieron por ‘Atentado contra el pabellón nacional’”, afirma Pil, todavía sorprendido. Una carátula insólita para un grupo que cantaba en contra de muchas cosas, pero no de esas. Chalar sostiene la teoría de que fue una excusa para apretarlos por haber cantado “Represión”. Como no había ninguna acusación formal para hacerles, les encajaron esa. “Les vino bien a las autoridades de la universidad para poder citar a la Policía en medio del quilombo”. Belgrano se descontroló con sillazos de plástico y una noche de hostigamientos en la 33.
Una noche en el Ital Park: comienza otro juego
Tras el arresto y la liberación, llegó la condena: ir personalmente a pagar una multa. Para ese entonces, revistas como Humor o Expreso Imaginario habían publicado su crónica de los hechos. “Los Violadores eligieron —lamentablemente para este país— a los Sex Pistols como su influencia prima”, escribía Roberto Pettinato. En tanto, Gloria Guerrero titulaba en mayúsculas: “PUNKS GO HOME”. Ninguno de los dos había ido al recital. Pil, encargado de ir a abonar la multa como consecuencia de cantar “Represión” con sus compañeros, concluyó en ese viaje en colectivo la letra definitiva de una canción que, hasta entonces, tenía una versión inconclusa. “Semanas largas, sacrificadas; trabajo duro, muy poca paga; desocupados, no pasa nada; ¿en dónde está -¡bestias!- la igualdad deseada?”.
A partir de entonces, claro, comenzaría otra historia: 1982, la grabación del disco durante Malvinas, shows por varios lados, el empujón de algunas teloneadas a Riff junto a V8 (que les generó amistad con el grupo de Ricardo Iorio pero, a la vez, una agresiva resistencia del público de Pappo y compañía) y la salida del LP debut en diciembre de 1983, mientras el país se prestaba al retorno democrático.
“Pero fue en julio del ’81 que nos hicimos más punks que nunca. Habíamos pasado ese show, esa noche, esa experiencia. ¡Y habíamos sobrevivido! Quedó un aire de pequeña épica. De actitud desafiante en el desierto. Entonces nos sentimos fortalecidos”, sostiene Pil, cuarenta años después. Y los recuerda con detalles que aún no narró la historia: “Al poco tiempo de todo eso, fuimos los cuatro al Ital Park. Nos metimos dentro de los laberintos, corrimos en los autitos, tiramos con las escopetas de feria. Boludeces. Pero tener ese plan un sábado a la noche con tus compañeros de grupo te hacía sentir que estabas realmente formando una banda. Hasta ese entonces, los cuatro juntos no nos veíamos muy seguido más allá de los ensayos y shows. Pero todo lo que pasó en la UB nos empujó hacia la convicción de insistir en lo que queríamos. Y ahí comenzó otra historia”.