Intelectuales y política
Los artículos del dossier toman distintas experiencias a partir de las cuales es posible reconstruir pinceladas del mapa de la relación intelectualidad, marxismo y política en las últimas décadas en nuestro país. Muy someramente podemos enunciar cuatro momentos que condensan determinados problemas que atraviesan en diferente medida la historia reciente y de algún modo se acumulan como capas en el escenario actual.
• La encerrona peronismo-antiperonismo en el debate intelectual. Desde los 60 y durante los 70 –previos al golpe– el debate intelectual estuvo definido por una mayor relación con los posicionamientos políticos, en muchos casos también militantes; ello no significa que no hubiera tensiones entre esos posicionamientos y la formas de definición de las tareas intelectuales. A ello se refiere el artículo de Grüner a propósito de la tradición sartreana local, a partir del cual podemos resaltar diferentes corrientes de peso diverso: por un lado, una tradición que, como “tercera posición”, había buscado escapar de la encerrona peronista-antiperonista a través de la figura del “intelectual comprometido” ejemplificada en la revista Contorno, cuyas derivas fueron inicialmente al frondizismo y posteriormente al Movimiento de Liberación Nacional. Por otro lado, una tradición peronista que, paulatinamente alejada del tradicionalismo intelectual que la había caracterizado, ganaba adeptos entre sectores de la cultura y de las ideas, incluso en sectores “vanguardistas”. También, una tradición representada por el PC, que aún contaba con un aparato ideológico y cultural propio no despreciable, pero que había sido parte de la Unión Democrática lo que, además de llevarlo a perder peso político, le produjo una serie de rupturas, como la de quienes fundaron la revista Pasado y Presente. A su vez, jugaba un rol una tradición marxista alternativa vinculada al trotskismo, que buscó salir de aquella encerrona entre peronismo-antiperonismo y que, aunque minoritaria, intentó romper los binarismos de la historia oficial con Milcíades Peña –en estrecha colaboración durante todo un período con Nahuel Moreno–, Liborio “Quebracho” Justo o Luis Franco [1]. Es decir que lo que a nivel internacional fue el emerger, más aún post-68, de nuevos repertorios de problemas y autores, en muchos casos influenciado por experiencias como las de la Revolución cubana –que en nuestra región no podía sino tener un peso significativo–, en nuestro país estuvo modulada por la oposición peronismo-antiperonismo que dividía aguas desde la Libertadora.
• La marea “transformista”. Bajo la dictadura, ya sea en el país o desde el exilio, y más aún durante la “transición”, se verificó en la intelectualidad argentina un amplio proceso que podemos englobar dentro de la categoría gramsciana de “transformismo”, que se articuló en buena medida a través de las revistas Controversia y Punto de Vista. Sobrevino una justificación, más o menos sofisticada según el caso, para abrazarse a una idea de “democracia” supuestamente desprovista de cualquier contenido de clase. Este giro es señalado en el dossier más en general por el propio Grüner y Petruccelli, pero también en los análisis más específicos de Ortega sobre la lectura de El capital en América Latina o de Starcenbaum sobre la revista Acontecimiento alrededor de la figura de Cerdeiras que, considerando también cerrada la experiencia revolucionaria de los 70, se negaba a reemplazarla por la democracia burguesa. Desde luego en este panorama hubo voces disonantes de publicaciones como por ejemplo La Bizca, Pié de Página, Mascaró, Praxis. Ahora bien, aquella operación transformista caló hondo en el entramado intelectual y sigue operando de diferentes modos hasta la actualidad [2].
• Academia y antiintelectualismo. Hacia los 90 asoma el desierto del neoliberalismo en su variante local menemista, que en el terreno del debate de ideas estuvo acompañada por un lado de una farandulización de la política pero, a la vez, de la reivindicación de una “tecnocracia” que entre sus especialistas nos legó, por ejemplo, al Cavallo egresado de Harvard (que como los Chicago Boys pinochetistas “experimentaron” con las fórmulas neoliberales en América Latina). La intelectualidad otrora marxista, ya para entonces devenida mayoritariamente en “democrática a secas” y luego de haber apostado, según el caso, a la “primavera alfonsinista” o a la renovación peronista, se refugió en la Universidad, que fue uno de los focos opositores del progresismo durante los 90, combinado en muchos casos con un devenir frepasista, incluso formando parte de sus equipos técnicos. Sin embargo, la Universidad misma es objeto por entonces de un cambio ideológico-cultural: una creciente academización que, refiere Petruccelli en el dossier, empalma con una tendencia mundial y afecta a todas las generaciones. El resultado de ese proceso fue, en buena medida, la endogamia intelectual: si la Universidad podía considerarse un núcleo opositor al menemismo (en buena medida por las luchas estudiantiles más que por la intervención de sus intelectuales), no parecían serlo los cada vez más escasos debates político-intelectuales que, salvo excepciones, lograrán saltar los muros universitarios hacia el debate público.
• De la ilusión de lo social al nuevo conformismo. Sin duda el 2001 sacudió a la Academia y la obligó en buena medida a salir de ese encierro; incluso en su interior tuvieron lugar procesos como el de la “elección directa” en la carrera de Sociología UBA, que cuestionó el “contrato pedagógico” [3] naturalizado. Los muros de la Academia se aflojaron, emergieron nuevas experiencias y agrupamientos. También fue un momento de auge del “autonomismo” y de primacía de la “ilusión de lo social” –de que por sí mismo podría producir cambios fundamentales–, la cual chocó contra la pared de los poderes estatales realmente existentes. Luego del interregno duhaldista, la llegada del kirchnerismo arrancó el proceso de “pasivización”. En cuanto a la relación intelectuales y política, cabe destacar aquí dos elementos. El primero, que si el autonomismo se caracterizó por la ilusión de lo social, bajo el kirchnerismo la política pasa a entenderse progresivamente en términos gubernamentales: opositores o consejeros era el nuevo canon del debate público intelectual. Por otro lado, no parece haberse revertido la academización surgida en los 90, como resume Petruccelli en el dossier. Incluso algunos agrupamientos surgidos por entonces, que pretendían delinear una nueva tercera posición “criticando lo malo y apoyando lo bueno” del kirchnerismo, se diluyeron o fueron absorbidos por este. Paradójicamente, observa Petruccelli, “la mayor parte de los intentos que se propusieron ser más innovadores y romper más radicalmente con lo que consideraban ‘lacras de la vieja izquierda’ (burocratismo, divisionismo, vanguardismo, sectarismo) han tendido a sucumbir a sus propias tensiones, ya sea por no haber podido superar algunos de los problemas que habían detectado con lucidez (por ejemplo la división), ya sea por ser absorbidos o esterilizados por fuerzas en modo alguno antisistémicas (como el kirchnerismo), ya sea por no haber podido hallar un espacio viable entre el kirchnerismo y la izquierda trotskista”.
Estos núcleos problemáticos que enumeramos a partir de los aportes de diferentes artículos del dossier, y que atraviesan en diferentes formas los cuatro momentos de la relación entre intelectuales y política que señalamos, siguen siendo indispensables para la reflexión actual. Las preguntas que nos interesaría dejar planteadas aquí son: ¿podemos pensar desde una perspectiva revolucionaria un hipotético quinto momento de la relación entre agrupamientos intelectuales y voluntad de intervención política? ¿Qué fisonomía podría tener o quisiéramos que tenga? Ligado a estas preguntas queríamos abordar algunas cuestiones sobre: 1) la relación entre intelectuales y marxismo, y 2) la relación entre intelectuales y organizaciones políticas de izquierda.
Intelectuales y marxismo
Cualquier análisis a simple vista de la Academia actual indica que el marxismo, sobre todo si habla de revolución, está en franca minoría. En buena medida este resultado está mediado por un escenario donde imperan las “convivencias pacíficas” de todo tipo; ejemplo notorio es la que se da entre las teorías relativistas posmodernas y el resurgimiento de los más crasos determinismos en distintas disciplinas –como las neurociencias tan de moda– sin que eso haya producido grandes debates en la misma. Sin duda, la ruptura de este statu quo hoy por hoy es fundamental. Desde ese punto de vista, en el dossier de Archivos se publica, junto con las reflexiones que mencionábamos anteriormente, una entrevista a Elías Palti, quien a nuestro modo de ver retoma algunos de los motivos más comunes del ataque desde la Academia a la perspectiva de un marxismo en clave revolucionaria, mostrando que las contraposiciones entre práctica política y autonomía intelectual siguen condicionando en buena medida los términos del debate intelectual.
Si bien el marxismo se relaciona como tema particular del dossier a la llamada “historia intelectual”, que no retomaremos porque requeriría un desarrollo específico, sí mencionaremos lo que en ese marco se señala en la entrevista a Palti respecto a: 1) la relación entre teoría y práctica y 2) la idea de un “marxismo trágico”; ambos ejes parte de lo que está en discusión en los recorridos esbozados, donde el marxismo es ineludible ya sea porque muchos se identificaron (o polemizaron) con él.
La relación entre práctica teórica y política es un problema “clásico” en la reflexión del marxismo. Y la tensión entre el peso que distintas vertientes marxistas le dieron al trabajo teórico, una constante. Cómo se plantearon estas tensiones en algunos de los agrupamientos políticos de los 70 en nuestro país es parte del artículo de Grüner ya mencionado. Pero hacia los 90, a esa derrota debe sumarse otra: el asentamiento del neoliberalismo, que impuso en el debate de ideas una reacción en toda la línea sintetizada en la frase de una de las “intelectuales orgánicas” de la causa capitalista: el “no hay alternativa” de Thatcher. Caída del muro mediante, lo que parecía haber desaparecido era uno de los términos en tensión: la posibilidad misma de una práctica política revolucionaria. Para muchos de quienes no quisieron abandonar el marxismo sin más, parecía plantearse entonces una crisis inédita mientras posestructuralismos, posmarxismos y posmodernismos varios dominaban el debate intelectual, por lo general desechándolo como cosa del pasado o como cómplice de totalitarismos varios.
La entrevista a Elías Palti a propósito de su libro Verdades y saberes del marxismo intenta problematizar esta deriva. En aquel libro esbozaba una división entre aquellos marxistas que buscaron aferrarse al marxismo como “saber”, es decir, como teoría explicativa aunque sin manual de uso –a los que llama “marxistas de cátedra”, como serían Jameson o Anderson– y aquellos que se aferraron a su “verdad”, es decir, a su promesa emancipatoria, aunque sus premisas no sirvieran ya para explicar la realidad que se pretendía cambiar –los “militantes”, con Nahuel Moreno como ejemplo– [4].
Podría decirse que Palti tiene razón cuando en la entrevista señala que el intento de los marxistas de cátedra no puede sino ser “inauténtico” al pretender que el marxismo funcione como teoría aunque ya no como práctica: “Es como si un médico dijera que la operación fue un éxito pero que el paciente murió”. Pero el marxismo militante tendrá también su “punto ciego”: la idea de una barbarie superior que alienta la sospecha de que “si no hacemos la revolución ahora, quizás no podamos hacerla nunca más”. Ese quiebre de la certeza del triunfo del socialismo, por un lado, daría un sentido sustantivo al accionar militante, pero no podría formularse más que como límite no determinable al interior del marxismo dándole a esta vertiente un carácter trágico en el sentido en que Goldmann analizaba la obra de Pascal: “Lo que nos obliga a buscar de manera permanente a Dios es justamente la pérdida de sentido del mundo”, es decir, el quiebre de la certeza de su existencia que caracteriza al siglo XVII [5].
Como según enuncia Palti no le interesarían las posiciones sustantivas en juego sino las condiciones en que se pudieron formular, a partir de esta distinción se abocará a analizar que esa división respondería a un cambio en la forma de hacer inteligible el mundo, que en el siglo XX habría tenido un quiebre: “se pasa a un régimen de saber que va a estar tensionado por la oposición entre, por un lado, sistemas autorregulados, que solo tienden a la reproducción de su equilibrio interno, su homeóstasis y, por el otro, la subjetividad trascendental o acción intencional subjetiva. [...] Todo el pensamiento del siglo XX va a estar atravesado por esa oposición entre estructuras y sujetos, estructuralismo y fenomenología”.
A su vez, esta trayectoria del marxismo sería una “expresión local” de un fenómeno más general. A partir de allí Palti desarrolla una serie de puntos de quiebre en la historia de las ideas donde este quedaría comprendido: que “el campo de lo político” tiene su origen en el siglo XVII con la “quiebra del universo teleológico”; que en la modernidad los sujetos “son ahora los que tienen que instituir aquellos valores según los cuales van a presidir su convivencia colectiva”; y que en el siglo XX, con la “quiebra de las visiones evolucionistas teleológicas” (de las que participaría Marx), aparece un nuevo énfasis en la “instancia subjetiva” (que en el marxismo estaría representado por el leninismo que tuvo “en su horizonte inmediato la toma revolucionaria del poder”). Finalmente, un nuevo quiebre hacia fines del siglo XX habría puesto todo esto en crisis (de allí que la “crisis del marxismo” sea síntoma de la “quiebra de lo político”), que el autor caracteriza con una serie de tópicos posestructuralistas: una “desustancialización del sujeto”, que empezaría a funcionar como “marca de la contingencia, de la inconsistencia de la historia” y que terminaría dando pie a la escena actual, definida como “postrágica”, donde se trataría de reevaluar “cómo pensar un sentido luego de la quiebra del sentido, la existencia de un más allá aún cuando sabemos que no existe algo más allá”. Allí es donde hacen su aparición autores como Derrida con su idea de “los espectros de Marx”, Badiou con el “marxismo contemporáneo como un espacio ya inhabitable” o Laclau con el sujeto como “trasfondo mítico que no puede nombrarse”. Todo el marxismo previo queda del lado del paradigma trágico en la medida en que para Palti, en definitiva, la vertiente militante responde al mismo problema presente ya en la obra de Marx: si este había sido tributario de las “teorías evolucionistas de la historia” donde “la acción subjetiva tiene un rol subsidiario”, la vertiente surgida de la ruptura de esa noción en el siglo XX “al mismo tiempo la presupone; tiene implícita la existencia de un cierto curso unitario que avanza hacia delante, que se orienta hacia un determinado fin, porque, de lo contrario, tampoco la acción subjetiva tendría sentido alguno”.
Señalemos dos problemas de esta reconstrucción. Palti presenta como breaking news hitos que hace tiempo rondan el debate sobre la Modernidad. No es que no pueda haber allí aportes y problemas a seguir discutiendo, pero hay que decir que en muchos casos esas discusiones fueron planteadas, justamente, por autores marxistas de todas sus vertientes: militantes o de cátedra, del siglo XIX o del XX, partidarios o independientes. Por supuesto, no solo fueron marxistas quienes tomaron este tipo de problemas, y podríamos discutir muchos de sus planteos, pero sería difícil evitarlos [6]. Sin embargo, cuando Palti construye “el marxismo”, parece tomar por buenas algunas fake news: la reducción del marxismo a una especie de mecanicismo positivista con una visión lineal de la historia es un viejo recurso para atacarlo, aunque de muy dudosa verificación salvo que se considere como “el” marxismo a la escuela socialdemócrata o stalinista. Es que para la relación entre teoría y práctica, hablar del “marxismo” a secas es problemático: no puede considerarse que tengan el mismo punto de partida la tradición stalinista, las variantes populistas, el trotskismo, las teorías retomadas por la “nueva izquierda”, etc.
Paradójicamente, esa separación que hace Palti entre marxismo del siglo XIX y del siglo XX se asemeja a uno de los argumentos que Trotsky había criticado en Problemas del leninismo, donde Stalin caracterizaba una relación distinta entre teoría y práctica que respondía a un cambio de contexto: si Marx y Engels habían aparecido “cuando no existía todavía un imperialismo desarrollado, en el período de preparación del proletariado para la revolución”, Lenin en cambio “se subió a las tablas en pleno período de desarrollo del imperialismo, el período de desarrollo de la revolución proletaria”. Ello significaba excluir a Marx de la voluntad de preparar la revolución (academizarlo) a la vez que pintar a Lenin con los colores del pragmatismo. En cambio, Trotsky problematiza que si efectivamente para el marxismo la teoría surge de la práctica y se comprueba en ella (es decir, no es indiferente a los cambios en la realidad), eso no significaba exigirle que “sirva a las tareas del día”; la teoría no toma forma en relación directa con las tareas prácticas del presente y es “comprobable” en la práctica histórica, a la que justamente debería contribuir en tanto previsión a futuro y por lo tanto, a la preparación de una práctica (y de los sujetos capaz de llevarla a cabo) más adecuada. La teoría es entonces, una “generalización de la práctica” y un “puente” entre la práctica presente y futura [7]. Es que si el marxismo de cátedra es inauténtico, el marxismo sin saber, más que trágico, no puede más que una farsa pragmatista.
Esto no quiere decir que la relación teoría y práctica sea no problemática. En definitiva, sus tensiones derivan de la compleja relación entre factores estructurales y subjetivos que Palti destacaba como problema nuevo del marxismo del siglo XX que, sin embargo, estaba ya en Marx en numerosos textos (por ejemplo en El 18 Brumario, donde además se entrelaza a una definición no lineal del tiempo).
A este problema se relaciona la visión “trágica” del marxismo [8] que, agreguemos, Palti no es el primero en plantear. De hecho, casi en los mismos términos está presente en la lectura de otro intelectual mencionado en el dossier, Horacio Tarcus, en su libro El marxismo olvidado [9], donde también tomaba a Lucien Goldmann como fuente [10] –volveremos sobre esta tesis–. Desde otra perspectiva, la idea de tragedia estaba ya presente en el más conocido biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher, que dejó una obra imprescindible que sirvió de inspiración a nuevas generaciones, pero donde considera que Trotsky, especie de héroe trágico, fue “voluntarista” en proponer la construcción de la IV Internacional, para lo cual no estaban dadas las condiciones. Al meditar sobre el período de entreguerras, Deutscher señala: “Trotsky lo vio repleto de probabilidades revolucionarias desaprovechadas. El historiador de la época no pudo estar tan seguro de esas posibilidades latentes. Él tan solo puede evaluar su actualidad, no su potencialidad” [11]. Pero de esta forma, el historiador excluye el pensamiento estratégico, descarta el cálculo de probabilidades, y busca simplemente constatar los resultados dando la espalda al campo de batalla.
Para Deutscher, esa lectura tiene que ver con la esperanza que guardaba de la posibilidad de una autorreforma de la burocracia que regenerara la perspectiva socialista; para muchos ex marxistas de los 90, parece haber sido esta la forma de cristalizar su propio “no hay alternativa” una vez caída la URSS. Lo contradictorio es que ese desarrollo no fue, necesariamente, algo sorpresivo: había elementos en el “saber” marxista para caracterizar esa deriva, especialmente en la obra de Trotsky. No registrarlos o no compartirlos no habilita a transferir al “marxismo” o al “trotskismo” de conjunto una falta de perspectiva sellada por el destino; habilita, en todo caso, a abrir el debate de estrategias.
Intelectuales y organizaciones políticas de izquierda
El otro aspecto al que queríamos referirnos hace al capítulo argentino de la relación entre intelectuales y organizaciones políticas de izquierda. Los ángulos para abordarlas son múltiples. Aquí nos interesa particularmente volver sobre algunas formulaciones de Horacio Tarcus que nos parecen pertinentes para reconstruir la problemática.
Por aquellos años, en su libro ya mencionado, Tarcus retoma a Perry Anderson cuando en sus Consideraciones sobre el marxismo occidental decía respecto a la tradición trotskista: “Algún día esta otra tradición –perseguida, injuriada, aislada y dividida– tendrá que ser estudiada en toda la diversidad de sus canales y corrientes subterráneas. Puede sorprender a los historiadores futuros con sus riquezas” [12]. Pero lo sintomático es el particular trastrocamiento que realiza Tarcus de su sentido original. Con aquel planteo Anderson señalaba una hipótesis –que no se dio [13]– según la cual, al calor del ciclo abierto con el Mayo Francés, una emergencia del trotskismo podía permitir romper la identificación del stalinismo con el movimiento obrero “realmente existente” y con ella desandar el “divorcio estructural entre teoría y práctica inherente a la naturaleza de los partidos comunistas”, por un lado, y la “reclusión de los teóricos en las universidades”, por el otro. En el caso de Tarcus, aquella hipótesis ya no refiere a una determinada tradición, en aquel caso la trotskista, sino a un problema general que se expresa en las más diversas tradiciones –sean reformistas, nacionalistas-burguesas, trotskistas, de la “izquierda nacional”, etc.– y refiere a la relación entre genéricas “estructuras políticas” e “intelectuales marxistas”. Así, “Carlos Astrada y Silvio Frondizi desarrollaron su obra con independencia de los partidos de izquierda”, así como desplegarían su productividad “Puiggrós tras su ruptura con el Partido Comunista, Milcíades Peña después de su alejamiento del partido trotskista –entonces denominado Palabra Obrera–, o Ernesto Laclau luego de su distanciamiento del partido que lideraba Jorge Abelardo Ramos” [14]. En esta lectura las diferentes políticas (tradiciones, programas, estrategias, formas de ligarse al movimiento obrero y de masas, etc.) que hacen, entre otras cosas, a una determinada relación con la teoría marxista, se disuelven en el problema general de las “estructuras políticas” de las organizaciones de izquierda [15]. En otros trabajos avanza en esta dirección a partir de la idea de “secta política” [16] para producir una explicación en términos de cierta psicología de las organizaciones, donde el problema quedaría suficientemente explicado por cuestiones como la sacralización del saber, los rituales, las ceremonias, el culto al líder, la esperanza mesiánica, etc.
Ahora bien, más allá de estos elementos –que pueden referir a cualquier tipo de organización, desde un partido hasta un centro de investigación o grupo intelectual–, ¿es posible interpretar la historia de los partidos políticos de izquierda haciendo abstracción de su carácter reformista o revolucionario, de su ubicación en la escena nacional e internacional, etc.? Más allá del entusiasmo –o en este caso el desencanto– motivado por los actos internos, para analizar la relación entre izquierda e intelectualidad marxista en la Argentina es necesario partir, como decía Gramsci, del “cuadro general”.
Sobre esta base proponemos una lectura alternativa: que los desencuentros entre determinados grupos de intelectuales marxistas y organizaciones políticas de izquierda es indisociable de una historia de la izquierda argentina (incluyendo ambos subconjuntos), cuyo desarrollo desde mediados del siglo XX estuvo marcado por la oscilación constante entre los dos grandes polos que caracterizan a la política en nuestro país: el peronista y el republicano-liberal. En este péndulo, el primer hito se da con el alineamiento del Partido Socialista y el Partido Comunista detrás de la Unión Demócratica; la oscilación hacia el polo peronista tuvo su expresión en rupturas como la de Rodolfo Puiggrós, que pasaría a aliarse con el peronismo. O la fracción del Partido Socialista de Enrique Dickmann. Este fenómeno no solo afectó a las corrientes reformistas, sino que presionó a las jóvenes corrientes trotskistas [17]. La corriente de Nahuel Moreno pasaría de una posición antiperonista a ingresar al PSRN de Dickmann, manteniendo una publicación propia pero cediéndole progresivamente al peronismo, incluyendo el “entrismo” a las 62 Organizaciones. De esta época será la importante aunque breve experiencia de la revista Estrategia de la liberación nacional y social, con Milcíades Peña como uno de sus principales animadores y con colaboraciones de Silvio Frondizi, Rodolfo Puiggrós, Luis Franco, Carlos Astrada, etc. Por otro lado, el sector encabezado por Abelardo Ramos abandonará el trotskismo y fundará en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, del que formará parte Laclau. Posteriormente surgirán otras fracciones del Partido Comunista, como el grupo de intelectuales de Pasado y Presente [18]: impactados por el Cordobazo tendrán su momento “obrerista”, pero poco después sus principales referentes irán detrás de Montoneros [19]. El maoísta Partido Comunista Revolucionario fundado en 1969 –al que estaban relacionados Sarlo y Altamirano, impulsores de la revista Los Libros– pasará del lema “Ni golpe ni elección, insurrección” a plegarse al gobierno de Perón y luego Isabel, llegando a impugnar las jornadas de junio y julio del 1975 como una “movilización golpista”. Un panorama más completo nos llevaría a abordar también desde este punto de vista el balance más complejo del PRT-ERP dirigido por Santucho y el PST orientado por la corriente de Nahuel Moreno [20]. Sin embargo, estos breves comentarios tienen por fin ilustrar este péndulo que marcó la historia de la izquierda desde la emergencia del peronismo, por fuera del cual la historia del marxismo en la Argentina resulta, a nuestro modo de ver, incomprensible.
Volviendo a la lectura de Tarcus, gran parte de sus planteos en torno a las “sectas políticas” estuvo referida en su momento a la organización más numerosa que había tenido el trotskismo hasta ese entonces, el Movimiento al Socialismo (MAS) de los 80, por el que pasó toda una generación de intelectuales, muchos en aquel entonces estudiantes. Sin embargo, difícilmente pueda comprenderse la evolución del MAS [21] sin inscribirlo en el cuadro de conjunto tanto en lo que hace a la orientación hacia el ala “combativa” de la burocracia sindical en plena “renovación peronista”, como a su alianza con el PC en 1989, en pleno derrumbe del stalinismo a nivel internacional. No es la estructura de las sectas religiosas la que puede explicar este fenómeno, sino problemas mucho más profanos que hacen a la teoría, el programa y la estrategia.
El retorno a la política profana
En este sucinto repaso a partir del dossier de Archivos y otros textos relacionados no hemos querido más que señalar algunas problemáticas de la historia del marxismo en la Argentina –y que se imbrican con cuestiones que trascienden el escenario nacional– que creemos fundamentales para salir de aquella situación de minoría de edad a la que fue relegado por las sucesivas mareas “pos”, y volver a pensar en clave de una perspectiva revolucionaria para terminar con el capitalismo.
La tesis (hipótesis/estrategia) formulada por Horacio Tarcus de la ruptura necesaria entre intelectuales marxistas y estructuras políticas cuya función sería constreñir potencialidades creativas no se sostiene en la actualidad. Por un lado, porque no da cuenta de la realidad de la izquierda partidaria actual: si bien en muchos casos subsiste un cierto desdén por la teoría y la lucha ideológica, podemos afirmar humildemente que no es el caso de nuestra corriente, el PTS. En la medida de nuestras fuerzas, hace ya muchos años que, a través de las más variadas iniciativas, contribuimos a impulsar el debate marxista. De hecho, las tendencias más fuertes al antiintelectualismo en la actualidad no vienen de ninguna organización de izquierda sino de una universidad mercantilizada, reproductora de todo tipo de rituales (relacionados con acreditaciones, puntajes, presentaciones burocráticas) que muchas veces ofician de ejercicio reproductivo vacío.
Por otro lado, aquella tesis de Tarcus, al hacer abstracción del cuadro de conjunto que marcó las diferentes tradiciones de izquierda (políticas e intelectuales) con una relación pendular entre peronismo y antiperonismo, no es capaz de dar cuenta de la novedad que representa el Frente de Izquierda en tanto lleva una década sosteniéndose como alternativa de independencia de clase frente a los diferentes bloques burgueses a través de las sucesivas y variadas coyunturas políticas, y cuyo desarrollo contó con el apoyo de un sector significativo de intelectuales. Entre sus antecedentes destaca el pequeño pero relevante polo independiente durante la crisis de 2008 popularizado como “Ni K, ni campo”, que surgió de la conjunción de un sector de la izquierda partidaria (PTS y PO) y un sector de la intelectualidad de izquierda. Posteriormente se desarrolló de la Asamblea de intelectuales, docentes y artistas en apoyo al FIT, una iniciativa novedosa que tuvo lugar entre 2011 y 2013, cruzada por múltiples debates e iniciativas, y que sin duda valdría la pena retomar en nuevos términos en una situación como la actual sobre la base de la experiencia anterior, sus límites y potencialidades. El FIT-U es una minoría política, pero no por ello marginal, en la actualidad se ubica como tercera fuerza a nivel nacional: tiene un peso ganado entre organizaciones de trabajadores, de estudiantes, en el movimiento de mujeres, etc. Desde luego, se trata de un frente entre distintos partidos atravesado por importante debates políticos y estratégicos, donde cada organización tiene dinámicas propias, pero es un elemento altamente positivo que, quizá como nunca antes, llegue un polo político de la izquierda clasista consolidado al comienzo de una crisis como la que estamos viviendo.
Estos elementos dan fundamentos para pensar que no sea esta vez la izquierda la que se diluya detrás de las diferentes alas encabezadas por fracciones de la burguesía al modo pendular. Al calor del desarrollo de la crisis –con un escenario mundial convulsionado y una tendencia internacional a la lucha de clases que viene tallando desde 2018, aún en forma de revueltas– podemos formular la hipótesis estratégica de que sea la izquierda esta vez la que logre capitalizar rupturas con las variantes de conciliación de clases (fundamentalmente el peronismo en sus distintas vertientes) de una franja de la clase trabajadora argentina –desde su juventud precarizada y lxs desocupadxs hasta los sectores sindicalizados–, del movimiento estudiantil, del movimiento de mujeres, y que sectores de la intelectualidad marxista se unifiquen en un partido revolucionario común con la izquierda clasista. Desde luego, se trata de una hipótesis; dependerá en buena medida de preparar las condiciones y articular las vías para concretarla. Como decía Benjamin en una de las variantes de sus tesis: “Al pensador revolucionario, la oportunidad revolucionaria peculiar de cada instante histórico se le confirma a partir de la situación política. Pero se le confirma también, y no en menor medida, por la clave que da ese instante el poder para abrir un determinado recinto del pasado, completamente clausurado hasta entonces. El ingreso a este recinto coincide estrictamente con la acción política…” [22]. Dicho esto, volvemos a la pregunta que nos hacíamos al principio pero en términos más concretos: ¿podemos pensar un hipotético nuevo momento de cambios en la relación entre agrupamientos intelectuales y voluntad de intervención política desde esta perspectiva? |