A lo largo de los últimos cuarenta años se ofrecen dos grandes relatos como explicación de la decadencia de la Argentina. El de los liberales con sectores moderados como Gerchunoff, que en gran medida inspira el programa económico del macrismo, que cargan las responsabilidades sobre las aspiraciones de una clase trabajadora que “pretende consumir más allá de las posibilidades de la economía”, y de esta forma “la puja distributiva”, con recursos considerados escasos, desincentiva la inversión y pone un límite al crecimiento. El ala más radical de los liberales, (Espert) directamente puja por una reforma laboral ultra flexibilizadora, el despido de 1 millón de empleados públicos, la rebaja impositiva para los grandes empresarios; y, como dice Milei, hasta prometen hacer desaparecer el BCRA y que la creación de dinero quede en manos exclusivas de la banca privada que operaría sin regulaciones de ningún tipo.
El otro relato, presentado como contrapuesto, es el “nacional y popular”, que hace responsables al neoliberalismo y a los gobiernos que lo impulsaron, aunque omitan decir que durante los gobiernos kirchneristas no se hayan revertido las conquistas centrales del país neoliberal. Sin embargo, ambas interpretaciones con sus contrapuntos y matices, comparten un mismo denominador común, eximir a la clase capitalista de todas sus responsabilidades en el derrumbe del país.
Y esto es así porque ambos coinciden que el rol del empresario en la sociedad es el del “caballo que tira del carro”. Incluso sectores de intelectuales que demuestran que la burguesía local no tiene ningún interés nacional, terminan abonando la idea de un Estado que adquiera la “autonomía relativa suficiente” para gestar un empresariado mercado internista e industrial que supuestamente podría representar un rumbo diferente para el país.
Desde nuestro punto de vista, no se puede abordar la decadencia del país por fuera del comportamiento de los grandes empresarios, banqueros y terratenientes que son quienes definen qué, cómo y para quién se produce la riqueza y qué destino tiene el excedente económico, así como tampoco se puede soslayar el rol de los distintos gobiernos que facilitan sus negocios.
¿Qué hicieron los empresarios durante las últimas cuatro décadas?
Los grandes empresarios locales y extranjeros, con el último Golpe de Estado, impusieron un verdadero punto de inflexión en la estructura económica y social del país. Los cambios generados desde ese momento hasta ahora se mantienen en sus aspectos fundamentales. En 1975 el desempleo era de 3,9 % y en 1974 la pobreza fue de 3,8 %; pero desde el golpe en adelante el desempleo tiene pisos del 7 % y la pobreza del 25 %. También la industria tuvo una reorganización a favor del capital concentrado que logró fortalecerse durante el período previo al golpe aprovechando sus vínculos con las empresas públicas y/o los regímenes de promoción industrial, las facilidades fiscales y políticas proteccionistas. Estas grandes patronales que organizaron el golpe junto a los militares y la Iglesia (un genocidio para disciplinar a la clase trabajadora) también lo hicieron en desmedro de sectores de la burguesía industrial ligada al mercado interno que fue desplazada con la apertura comercial y financiera. La política económica de Martínez de Hoz, ex titular de la siderúrgica Acindar, aceleró la consolidación de la “patria contratista” para beneficio de los grandes grupos locales, o sea, los empresarios que prestaban servicios a empresas públicas antes del golpe (Techint, Socma-Macri, Perez Compac, Benito Roggio, Bridas, Celulosa). Luego estas empresas serán beneficiadas en forma directa con el mayor gasto público en obras de infraestructura, la concesión de peajes, el fraude a través del “compre nacional” con sobreprecios, o la posterior privatización de algunos sectores de la estatal YPF, o en la rama telefónica de Entel, las promociones industriales de sectores estratégicos para las FFAA u otros como el de la alimentación (Arcor que entre 1973 y 1983 incorporó 15 nuevas firmas).
Con estas transformaciones los grandes industriales incrementaron sus ganancias dentro de la cúpula empresarial pasando de 58,6 % a 89,5 %, a pesar del retroceso de la participación de la industria en el PBI [1]. Además los empresarios nacionales, junto al capital extranjero y los bancos obtuvieron con la Ley de Entidades Financieras (1977) todo tipo de flexibilidades en los negocios financieros y en el endeudamiento con el exterior, que comenzará un ciclo ascendente y permanente [2].
A principios de la década del ochenta el BCRA (en manos de Cavallo) inicia un proceso de licuación de las deudas en dólares contraídas por los grandes empresarios y, posteriormente, durante el gobierno de Alfonsín, el Estado se hizo cargo completamente de sus pasivos. La famosa “estatatización” de las deudas del sector privado que al día de hoy seguimos pagando todos. Los grupos económicos nacionales fueron los ganadores de la década perdida. Las relaciones carnales con el Estado continuaron luego en la década del noventa, cuando muchas de estas empresas pasaron de ser socias del sector público a quedarse con las empresas privatizadas y en algunos casos aprovecharon la convertibilidad (dólar barato) para tecnificarse. Sin embargo, la mayor parte de la inversión extranjera directa se destinó a financiar fusiones y adquisiciones de firmas ya existentes. Por ejemplo, el Grupo Ledesma, activo colaborador de la dictadura, que tomó créditos en dólares para importar tecnologías y después fue beneficiada por la estatización de su deuda, pasando de controlar 15 a 24 empresas entre 1983 y 1990. En general, el empresariado local tendió a una mayor especialización e integración vertical, consolidando la concentración del capital en la cúpula como forma de protegerse ante la violenta apertura comercial que impuso el menemismo, siguiendo la hoja de ruta del “Consenso de Washington”. La industria manufacturera tendió a concentrarse en determinadas ramas con ventajas comparativas naturales, como la agroindustria, petróleo y minería, o regímenes de promoción especiales, como la automotriz. Otras directamente abandonaron la actividad productiva por la financiera y/o rentística con inversiones inmobiliarias en la ciudad y/o el campo. En los 90’ el retroceso parcial del empresario local abrió paso a un predominio del capital extranjero que llegó para quedarse. Y mientras se producía un nuevo salto en la desindustrialización del país, llegando la industria a representar un mínimo histórico (15,5 % del PBI), una mayor dependencia de la exportación de bienes primarios (y la importación de bienes de capital y tecnología), y se propagaban los estragos de la desocupación generada por las privatizaciones, unos pocos grupos empresarios locales pegaron un nuevo salto. Está el caso de Techint con la exportación de tubos sin costura o de Arcor que compró compañías en Chile e instaló filiales en Brasil y otros países de la región. Aparecieron así las denominadas multilatinas, que son solo unos pocos casos puntuales, y en general trasladaron sus empresas controlantes afuera del país [3].
Durante el ciclo de gobiernos kirchneristas (2003-2015), la burguesía local se vio favorecida por una fuerte devaluación que licuó sus costos salariales y que, en parte, explican la recomposición de los márgenes de ganancia y el nuevo impulso alcista favorecido por el contexto internacional. Sin embargo, y a pesar de las tasas record de crecimiento y de la reanimación del mercado interno, no hubo cambios estructurales significativos. La extranjerización de la elite empresarial no se retrajo significativamente. El Estado apenas avanzó sobre algunas empresas, pero en general reproduciendo la relación prendaria con la elite empresarial, preservando al mismo tiempo los intereses del gran capital extranjero, que entre otras expresiones tuvo el pacto YPF-Chevron. Con el macrismo los empresarios pasaron directamente a la gestión del gobierno y los ministerios, para ponerse al frente de un ciclo de endeudamiento inaudito, fuga de capitales masiva, aumento de las tarifas en los servicios públicos y un intento de avanzar en una reforma laboral flexibilizadora abortada por el amplio rechazo y la amplia movilización al Congreso contra la reforma jubilatoria.
¿Quiénes fueron los grandes ganadores de la pandemia?
La crisis económica mundial que desencadenó la pandemia deja como saldo una mayor concentración de la riqueza, los ricos se hicieron más ricos y en el mismo período, según Oxfam, a nivel global se multiplicó por seis el número de personas que viven en condiciones cercanas a la hambruna. En Argentina el 42 % de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza, pero los grandes empresarios siguieron amasando fortunas. Marcos Galperin, CEO de Mercado Libre, aumentó 73 % sus ventas en 2020, ganó U$S 1.709 millones y ya se encuentra en el top 3 del ranking FORBES de las personas más ricas del país. Y es que un sector altamente beneficiado durante la pandemia fue el del comercio electrónico y servicios de software, sector en el que tallan 4 grandes “unicornios” de base argentina como Mercado Libre, Globant, Auth0 y OLX (que desde 2010 pasó a ser propiedad de un holding sudafricano).
El campo mejoró sustancialmente su rentabilidad a partir de la suba del precio del maíz, el trigo y la soja y por las retenciones menores respecto al último ciclo del boom de los commodities, como explica el periodista Alfredo Zaiat.Otro tanto ocurre con los bancos que nunca dejan de ganar y esto es en parte gracias a la ayuda del Banco Central, que les paga intereses por la compra de sus letras (Leliqs), incluso más que con Macri. Solo entre enero y mayo de este año les pagaron $250.000 millones, una suma equivalente a lo que el gobierno destinará para todo el plan Argentina Contra el Hambre.
Las empresas alimenticias, declaradas esenciales entre el año pasado y los primeros meses del 2021, mejoraron sus ganancias. Es el caso de Molinos Río de La Plata ($1.746 M), Arcor ($1.229 M) o Ledesma ($5.610 M). Además sus resultados tienen mucho que ver con su capacidad de fijar los precios de los principales alimentos de consumo masivo, en un país donde la inflación no cesa, mientras la pobreza tampoco deja de crecer. La voracidad de los empresarios no tiene límites, ni ante el hambre ni en una pandemia. Para ellos, “toda crisis es una oportunidad”.
Otro sector que salió más que beneficiado de la pandemia, en todo el mundo y en la Argentina, es la industria farmacéutica. Los grandes laboratorios están haciendo usufructo de la privatización de las patentes y de la producción exclusiva las vacunas contra el Covid-19 con contratos multimillonarios con los Estados del mundo entero, generando además un problema de escasez para la mayoría de los habitantes del planeta. En Argentina, la industria en todos sus eslabones (laboratorios, droguerías, farmacias) ha multiplicado sus ingresos más del 40 % en 2020. El laboratorio Richmond acaba de cerrar un acuerdo con Gamaleya y el Estado Argentino para producir la Sputnik V, con un subsidio de $2.800 millones que irían a la inversión de infraestructuras necesarias para la producción de la vacuna. Luego el laboratorio le venderá nuevamente las vacunas al Estado. Y todo esto sin ninguna racionalidad más que la de garantizar el negocio de unos pocos. El grupo Insud (Hugo Sigman) también suele ser un contratista preferencial, como lo fue durante la Gripe A (2009), o ahora con la fabricación del principio activo de la vacuna AstraZeneca en su planta de Garín, con un contrato millonario para venderle las vacunas envasadas en México al Estado argentino y que no cumplió por favorecer la exportación del principio activo a los países centrales.
¿Cómo está configurada la cúpula empresarial?
En Argentina las 500 empresas más grandes generan casi el 20 % del PBI. Pero dentro de estas 500 empresas, apenas 50 firmas controlan cerca del 60 % del total de las exportaciones y tienen un peso decisivo sobre la economía nacional, y un enorme poder de veto sobre los gobiernos. Dentro de esta cúpula, hay 10 empresas multinacionales y locales que controlan el agronegocio que es la principal fuente de generación de divisas del país. Hablamos de Cofco-Nidera-Noble (China), Cargill (EEUU), ADM-Toepfer (EEUU), Bunge (EEUU), AGD (Argentina), Vicentin (Argentina), Oleaginosa Moreno-Glencore (Suiza), LDC (Francia), ACA (Argentina), Molinos (Argentina). Pero también, entre las grandes empresas que operan en el país, el peso del capital extranjero es abrumador, controlan el 62 % de las principales empresas, el 80% de las exportaciones y de las ganancias del panel; y esto ha sido el resultado de un proceso de extranjerización en la cúpula empresaria, que cobró impulso durante los años 90´ y continuó avanzando hasta nuestros días. El capital de origen local se ubica como socio menor de multinacionales en el reparto de los negocios. Entre 2015 y 2019, último dato disponible (EGE), la cúpula de las empresas más grandes sextuplicó sus activos y sus patrimonios.
Un punto más a considerar es la existencia de distintos sectores o fracciones empresariales dentro de la cúpula. Una es la que reúne al sector financiero, al agropower, mineras y firmas energéticas, un polo que tuvo mayores beneficios durante el gobierno macrista y que bajo Alberto Fernández sigue encabezando el ranking de empresas líderes. La segunda fracción la componen sectores de la burguesía industrial y aquellos que dependen del mercado interno, y más padecen las políticas de apertura comercial. No obstante, las características de ambas fracciones del capital, sus propios intereses y los momentos de mayor o menor beneficio respecto a las políticas económicas de los gobiernos de turno, sus comportamientos no se diferencian entre sí, sobre todo en materia de la baja inversión productiva de las ganancias obtenidas en contraste con las inversiones financieras -incluso en la misma deuda pública del Estado argentino- o en apostar por la denominada fuga de capitales.
¿Cuáles son las empresas que más facturan en el país?
De esta forma entre las 50 empresas que más facturan en argentina (2019), encontramos importantes agroexportadoras como Cargill, Dreyfus, Monsanto, Bunge Argentina, ADM Agro; bancos como el Santander Río, Galicia, Macro, BBVA, ICBC, HSBC; petroleras como YPF, Shell, PAE, Axxion, automotrices, como Toyota, VW, GM, PSA, Ford; empresas privatizadas del entramado energético como Pampa Energía (Edenor, Transener), Distrilec, Edesur; de telecomunicaciones como Telefónica, Telecom, Claro, Cablevisión; industrias de exportación con base local como Siderca, Siderar, Acindar; alimenticias como Arcor, ADG, Molinos Río de la Plata; empresas de retail como Carrefour, Wall Mart, Coto, Supermercados Día; energéticas como Pampa Energía, Edenor, Edesur, y de comercio online como Mercado Libre, entre otras. Este sector es un emergente en los últimos años, con cierta proyección regional y que rápidamente se establecen en verdaderos paraísos fiscales. El propio Marcos Galperín, de Mercado Libre, tiene gran parte de sus acciones en un fideicomiso asentado en Nueva Zelanda, que a su vez está controlado por otro fideicomiso asentado en Suiza. Globant, otro “unicornio” argentino de ingeniería de software, que el año pasado vio crecer un 102 % la cotización de sus acciones en Wall Street, tiene su base en Luxemburgo. ¡Qué no nos vendan el cuento del empresario argentino que con el crecimiento de sus negocios empuja el desarrollo nacional!
¿Quiénes son los más ricos de la Argentina?
La revista FORBES publicó en 2020 que la fortuna personal de los 50 millonarios más importantes de Argentina sumó la escalofriante cifra de U$S 46.440 millones; más recursos que la totalidad de las reservas internacionales del BCRA. Por sus manos pasa el 14 % del PBI de Argentina, según la misma revista. Son los verdaderos dueños del país y tienen nombre y apellido. Solamente Alejandro Bulgheroni (PAE), Marcos Galperín (ML) y Paolo Rocca (Techint), concentran una riqueza de U$S 13.000 millones, casi el 30 % del monto que reúnen los 50 miembros de la lista. Integran esa lista empresarios como Hugo Sigman (Grupo Insud), Enrique Eskenazi (Grupo Petersen), Gregorio Perez Companc, Aberto Roemmers (Laboratorio Roemmers), familia Werthein (TGS, La Caja ART, agronegocios, etc), Eduardo Eurnekian (Cable Visión, Corporación América), Luis Pagani (Arcor), Francisco De Narváez, familia Fortabat, entre otros.
Dentro de la gran burguesía local también hay que incluir a los grandes terratenientes de la Argentina, donde el 1 % de los propietarios concentra más del 34 % de las tierras productivas. Hablamos en gran medida de las familias tradicionales que hace más de un siglo siguen heredando la propiedad ultra concentrada de los recursos naturales. De las 35 familias tradicionales que en el censo de 1913 concentraban la mayor parte de la tierra, 30 siguen siendo grandes propietarios en pleno siglo XXI. Hablamos de familias como Bunge, Bemberg, Werthein, Blaquier, Gómez Alzaga-Gómez, Balcarce-Rodriguez Larreta, Pereyra Iraola-Anchorena, Avellaneda-Duhau-Escalante, Menéndez Behety, Braun Menéndez, Miguens, la familia Perez Companc, etc. También aparecen importantes terratenientes extranjeros como Benetton, Joseph Lewis, Grupo Wabrook, entre otros tantos [4].
¿Cómo se organiza la clase capitalista?
La Argentina destaca en la región por el nivel de organización de los grandes empresarios y terratenientes, no solamente por ramas (UIA, SRA y cámaras patronales de todo tipo), sino también a través de múltiples fundaciones y “think tanks”, como la Fundación Pensar (vinculada a Cambiemos), Fundación Libertad (que promueve liberales y libertarios con extensión internacional), Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), la Fundación Mediterránea (creada por Arcor en 1977, de donde emergió Domingo Cavallo), entre otros, donde forman y reclutan a sus “intelectuales orgánicos”, cuadros técnicos para la función pública, economistas a sueldo y a muchos de sus voceros periodísticos con predicamento en los principales medios de comunicación. Los grandes empresarios suelen hacer lobby a través de múltiples canales, financiando las campañas electorales de los partidos tradicionales y brindando apoyo a políticos oficialistas y opositores en simultáneo. La fundación INECO, que preside Facundo Manes, apenas un candidato emergente en la interna de Cambiemos, ya cuenta con el apoyo financiero de empresarios “oficialistas” como Hugo Sigman (Grupo Insud), Marcelo Figueiras (Laboratorios Richmond), y otras importantes como Pan American Energy, Aeropuertos Argentina, Roemmers, Elea-Phoenix y Pfizer, entre otros.
El poder de lobby se ejerce por múltiples canales. El imperialismo lo hace directamente a través de funcionarios de organismos multilaterales, embajadas y cámaras de empresarios extranjeros como la Ancham (cámara de comercio de EEUU en Argentina). Recordemos las filtraciones de Wikileaks en 2010 con los informes de la embajada norteamericana de sus reuniones con Sergio Massa, Alberto Fernández y Mauricio Macri.
En el caso de la burguesía local, la organización más relevante es la Asociación de Empresarios Argentinos, cuyo directorio está conformado entre otros por Luis Pagani (Arcor), Paolo Rocca, Magnetto (Clarin), Sebastián Bagó (Laboratorio Bagó), Carlos Miguens (Grupo Miguens), José Cartellone (Construcciones Civiles), Alfredo Coto, Cristiano Ratazzi (Fiat) y Federico Braun (La Anónima). Reúne a los empresarios más importantes de la Argentina y es la que le marca la cancha a todos los gobiernos. Ahora junto a la UIA, que quedó en manos del abogado patronal Funes De Rioja, vienen endureciendo cada vez más sus reclamos corporativos. Actualmente son pocos los empresarios que se muestran cercanos al gobierno, a excepción de Hugo Sigman, José Luis Manzano y Daniel Vila, que se quedaron con Edenor, o Eduardo Eurnekian, pero ninguno tampoco pone las manos en el fuego por el Frente de Todos.
¿Puede la burguesía local sacarnos del atraso y la dependencia nacional?
Este tema ha dado lugar a un debate con aquellos intelectuales y gobiernos que apostaron al surgimiento de una “burguesía nacional” con interés en el desarrollo económico local. Si consideramos los grandes grupos económicos locales que propiciaron y se beneficiaron del golpe de Estado de 1976, en su mayoría se fueron desprendiendo de parte de sus empresas. Por ejemplo, Pérez Compac, se retiró del negocio petrolero y se especializó en alimentos (comprando Molinos Río de la Plata) y en los agronegocios. Hoy la gran burguesía local conserva peso en determinadas ramas como socia menor del capital financiero internacional y las grandes multinacionales que operan en el territorio nacional. Esa burguesía local está unida por uno y mil lazos de dependencia tecnológica (importación de insumos, maquinarias, patentes) y financiera (fondeo en moneda extranjera, operaciones interbancarias) al capital imperialista y participa de los ciclos de endeudamiento y fuga de capitales.
Como hemos visto, la gran burguesía local se fue forjando al amparo del Estado y a través de múltiples formas de transferencias de los recursos nacionales. Hablamos de Rocca de Techint, Pagani de Arcor, Bagó de Roemmers o Eurnekian dueño de Corporación América. Este último, logró dar un salto en sus patrimonios gracias a la concesión de los aeropuertos durante el gobierno de su amigo Carlos Menem y que los gobiernos que continuaron, le siguieron facilitando sus negocios en el sector aerocomercial. Con Eurnekian sucede algo gracioso, no por todo lo que ha recibido de arriba del Estado, sino porque él tiene a Javier Milei como economista en jefe. Se nota que el verso liberal del “mérito empresarial” es como el dicho popular, “en casa de herrero, cuchillo de palo”.
Esta es la burguesía realmente existente, algo que a su modo, reconocen espacios políticos muy dispares como sucede con el grupo Arcor que es un ejemplo de empresario modelo para José Luis Espert como para la vicepresidenta, Cristina Fernánez, quien junto a su ex ministro de Economía, Axel Kicillof, durante la campaña de 2019 le decían que le iban a devolver las ganancias que habían tenido durante los gobiernos kirchneristas y que con el macrismo habían perdido. El dueño de Arcor, Luis Pagani, que publicó hace poco un libro (“El gen empresarial”) afirma que los mejores momentos de la empresa fueron durante los años noventa hasta la “crisis del tequila” y entre el 2003 y el 2007. Y una más sobre Arcor, este ejemplo de empresario pone en ridículo el diagnóstico de Espert sobre la decadencia argentina comenzada hace setenta años, Arcor es una empresa que tuvo sus orígenes durante el primer peronismo, o sea, hace setenta años.
Es este mismo empresariado que apostó por el gobierno de los CEOS y que tras el fracaso del macrismo, se encontró con un gobierno que no es el “suyo”; pese a esto, Alberto Fernández los convocó a construir un “capitalismo sobre nuevas bases”. Este ritual también lo ensayó Néstor Kirchner, luego de la crisis del 2001, invocando a construir un “capitalismo serio” y una burguesía nacional con el sector de empresarios que apostó a la devaluación del peso, cuestión que terminó dando lugar a una suerte de nueva patria contratista de menor vuelo, con empresarios ligados a la obra pública como Cristóbal López, Cartellone, Caputo y Electroingeniería, IRSA, muchos de los cuales fueron denunciados en los escandalosos “cuadernos de Centeno” por las coimas a los funcionarios, en una operación judicial con apoyo extranjero que, sin embargo, puso al descubierto la corrupción que impregna desde siempre la relación entre gobiernos y empresarios. Pero ellos siempre tienen vía libre (casos Techint o Vicentin [5]).
Un rasgo que comparten todas las fracciones burguesas del empresariado local es su baja “propensión inversora” en capital productivo y la fuga de sus ganancias a paraísos fiscales, un fenómeno que se da a escala global y que en países atrasados, dependientes y semicoloniales como la Argentina, con una estructura productiva altamente dependiente de las importaciones de insumos para la producción, maquinarias y tecnologías del exterior, suele ir de la mano de ciclos de endeudamiento externo y crisis de deuda recurrentes. Si en los años 50´ existía alguna corriente industrializadora, “mercado internista”, que apostaba a una burguesía nacional que se pusiera al frente de un proyecto de desarrollo económico “inclusivo” que dispute la soberanía de los recursos nacionales al imperialismo, hoy es mucho más evidente que eso no es más que una quimera. El programa “neodesarrollista” de los gobiernos kirchneristas más bien se ha limitado a administrar la herencia neoliberal, que se mantiene intacta en sus pilares fundamentales.
En síntesis, bajo la epopeya de los gobiernos que se propusieron ayudar a constituir una burguesía nacional, en los hechos este slogan les sirvió para continuar con las ayudas desde el Estado a los principales grupos económicos más concentrados. Desde una perspectiva de largo plazo, la burguesía local no ha demostrado ningún interés en cortar los lazos de la dependencia y el atraso. Por el contrario, como hemos desarrollado antes, la misma se ha ido configurando en una posición subordinada al capital extranjero, a las finanzas internacionales y al imperialismo. Una postura de la cual saca un rédito más que considerable. De aquí que romper con el círculo vicioso de la decadencia es una tarea que necesariamente recae en la clase trabajadora, aquella que mueve con su trabajo los engranajes de la economía y que junto a sus familias constituyen la inmensa mayoría de la población. Para ello se necesita conquistar un gobierno de ruptura con el capital, que expropie los principales resortes de la economía nacional y los reorganice en función de un plan racional y democrático conforme a las necesidades de las amplias mayorías. Solo así se puede iniciar un camino que apunte a terminar de una vez por todas con las penurias que engendra el sistema capitalista. |