Tras la derrota electoral, las oleadas de la crisis política siguen azotando las costas del oficialismo nacional. Cambios de gabinete; anuncios de (pobres) medidas; retóricas débiles y giros fuertes a derecha.
En ese contexto, resultan llamativos análisis como el desplegado por Martín Mosquera en una reciente entrevista publicada por ANRed. Allí, el editor de Jacobin América Latina desglosa una mirada sobre el resultado de las PASO. En nombre de la izquierda independiente, propone un contrato de lectura y define los contornos de una estrategia política. Repitiendo desorientaciones propias y preconceptos discursivos, la apuesta es, una vez más, al giro a la izquierda o a la radicalización del kirchnerismo. La contracara, la crítica a la izquierda trotskista. Recurrente repetición, el mantra de un sectarismo no demostrado vuelve a caer sobre el espacio político que se ubicó como tercera fuerza política nacional, con resultados históricos como el 24 % obtenido por la lista que encabeza Alejandro Vilca en Jujuy.
Repasemos los argumentos. Las tensiones sociales, políticas y económicas que anidan en el cuerpo social hacen esencial un debate sobre las estrategias política de la izquierda. Hacia atrás, la discusión va mucho más allá de las elecciones del pasado 12/9. Hacia el futuro, traspasa la frontera de las generales de noviembre.
Una izquierda a medida de los preconceptos
Demasiado a contramano de la realidad, Mosquera vuelve a convertir preconceptos en definiciones dinámicas de la misma. Así, lejos de la duda, afirma que
… en un contexto de una crisis tan grande del peronismo la pregunta debería ser por qué el FIT-U no crece más […] acá aparecen los límites de la experiencia del FIT que […] es una fuerza reticente a incorporar a otros sectores y tradiciones militantes […] Un sistemático sectarismo ante el kirchnerismo y una intermitente coincidencia con la oposición de derecha. Esto hace que la base electoral del kirchnerismo no vea al FIT como un fenómeno interesante, y refuerce la idea de que para enfrentar a la derecha solo cuenta con el kirchnerismo.
Salvo que se mire la realidad desde el micro-mundo de los propios grupos de WhatsApp, las urnas confiaron destacables votaciones al Frente de Izquierda Unidad en barriadas obreras y populares a lo largo del país. La campaña electoral previa, agreguemos, hizo evidente un cúmulo de simpatía por parte de trabajadores y trabajadoras, intelectuales, artistas, luchadoras por los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, habitantes de las barriadas pobres, entre otros sectores políticos y sociales.
Hemos venido dando cuenta del hecho: la izquierda logró un fuerte apoyo en zonas emblemáticas del Conurbano, allí donde el peronismo se propone como poder intocable. Ironías de la cartografía y el lenguaje político, en Presidente Perón –donde se encuentra Guernica–, alcanzó el 7,10 % [1]; en Almirante Brown llegó al 7,20 %, logrando casi al 8% en barrios obreros y populares como Glew, Rafael Calzada, Longchamps, Claypole; en Berazategui el porcentaje fue del 6,73 %, superando el 10 % en barrios populares como Hudson, Santo Tomás o Plátanos; en Berisso la cifra escaló al 6,90 %; en Florencio Varela al 6,73 %; en La Matanza, al 6,75 % para diputados nacionales y 7,49 % a concejales; en Merlo, tierra de barones eternos, se alcanzó el 7,67 %; en Moreno, el 7,32 %. La dureza de los números es contundente. Martilla las frases hechas y las reduce a polvo.
A riesgo de extendernos, salgamos del entramado del conurbano. Viajemos al Norte argentino para contemplar la elección histórica en Jujuy, con casi el 24 % de los votos para la lista encabezada por Alejandro Vilca. O al Sur, y atravesemos el 8 % neuquino de la lista que encabeza el ceramista Raúl Godoy, para aterrizar suavemente en el 9 % chubutense. Paréntesis: ¿se puede desconocer el enorme impacto nacional de la elección protagonizada por Vilca? Aún, hoy, a tres semanas de las elecciones, ese apellido coya resuena en medios de comunicación y portales de todo el país.
Volvamos hacia el centro de la política nacional. ¿Cómo leer la gran simpatía hacia Myriam Bregman en CABA? Sin duda alguna allí un sector del progresismo se sintió más que identificado con una trayectoria de lucha por las libertades democráticas, los derechos de las mujeres y el apoyo a las luchas obreras. La resultante: la votación más importante en la Ciudad desde la creación del Frente de Izquierda, hace ya una década.
No olvidemos el importante apoyo que concitó la campaña del FITU en semanas previas, aun cuando un ejército de encuestadores y operadores hacía lo imposible por borrarlo del mapa político. ¿Se puede hacer caso omiso a la declaración de apoyo firmada por más de más de 400 artistas, intelectuales y científicxs? ¿O del apoyo explícito de importantes referentes de la lucha ambiental o del movimiento de mujeres?
Contrario al diagnóstico de Mosquera, la izquierda evidenció capacidad de diálogo con amplias franjas de la clase trabajadora, los sectores populares y el progresismo. Supo encontrar un punto de apoyo en esa decepción que recorría a muchos y muchas de quienes en 2019 votaron para dejar atrás el infierno macrista. En estos meses, si se repasa La Izquierda Diario, se encontrarán allí cientos de testimonios que lo ilustran; una suerte de compendio concentrado de ese proceso de crisis/experiencia que abarca varios cientos de miles por lo menos.
“La incertidumbre lo atormentó. Variar o suprimir esas palabras, era debilitar la expresión; dejarlas era plagiar a un hombre que aborrecía; indicar la fuente era denunciarlo”. Borges, Los teólogos.
Con la mirada congelada, Mosquera nos invita a leer la carta de CFK como apertura de “un espacio de debate social”, como puntapié para que un kirchnerismo idealizadamente rebelde tome el camino de la lucha y la confrontación. Leyendo a piacere, ensaya:
Creo que la presión sobre esos sectores va a ser vez progresivamente más grande cuando es la misma Cristina Kirchner la que dice “acá hubo un ajuste y si queremos ganar las elecciones hay que cambiar el rumbo”. Entonces hay un sector que puede empezar a pensar que para bancar a este gobierno y derrotar a la derecha hay que obligarlo a un cambio de rumbo. Acá solo planteo un escenario hipotético.
Llevando la idea de “leer entre líneas” al absurdo, Mosquera omite el hecho de que en esa misma carta CFK propone a Juan Manzur como jefe Gabinete. La propuesta kirchnerista para sortear la crisis política desatada fue empoderar a un declarado enemigo del movimiento de mujeres y disidencias sexuales, un representante explícito del poder territorial, un derechista hecho y derecho ¿Es posible leer la eventualidad de un giro a la izquierda?
El entrevistado prefiere no entrar en el fangoso terreno de la realidad. El gobernador tucumano y actual jefe de Gabinete no aparece mencionado a lo largo del texto. Tampoco Julián Domínguez, ese aliado del agropower y la burocracia sindical que ya despliega su vocación de conciliar con las grandes patronales del campo. Menos aún Aníbal Fernández, cuya designación en la cartera de Seguridad debe leerse como una propuesta de orden con represión.
La entrevista deja caer una cortina de silencio sobre esas designaciones. Esquivar la realidad de los Manzur y los Domínguez es la condición sine qua non para hacer posible un discurso conceptual que presente al kirchnerismo como “fenómeno político que a veces concede medidas parcialmente progresivas y desarrolla enfrentamientos puntuales con la clase dominante que son visibles para todo el mundo”.
Como prueba “evidente” de esos supuestos enfrentamientos de clase se nos convida con el impuesto a las grandes fortunas. Omitiendo una diversidad de elementos [2] la norma es presentada con una radicalidad infinitamente mayor a la que contó de manera efectiva. La casi nula resistencia de los dueños del país funge como testimonio del divorcio entre épica y realidad.
Si se repasa la trayectoria gubernamental del Frente de Todos se puede confirmar esa dinámica. Las tensiones entre el poder económico y el oficialismo se despliegan en una línea que va de las batallas discursivas a las medidas punitivas de baja intensidad. La propiedad privada del gran capital goza de impunidad. La fantasmal batalla librada alrededor de Vicentin oficia de ejemplo: la pelea por la “soberanía alimentaria” nunca abandonó el mundo de las palabras.
… el gobierno conserva […] una base popular significativa y el apoyo de la mayor parte de los movimientos sociales y los sindicatos […] ha sido capaz de realizar concesiones sociales y democráticas que lo diferencian del gobierno derechista precedente (legalización del aborto, impuesto a las grandes fortunas). Esto exige por parte de la izquierda un enfoque no sectario, que combine la independencia política con apoyos a las medidas positivas y una amplia unidad de acción (que incluya a las organizaciones populares afines al gobierno) contra el asedio derechista (que incluye a sectores presentes en la coalición de gobierno).
Dejemos de lado la absurda aseveración de que el Gobierno peronista garantizó el derecho al aborto: implica un llano ninguneo al movimiento de mujeres y disidencias sexuales, a sus años de lucha y a las masivas movilizaciones que ya transitan la historia bajo el nombre de Marea Verde.
Como muchas otras (ya demasiadas) veces, la tragedia se escenifica como farsa. Recreando una estrategia condenada por la historia, Mosquera corre a buscar un ala izquierda del peronismo. Deseoso de ratificar dogmas propios, reitera críticas a la izquierda trotskista: “Aunque mejore sus resultados electorales en noviembre, sus límites están en el plano estratégico. En su autolimitación sectaria y en su rechazo a construir un marco unitario plural para darle una prolongación política a las luchas contra el ajuste. Y en su ubicación y táctica ante el kirchnerismo”.
La presencia de las fuerzas del Frente de Izquierda en cada lucha contra el ajuste y sus consecuencias resulta traslúcida. Prender el televisor o abrir cualquier portal de noticias permite corroborarlo. Infinitamente más difícil es encontrar sectores del oficialismo protagonizando reclamos.
Flashback obligado. Diciembre de 2019: Mendoza, masivas movilizaciones contra el intento de modificar la Ley 7722, la izquierda en primera línea de esa pelea. Septiembre y octubre de 2020: los referentes y la militancia del Frente de Izquierda junto a la pelea por tierra y vivienda en Guernica. Mayo de 2021: Puente Pueyrredón, trabajadores tercerizados de Edesur y las empresas ferroviarias, de Latam, Subte, las apps como Rappi; presencia ineludible de la izquierda trotskistas. Julio de 2021: Estación Avellaneda del tren Roca, nuevo reclamo de tercerizados, las banderas de la izquierda otra vez en el terreno. La secuencia repetida desde otro ángulo: el del kirchnerismo. Alianza con el radicalismo mendocino para imponer la agenda de la minería contaminante. Berni, la Bonaerense y las topadoras en Guernica. La Prefectura de Frederic en Puente Pueyrredón. Otra vez la Bonaerense, amenazante y dura en la Estación Maxi y Darío.
Retornemos entonces al cuestionamiento de Mosquera. La “prolongación política a las luchas contra el ajuste” se canalizó en parte en el voto a la izquierda. Precisamente porque el kirchnerismo expresó políticamente ese ajuste. Fue su rostro y su brazo ejecutor. El “mensaje de las urnas” resulta inseparable de esa ubicación frente al conflicto social.
La izquierda estuvo lejos de cualquier sectarismo en el terreno de la conflictividad obrera y social. En su participación en cada reclamo, el PTS apuntó a desarrollar la coordinación de las múltiples luchas, buscando superar tanto el aislamiento que impone la pasividad burocrática como las tendencias corporativas que la misma división de las filas obreras tiende a naturalizar. Complemento necesario de esa política fue el permanente llamado al frente único a las organizaciones de masas en pos de fortalecer todas y cada una de esas peleas.
De escisiones, procesos profundos y sujetos
En la entrevista, Mosquera afirma “hay que analizar si estamos ante una crisis de su capacidad de representación política más de fondo, ante un divorcio paulatino entre el peronismo y sus bases electorales [3]”.
El resultado electoral dejó al desnudo el despliegue de un proceso de escisión “entre representantes y representados”; una crisis en proceso de los partidos con su base electoral, algo que indudablemente incluye al peronismo. La “respuesta oficial” a ese golpe fue una reconfiguración del gabinete a la medida del orden para el ajuste: el arribo de Manzur y Aníbal; la continuidad de Guzmán y Kulfas, voceros del FMI y el extractivismo. Un ruido casi ensordecedor para terminar caminando el mismo rumbo.
Esa crisis de representación es un elemento más de un complejo conjunto que hace una situación con fuertes rasgos prerrevolucionarios. Con marcada debilidad para imponer su agenda, “los de arriba” aumentan sus peleas y tensiones. El abajo contesta a su modo: con cientos de procesos de lucha y un masivo rechazo electoral a las políticas de ajuste. Su deseo es no seguir viviendo como antes; un denso repudio al empeoramiento de sus condiciones de vida, realizado en nombre de un insípido e incierto futuro. De fondo, una crisis social y económica que desnuda las contradicciones profundas del país burgués: su atraso y dependencia, en un mundo signado por la crisis y las tensiones geopolíticas.
Ese proceso de experiencia política con el peronismo en el poder es un insumo esencial para la política de izquierda. Anunciados mayores conflictos de clase, los problemas de estrategia cobran vital relevancia. Definir el carácter prerrevolucionario de la situación implica desplegar una política para que esos elementos de escisión se desarrollen en el camino de la independencia política de la clase trabajadora, de la construcción de un partido revolucionario de les explotades y les oprimides. Implica aportar al despliegue de la lucha de clases, buscando la permanente unidad entre las distintas capas de la clase trabajadora –y de estas con el conjunto de las masas pobres– en persistente batalla contra las burocracias eternamente oficialistas que pueblan ese mundo social. Camino que requiere, como el aire, del desarrollo de la autoorganización de las propias masas.
Esa perspectiva supone radicalizar la escisión con las diversas variantes políticas burguesas. Lo opuesto al postulado que –hablando desde la izquierda independiente– propone Mosquera. Admite terminar con la espera beckettiana de una hipotética radicalización del kirchnerismo, que se ha demostrado utópica en las casi dos décadas de historia de ese espacio político. Allí el relato siempre ha conquistado su lugar sobre la realidad: la retórica contra “las corporaciones” no ha superado el umbral de las palabras fuertes y los choques suaves.
El Frente de Izquierda Unidad –alianza electoral táctica, donde las diferencias entre sus integrantes se debaten de manera pública– constituye un aporte para desarrollar ese rumbo. Su valor radica en la capacidad de articular o representar un espacio político independiente en la escena nacional, punto de apoyo en la perspectiva de hacer emerger a la clase obrera como sujeto de lucha revolucionaria, con la mirada puesta en los enfrentamientos agudos que la política, la economía (y la historia nacional) preanuncian.
Ya en el final de la entrevista, Mosquera balancea la esquiva trayectoria de la izquierda independiente y sus límites para desplegar un proyecto propio. Ese impotente itinerario es inescindible de “su ubicación y táctica ante el kirchnerismo”. Subordinada políticamente, la izquierda independiente se convirtió en una fuerza sin sujeto para la emancipación. En muchos casos, sus ataduras políticas la ubicaron y la ubican por fuera de las peleas contra los despidos, la precarización laboral o la caída del salario; la convierten en actor impotente ante batallas como la que se libra contra el extractivismo que comunican juntos macrismo y peronismo; la limitan en su batalla por las libertades democráticas, ante un gobierno que, Hannibal mediante, prepara las condiciones para mayor represión ante la crisis social.
Con la amargura que da la esperanza cansada, en el final de la entrevista, Mosquera plantea “la crisis actual dio lugar un debate social que es positivo. Tal vez se empiece también a reabrir un poco el espacio para que aparezca otro proyecto de izquierda. Hay que ver … eso está abierto”. La crisis actual dio lugar a un gabinete con Manzur, Domínguez, Aníbal Fernández y Guzmán. Todo gracias a los auspicios de Cristina Kirchner. La espera pasiva, el “hay que ver”, es la peor de las políticas para una izquierda que se pretende revolucionaria y socialista.