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22 de agosto de 2021 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
[Dossier] Las influencias de León Trotsky sobre el dependentismo
Seiji Seron

Ilustración: Esquerda Diário

Reproducimos a continuación un extracto ligeramente modificado de la ponencia presentada por Seiji Seron el 3 de agosto, en un simposio que fue parte del evento “Trótski Em Permanência”, que tuvo lugar del 2 al 6 de agosto en Brasil.

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I.

León Trotsky ejerció una fuerte influencia en el pensamiento social brasileño, influencia que, hasta el día de hoy, es poco aceptada [1]. Una de las vertientes de este pensamiento en las que dicha influencia se hace más notoria es la “teoría de la dependencia”, término que hace referencia a la producción de un grupo de intelectuales latinoamericanos que intentaron explicar por qué las economías latinoamericanas no se desarrollaron, a pesar de haberse industrializado, en mayor o menor medida, siguiendo las políticas de sustitución de importaciones prescritas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo de Naciones Unidas creado en 1948. Según Beigel [2], estos intelectuales convergieron en Santiago de Chile, una ciudad que se convirtió en el “laboratorio” de la teoría de la dependencia, como resultado de los golpes militares de 1964, en Brasil, y de 1966, en Argentina.

Considerados de conjunto, los “dependentistas” eran una treintena de científicos sociales, nacidos entre fines de la década de 1920 y mediados de la de 1940. Con la excepción de Celso Furtado, la gran mayoría tenía entre 27 y 37 años; la mitad eran economistas y la otra mitad sociólogos, abogados o politólogos. Aparte de André Gunder Frank, Franz Hinkelammert y Armand Mattelart, los demás eran latinoamericanos. El noventa por ciento eran sudamericanos; la mitad compuesta por brasileños (Beigel, ob. cit., p. 79).

También de acuerdo con Beigel, no existe una sola teoría de la dependencia, ni un solo enfoque analítico, sino solo un problema teórico común. Pero, en general, todos los dependentistas comparten el rechazo: a) a las teorías de la modernización norteamericana, que conciben el proceso de desarrollo como una secuencia unilineal de etapas, idénticas en todos los países, y el subdesarrollo como una de estas etapas, ya recorrida por los países desarrollados; b) al estructuralismo cepalino, que opuso a los sectores económicos “arcaicos” y “modernos”, atribuyendo el subdesarrollo a los obstáculos que imponen los primeros a la expansión de los segundos; y c) la doctrina de los Partidos Comunistas (PC) stalinistas, para los que la colonización de América Latina tuvo un carácter “feudal”. Además de los golpes militares antes mencionados, la Revolución Cubana y la profesionalización de las ciencias sociales latinoamericanas también fueron factores que generaron el pensamiento dependentista [3].

Una primera oleada de dependentistas se formó entre los propios cepalinos, principalmente entre los miembros del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES), afiliado a la CEPAL. Este es el caso de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, coautores del famoso Dependencia y desarrollo en América Latina, entre otros. Además de la CEPAL y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), también fueron centros notables para la producción del pensamiento dependentista el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) de la Universidad Católica y el Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) de la Universidad de Chile [4]. En cualquier caso, las dos formulaciones más famosas de la teoría de la dependencia son la de Cardoso y Faletto, llamada weberiana, por un lado, y la de la “corriente radical” de la dependencia, llamada marxista, por el otro. Pertenecían a esta corriente los brasileños Ruy Mauro Marini, Vânia Bambirra y Theotônio dos Santos, el germano-estadounidense André Gunder Frank, los chilenos Orlando Caputo y Roberto Pizarro [5].

Al negar la capacidad de las burguesías latinoamericanas para llevar a cabo las transformaciones necesarias para el desarrollo, la teoría de la dependencia se asocia comúnmente con las teorías de Trotsky sobre el desarrollo desigual y combinado y la revolución permanente. Tal asociación la hacen, por ejemplo, Ronald Chilcote [6] y Guido Mantega. Sin embargo, ambos cometen errores al interpretar estas ideas de Trotsky y, debido a tales errores, exageran las similitudes o convergencias entre tales ideas y la teoría de la dependencia. Estas eventuales convergencias no implicaron ninguna adhesión de los dependientes al trotskismo, ni de los “radicales”, y mucho menos de Fernando Henrique, quien concluyó que era mejor para Brasil intentar “desarrollarse” asociándose, o mejor aún, descaradamente sometiéndose al imperialismo, que a través de una revolución “improbable” o “imposible”, cualquiera que fuera su carácter [7].

II.

Es innegable que existen varias similitudes entre el pensamiento dependiente y el de Trotsky, siendo la principal la concepción de la economía mundial como una totalidad.

Uniendo entre sí a países que se encuentran en etapas diferentes de desarrollo a través de un sistema de dependencia y oposición, aproximando estos diversos niveles de desarrollo y alejándolos inmediatamente después, oponiendo implacablemente todos los países entre sí, la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes [8].

En otras palabras, la economía mundial es considerada por el marxismo “no como una amalgama de partículas nacionales, sino como una potente realidad con vida propia, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial, que impera en los tiempos que corremos sobre los mercados nacionales” [9].

En Desarrollo y dependencia en América Latina, leemos:

la situación de subdesarrollo se produjo históricamente cuando la expansión del capitalismo comercial y luego del capitalismo industrial vinculó a un mismo mercado a economías que, además de presentar grados diversos de diferenciación del sistema productivo, pasaron a ocupar posiciones distintas en la estructura global del sistema capitalista. De ahí que entre las economías desarrolladas y las subdesarrolladas no solo exista una simple diferencia de etapa o estado del sistema productivo, sino también de función o posición dentro de una misma estructura económica internacional de producción y distribución [10].

Lo mismo señaló dos Santos, para quien “la economía mundial debe tomarse como el determinante último” [11]. La determinación es solo “en última instancia” porque dos Santos y Vânia Bambirra definen la dependencia como una situación condicionante, que establece límites, pero también posibilidades [12]. Como Cardoso y Faletto, Bambirra señala que

El “atraso” de los países dependientes fue consecuencia del desarrollo del capitalismo mundial y, al mismo tiempo, la condición de este desarrollo en las grandes potencias capitalistas mundiales. Los países capitalistas desarrollados y los países periféricos forman una misma unidad histórica, lo que hizo posible el desarrollo de unos y el atraso inexorable de otros (Ibídem, p. 44. La cursiva se encuentra en el original).

III.

Por otro lado, existe una diferencia importante entre trotskistas y dependentistas en cuanto a la caracterización de las colonias latinoamericanas. Mientras que los últimos tendieron a unilateralizar la definición del carácter fundamentalmente capitalista de la colonización, los primero enfatizaron el desarrollo combinado de las formaciones coloniales, o la superposición de elementos capitalistas y precapitalistas, ya sean esclavos o incluso semifeudales. Para Löwy (1998), es Gunder Frank quien más enfatiza el carácter exclusivamente capitalista de las colonias. Sin embargo, también se puede interpretar así la afirmación en Dialéctica de la Dependencia, de Ruy Mauro Marini (2011), de que en América Latina hay menos “precapitalismo” y más “capitalismo sui generis”, es decir, hay menos insuficiencia del capitalismo y más deformaciones y distorsiones de lo que sería un proceso de desarrollo capitalista “normal”, como el de las economías centrales.

Sin embargo, Mantega afirma que las teorías de Gunder Frank y Marini son “variantes” de desarrollo desigual y combinado y coinciden con la tesis de Trotsky de que las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer [13]. De hecho, Mantega y otros opositores a Marini y a la “corriente radical” de la dependencia en su conjunto los acusarán de catastrofistas, estancacionistas o incluso de teorizar una supuesta “imposibilidad” del capitalismo periférico [14]. Sin embargo, ninguno de estos cargos puede presentarse contra Trotsky. En su crítica al programa que luego aprobaría el VI Congreso de la Internacional Comunista (CI), Trotsky señala que el capitalismo tiende tanto a disminuir como a aumentar la desigualdad entre las economías nacionales. “Solo la combinación de esas dos tendencias fundamentales, centrípeta y centrífuga, nivelación y desigualdad, consecuencias ambas de la naturaleza del capitalismo, nos explica el vivo entrelazamiento del proceso histórico” [15].

Es cierto que en El programa de transición, Trotsky afirma que las fuerzas productivas han dejado de crecer. Sin embargo, esto no debe interpretarse de una manera dogmática y libresca. Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un desarrollo “parcial” y excepcional de las fuerzas productivas, hecho posible solo por la propia Guerra y, sobre todo, a través de los pactos, celebrados en Yalta y Potsdam, entre el imperialismo y el estalinismo, cuya traición a los procesos revolucionarios que ocurren en países como Francia, Italia y Grecia, inmediatamente después de la guerra, permitieron el restablecimiento del equilibrio capitalista mundial [16]. En la década de 1930, la afirmación del no crecimiento de las fuerzas productivas tenía un significado muy literal, pero esa no es la esencia de la tesis de Trotsky, sino que las premisas objetivas de la revolución proletaria ya han madurado en todo el mundo [17]. Como Lenin, Trotsky no negó que ciertos países o ciertas ramas de la economía continuarían creciendo, e incluso podrían crecer a tasas sin precedentes. Sin embargo, estas ramas y países se desarrollarían de manera cada vez más espasmódica y desigual, unas en detrimento de las otras.

IV.

Más consistente es el argumento de João Manoel Cardoso de Mello [18] de que el dependentismo “radical” representa solo una radicalización de la problemática de la CEPAL. Aunque Cardoso de Mello solo se refiere nominalmente a Gunder Frank, lo mismo puede decirse de Marini [19]. Mantega también reconoce las influencias de Nikolai Bujarin y Rosa Luxemburg, además de las de Trotsky y Paul Baran, sobre la “corriente radical” de dependencia [20]. Pero son muchas las divergencias entre todas aquellas corriente que Mantega cataloga como referentes del dependentismo “radical”, y a las que también se le debe sumar el desarrollismo propio de la CEPAL, haciendo cuestionable la importancia atribuida a Trotsky por el lado “radical”.

La similitud entre la teoría del imperialismo de Rosa Luxemburgo y la teoría del subimperialismo de Marini es reconocida tanto por los partidarios como por los críticos de este último [21]. Para Luxemburgo, la demanda “endógena” sería insuficiente para absorber todo el producto de una economía capitalista “pura”, es decir, en la que solo hay asalariados y capitalistas. La reproducción ampliada del capital dependería de fuentes de demanda “exógenas”, de regiones donde aún no se ha desarrollado el modo de producción capitalista y a las cuales se podrían exportar bienes de consumo que no podrían ser consumidos por capitalistas y trabajadores. El imperialismo entonces apuntaría a conquistar estos mercados externos, cuyo agotamiento comprometería severamente la acumulación capitalista.

El subimperialismo, en cambio, sería consecuencia de la superexplotación, es decir, el pago de salarios inferiores al valor de la fuerza de trabajo para compensar las transferencias de valor de la periferia al centro provocadas por el comercio internacional. La superexplotación deprime la demanda de consumo de los trabajadores asalariados y, en consecuencia, estrecha el mercado interno. Por lo tanto, un país dependiente que se industrialice significativamente deberá adoptar una política agresiva de exportación de bienes industrializados a otros países dependientes, menos desarrollados industrialmente, o de lo contrario el proceso de industrialización de ese país se revertirá [22]. Así explica Marini el “milagro” brasileño y la crisis económica y política que lo precedió. En ambas teorías, las exportaciones son la solución deus ex machina a los problemas de subconsumo que sufriría la acumulación capitalista [23]. ¡No hay nada igual en Trotsky!

También según Mantega, subyacente a la teoría “radical” de la dependencia está la idea de que el estancamiento de las fuerzas productivas hace que la supervivencia del capitalismo mundial dependa fundamentalmente de su capacidad para extraer excedentes de las economías periféricas, y el origen de tal idea estaría en lo que sería común entre Luxemburgo y Trotsky, para quienes las naciones periféricas tendrían por tanto una supuesta capacidad “estratégica” de provocar el colapso del imperialismo interrumpiendo, a través de la revolución socialista, esta extracción de excedentes [24]. Los juicios de Mantega sobre el dependentismo “radical” se basan, por tanto, en una vulgarización de la teoría de la revolución permanente, en una incomprensión del carácter de “gran estrategia” de esta teoría, que enfatiza los vínculos entre la revolución socialista y las luchas democráticas y de liberación nacional y las revoluciones políticas en los países donde la transición al socialismo fue interrumpida por la burocratización del estado obrero. Todos estos procesos son parte constitutiva de una totalidad, la lucha de clases internacional, cuyo desarrollo también es desigual y combinado [25].

 
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