En su celebre trilogía sobre León Trotsky, Isaac Deustcher, su biógrafo más importante, afirmaba que tan intensa y espléndida fue su carrera, que una parte de ella habría sido suficiente para llenar la vida de una personalidad histórica destacada. Que incluso si Trotsky hubiera muerto poco después de 1917 habría dejado una inmensa obra revolucionaria.
Y esto es así, como puede verse al leer su autobiografía y conocer su vida, que se desarrollo en un contexto signado por los acontecimientos convulsivos que marcaron la apertura de la época imperialista, en los cuales él surgió como uno de los mayores políticos revolucionarios del proletariado. Por todo eso, las lecciones de su vida y de su pensamiento cobran hoy tanta actualidad, en los momentos de crisis, pandemia y resurgir de la lucha de clases que estamos viviendo. Porque son herramientas filosas para entender y transformar el presente.
I
Una de las grandes virtudes de Trotsky, que muestra la maduración de su temple a lo largo de su vida, es que esto lo demostró tanto en los momentos de ascenso, como en los de reacción profunda, que suele ir acompañada de la declinación del pensamiento revolucionario, cuando son los imprescindibles quienes que se mantienen firmes. Lo mostró como líder del soviet de Petrogrado en 1905 y de la insurrección triunfante de 1917, que ya mencionaba Joss, pero también encabezando la resistencia bolchevique leninista ante la degeneración estalinista:.
Y allí destacó su combate contra el conservadurismo burocrático y su reaccionaria teoría del socialismo en un solo país. También la defensa de la democracia obrera, la necesidad de impulsar la revolución internacional para preservar y extender las conquistas del estado obrero, y el pluripartidismo soviético al interior del mismo; cuestiones que tanta vigencia tienen hoy cuando vemos, por ejemplo, la situación en la que está el primer estado obrero del continente, Cuba.
La persecución estalinista contra Trotsky y sus seguidores era el combate contra el espectro mismo y el peligro de la revolución. Para ello Stalin deportó, encarceló y ejecutó, en los campos de Vorkuta en Siberia, a miles de oposicionistas. Pero esto no fue suficiente para desaparecer sus ideas ni aplastar sus convicciones. Las mismas se mantenían erguidas frente al pelotón de fusilamiento, cuando los revolucionarios condenados a muerte gritaban Viva Trotsky.
La altura de León Trotsky se ve en que, frente a la reacción que se encaramó en la revolución y los partidos dirigentes del movimiento obrero, encarnó la continuidad del marxismo. En su Diario del exilio, en 1936, afirmaba -como mencionaba Aldo antes- que su labor por poner en pie la IV Internacional era el trabajo más importante de su vida. Decía que si el no hubiera estado en 1917, en San Petersburgo, la Revolución de Octubre se habría producido igual, condicionada por la presencia y la dirección de Lenin. Pero en cambio, lo que él hacía en esos años del exilio era irremplazable, ante el hecho de que Lenin ya no estaba y que la generación dirigente de Octubre había muerto o defeccionado. Su acción era imprescindible al buscar dotar, a partir de su experiencia, de un método revolucionario a la nueva generación, es decir, ser el puente de continuidad a través de la larga noche estalinista, para que se mantuviera viva la llama del bolchevismo y llegase hasta los tiempos presentes. Es por todo eso, por ese rol, que fue asesinado en 1940 por órdenes de Stalin.
La reivindicación de Trotsky que nuestra corriente hace, busca escapar tanto del culto a la personalidad como de la repetición dogmática, propia del estalinismo. Nuestro homenaje está al servicio de fortalecer la estrategia socialista, actualizando la teoría marxista para afrontar las tareas actuales. Y lo hacemos retomando su método, que abordaba de forma creativa y dialéctica el análisis de la realidad, al mismo tiempo que se mantenía firme en sus convicciones respecto al sujeto de la revolución -la clase obrera- y la necesidad de un partido a su frente.
Esto implica, en primer lugar, considerar a Trotsky como un estratega del proletariado, solo comparable a la figura de Lenin. Ninguna de sus facetas ni de su obra teórica puede desprenderse de ello. Podemos considerar que sus libros son obras brillantes y agudas de sociología marxista. Y lo son. Pero no se pueden escindir de esa perspectiva integral como dirigente marxista.
Hablar de Trotsky como estratega implica considerar que, como planteaba el historiador marxista ingles, Perry Anderson, perteneció a la tercera generación de los marxistas clásicos, siendo junto a Lenin y a Rosa Luxemburgo uno de sus mayores representantes. Con Marx y Engels, los unía que buscaban la ligazón entre la teoría y la práctica. Pero a diferencia de los fundadores del socialismo científico, que tuvieron que actuar en un momento histórico temprano desde el punto de vista de la revolución proletaria (donde el capitalismo aún tenía un impulso ascendente como se vio posteriormente en el surgimiento del imperialismo), a la generación de Trotsky les toco un cambio brusco y de proporciones en el capitalismo: la emergencia de una época de guerras, crisis y revoluciones. Un siglo XX donde las cuestiones de la revolución proletaria y la destrucción del capitalismo no eran ya problemas teóricos, sino una cuestión práctica puesta a la orden del día.
Esta generación de marxistas combatió duramente los planteamientos reformistas que habían crecido en el seno del movimiento socialista de ese momento, a inicios del siglo XX, donde muchos habían roto con la noción de la revolución protagonizada por las masas y la toma del poder, y habían adoptado una estrategia gradualista, que aspiraba a la ocupación de espacios en los parlamentos y en los sindicatos como via para transformar poco a poco el capitalismo y avanzar hacia lo que llamaban socialismo. Los continuadores de este socialismo reformista terminaron gobernando las potencias imperialistas en Europa, aplicando políticas contra los trabajadores y los migrantes hasta la actualidad.
Para Trotsky y Lenin, en cambio, el capitalismo imperialista abría un periodo convulsivo, como se confirmó tempranamente en esos años, entre la primera guerra mundial, los acontecimientos en Rusia y la crisis económica. La intervención de las masas en pos de alcanzar el gobierno de sus destinos iba a ser desde entonces la marca de esta nueva época.
Por eso, los marxistas no podían prepararse como si se tratasen de tiempos de paz: Había que echar mano de la estrategia, que en términos militares es el arte de organizar las operaciones aisladas para ganar la guerra. En política revolucionaria, esto significaba que las intervenciones tácticas -desde la participación electoral hasta la intervención en los sindicatos, así como la participación en huelgas y combates aislados de la lucha de clases- tenían sentido en la medida que ayudaban a generar las condiciones para ganar la guerra contra el capital. Eso fue lo que intentaron hacer en 1905, y lo que lograron 12 años después, en el 17.
Trotsky lo define magistralmente, cuando dice:
“Antes de la guerra, solo habíamos hablado de la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía exactamente con los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces, y que no sobrepasaban el marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes”. Para Trotsky “La estrategia revolucionaria cubre todo un sistema combinado de acciones que tanto en su relación y sucesión como en su desarrollo deben llevar al proletariado al poder”.
Surgió entonces un marxismo con preponderancia estratégica, donde la teoría marxista está indisolublemente unificada con la acción política, y que incorpora la tradición y las experiencias del proletariado en sus 150 años de historia.
Es desde allí que Trotsky consideró los grandes problemas de su tiempo. Me refiero, por ejemplo, a su comprensión del fascismo, planteando a partir de ello la urgencia del frente único obrero para enfrentar y derrotar a Hitler. O su análisis de la revolución española, como la última advertencia antes de la guerra, y la necesidad de que la clase trabajadora superase la política de conciliación del clases con la burguesía, impuesta por el estalinismo a través del frente popular. Así como a sus agudos análisis sobre la situación internacional y la posible evolución de la guerra interimperialista, a partir de los cuales desprendía la necesidad de que la clase obrera y los pueblos oprimidos interviniesen en la misma con una política independiente, para transformar la misma en una guerra civil contra la burguesía.
Y es que su reflexión política y teórica estaba articulada con pensar las vías para superar el orden existente;. esto es, la lucha por el poder y la construcción de estados obreros revolucionarios, basados en la autoorganización democrática, donde se expropie a los capitalistas y se ponga la riqueza social al servicio de las mayorías.
Pero para Trotsky la tarea de la estrategia no era solo nacional: el objetivo ultimo no era el triunfo revolucionario en un país. Concibe a esto como una trinchera para triunfar en la guerra contra el capitalismo internacional: mientras se profundiza la revolución en el plano interno, se busca su extensión a nivel mundial. Esta fue su pelea internacionalista como dirigente de la oposición en la URSS y después en el exilio, y se concentra en obras magistrales como la Revolución Traicionada y que también trató en los Problemas de la vida cotidiana, que el CEIP Leon Trotsky está publicando en estos días. Porque el objetivo es entonces construir una sociedad comunista, de libres productores asociados, sin clases sociales ni estado, que solo puede concebirse en toda la extensión del globo. Que ponga los avances de la técnica al servicio de la humanidad, a partir de acabar definitivamente con el capitalismo imperialista.
IV
La actual situación internacional muestra más claramente la necesidad de esta perspectiva estratégica. La pandemia se ha cobrado millones de muertos, la crisis climática pone en duda la viabilidad y la sobrevivencia de la especie humana sobre el planeta, y la situación económica arrojó a millones a la pobreza y la precariedad: se muestran así las consecuencias de la decadencia y descomposición capitalista. Esto es el resultado de que un par de centenares de monopolios concentran y se apropian de la riqueza social, y que bajo el dominio de la propiedad capitalista de los medios de producción no es posible organizar la sociedad de otra manera.
Para eso se requiere enfrentar a los gobiernos imperialistas, que como hemos visto durante la pandemia, sostienen la opresión y la explotación no solo de sus propias clases obreras, sino también de los pueblos del mundo, como vemos en el caso de Estados Unidos, primero con Trump y ahora con Biden, mediante la deuda externa, la expoliación de los recursos naturales y la persecución de los migrantes. Y enfrentar también a los gobiernos de nuestros países, que son cómplices de esta situación.
Frente a esta situación en los últimos años presenciamos revueltas y rebeliones, protagonizadas por amplios sectores populares, incluyendo en un lugar muy destacado a la juventud. Desde Chile hasta Francia, desde Estados Unidos a Colombia, cuestionaron las políticas de los estados y gobiernos capitalistas, antes y durante la pandemia.
Mientras estos procesos muestran el resurgir de la lucha de clases, surge como necesidad que la clase obrera intervenga y asuma un lugar central. Aunque en distintos momentos sectores de la misma participaron y mostraron su potencialidad (como fue el caso de Chile o de los propios trabajadores portuarios de Estados Unidos), si vemos estos procesos de conjunto lo hizo diluida, de manera no generalizada, y sin tener sus organizaciones al frente, lo cual fue consecuencia de la actuación divisoria de las burocracias sindicales y políticas.
En este punto se ve la importancia de retomar y actualizar las lecciones de la praxis revolucionaria de Trotsky y los marxistas de inicios del siglo XX, en particular la necesidad de la hegemonía obrera, la conquista del frente único de la clase trabajadora y la búsqueda de aliados entre otros sectores oprimidos.
Frente a las charlatanerías de la ideología burguesa y de muchos que le hacen eco en las universidades, la clase obrera mantiene su centralidad en este mundo pandémico. No solo mueve la industria, los servicios, las comunicaciones, los transportes. Ya este ultimo año se vio que, en la peor crisis sanitaria del mundo contemporáneo, los trabajadores son esenciales para que la sociedad siga funcionando. A la par, han surgido nuevos aliados potenciales de la clase trabajadora en el campo y la ciudad. Junto a los campesinos e indígenas, una masa creciente de pobres urbanos.
Las revueltas y rebeliones del presente demuestran que, para transformarlo todo, es esencial la participación hegemónica de la clase obrera, con sus métodos de lucha, como la huelga. Y que es fundamental también su alianza con los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, así como con la juventud combativa y el movimiento de mujeres que lucha contra la opresión.
Ahora bien, ¿como puede desplegarse la potencia de la clase obrera como sujeto revolucionario, en condiciones caracterizadas por la fortaleza relativa de los aparatos burocráticos, y por la debilidad de los revolucionarios? Como puede hacerse para aprovechar las posibilidades que abre la lucha de clases y los nuevos procesos que estamos viendo? Es una pregunta a la cual debemos dar respuesta en este panorama político que enfrentamos; pero que Trotsky ya se formuló en los años 30, cuando la clase obrera francesa protagonizaba importantes combates, pero enfrentaba esas condiciones, y que trato en Adonde va Francia.
Allí, en el marco de distintos procesos de lucha y radicalización de la clase obrera,Trotsky propone que los revolucionarios puedan impulsar al interior de estos procesos la conformación de “comités de acción”, ligando su desarrollo como partido a buscar la unidad y el reagrupamiento de los sectores de masas en lucha.
Como se plantea en un artículo de Emilio Albamonte y Matias Maiello, Trotsky afirma que “el significado de los comités de acción (es) como el único medio de quebrar la resistencia antirrevolucionaria de los aparatos de los partidos y sindicatos”, para evitar que los conflictos parciales queden aislados, buscando “unificarlos y darles una fuerza mayor”. Se trataba entonces de concentrar, en los comités de acción, la fuerza de los sectores en lucha y multiplicar las fuerzas de los revolucionarios, para llegar desde allí a sectores más amplios de la clase trabajadora.
En el impulso de estos comités de acción Trotsky veía también la herramienta para preparar y apuntalar el desarrollo y surgimiento de organismos mayores de frente único de masas, como los soviets o consejos obreros, verdaderas instituciones que son fundamentales, tanto para la lucha por el poder y como base del nuevo poder estatal de los trabajadores.
Hoy, que estamos viendo procesos de la lucha de clases como los que planteamos previamente, donde las burocracias políticas y sindicales dividen e impiden la concurrencia de la clase obrera con los demás sectores explotados, las discusiones que Trotsky planteaba en torno a los comités de acción tiene gran importancia para la pelea que damos los revolucionarios, en México y los demás países donde estamos presentes, buscando reagrupar a los sectores en lucha.
En ese camino, es esencial abordar otra cuestión fundamental de la estrategia revolucionaria del presente: la lucha por la independencia política. Y no nos referimos solo a la independencia respecto a los partidos tradicionales de la burguesía que encabezaron el reinado neoliberal; también respecto a las variantes progresistas o posneoliberales, bajo cuyo gobierno se lleva adelante lo esencial de los planes capitalistas. También frente a las burocracias y partidos reformistas que se adaptan a aquellos. Lamentablemente, muchos que se reclaman socialistas olvidan oportunamente esto, y consideran que la independencia organizativa es suficiente para constituir la independencia política. Esto mientras se subordinan políticamente a distintas expresiones del reformismo y del llamado “progresismo “, como es en el caso de México el gobierno de la Cuarta Transformación de Lopez Obrador. Por el contrario, quienes integramos la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional, de la que forma parte el MTS, levantamos esa perspectiva independiente y revolucionaria y bajo la misma intervenimos en la lucha de clases, tanto en México como en la actuación de nuestros compañeros y compañeras en Chile, Argentina, Francia, Bolivia o Estados Unidos, por mencionar algunos de los países donde estamos.
V
Esto plantea, por ultimo y como ya hemos adelantado, abordar el lugar del partido revolucionario. Resolver los grandes problemas de la revolución en nuestra etapa histórica no puede hacerse sin construir la organización -a nivel nacional e internacional- que sea capaz de asumir la conducción de esa perspectiva estratégica. Pero eso implica prepararse desde mucho antes.
Ese es el ejemplo del Partido Bolchevique, forjado por Lenin: un partido revolucionario, educado durante años en la teoría marxista y en la lucha de clases, que fue imprescindible para organizar la insurrección y tomar el cielo por asalto.
Y es por eso también que, consciente de que la victoria es una tarea estratégica, Trotsky le dedicó sus largos años de exilio a la formación de las organizaciones revolucionarias de la década del 30.
La tarea de Trotsky en ese sentido fue profundamente creativa: se trataba de ver como los relativamente pequeños núcleos de revolucionarios buscaban caminos más rápidos hacia el movimiento de masas, considerando los momentos preparatorios como una oportunidad para llegar mejor preparados a los momentos de ascenso.
Articulado con planteos como los que el impulso de los comités de acción, propuso políticas audaces para empalmar con sectores de la juventud y la clase obrera que se radicalizaban dentro de los partidos reformistas, lo cual, por ejemplo, permitió que emergiese una organización mas solida y extendida en Francia a partir del trabajo de los trotskistas en la Juventud Socialista. O también en el caso del Socialist Workers Party de Estados Unidos, que después de distintas experiencias, emergió con 2000 militantes en los años previos de la guerra
Esto, mientras se asumía una perspectiva internacionalista como la que tuvieron los trotskistas ante el ascenso del fascismo, la injerencia imperialista en las semicolonias o el camino abierto hacia la guerra; como poner el centro de su accionar en la lucha de clases, como fue el caso de los mismos trotskistas estadounidenses, en las huelgas que sacudieron ese país durante los 30, como la de Minneapolis.
En la actualidad, quienes conformamos el MTS, somos parte de la Fracción Trotskista e impulsamos la Red Internacional de Diarios, creemos que esto pasa por mostrar la vigencia y actualidad del marxismo y volverlo fuerza material, fusionándose con sectores cada vez más amplios de la clase obrera y la juventud combativa. Apostando al surgimiento de organizaciones revolucionarias superiores a lo que hoy existe, donde el centro de gravedad de su accionar esté puesto en la intervención en la lucha de clases. Y que levanten un programa y una estrategia para que la clase obrera, junto al resto de los oprimidos, de una alternativa socialista y revolucionaria frente a la catástrofe capitalista, sus gobiernos y sus partidos. Avanzar en ese camino, y retomar su legado, actualizando a la luz de los desafíos del presente, es el mejor homenaje que podemos hacerle a León Trotsky.