En mayo de 1968, los estudiantes rebeldes de Francia se unieron a los trabajadores para lanzar una huelga general. Leían a Marx, soñaban con la revolución, cuestionaban el género... Su lema era "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Sabían que la única solución realista a los problemas creados por el capitalismo era hacer lo que los teóricos burgueses afirman que es imposible: derrocar el sistema con una revolución socialista.
El grupo Democratic Socialists of America (DSA) fue creado en 1982 por Michael Harrington. Su objetivo para la nueva organización era ser "el ala izquierda de lo posible”: “Comparto un programa inmediato con los liberales [1] de este país porque el mejor liberalismo conduce al socialismo", escribió. Harrington pretendía construir un grupo cuyo "socialismo" fuera solo la ilusión de un capitalismo más humano, y cuya estrategia fuera empujar al Partido Demócrata para que aceptara las reformas. La estrategia de Harrington de "lo posible" significaba que los socialistas desempeñarían un papel en limitar la radicalización política de los movimientos sociales y la clase obrera para contenerlos en el ámbito de la política burguesa. Es una estrategia fallida, no solo en la lucha por el socialismo, sino incluso en la lucha por reformas sustantivas.
Está claro que muchas cosas han cambiado desde los años ‘80. Pero esta alternativa —ser el ala izquierda de lo "posible" o romper con lo que se supone que es "posible" bajo el capitalismo— es útil para pensar el DSA hoy.
En su (re)nacimiento en 2016, decenas de miles de jóvenes con “movilidad social descendente” se unieron al DSA. Esto fue producto de la crisis económica de 2008, de la campaña de Sanders y de la bancarrota del Partido Demócrata bajo Hillary Clinton, y del sistema capitalista en general.
Había un ánimo que se contagiaba, se extendía: la gente despertaba a la vida política y quería un cambio profundo, incluso "lo imposible". Esto se expresaba sobre todo ideológicamente, no en acciones radicalizadas de masas. En esos primeros años se hacían preguntas reales y profundas dentro del DSA: ¿Cuál es el camino hacia el socialismo? ¿Cuál es el papel de las elecciones? ¿Cómo podría ser una revolución?
En los últimos cuatro años, el DSA ha respondido a esas preguntas en el espíritu de Michael Harrington. El DSA se ha convertido en un apéndice del Partido Demócrata, centrándose casi exclusivamente en hacer campaña para este último partido, por ejemplo llamando por teléfono para pedir aportes financieros para sus candidatos. Habiendo transcurrido la pandemia del coronavirus, el movimiento Black Lives Matter y la debacle del 6 de enero de este año [el intento de toma del Capitolio por los fanáticos de Trump], el DSA es menos combativo que antes y, a pesar de tener más de 80.000 miembros, no ha desempeñado un papel en la lucha de clases. En cambio, el DSA ha llegado a concebir la lucha de clases como una forma de fortalecer el trabajo electoral dentro del Partido Demócrata.
En vistas a la Convención Nacional que tendrá lugar del 1° al 8 de agosto, deberíamos evaluar el papel que el DSA está jugando en la situación política actual. Ha vuelto una cierta apariencia de normalidad capitalista: hay menos protestas y menos indignación, mientras que los asesinatos policiales continúan y los hijos de los migrantes que son deportados continúan siendo enjaulados. En lugar de avivar el fuego de la lucha, el DSA está, en cierto modo, contribuyendo a apagarlo.
Pero 2020 nos ha demostrado que los escenarios "imposibles" —como los levantamientos de masas en el corazón del capitalismo estadounidense— no solo son posibles sino probables a medida que el sistema capitalista entra en crisis. La única solución realista a la crisis es exigir lo que todos los reformistas afirman que es imposible: pasar de la revuelta a la revolución y luchar por una ruptura definitiva con el capitalismo para construir un futuro socialista. Este artículo intentará extraer lecciones de los problemas que tiene el DSA para preparar las batallas que se avecinan.
El DSA y la crisis capitalista
El DSA existe desde los años 70 como una pequeña agrupación reformista. Cuando Sanders comenzó su candidatura presidencial, el DSA tenía 5.000 miembros. A principios de 2019, el número superaba los 50.000, y ahora se acerca a los 100.000. Este crecimiento es el resultado de la crisis del capitalismo.
Antonio Gramsci utilizó el término crisis orgánica para describir un momento de agitación económica, política y social que surge del fracaso de un proyecto capitalista. Esta es precisamente la situación en Estados Unidos después de que el crack de 2008 pusiera en crisis la economía y al propio neoliberalismo. La hegemonía imperialista de Estados Unidos está en declive y China emerge como competidor en la escena mundial. En esta situación, como dice Gramsci, "lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer". Los capitalistas y sus partidos políticos no pueden ofrecer una salida clara a la crisis, y la gente empieza a romper con los dirigentes y las ideologías que antes seguían acríticamente.
Han surgido populismos de izquierda y de derecha, con Donald Trump y Bernie Sanders. Con la derrota de Hillary Clinton, el Partido Demócrata quedó desacreditado. Surgió una nueva generación escéptica con el capitalismo y atraída por una vaga noción de socialismo. El surgimiento del DSA forma parte de estos elementos de crisis orgánica. El enorme apoyo al socialismo entre los jóvenes hubiera parecido imposible incluso hace unos años.
La tarea central de la administración Biden es reconstruir la fe en las instituciones capitalistas y restaurar la hegemonía imperialista de Estados Unidos. El programa de Biden es promover un capitalismo “America First” como una forma de competir con China, y los paquetes de gastos están destinados a aliviar lo peor de la crisis económica. A diferencia de lo que escuchamos de Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, o incluso la revista Jacobin, la tarea de los socialistas no es asesorar a Biden y a los demócratas sobre cómo reconstruir las instituciones capitalistas. Y tampoco pasa por hacer como si algunas reformas menores no tuvieran nada que ver con su proyecto imperialista manifiestamente declarado. Esta es una estrategia para ser "el ala izquierda de lo posible", una política chovinista que busca obtener reformas para algunos trabajadores en Estados Unidos a expensas de la clase obrera internacional. Y la crisis climática y económica, la podredumbre del capitalismo, es cada vez más clara, y "lo posible" dentro del capitalismo es claramente insuficiente.
Los socialistas deberían estar haciendo todo lo posible para profundizar la crisis del capitalismo, del régimen bipartidista y del imperialismo estadounidense; cuando "lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer", los socialistas deberían tener como objetivo matar lo viejo y brindar una alternativa política a quienes se radicalizan por la crisis. El DSA está haciendo todo lo contrario. Está haciendo que una nueva generación vuelva al Partido Demócrata, no para enterrar a este partido y a la "democracia" capitalista estadounidense, sino para rejuvenecerlo con figuras políticas progresistas y dinámicas.
Y el Partido Demócrata no es una organización cualquiera. A pesar de que a veces adopta el lenguaje de los movimientos de izquierda, es un partido imperialista y capitalista. A diferencia de los republicanos, los demócratas tienen tentáculos en las instituciones de la clase trabajadora, como los sindicatos, así como en los movimientos sociales. A medida que el DSA se convierte en un apéndice del Partido Demócrata, también se convierte en un apéndice del Estado capitalista, al igual que las burocracias sindicales y las de las ONG, que trabajan para poner límites y restringir el radicalismo canalizándolo hacia un partido burgués. Y, mientras tanto, los del DSA hacen todo tipo de piruetas teóricas para afirmar que el camino hacia un partido independiente de la clase obrera es a través de los demócratas. Pero esto es hacer como si no hubieran existido intentos anteriores de formar un partido de la clase obrera que fueron aplastados por el Partido Demócrata y sus aliados burocráticos en las ONG y la dirección sindical.
¿Un DSA que exigiera lo imposible?
"¿Cuándo te diste cuenta de que eras socialista?" Estamos en 2017 y cientos de nuevos socialistas abarrotan auditorios y salas de reuniones para contar cuándo se dieron cuenta de que el sistema en el que vivimos está mal y que hay que luchar para cambiarlo. En los bares, hasta altas horas de la noche, discutimos sobre la reforma o la revolución. En grupos de lectura estudiamos detenidamente El Capital de Marx. Cualquier miembro del DSA te diría que este ya no era el grupo de Harrington. Mucha gente que se identificaba a sí misma como revolucionaria encontró un hogar en el DSA, y algunos incluso argumentaron que podría convertirse en un partido político revolucionario.
Aunque muchos miembros del DSA se identificaban como revolucionarios, era difícil encontrar a alguien que quisiera romper con el Partido Demócrata. Descartaban el potencial de construir conciencia de clase con campañas electorales independientes y, en cambio, buscaban un atajo para obtener cargos a través de alianzas con nuestros enemigos de clase. Allí se sentía en el aire lo que quedaba de Harrington, mientras se decía: "El sistema electoral estadounidense es tan represivo que no tenemos otra opción que presentarnos como demócratas".
Pero incluso esto estaba siendo cuestionado. En la convención del DSA de 2017 se presentaron dos resoluciones para apartarse del Partido Demócrata, afirmando que
Debemos reconocer que el Partido Demócrata no es nuestro partido, aunque a veces nos presentemos o apoyemos a candidatos dentro de él. (...) Deberíamos abstenernos de respaldar o apoyar a los demócratas que participan en luchas políticas dentro del Partido Demócrata. Tomar parte en esas luchas internas del Partido Demócrata solo desorienta a nuestros miembros, haciéndoles creer que el Partido Demócrata puede ser un vehículo para las aspiraciones de los trabajadores. Creemos que es importante hacer hincapié en este punto, porque el Partido Demócrata ha sido históricamente el mayor desafío para los movimientos progresistas.
Aunque la moción no fue aprobada, recibió un apoyo de dos quintos de la convención, lo que indica que había gente en el DSA que era escéptica del Partido Demócrata y que tenía un primer concepto de que ese partido siempre ha actuado como el cementerio de los movimientos sociales.
Jacobin y el revival de Kautsky
Por supuesto, no todos en el DSA eran recién llegados al socialismo. La revista Jacobin y quienes se organizaban en torno a ella eran los miembros del DSA con más experiencia teórica y política, gente que tenía una visión teórica y política. Mientras que la mayoría de los miembros del DSA no identificarían a Jacobin como su dirección política, como eran los miembros más organizados con una clara visión política, desempeñaban un papel hegemónico, estableciendo la agenda y llevando al DSA a centrarse en la campaña de Sanders y un trabajo electoral similar.
Jacobin reivindicó el legado de Karl Kautsky para justificar una orientación de construcción del ala progresista del Partido Demócrata. Kautsky representaba el ala centro de la socialdemocracia alemana (SPD), la mayor organización socialista antes de la Primera Guerra Mundial. Kautsky trataba de establecer un equilibrio entre la izquierda revolucionaria de Rosa Luxemburg y la burocracia del SPD que acabó asesinándola. Luxemburg describía la estrategia de Kautsky como "nada más que parlamentarismo", y Lenin escribió su famoso El Estado y la revolución en polémica contra el enfoque reformista de Kautsky hacia el Estado capitalista. Sin embargo, Jacobin y el DSA están muy a la derecha de Kautsky, ya que este último por lo menos no apoyaba a políticos capitalistas.
El ala Jacobin del DSA trata de divorciar a Kautsky de la traición nacionalista del SPD cuando el mayor partido socialista del mundo decidió apoyar a su propia burguesía en 1914. Luxemburg fue una de las voces más claras en la lucha contra el creciente reformismo del SPD incluso antes de esta traición.
En 1911, el SPD se negó a tener una política activa contra la intervención del imperialismo europeo (incluyendo el alemán) en Marruecos, alegando que el partido debía centrarse en cuestiones de política interna del país. Así es precisamente como piensan Jacobin y el ala neokautskista del DSA. Eric Blanc llegó a afirmar que "algunos izquierdistas creen que no debemos apoyar a Bernie porque se presenta en la lista de candidatos del Partido Demócrata y/o por sus limitaciones políticas (por ejemplo, en cuestiones de política exterior o en su definición de socialismo). Esta crítica no es una razón seria para negar el apoyo". El mensaje es centrarse en las cuestiones de política interna, ignorar el imperialismo para asegurar reformas para la clase obrera estadounidense. Luxemburg dio a esto una respuesta convincente:
Se dice que debemos restringir nuestra agitación exclusivamente a asuntos de política interna, a cuestiones de impuestos y leyes sociales. Pero la política financiera (…) y el estancamiento de las reformas sociales están orgánicamente ligados con el militarismo, la política naval, la política colonial, y con el régimen autocrático y su política exterior. Toda separación artificial de estas áreas solo puede presentar una imagen incompleta y unilateral del estado de nuestros asuntos públicos.
En otras palabras, para Luxemburg la lucha contra el capitalismo requería una comprensión de la conexión entre la política exterior y la interior, y de la economía global en su conjunto. Esta lección se aplica directamente al DSA, que pasa por alto el imperialismo para justificar su apoyo a los demócratas. La política exterior y la interior son una sola cosa; para luchar contra el capitalismo no se pueden divorciar la lucha por nuestras demandas de fronteras adentro de la lucha contra la opresión imperialista sobre los trabajadores y los pueblos del mundo. Pero este es precisamente el problema que ha llevado al DSA al terreno del Partido Demócrata, especialmente ahora con Joe Biden en la presidencia, y los demócratas dirigiendo el imperialismo estadounidense.
Sin embargo, esto no es algo que ocurrió de la noche a la mañana. Esta cuestión del imperialismo llevó al DSA a un conflicto constante con su ala kautskista durante toda la era Trump.
Las contradicciones del nuevo DSA
El “nuevo" DSA siguió creciendo a lo largo de la presidencia de Trump. Si bien las elecciones fueron parte de las actividades de la organización en 2017 y 2018, muchos miembros responderían, enojados, que se hizo más que campañas electorales: también hubo mucho activismo local y nacional. Cuando Trump organizaba un golpe de Estado en Venezuela, el DSA alentó un día de acción nacional y llamó a sus militantes a proteger la embajada venezolana. Las regionales organizaron protestas por la abolición del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y, en algunos casos, hicieron agitación planteando abrir las fronteras.
Este activismo a menudo estaba en contradicción directa con el apoyo electoral a los demócratas. Por ejemplo, Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) y Sanders dieron cobertura de izquierda al golpe de Estado en Venezuela. AOC votó a favor del presupuesto del ICE. Sanders estaba en contra de las fronteras abiertas. El DSA estaba haciendo campaña por personas que se oponían activamente a las causas por las que sus miembros organizaban protestas e incluso eran arrestados.
A veces, el DSA hacía declaraciones contra los funcionarios electos que habían apoyado ellos mismos. La dirección de la regional de Nueva York criticó a Ocasio-Cortez por su respaldo a al gobernador demócrata del estado, Andrew Cuomo de la siguiente manera: "Rechazamos la ilusión de que el Partido Demócrata es, o se convertirá, en una institución que sirva a los intereses de la clase trabajadora estadounidense". En Nueva York se produjo una discusión sobre si apoyar o no la candidatura de Cynthia Nixon a la primaria demócrata para gobernador del estado en 2018, que terminó resolviéndose con un respaldo [2]. Pero una carta firmada por más de 100 miembros del DSA de Nueva York incluía declaraciones contundentes como: "Creemos que nuestra lucha por el socialismo vive o muere en función de que la clase trabajadora luche por sí misma, no por quién va a terminar en la residencia del gobernador".
Sectores del DSA veían el activismo, no la política electoral, como su proyecto principal. Sin embargo, muchos activistas estaban dispuestos a mirar hacia otro lado mientras el DSA construía una maquinaria electoral, esperando que el ala activista pudiera coexistir pacíficamente con el Partido Demócrata.
En realidad, esto significaba poner excusas a cada contradicción que surgía. Había miembros del DSA que se hacían los distraídos respecto a que Sanders es un político imperialista que se opone a las fronteras abiertas, esperando, por lo menos, la esperanza de obtener el seguro médico Medicare para todos. Esta es la miseria de "lo posible", que ni siquiera logró que esta última esperanza se cumpliera. Se suponía que la campaña de Sanders era un atajo hacia las masas, pero en realidad era un camino totalmente diferente y este camino no conduce al socialismo. Más bien, el trabajo electoral del DSA estaba llevando a sus activistas a convertirse en auxiliares del Partido Demócrata y, por lo tanto, del Estado capitalista estadounidense.
El DSA fue una tremenda ayuda para los demócratas en un momento de crisis tras el fracaso de la campaña de Clinton en 2016. La gente buscaba alternativas, pero el DSA los llevó directamente de vuelta al Partido Demócrata con jóvenes "socialistas" progresistas, desde AOC hasta Rashida Tlaib. Esto es exactamente lo contrario de lo que deberían hacer los socialistas cuando los partidos capitalistas están en crisis. Como plantean Tre Kwon y Jimena Vergara,
Cuando parece que el Partido Demócrata está ardiendo, los revolucionarios y los socialistas deberían darlo todo para que el fuego arda más. Deberían señalar que es totalmente imperioso que haya organizaciones de la clase obrera y un partido político independiente de los capitalistas, en el camino hacia la revolución socialista y una sociedad sin clases.
Convirtiéndose en una maquinaria electoral demócrata
A medida que se acercaba la campaña de Sanders para 2020, hubo dudas dentro del DSA sobre si respaldarlo o no. El Caucus Afrosocialista escribió una declaración en la que pedía al DSA que no lo respaldara debido a que Sanders, en el debate que surgió en la primaria demócrata sobre si el Estado norteamericano debía pagar indemnizaciones a los descendientes de esclavos, se negó a apoyar esta propuesta. En Nueva York, el Grupo Socialista Feminista celebró una mesa redonda sobre el apoyo en la que yo participé. Cuando llegó el momento de la votación, hubo esencialmente un empate entre apoyar o no apoyar a Sanders.
Con la campaña de Sanders, una lenta deriva hacia el Partido Demócrata pronto se convirtió en una ola masiva. El escepticismo hacia Bernie no pudo resistirse a la “Berniemanía”, organizada por la fracción del Partido Demócrata llamada “Justice Democrats” [a la que pertenecen las parlamentarias AOC, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, entre otros] y figuras de alto perfil que apoyaron su campaña, desde el cineasta Michael Moore hasta el rapero Killer Mike. Sin oponerse a los partidos capitalistas por principios, el DSA se comprometió con el concepto de un capitalismo más amable y reformado bajo una presidencia de Sanders. Los compañeros que antes habían criticado el trabajo electoral ahora hacían campaña por Bernie cada fin de semana.
Y esta vez era diferente a la de 2016. Cuatro años antes, algunas personas esperaban que Bernie rompiera con los demócratas y lanzara una campaña independiente. En 2020, los propios partidarios acérrimos de Bernie entraron con los ojos abiertos, conscientes de que Bernie no rompería para formar un nuevo partido, a sabiendas de que el juego estaba amañado a favor de Joe Biden, conscientes de que Bernie respaldaría a quienquiera que fuera el candidato del Partido Demócrata, sabiendo que no era un socialista y conscientes de que era un imperialista.
El DSA hizo campaña por Bernie 2020 sin oposición. Movilizó sus fuerzas y creó un ejército de colaboradores telefónicos y de reclutadores que afiliaban a la gente al Partido Demócrata. Lo justificó teóricamente, argumentando que hacer campaña por Sanders era construir el socialismo. Kate Doyle Griffiths destaca la insensatez de esto:
El Partido Demócrata está orientado hacia las elecciones y no hacia la construcción de corrientes entre los trabajadores y los movimientos sociales, hacia una política definida y limitada por una agenda de la clase dominante, no hacia la construcción del poder de la clase trabajadora. Esto es un hecho fríamente tangible, ya que el dinero recaudado, por ejemplo, para la campaña de Bernie Sanders, no se puede reorientar hacia causas por fuera de las elecciones, algo que tampoco puede hacerse con el aparato interno del partido destinado a que él u otros demócratas de izquierda salgan electos. Our Revolution [la corriente de Sanders] legalmente no puede utilizarse para construir los movimientos, así como tampoco las decenas de millones que la clase trabajadora donó a las campañas de Bernie.
El DSA no estaba construyendo el socialismo, construyó una maquinaria electoral para el Partido Demócrata.
Y cuando empezó la pandemia del coronavirus, con el miedo, la ira y con los trabajadores haciendo ceses de actividades a pequeña escala, el DSA quedó en medio de la campaña de Biden con una maquinaria electoral. Desde la elección, Sanders se ha integrado totalmente en la nueva administración como jefe de la Comisión de Presupuestos del Senado. Al buscar un ilusorio "capitalismo más amable", se ha convertido en una herramienta de la administración Biden, renunciando a las mismas reformas que justificaron que el DSA en un comienzo decidiera poner todo su peso detrás de su campaña. Y el "movimiento" que la campaña de Sanders y el DSA prometieron construir fue impotente para luchar por estas reformas frente a la lucha de clases.
Mientras los demócratas reprimían a los manifestantes de BLM y fracasaban en la respuesta a la pandemia, el DSA no estuvo ni cerca de una "ruptura" con el Partido Demócrata. De hecho, es menos probable que el DSA rompa ahora que hace cuatro años. Como explican Andy Sernatinger y Emma Wilde Botta,
Desde 2016, el debate electoral en el DSA ha sido sobre cómo construir un partido independiente. Se dio por sentado que el Partido Demócrata es un obstáculo, aunque la campaña de Bernie Sanders abrió la posibilidad de un acuerdo táctico con el Partido Demócrata mientras el movimiento socialista luchaba por superarlo. A partir de 2020, los términos del debate son si acaso hace alguna falta romper con el Partido Demócrata.
Actuar dentro del Partido Demócrata adquiere un carácter especialmente insidioso bajo el gobierno de Biden. Significa dar cobertura por izquierda al partido que ostenta los poderes ejecutivo y legislativo. Significa fomentar la ilusión de que el partido que controla el Estado capitalista más poderoso del mundo puede ser un instrumento de cambio. Frente a esto, el ejército de activistas del DSA no está pensado para la lucha de clases.
Fracaso en las pruebas de la lucha de clases
El 2020 fue en muchos sentidos el año de lo "imposible", desde el movimiento Black Lives Matter hasta el coronavirus. Brindó muchas oportunidades para construir el poder de la clase trabajadora y una organización socialista combativa. Fue una prueba para la sentencia del DSA de que "podemos hacer activismo y elecciones". ¿Podría demostrar la mayor organización socialista que haya habido en décadas en Estados Unidos, con representantes elegidos a nivel municipal, estadual y nacional, que podría ser tan útil para apoyar la lucha de clases como para hacer campaña por los demócratas?
La respuesta es clara: el DSA fracasó en todas las pruebas de la lucha de clases.
El levantamiento de Black Lives Matter fue el mayor movimiento de la historia reciente de Estados Unidos. Convirtió a Estados Unidos en el centro más importante de la lucha de clases en el mundo durante la pandemia. Por un momento, la quema de una comisaría de Minneapolis fue más popular que Trump o Biden; los trabajadores del transporte se negaron a colaborar con la policía; y millones de trabajadores empezaron a comprender el papel de la policía como pilar del racismo estructural. Organizado en gran medida de forma espontánea y sin un liderazgo claro, el movimiento logró arrancar el encarcelamiento de Derek Chauvin y puso en el mapa político las demandas de desfinanciación o abolición de la policía.
La tarea de los socialistas es tomar las revueltas que inevitablemente estallan en este podrido sistema capitalista y empujarlas para convertirlas en revoluciones. En la mayor revuelta de nuestra vida, ¿qué hizo el DSA? Hizo campaña a favor de los demócratas, el mismo partido que lanza gases lacrimógenos a los manifestantes en las calles. El mensaje del DSA a la gente en las calles era que el verdadero cambio viene del voto y que las protestas no son más que campañas de presión, no formas de fortalecer los músculos y la sensibilidad antirracista de una clase trabajadora profundamente dividida por el racismo estructural. El DSA no planteaba nada parecido a una perspectiva de superación del Estado capitalista estadounidense.
Había miembros sueltos del DSA en las calles todos los días, y muchos de ellos fueron arrestados. No se trata solamente de esas personas sueltas. Se trata de una organización con 80.000 o más miembros, con regionales en todos los estados del país, que no desempeñó ningún papel progresista en el movimiento. Sí, las secciones locales, especialmente los grupos afrosocialistas locales, organizaron protestas. Pero esto estaba muy lejos de lo que debería haber hecho la mayor organización socialista del país.
El DSA no utilizó sus cargos electos ni sus posiciones en el movimiento obrero para fortalecer el movimiento BLM. No hubo un impulso nacional para radicalizar el movimiento o para conectar la lucha contra el racismo y la violencia policial con la lucha contra el capitalismo.
Aunque el DSA hizo un llamamiento para "Desfinanciar a la policía", la estrategia para conquistar esta demanda fue hacer campaña por los demócratas locales. Ya no pasaba por impulsar a la gente a entender, como decía la declaración de 2017 en la convención de la DSA, que "el Partido Demócrata ha sido históricamente el mayor desafío para los movimientos progresistas." Lo que se buscaba era encauzar la lucha callejera radicalizada hacia la campaña electoral demócrata. El 16 de julio, solo tres días antes de las mayores movilizaciones del movimiento BLM, el DSA de Nueva York envió un correo electrónico afirmando: "Si vas a hacer algo esta semana, que sea esto". No se refería a ponerse a la cabeza de la lucha contra la policía, sino a "conseguir votos" para los demócratas progresistas.
Los dirigentes del DSA veían las protestas como poco más que campañas de presión, no como una forma de construir la fuerza, la organización y la conciencia de la clase trabajadora. Por ejemplo, en el correo electrónico que el DSA envió sobre el movimiento para desfinanciar a la policía de Nueva York el 12 de julio no hay ni una sola mención a la protesta, la movilización o la radicalización. Ni una sola mención a que la promesa de "abolir la policía" en Minneapolis era una cínica mentira. Para el DSA, el trabajo electoral no estaba destinado a fortalecer el movimiento. El movimiento estaba destinado a fortalecer el trabajo electoral del Partido Demócrata.
El DSA tuvo menos iniciativa que los estibadores que organizaron una huelga portuaria, cerrando todos los puertos de la Costa Oeste. Fueron menos radicales que los conductores de autobús que se negaron a transportar prisioneros para la policía. El DSA no desempeñó absolutamente ningún papel en la unión del movimiento BLM con el movimiento obrero: no lanzaron ninguna campaña nacional para sacar a los policías de nuestros sindicatos o para hacer de la "Huelga por las Vidas Negras" una huelga real y no una acción simbólica. No jugó ningún papel en formular exigencias y enfrentar a la burocracia sindical, que insistía con declaraciones simbólicas, en no realizar medidas sindicales y preparar para gastar dinero y tiempo en la elección de Joe Biden.
Aunque Eric Blanc dice querer construir un partido obrero, el DSA no jugó ningún papel en la activación del movimiento obrero en torno a Black Lives Matter y en la lucha por el activismo antirracista dentro de la clase obrera, la única forma real de unir a la clase obrera estadounidense. Mientras millones de trabajadores estaban en las calles luchando contra el racismo, Jacobin mantuvo un enfoque reduccionista de dar prioridad a las "demandas de toda la clase."
Con millones de personas en la calle, el DSA no desempeñó ningún papel en la organización de foros, reuniones o debates para organizar el movimiento a escala nacional. Esto significó dejar ese espacio político para organizaciones que no eran socialistas y que estaban totalmente vinculadas al Partido Demócrata. Como explica Haley Pessin, "en lugar de organizar a los activistas para agitar mejor sus demandas después del levantamiento del verano, [la Fundación de la Red Global Black Lives Matter] dirigió principalmente su energía hacia la movilización de los votantes para derrotar a Trump" y conseguir el voto para Joe Biden. Así, la enorme energía del movimiento BLM se canalizó en un esfuerzo por " conseguir el voto" para Joe Biden. Ahora, por supuesto, Biden está liderando la carga contra las demandas del movimiento BLM, moviéndose para aumentar los presupuestos de la policía en todo el país.
Esta no es la única prueba de lucha de clases en la que el DSA ha fracasado en los últimos años. Aunque muchos miembros del DSA son también miembros de sindicatos activos en sus lugares de trabajo, la orientación de la organización nacional hacia el movimiento obrero no es más que la movilización para presionar al Congreso para que apruebe la Ley PRO. En lugar de construir el poder de los trabajadores —lanzando una campaña nacional de apoyo al esfuerzo de sindicalización en Amazon en Bessemer (Alabama), por ejemplo— el DSA canalizó más energía hacia el Partido Demócrata y más fe en una administración cuyo propósito es disipar el descontento de las últimas dos décadas.
Reforma, revolución y la miseria de “lo posible”
En las pasadas convenciones, hubo animados debates sobre la orientación que debía seguir el DSA. ¿Cómo debería el DSA comprometerse con la clase trabajadora? ¿Cuál es el camino hacia un partido socialista de masas en Estados Unidos?
Esta próxima convención muestra a unas bases mayoritariamente pasivas, totalmente tranquilas con el enfoque de la campaña del Partido Demócrata. Esto es evidente en el hecho de que hay muchas menos resoluciones a votar este año que en las convenciones pasadas: en 2019, hubo 15 resoluciones por cada 10.000 miembros. En 2021, hay cuatro. El DSA vuelve a alinearse con la visión de Harrington de ser "la izquierda de lo posible", incluso cuando la situación objetiva nos muestra que no es posible resolver los problemas más urgentes de la humanidad bajo el capitalismo.
Casi 100 años antes de Michael Harrington, Rosa Luxemburgo escribió en “El oportunismo y el arte de lo posible":
Precisamente porque no cedemos ni una pulgada de nuestra posición, forzamos al gobierno y los partidos burgueses a que nos concedan unos éxitos inmediatos que pueden ser ganados. Pero si empezamos a correr detrás de lo que es posible de acuerdo con los principios del oportunismo, indiferentemente de nuestros propios principios, y por los medios de un estadista, trocarlos; entonces nos encontraremos pronto en la misma situación del cazador que no solamente ha dejado escapar al ciervo sino también que ha perdido su arma en el proceso.
El DSA es un ejemplo de ello. Eric Blanc argumenta que el DSA está "ganando" porque respaldó a muchos candidatos que ahora ocupan cargos electos y porque está creciendo en número. Pero al final, al atarse a los demócratas, el DSA se ha hecho irrelevante en la única forma que importa a los socialistas: en la lucha de clases. Sus "victorias" son superficiales, en realidad son pérdidas a largo plazo para una generación de jóvenes que se alejaban de un partido burgués.
Pero 2020 demostró que lo "imposible" puede suceder. El año vio levantamientos, pandemias globales y nuevos movimientos neofascistas como no hemos visto en nuestras vidas. La única respuesta realista a la destrucción y la miseria capitalistas es derrocar este sistema. El siglo XX estuvo lleno de revoluciones, y no hay señales de que el siglo XXI vaya a ser diferente. Pero el papel de los socialistas es decisivo. Los socialistas deben tratar cada lucha como una escuela de guerra, como decía Lenin, para preparar a la clase obrera para la revolución. Y para ello, necesitamos una organización que sea un arma real contra el sistema capitalista racista e imperialista y los partidos que lo sostienen.
Traducción: Maximiliano Olivera |