Un 8 de agosto de 1971 debutaba oficialmente en el primer equipo de River. Comparado con Pelé y en el podio de los ídolos máximo del club, Norberto Osvaldo Alonso dejó una marca eterna en la historia del fútbol argentino. La historia de un mito viviente.
Toda leyenda tiene un inicio, ¿cómo se inicia la del Pelé blanco? A principios de la década de los setenta, River vivía tiempos de confusión. El cierre de cada libro de pases dejaba capas y capas de grandes jugadores. Sin embargo, esos planteles no lograban coronar su calidad con el ansiado campeonato. Las lecciones de La Máquina y de La Maquinita, habían sido olvidadas: River había dejado el fútbol total, su máximo aporte a la historia del juego más popular del planeta. Este estilo de juego implicaba lograr una sinergia entre las tres facetas del juego (juego, fuerza y lucha). Para ello se sostenía en los supercracks surgidos de las divisiones inferiores (como Ángel Labruna, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Néstor Raúl Rossi, Omar Sívori, Alfredo Di Stefano y Amadeo Carrizo), y en pocas incorporaciones de superlativa calidad (como Walter Gómez).
En uno de los tantos golpes de timón de una desorientada institución, surgió la idea de volver a las fuentes. Observando que Brasil dada lecciones de toque, dribling, buen trato de pelota, talento y sagacidad, todo lo que históricamente distinguía a River, se decidió ofrecer el puesto de DT al entrenador verdugo de la selección argentina en La Boca (eliminatoria para el Mundial México ´70): Waldir Didí Pereira. Como jugador había sido bicampeón del mundo, y, como técnico, les otorgaba a sus equipos una impronta de pulida técnica, tenencia del balón y paciencia para cambiar de ritmo. Todo ello se podía sintetizar en la frase “jogo bonito”. Para concretar su idea, Didí buscó los intérpretes más adecuados para su proyecto. En esa búsqueda observó que, en las divisiones inferiores de River, había una gema que el brasileño apodó Pelé blanco: Norberto Osvaldo Alonso.
El Beto era de esas generaciones cuyos talentos se criaban futbolísticamente en los potreros. Su mágica zurda fue producto de que su padre le ataba la pierna derecha para que no la utilizara. Hincha de Racing, llegó a las divisiones de River a los 10 años, para jugar en la novena división. Allí se desempeñaba como puntero izquierdo, pero ya tendía a bajar para tener contacto con la pelota. A esa joven edad entró al mundo del trabajo, como caddie de golf en las canchas de la zona donde se crió (Los Polvorines). Más adelante, comenzó a trabajar en una tapicería, buscando aprender el oficio. Bajo la efervescencia de la beatlemanía, también soñó con formar una banda de rock que emulara a los cuatro fantásticos de Liverpool. Todo ello ocurrió mientras viajaba más de dos horas para entrenar en River.
El debut oficial de Alonso con el Manto Sagrado se produjo en la cancha de Atlanta, contra el equipo local. Se dice que los rivales salieron a pararlo haciendo pesar el rigor físico. Las respuestas del Beto, que tenía 18 años, fueron el anuncio de su marca distintiva: los caños, los tacos y los sombreros. Esto se repitió contra el equipo profesional de La Boca, cuando fue derrotado 3 a 1 por los pibes sin contrato profesional de River. De esa forma, Alonso comenzaba a construir su Monumental leyenda.
En el equipo de Didí, Alonso se fue consolidando en la primera junto a Juan José López, Reinaldo “Mostaza” Merlo, Carlos Morete, Carlos Barisio, Osvaldo “Japonés” Pérez y Joaquín Martínez. Entre ellos, el Beto era el mayor exponente del atrevimiento y de la vocación ganadora que buscaba transmitir el brasileño. Su distinción, pisada, exactitud en los pases y explosiva capacidad goleadora, conectaba a Alonso con la historia viva de La Máquina y La Maquinita. Lamentablemente, el proyecto futbolístico de Didí naufragó debido a una dirigencia impaciente y resultadista.
Ya en 1972, Alonso pasaría a tener un contrato profesional. En esta temporada, el Beto tendrá una explosión en su rendimiento y pasará a vestir el icónico Manto Sagrado número 10, ocupando la posición correspondiente. En ese tiempo, Alonso fue la figura del seleccionado juvenil que se presentó en Cannes (Francia). También el Beto se destacó en el superclásico más cambiante de la historia, donde River se impuso 5 a 4 luego de ir perdiendo 1 a 4. Además, fue una de las figuras de la eliminación, en la semifinal del torneo Nacional, del equipo de La Boca. Sin embargo, el momento culmine de la temporada fue cuando hace el gol que Pelé, en el Mundial México ´70, no pudo hacerle a Uruguay. La jugada no tiene registros fílmicos, pero según la reconstrucción que hizo Alonso luego del partido, es así: Independiente quiso jugar con la ley del offside cuando el defensor Jorge Dominichi lanzó un pelotazo; Alonso picó en diagonal, para no caer en el offside, desde la izquierda al centro del ataque; Santoro, arquero de Independiente, salió del arco y Alonso dejó pasar la pelota por su costado, mientras él pasaba por el otro costado, esquivando el manotazo que le tiró Santoro, para luego tocar la pelota a red.
Los rendimientos del Beto le valieron la convocatoria a la selección argentina, la cual se preparaba para el Mundial Alemania ´74. En un amistoso con Alemania, el Beto hizo un gran gol de tiro libre, ganado la selección argentina por 3 a 2. Sin embargo, Alonso no fue llamado para participar del Mundial. Esto fue un golpe duro para él, porque la no convocatoria se debió a problemas en su salud (una glucemia lo tuvo alejado de las canchas). Desmoralizado, el Beto pensó en retirarse del fútbol. Por suerte, ello no ocurrió: al Beto le quedaba mucha cuerda en el carretel para elevar su nombre entre las mayores leyendas del fútbol argentino.
El Beto se convierte en el símbolo del River de Labruna
Para 1975, sobre River pesaba enormidades que el último campeonato logrado había sido en 1957. Para esa temporada, como DT de River asume Ángel Labruna y se reinicia la historia millonaria, porque River, cuando más fuerte cae, más grande se levanta.
Símbolo por antonomasia de River, Labruna fue integrante de La Máquina y de La Maquinita. Además, era (y aún es) el máximo goleador de River y del superclásico (16 goles en partidos oficiales y 6 en amistosos), y jugó 20 años en la primera millonaria. Como técnico tenía experiencia y había obtenido el Nacional 1971 con Rosario Central. Ahora, Carlos Peucelle decía que el fútbol es “infinito”. Sostenía ello porque “el fútbol es a cada momento una situación nueva, en razón de que el elemento humano varía constantemente. Y ese elemento humano es el único que decide lo que puede pasar dentro de una cancha. Nadie más.” Labruna se formó junto a Peucelle, por lo que conocía acabadamente que el fútbol depende del elemento humano. Es por eso que apuntó a la contratación de jugadores con experiencia o que lo conocieran, como Roberto Perfumo, Oscar Pinino Más, Pedro González, Héctor Ártico, Pablo Comelles, Miguel Ángel Raimondo y José Reinaldi. A ellos se sumaban las figuras que ya se encontraban en el club, como Ubaldo Matildo Fillol, Morete, J.J. López, Merlo, Hugo Pena, Daniel Passarella y el ascenso a primera de Alejandro Sabella. Así, Labruna pasó a contar con un grupo de jugadores que combinaban colectivamente las tres facetas del juego: el talento, la fuerza y la lucha. De todos ellos, Labruna eligió a Perfumo como capitán, pero el Beto fue distinguido como el emblema futbolístico de lo que sería su River. Así arrancaba el cuarto gran equipo de historia de River (el primero, fue el River de Bernabé Ferreyra; el segundo, fue La Máquina; y, el tercero, fue La Maquinita).
Entonces, la mayor figura del equipo de 1975 fue Alonso. Él comandó el arrollador rendimiento del equipo en la primera rueda del campeonato. Pero, en la segunda rueda, Alonso fue expulsado contra Independiente y lo sancionaron con seis fechas de suspensión. Sin el Beto, River perdió 4 partidos, empató uno y ganó el restante. El colchón de puntos cosechados en la primera rueda le permitió a River sostener la punta, pero el perseguidor quedó muy cerca. Alonso volvió frente a San Lorenzo, con toda la furia deportiva producida por el ridículo castigo del tribunal de disciplina de la AFA. En ese crucial partido, el Beto fue la figura del partido e hizo los dos goles para un triunfo que logró exorcizar los fantasmas del período precedente. En un acto desesperado por evitar la coronación de River, Alberto J. Armando organizó una huelga, con Agremiados, sin ninguna justificación gremial. El plantel de River acató la medida, a pesar de que claramente estaba dirigida a perjudicarlos. Aún así, la vuelta olímpica se aseguró con la reserva jugando en la cancha de Vélez contra Argentinos Juniors. Así, Labruna, Alonso y el resto del equipo saldaban un pagaré histórico: le regalaban una vuelta olímpica a toda una generación de riverplatenses que había crecido entre continuas frustraciones.
En la segunda parte del año 1975, River se coronó bicampeón, al alzarse con el Nacional. Alonso jugó la primera rueda y las últimas fechas de la ronda final, ya que en el medio fue operado de meniscos. En agosto de 1976, el Beto fue transferido al Olympique de Marsella por 330.000 dólares.
La primera vuelta a River y el campeonato del Mundo Argentina ´78
A pesar de que el Manto Sagrado número 10 fue defendido por el gran Alejandro Sabella, y pese a salir campeón en el Metropolitano de 1977, la ausencia de Alonso en River dejó un vacío imposible de llenar. A ello se sumó que River perdió el superclásico más importante de la historia (final del Nacional 1976) hasta la eterna final de La Boca y de Madrid. Al mismo tiempo, Alonso no se lograba adaptar al fútbol francés. Así, en julio de 1977, se anunció su retorno a River por 63.000 dólares. Su vuelta produjo una enorme efervescencia popular. Enseguida sus actuaciones lo proyectaron, por parte del público, como imprescindible integrante de la selección que se preparaba para el Mundial. Su competencia para el puesto era con otro supercrack: Ricardo Bochini. Justamente, entre ambos, protagonizaron el más memorable duelo de talento futbolístico que se recuerde en el fútbol argentino. A él se sumaba un pibe que la descocía en Argentinos Juniors: Diego Armando Maradona. Finalmente, Alonso fue citado y, junto a Maradona, dieron lecciones futbolísticas al equipo titular antes de la desafectación de Diego.
Ya en el Mundial, Alonso jugó en el debut contra Hungría, entrando en el segundo tiempo por José Daniel Valencia. El Beto aportó un taco para que Leopoldo Jacinto Luque disputara la pelota con el arquero rival, y, en un rebote, Daniel Bertoni terminara de dar vuelta un partido que la Argentina había comenzado perdiendo. Alonso vuelve a ingresar en el segundo tiempo contra Francia, desgarrándose. No pudiendo jugar los siguientes dos partidos, su último partido será contra Brasil en Rosario. Luego del Mundial, la relación con César Luis Menotti quedó rota y Alonso no volvió a ser convocado, a pesar de que el Beto fue la figura máxima del tricampeonato obtenido por River entre 1979 y 1980.
En 1981, la dirigencia de River entraba nuevamente en una seria confusión. Arrastrados por el golpe de la llegada de Maradona a La Boca, Labruna no tenía margen de error. A Ángel se le reclamaba que un tricampeonato, un bicampeonato y otro campeonato, era resultados escasos. Finalmente, con el equipo de La Boca festejando el Metropolitano 1981, y con River navegando en la mitad de tabla, Labruna fue reemplazado por Di Stéfano. Además, para ese entonces, la dirigencia de River también quería limpiar a Alonso, pero el rendimiento del Beto hacia la tarea muy difícil. De hecho, en un River que contaba en su plantel con 7 campeones mundo vigentes (Mario Alberto Kempes, Passarella, Fillol, Alberto Tarantini, Américo Gallego, René Housseman y el mismo Alonso), el Beto era el ídolo y la figura indiscutida. Se destacaba en todos los partidos, llegando a opacar a Kempes y a Maradona en el superclásico, jugado en La Boca, del Nacional 1981. Sin embargo, el Beto no jugó la final con el poderoso Ferro de Griguol, por una discusión con el técnico. Como no todo es resultado, cuando River salió campeón, en Caballito la hinchada anunciaba el tremendo error de prescindir del Beto con atronadores ¡Alooonso, Alooonso! Así, gracias a una deslucida dirigencia, el Beto se volvió a despedir de River.
La segunda vuelta y la triple corona
Las temporadas 1982 y 1983, encontrarán a Alonso vistiendo la camiseta de Vélez. Allí hará dupla de ataque con Carlos Bianchi. También tendrá compañeros de la calidad de Nery Pumpido y Carlos Ischia, aunque no lograrán obtener un título. Sin embargo, sus rendimientos le permitieron ser nuevamente convocado a la selección, siendo el Beto quien hará el primer gol de la era Carlos Bilardo.
En 1984, River logra volver a contar con el Beto en sus filas. El Manto Sagrado número 10 extrañaba como nunca al Beto. Además, eran años difíciles para la institución. El año anterior, River había competido muchos partidos con juveniles, Fillol había abandonado el club en medio de la temporada, y los refuerzos no daban resultado. Sin embargo, hay que repetir, River cuanto más grande cae, más grande se levanta.
Para 1985, se inicia la conformación del quinto gran equipo de la historia de River Plate. Bajo la dirección técnica de Héctor Veira, y con jugadores rutilantes (como Pumpido, Oscar Ruggeri, Gallego, Héctor Enrique y Enzo Francescoli), River tendrá un fútbol de alto vuelo y ostentará una notable capacidad goleadora. En este campeonato, el Beto estuvo relegado por lesiones. Cuando logró estar físicamente para jugar, Claudio Morresi, su reemplazante, había formado una dupla letal con Francescoli (entre ambos terminaron haciendo más de 45 goles). El DT consideró poco conveniente cambiar un equipo que funcionaba tan bien, relegando al Beto al banco de suplentes. Ya sin Francescoli en el equipo, el Beto volvió a la titularidad, dio la vuelta olímpica en La Boca, e hizo los dos goles con los que River terminó imponiéndose en el superclásico.
Luego del Mundial de México ´86, se inició la Copa Libertadores. Esta competencia era la gran cuenta pendiente de River. El Beto pasó a ser titular indiscutido y el equipo se volvió más utilitario. En la primera rueda solo clasificaba el primero de cada grupo. Al ser primero en su grupo, River eliminó al equipo de La Boca. En el grupo de la segunda ronda, tenía que enfrentar a equipos ecuatorianos y al Argentinos Juniors del Bichi Borghi (campeón de la edición 1985). River nuevamente quedó primero y pasó a la final. Quedaba lo más difícil: romper con el maleficio de las finales de 1966 y 1976. Si para el plantel y el cuerpo técnico se trataba de ganar la copa, para el Beto era algo más que una final de Libertadores. Él había participado de la final de 1976 y sentía, como pocos, la obligación de ganar la copa. Aun así, al Beto no le pesó, para mal, la obligación de ganar la copa y se destacó en su rendimiento, haciendo un gol en el partido de ida, para que River se impusiera 2 a 1 en Cali. La vuelta se selló en el Monumental, con un 1 a 0. Así, como en 1975, el Beto era un protagonista clave para que River lograra saldar un histórico pagaré con sus hinchas.
Quedaba la final intercontinental en Japón. El Beto no tenía pensado ir a Tokio para pasear, quería sellar el año de 1986 con la triple corona: Primera División, Libertadores e Intercontinental. Enfrente tenía un equipo del bloque comunista: el Steaua de Bucarest. Este equipo había vencido en la final europea al Barcelona, y estaba conformado por casi los mismos apellidos que la selección rumana. En un duro partido, River se impuso por 1 a 0. El Beto brilló durante los noventa minutos, destacándose el pase que le dio a Antonio Alzamendi para establecer el resultado final. Finalmente, con la triple corona lograda, y luego de 15 años de jugar en primera, el Beto anunciaba su retiro.
La metafísica del Beto
¿Cómo se transmite la metafísica que envuelve a aquellos humanos que son signados como ídolos? ¿Cómo explicar la metafísica del Beto? Sospecho que ustedes saben a qué me refiero cuando se habla de la metafísica que envuelve a un ídolo. Pero, si lo piensan, expresarlo en palabras no es una tarea sencilla.
Lo primero que se podría esgrimir es el remanido argumento cuantitativo. Alonso jugó 532 partidos e hizo 185 goles, entre equipos y selección absoluta. Como dijimos, obtuvo la triple corona (intercontinental, continental y nacional) en 1986, fue tricampeón 1979/80, logró ser bicampeón en 1975, y campeón en 1981, además de ser campeón del mundo en 1978. Podríamos agregar que ganó 15 partidos superclásicos (algunos de ellos muy importantes), mientras que perdió solo 7 (empató 12). Además, al equipo de La Boca le hizo 6 goles, en partidos oficiales, y 5, en partidos amistosos, cifras superadas solo por Labruna, Más, Morete, Paulo Valentin y Martin Palermo.
Tal vez, para continuar, podríamos nombrar los compañeros que tuvieron la titánica tarea de disputarle el Manto Sagrado a Alonso. Entre ellos están jugadores de notable nivel como Sabella, Juan Ramón Carrasco, Carlos Tapia, Patricio Hernández y Néstor Gorosito. Todos ellos quedaron relegados por el talento del Beto. Como dijimos, Morresi, debido a su notable rendimiento y a una lesión del Beto, fue el único que pudo dejar (por un rato) en el banco de suplentes a Alonso. Aún más, supercracks como Ramón Díaz y Enzo Francescoli, ambos originalmente números 10, tuvieron que pasar a jugar en la delantera si querían compartir equipo con Alonso.
Además, como hemos afirmado, el Beto y el Bocha conformaron el duelo de talentos más importante de la historia del fútbol argentino. Esto es así porque nunca antes o después hubo dos supercracks contemporáneos, en el pico de su rendimiento, dando cátedra al mismo tiempo en un campo de juego argentino. A ello se debe sumar que los compañeros, de ambos supercracks, eran de niveles superlativos, y así se explica la razón de que los River vs Independiente de aquellos tiempos, eran uno de los mejores espectáculos que el fútbol mundial podía ofrecer.
También hemos dicho que las primeras dos salidas del Beto dejaron en River un notable vacío. La primera vez, Sabella lo reemplazó dignamente, pero no alcanzó a hacer olvidar al Beto. La segunda vez, los dirigentes contrataron a Francescoli para hacer dejar de lado el exilio del Beto en Vélez. Sin embargo, tampoco un supercrack como Enzo logró llenar el vacío dejado por el Beto. Finalmente, luego del retiro del Beto, River trajo a Omar Palma, figura y goleador del Central campeón 86/87. La millonaria inversión en Palma tampoco resultó suficiente para llenar el vacío que dejó el Beto en River. Es más, luego del retiro del Beto, el Manto Sagrado número 10 se volvió una carga para el que la portaba. Es por eso que Griguol optaba por dar el Manto Sagrado número 10 a un jugador utilitario como Ernesto Corti. Luego, en 1988, River incorporó a Borghi, una de las mayores figuras de los años ochenta, para vestir el Manto Sagrado número 10. Sin embargo, nuevamente resultó insuficiente para llenar el vacío dejado por el Beto. Finalmente, Juan José Borrelli, un jugador surgido de las divisiones inferiores dio solución a lo que las compras millonarias no podían, transformándose en el primero que no se vio afectado en su rendimiento por la enorme presión del Manto Sagrado número 10.
Ahora, un ídolo se construye en actos donde proyecta su carisma, y el Beto es una clara confirmación de ello: él fue el primero en tres cuestiones hoy normalizadas por el mundo del fútbol. Una de ellas es que el Beto fue el primero en pedir perdón por hacer un gol a su exequipo. Fue en un gol que le hizo a Fillol, jugando para Vélez, en el Monumental. Hoy es una acción banalizada por jugadores e hinchas, y se exige que cualquier jugador que estuvo 6 meses en un equipo no grite un gol contra su ex club. Pero cuando la realizó el Beto, era un acto originado en un dolor genuino de afectar a quienes lo idolatraban. Otra es que el Beto fue el primero en besarse la camiseta. En realidad, el Beto besó el Manto Sagrado, no una mera camiseta. Esto ocurrió en La Boca, y sin importarle que estuviera rodeado de barras bravas locales. Finalmente, el Beto fue el primero en tener un partido de homenaje en la historia del fútbol mundial. Este se realizó en un Monumental colmado por 85.000 hinchas y se trató de un homenaje que trascendió los tiempos. En él se enfrentaron el River campeón del mundo, con el refuerzo de Francescoli, contra una selección de estrellas como Fillol, Ramón Díaz, Jorge Olguín, Juan Simón, Sergio Batista y José Luis Cucciufo.
Pero se pueden relatar aún más hechos notables que rodean al Beto y su impacto en la cultura nacional. Uno es que los hinchas de River, cuando vemos el color naranja, lo primero que pensamos en el gol a Hugo Orlando Gatti convertido con la pelota naranja. El otro se relaciona con Luis Alberto Spinetta, uno de los hinchas riverplatenses más importantes de la historia. En Invisible, Spinetta compuso la conocida canción llamada “El Anillo del Capitán Beto”. Como la canción salió luego de la descomunal temporada de Alonso en 1975 y, en ella, se nombra un “banderín de River Plate”, se creó un mito urbano de que “Beto” era Alonso. No era cierto, pero ¿quién dice que las hagiografías de los ídolos deben serlo? Esa canción se vuelve perfecta cuando su protagonista es Norberto Osvaldo Alonso.
Finalmente, para explicar la metafísica del Beto se puede apelar al recurso autorreferencial al describir tres escenas entre el Beto y quien escribe. Primera escena, River jugaba contra Olimpia de Paraguay, por la Supercopa 1990. Era adolescente y me acerqué al Monumental para entrar gratis en el segundo tiempo. En la espera, sobre la entrada de Figueroa Alcorta, había una multitud. Entonces, algo extraño ocurrió: se empezó a abrir un surco en el mar de hinchas. El protagonista era el Beto Alonso, quien me miró (probablemente observó mi emoción) y me sonrió. ¿Cómo expresar lo que sentí? Segunda escena, me iba a casar. Reunido en una confitería para arreglar detalles de la fiesta, no dejaba de mirar para el costado porque en la barra estaba el Beto. Todo el resto de la mesa me recriminó esa actitud, pero ¿Cómo explicar el inexplicable magnetismo del Beto al no creyente? Tercera escena, en la esquina de Libertador y Monroe estaba el Beto. Lo vi desde la ventana de mi casa y fui corriendo a mi biblioteca para buscar el libro River. Campeón del siglo. Lo detuve y le pedí que firme la foto de la página 233. Eran tiempos malos para River, lo que me angustiaba, y él se prestó para conversar sobre el club y su futuro. ¿Se imaginan? Uno de los eslabones más grandes e importantes de la historia de River, teniendo la grandeza de hablar con un ignoto hincha y socio. Con ese pequeño enorme gesto, el Beto transformó en acto, una vez más, la máxima riverplatense que dice que el camino es la grandeza.
Beto, gracias por regalarnos una de las mayores leyendas del fútbol argentino. Estos 50 años son el inicio de una idolatría que, mientras flamee la bandera de River Plate, será infinita. ¡Abrazo Monumental!