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19 de septiembre de 2021 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Deuda, tragedia y farsa en Grecia, contada por Costa-Gavras
Esteban Mercatante | @EMercatante

A puertas cerradas, el último film de Costa-Gavras estrenado días atrás, cuenta desde adentro cómo se llevó a cabo en 2015 el chantaje por parte del gobierno europeo y el FMI contra el nuevo gobierno de Grecia para que continuara con las políticas de ajuste. Una película muy parecida a la que estamos viviendo por enémisima vez en la Argentina con el regreso de las “ayudas” del FMI que produjo Macri.

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Desde el 2 de septiembre puede verse en los cines argentinos la última película de Costa-Gavras, A puertas cerradas, que narra los ajetreados meses que el economista Yanis Varoufakis pasó como ministro de Finanzas en Grecia. Se basa en el libro de Varoufakis Comportarse como adultos (titulado en inglés Adults in the room, el mismo nombre original del film.

Con la efectividad que lo caracteriza, Costa-Gavras realiza en esta película una contundente denuncia de los mecanismos antidemocráticos con los que la UE defiende los intereseses de los acreedores en contra de los pueblos. Logra además desarrollar una explicación bastante sencilla de los principales mecanismos puestos en juego para acorralar al gobierno griego y hacerlo capitular en pocos meses.

El inicio de la tragedia

La historia comienza con el triunfo electoral de Syriza en enero de 2015. Repasemos un poco los eventos que llevaron a este triunfo.

La tragedia griega comenzó con el crash financiero de impacto internacional que produjo la quiebra del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers en septiembre de 2008. La onda expansiva de esta crisis pegó en las instituciones financieras de Europa, muy expuestas a los activos tóxicos creados durante la burbuja especulativa inmobiliaria. Pero el shock desnudó también las fallas estructurales de la unión monetaria. Desde la creación del Euro se profundizaron las asimetrías existentes entre los países más ricos y con empresas de mayor productividad –y por lo tanto competitividad– del Norte europeo (especialmente Alemania) y los países con capitales de menor productividad y competitividad del Sur, que acumularon déficits crónicos. Estos déficits se cubrían con deuda –financiada ante todo por los bancos y mercados financieros de Alemania, Gran Bretaña, Francia–.

Grecia reportó en 2009 un déficit fiscal cuyo cálculo se fue corrigiendo (o blanqueando) hasta ubicarse en 15,4 % del PBI, producto de lo cual se disparó un frenesí especulativo contra los títulos de deuda del país. Los bancos de Alemania y Francia eran los grandes tenedores de la deuda griega, y una cesación de pagos podía llevarlos a la quiebra. Fue para evitar este escenario que se instrumentó, en 2010, un rescate financiero, presentado como una asistencia financiera a Grecia pero que solo se proponía salvar a los bancos. Como las estrictas normas de los acuerdos monetarios europeos impedían un salvataje de la UE a los estados miembros, para maquillar esa infracción a las normas –todo sea para salvar a los bancos– el FMI fue convocado a intervenir y aportar parte de los fondos de rescate.

Desde ese momento, el país quedó sometido a los dictados de lo que se conocería como la “Troika”: la Comisión Europea (gobierno central de la Unión), el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, que fueron los que definieron el plan de “asistencia financiera” al país y definieron sus condiciones, plasmadas en un Memorándum de Entendimiento o MoU (que a pesar de su carácter impersonal será uno de los grandes protagonistas de la historia contada por Costa-Gavras). Las metas comprometidas en el MoU condujeron a ajustes draconianos en las cuentas públicas, encararon privatizaciones y reformas laborales. La destrucción económica se llevó un cuarto del PBI a lo largo de un lustro, mientras que el desempleo escaló hasta ubicarse por varios años arriba de 20 %. Así y todo la deuda resultó impagable, y en 2012 fue necesario reestructurarla. Sin embargo, esta reestructuración recayó sobre los fondos de pensión y los pequeños ahorristas griegos, dejando afuera a los grandes acreedores privados extranjeros como los de la City londinense y, sobre todo, a la Troika. Por eso el país continuó desangrándose.

La política de la Troika y los gobiernos que la ejecutaron fue respondida con una fuerte movilización obrera y popular y más de 20 huelgas generales. Al calor de este proceso las masas rompieron con los partidos tradicionales y se produjo una fuerte polarización política, a derecha y, sobre todo, a izquierda. Esto cimentó el camino para que Syriza, que coqueteaba en sus discursos con posturas anticapitalistas pero tenía un programa reformista, pasara de obtener el 5 % de los votos en 2009 a 36,34 % en enero de 2015. Con este resultado, Alexis Tsipras, líder de Syriza, conformó en alianza con la formación derechista nacionalista Anel un gobierno que se autodefinía como “antiausteridad”. Su meta declarada era sacar a Grecia del chaleco de fuerza del MoU para terminar con el ajuste y reactivar la economía. Sobre Varoufakis, académico de prestigio internacional y autor de varios libros que sometían a crítica el funcionamiento del capitalismo neoliberal y la crisis que había producido, recayó la misión de alcanzar un acuerdo con la UE en estos términos. El film nos cuenta la crónica de un fracaso anunciado.

En puertas cerradas no entran moscas

Como indica el nombre elegido para el lanzamiento en castellano, la mayor parte de la historia que cuenta Costa-Gavras transcurre a puertas cerradas. Ya sea en Bruselas, sede de la UE, en las oficinas del FMI en Washington o recibiendo, recibiendo enviados de la Troika en Atenas, o en los despachos de sus pares, los ministros de Finanzas del resto de los países de la UE, vemos a Varoufakis repetir el mismo cabildeo. El objetivo: convencer a sus interlocutores de la necesidad de abrir una rendija para modificar la política para negociar su propuesta de reestructurar la deuda del país con el objetivo de poner fin al ajuste fiscal y poder encarar una política económica expansiva.

A puertas cerradas también es una buena forma de describir los procedimientos de la UE, con un sistema de gobernanza cuya opacidad burocrática le permite actuar lejos de la vista pública, y a resguardo del riesgo de que se cuele en las decisiones cualquier atisbo de voluntad popular. Las reuniones del llamado Eurogrupo, es decir, de todos los ministros de Finanzas de la UE, en las que Alemania y otros países de la zona más rica llevan la voz cantante contra cualquier intento de rever el MoU, y tratan a Varoufakis como un mendicante (en un momento uno de ellos se lo cruza en un pasillo, y apenas después de decirle “buen día” le pregunta, “¿cuándo me devolvés el dinero prestado?”), transcurren en salas sin iluminación natural ni ventanas que parecen intencionalmente diseñadas para subrayar esa opacidad de procederes. Aunque las declaraciones puertas a fuera de los líderes europeos hacia lo que consideraban a comienzos de 2015 como un gobierno díscolo y potencialmente disruptivo estaban lejos de ser amistosas, el ingreso a la trastienda que nos ofrece Costa-Gavras, siguiendo a Varoufakis, permite ver de manera descarnada el trato avasallador y los chantajes propinados al representante griego para poner en caja cualquier amenaza de los países deudores. El título original del libro y del film se debe a la pirotecnia verbal y grados de tensión que alcanzaban aquellas jornadas, que llevaron a Christine Lagarde, la ex mandamás del FMI, a reclamar la presencia de adultos en la sala para bajar los ánimos. Para cualquier espectador de estos pagos, que conoce a Lagarde como la responsable de hipotecar a la Argentina con USD 57.000 millones para sostener la campaña electoral de Macri, con apoyo de EE. UU., la imagen de Christine Lagarde como una figura componedora y comprensiva de las necesidades griegas que presenta la película, no puede más que resultar inquietante. En el libro de Varoufakis, donde nunca se propone ocultar la fascinación que le producía la representante del FMI, sí queda más claro el cinismo con el que se manejaba: si bien no tenía problemas en reconocerle en privado que el programa que le imponían a Grecia solo podía fracasar, esto nunca se tradujo en críticas públicas ni nada por el estilo. El FMI acompañó todas las presiones de la Troika en favor de la austeridad, aún cuando el organismo, que exige siempre ajustes draconianos, también plantea como necesidad que los países con niveles de deuda como el de Grecia la reestructuren, algo de lo que ni Alemania ni el BCE querían oír hablar.

Pertenecer tiene sus exigencias

Desde el vamos queda en claro que el planteo del ministro de Finanzas de Grecia no apunta a repudiar la deuda ni nada por el estilo. Simplemente se propone volverla “soportable”, encarando una reestructuración más a fondo de la que ocurrió en 2012, y apuntando a los principales acreedores, es decir, la Troika. Pero antes de que pueda siquiera desarrollar algún planteo en ese sentido, es recibido con un ultimátum. En la primera visita que el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, realiza a Atenas a días de asumido el gobierno de Syriza y Anel, deja en claro cuáles son las opciones que tiene Grecia: acatar el MoU y presentar propuestas acordes a los objetivos del mismo, o declararse afuera de la zona Euro. Cualquier otra variante o compromiso queda descartado, y poco importa el programa antiausteridad con el que se conformó la coalición. Si no se compromete con el MoU, sostiene Dijsselbloem, el país estará “abandonando el Euro”, lo que traerá aparejado “un colapso de la economía” y “caos”. Después de esta tan cálida bienvenida, le lleva poco tiempo a Varoufakis comprobar la soledad en la que se encuentra para sostener su planteo. Incluso en los países altamente endeudados como el Estado Español o Portugal, los gobiernos de centroderecha se esforzaban por dejar claro que no tenían ninguna intención de acompañar un planteo de reestructuración de las deudas o un abandono de la austeridad. En Francia, Varoufakis recibe –en privado– un enfático apoyo del ministro de Finanzas Michel Sapin. Pero a la hora de hablar ante las cámaras, el funcionario deja en claro que este “sacrificado país que estuvo sufriendo durante años”, hizo “promesas a sus acreedores que el gobierno debe honrar”. Grecia “debe respetar los acuerdos previos con la mayor disciplina”, concluye Sapin en su muestra de “apoyo”. Con amigos así…

Solo en Gran Bretaña, país que nunca integró la zona Euro y donde los conservadores en el gobierno tenían sus propias cuitas con Bruselas, el trato recibido resulta menos frío. Pero donde no solo derrite el hielo, sino que obtiene entusiastas aplausos es nada menos que en su visita a la cueva de los lobos de la City. Cuando deja en claro que su plan de reestructuración no incluye a la deuda griega en manos de bancos y capitales británicos, que se proponía seguir pagando en tiempo y forma, lo tratan como si fuera uno más de los suyos, como si se tratara de Luis Caputo emitiendo un bono a 100 años para la Argentina. Los “pagadores seriales” de deudas heredadas por administraciones anteriores, que persisten en seguir pagando aun en medio de la bancarrota financiera, no son algo que solo florezca en estas latitudes.

El éxito que cosecha Varoufakis con estas declaraciones amistosas en Londres, se evapora en un santiamén, cuando el jefe del BCE Mario Draghi deja saber que la entidad que preside perdió confianza en sus bancos. Las maniobras de pinzas ejercidas sobre la administración griega son narradas en el mejor estilo de una película de suspenso, como las que Costa-Gavras cuenta en su haber, manteniendo en vilo al espectador.

Tema del traidor y del héroe

En las primeras escenas de la película, mientras viajan en un auto oficial que avanza rodeado de manifestantes que muestran su entusiasta apoyo al Primer Ministro y sus colaboradores, Varoufakis afirma, confiado y entusiasta, que “son nuestra fortaleza”. “Se pueden volver contra nosotros mañana”, le responde impávido Tsipras sin dejar de sonreir y saludar a la multitud. “Solo si los decepcionamos o traicionamos”, responde el ministro de Finanzas. “Un día lo haremos […] Pedirán más y más. La decepción es inevitable”, remata profético Tsipras. Le llevó apenas seis meses tener razón. Y la decepción y traición no vino porque los sectores populares pidieran “más y más” sino con el estruendoso abandono de la coalición de gobierno de su programa de antiausteridad para allanarse a las exigencias de la Troika. Digamos de paso que una de las ausencias más importantes y llamativas por tratarse de un film de Costa-Gavras, es que, salvo por la escena de este diálogo, las las movilizaciones populares casi no aparecen, salvo en unas imágenes de archivo al comienzo y al final. No tienen mucho lugar en la narrativa todas las acciones que se produjeron durante las tratativas del MoU, no solo en la propia Grecia, sino también en distintos lugares de Europa en solidaridad contra los chantajes de la Troika. Solo en alguna otra escena vemos una representación metafórica de las demandas populares y la movilización.

No spoileamos a nadie si contamos cómo termina esta historia. Después de seis meses de chantaje de los funcionarios de la Troika, que vino acompañado del hostigamiento financiero producido por una masiva salida de capitales que agravaba la precaria situación económica, Tsipras levantó bandera blanca. Lo hizo días después de llevar a cabo un referéndum que sometió al voto popular la aceptación del MoU, en el que se impuso por abrumadora mayoría un rechazo del programa de austeridad. Con ese respaldo, Tsipras se dirigió a Bruselas para firmar lo que el voto popular había rechazado. Varoufakis, renunció inmediatamente después de la firma del MoU.

Siguiendo la narrativa de Varoufakis, las razones de la película para la claudicación de Tsipras apuntan más hacia las características personales del Primer Ministro, y al poder de seducción ejercido por el liderazgo de la UE, y especialmente por la canciller alemana Angela Merkel. “Me siento enganchado como un pez espada. Me atraen, y me dejar ir”, manifiesta Tsipras en un momento de la película, en el que muestra ser consciente de la estrategia con la cual lo presionan para que se desentienda de las posiciones defendidas por su ministro de Finanzas. En la mirada de Varoufakis, seguir siendo parte del club del poder Europeo, obtener el respeto y reconocimiento de sus pares, terminó pesando más para el líder de Syriza que el compromiso con la mayoría que había votado el programa antiausteridad. El final, donde se consuma la traición, lo escenifica Costa-Gavras con una coreografía musical en la cual los líderes de la UE envuelven a Tsipras, mientras bailan, para que se una al club de la austeridad. Es uno de los momentos más logrados del film.

Dado que el libro de Varoufakis es la materia prima con la que construye Costa-Gavras su narración, no sorprende que el eyectado ministro de Finanzas quede ubicado como el héroe. Los puntos ciegos en esta historia no son otros que los que escamotea Varoufakis en su crónica de los seis meses como ministro de Finanzas de Grecia. Si bien en ningún momento oculta que su planteo apuntaba simplemente a reestructurar la deuda, y no a repudiarla ni nada por el estilo, omite que los planteos de Syriza antes de llegar al gobierno sí iban en el sentido de un repudio de la deuda, aunque al mismo tiempo abrigaban la expectativa de poder mantener el país en la zona Euro. Como cuenta Eric Toussaint en Capitulación entre adultos, libro dedicado a contestar la narrativa de Varoufakis, este último torpedeó cualquier iniciativa seria para auditar la deuda. Una investigación profunda de lo actuado por los bancos que le prestaron a Grecia, los gobiernos previos y la Troika desde que comenzó la crisis de la deuda, que podría haber abierto el camino para declararla odiosa, es decir, como una deuda contraída en contra de los intereses de la nación, y con los prestamistas y prestatarios actuando como cómplices.

Aunque en todo momento Varoufakis señala la responsabilidad de los prestamistas en la conversión de Grecia en una “colonia deudora”, como la define en su libro, ningún paso se proponía dar hacia este repudio. Se trataba simplemente de un arma de negociación, que no conmovió a los interlocutores. Difícilmente podían inquietarse por esta amenaza de Tsipras y Varoufakis, ante la evidencia de que nunca pusieron en marcha ninguna de las medidas necesarias para que esto pudiera ser más que un amague, empezando por la estatización de los bancos y el monopolio nacional del comercio exterior, junto con otra serie de iniciativas de autodefensa que habrían llevado a Grecia a la ruptura con la Europa del capital. Esto no estaba en carpeta para el gobierno de Tsipras. Como muestra la película, las salidas basadas en el repudio del MoU y nacionalización de los bancos apenas eran consideradas como parte de un “plan B”, que no prosperó más allá de algunas reuniones y bocetos. En estas condiciones, no sorprende que ante el chantaje de Bruselas, el repudio al MoU apareciera como un aventurero salto al vacío. Solo una consecuente política que partiera de estas medidas de emergencia y se apoyara en la movilización obrera y popular, podría haber permitido salir de la encerrona. Esto nunca fue parte de la estrategia de Syriza, que simplemente apuntaba a la cuadratura del círculo de terminar con la austeridad negociando con Bruselas. Esto no lo logró Grecia; tampoco lo consiguieron Portugal ni ninguno de los otros países que atravesaron crisis de deuda, aunque a veces se afirme lo contrario. Todos debieron aplicar sin anestesia el trago amargo del ajuste, cuyas consecuencias todavía se viven en casi todos los países. Solo después de haber sido los mejores alumnos de la austeridad, algunos de ellos revirtieron –pero solo en parte– las políticas impuestas por la Troika.

Destacan las buenas actuaciones del elenco. Aunque solo el personaje de Varoufakis, interpretado por Christos Loulis llega a ser plenamente desarrollado. Alexandros Bordoumis, con una encarnación de Tsipras marcadamente bufonesca, parece recordarnos que, algunas veces, tragedia (para la clase trabajadora y sectores populares) y farsa (del elenco gobernante) van de la mano.

 
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