Tras la aprobación de la acusación constitucional contra Piñera en la Cámara de Diputados, ahora el Senado decidirá su destitución después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Lo acusaron por falta a la probidad tras el escándalo de los Panamá Papers. Pero Piñera sigue impune por violaciones a los DD.HH, por los asesinatos, mutilaciones, torturas en la rebelión de octubre de 2019.
Pese a que han pasado dos años del octubre chileno, millones queremos ver caer a Piñera y lo queremos preso. Por eso la aprobación de la acusación constitucional causó alegría. Por muchas y muchos fue visto como una pequeña gota de justicia en medio de tanta impunidad, sobre todo en un momento donde Kast crece en las encuestas y la extrema derecha gana fuerza.
¿Se aprobará en el Senado? Es improbable. No solo porque la “oposición” no cuenta con los 29 votos, sino que además tiene figuras como los Walker, los Insulza, las Rincón, viejos concertacionistas que co-gobernaron con la derecha los últimos los 30 años y ya rescataron a Piñera. Primero en el Acuerdo por la Paz y luego en la acusación constitucional de diciembre del 2019. No lo sacaron en sus peores momentos por violaciones a los derechos humanos.
Pero además vimos cómo actúa el Congreso y la “oposición”: horas después de aprobada la acusación, aceptó la solicitud de Piñera de extender el estado de excepción en La Araucanía, que implica la militarización completa de la zona a manos de las Fuerzas Armadas contra el pueblo-nación mapuche. Así, las y los parlamentarios se transformaron en cómplices del asesinato del comunero mapuche Yordan Llempi Machacan en manos de La Armada. En la misma jornada, el Senado rechazó el cuarto retiro de las pensiones, en defensa de las odiadas AFP.
La estrategia del Frente Amplio, el Partido Comunista y la ex Concertación (la “oposición” unida) de llevar todo al terreno de las maniobras parlamentarias y electorales no ha hecho más que contribuir al fortalecimiento de Kast y la extrema derecha. No solo ha dejado impune al criminal Piñera que sigue gobernando contra el pueblo, sino que ha dejado sin resolver las demandas de Octubre, con una Convención Constitucional alejada de las urgencias populares (siguen los salarios y pensiones de hambre; no hay vivienda, se sigue cayendo a pedazos la salud y educación pública), que ha respetado las reglas del pinochetismo (dos tercios) y sesiona con presos políticos y mapuche e incluso con la militarización de La Araucanía.
Todo ello es terreno fértil para la demagogia de Kast, quien se propone ser un “Piñera recargado” con más neoliberalismo, más autoritarismo y represión. Así, han pasado dos años de la revuelta, con pandemia entre medio, donde las herencias de la dictadura que millones cuestionamos en las calles sigue en pie, y mientras se han debilitado los viejos partidos gobernantes (Concertación y Vamos por Chile), gana fuerza una extrema derecha que viene a resistir cualquier cambio en favor de las grandes mayorías.
¿Caerá Piñera? Poco probable. ¿Pudo haber caído? Sí, hace dos años. Desde Apruebo Dignidad de Gabriel Boric dicen que sacar a Piñera con la acción de masas no era posible ni "responsable". Algunos dijeron que era “anti-democrático”. Otros, que nunca estuvo planteado que cayera y es solo un sueño húmedo de izquierdistas. Nada más falso que ese relato interesado para fortalecer un “desvío institucional” mientras nada se resuelve.
El 12 de noviembre de 2019 la oposición salvó a un gobierno que podía caer
El libro “La revuelta. Las semanas de octubre que estremecieron Chile” de Laura Landaeta y Víctor Herrero, aportan nuevos antecedentes que confirman que Piñera podía caer. El libro es una crónica periodística que retrata vívidamente lo que acontecía en los círculos de poder durante las semanas de revuelta, dando a luz sabrosos datos obtenidos de altas fuentes políticas, empresariales y también de Carabineros y las FF.AA. Aunque lo que sucedía en las calles y poblaciones está tratado de manera superficial, la crónica muestra claramente cómo impactó la lucha de clases en los dueños de Chile, el terror a que cayera Piñera y la posibilidad real que el levantamiento se transformara en un proceso revolucionario abierto.
Como desarrollamos en el libro “Rebelión en el Oasis”, la convocatoria a huelga general por parte del Bloque Sindical de la Mesa de Unidad Social permitió desplegar una amplia alianza de clases en las calles, constituyendo un verdadero “punto de inflexión” según el propio Piñera. Como desarrolló el sociólogo Domingo Pérez en La Izquierda Diario, el 12 de noviembre las acciones de protesta se cuadruplicaron por un día y una noche, en lo que fue la “paralización con mayor masividad y repercusión económica que se haya realizado en el país desde el retorno a la democracia en 1990, y posiblemente desde el golpe de Estado de 1973”, según el Centro de Investigación Político Social del Trabajo. El libro “La Revuelta” citado más arriba, da en una clave: se trataron de “los días decisivos” como ya antes también señalamos en “Rebelión en el Oasis”.
La paralización de 25 de los 27 principales puertos, 90% del sector público, 80% de las y los docentes, paro de la salud, paralización de importantes obras de construcción, entre otros, dieron “libertad de acción” para que se desplegara no sólo la masividad de las movilizaciones, sino que la extensión de los cortes de ruta en las principales carreteras del país y el violento enfrentamiento con las fuerzas represivas en poblaciones y plazas.
El entrecruzamiento entre la paralización de sectores claves y los métodos de acción directa, forzaron la paralización de gran parte del transporte y el comercio a nivel nacional. Hubo decenas de ataques a comisarías por parte de manifestantes, incluso a cuarteles militares. “Perdimos el control de la calle, presidente”, es lo que le dijo el Ministro del Interior Gonzalo Blumel a Piñera según el libro citado más arriba. Y no era una exageración.
Incluso situaciones así se vivieron en jornadas menos álgidas, antes de “los días decisivos”. “¡Mi teniente, tenemos que entregar La Moneda!” señaló el mayor Jaime González, quien comandaba el contingente de Fuerzas Especiales que debía custodiar el perímetro de seguridad en torno al palacio. Eso fue el viernes 24 de octubre con 200 mil personas en Plaza Dignidad, y ¡solo 5 mil rodeando La Moneda! “Mi gente está agotada y nos queda material para media hora, después sonamos…” “¡Vamos a tener que entregar La Moneda nomás!”. El comandante en jefe del Ejército, Ricardo Martínez, fue quien ideó el plan para defender el edificio, pues no podían dejar caer La Moneda. “En caso de que Carabineros fueran sobrepasados, un grupo de comandos de elite del Ejército llegaría en helicópteros y descenderán en torno a La Moneda para aguantar el perímetro”.
El fantasma de la caída de Piñera recorrió La Moneda desde los primeros días de la rebelión. “No somos Argentina, pero si no reaccionamos, usted va a terminar como De la Rúa”, habría afirmado el diputado de Evópoli Juan Francisco Undurraga en una reunión con Piñera el 19 de octubre. “Se produjo un incómodo silencio. Piñera no contestó”, según lo relatado en “La Revuelta”.
Y ese fantasma fue en aumento con el correr de los días. Piñera era incapaz de controlar la situación. Por el contrario, cada vez que hablaba crecía la indignación popular y la radicalidad de las protestas. “El gran secreto a voces era que los grandes empresarios pensaban que lo mejor era que Piñera dejara La Moneda. También lo pensaban miembros de su propia coalición política. ‘Somos muchos los que queremos que deje la presidencia antes de que esto pase a mayores’, afirmó durante esos días en privado un importante dirigente de RN. ‘Está psicótico, enajenado, es un peligro’”.
La pregunta de cómo se saca a un presidente democráticamente electo era una discusión entre los círculos de poder. “Por primera vez en muchas décadas, amplios sectores políticos y empresariales se sintieron inmovilizados por la camisa de fuerza del sistema presidencialista chileno”, afirman los autores de “La Revuelta”. La renuncia de Piñera era una opción. Si la situación de la lucha de clases se agudizaba, era una salida que estaba sobre la mesa. Si la jugada de sacrificar a la reina para salvar al rey -entregando la Constitución a cambio de mantener a Piñera en el poder- no daba resultado y se mantenía la insostenible situación de ingobernabilidad e incertidumbre que tanto impacientaba a los dueños de Chile, no había muchas otras alternativas.
Este relato echa por tierra el nuevo y falso relato que se ha montado desde la centro-izquierda y la izquierda del Acuerdo por la Paz, de que era una simple utopía de izquierdistas que Piñera podía caer. Lo otro que afirmaron desde el Frente Amplio es que firmar el “Acuerdo por la Paz” era la única opción de evitar un baño de sangre. Es cierto que en la noche del 12 de noviembre la encrucijada del gobierno era sacar de nuevo a los militares o entregar la Constitución (siempre asegurándose de amarrar los pilares fundamentales a través de una serie de trampas). Sin embargo, las Fuerzas Armadas eran reacias a esa opción, menos sin tener impunidad por eventuales crímenes a los DDHH. La opción militar siempre es teóricamente posible, pero no siempre realista en la práctica. Lo que depende de la correlación de fuerzas, factores políticos y de la lucha de clases. De hecho, la respuesta represiva fue justamente la que había hecho escalar la rebelión a ese punto.
De vuelta en el 12 de noviembre, ese día Carabineros se vio absolutamente sobrepasado. En las principales ciudades como Santiago, Concepción, Valparaíso y Antofagasta, Carabineros estaba abandonando las calles. “Creo que están haciendo la vuelta larga”, intervino el ministro de defensa Alberto Espina, mostrando que la lucha de clases es capaz de desmoralizar y hacer retroceder a la fuerza represiva. Carabineros reporteaba a La Moneda, pasada las 20 horas del 12 de noviembre, que estaba sobrepasado: “Al escuchar de “la vuelta larga” de Carabineros, una sensación de pánico se apoderó de Piñera. ¿Caería esta noche su gobierno? ¿Estaría viviendo los últimos días en La Moneda?”.
Las Fuerzas Armadas no querían intervenir. Apenas dos días antes, el domingo 10 de noviembre, los militares en Bolivia hicieron un Golpe. Así también, ese día el comandante en jefe del Ejército le recordó a Piñera que en el levantamiento del 2003 en Bolivia, el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada renunció y huyó del país luego de la brutal represión que dejó sesenta y cuatro muertos. Los únicos condenados fueron los mandos militares que cumplieron la orden militar. El Ejército chileno no quería correr la misma suerte y le insinuaron que Piñera debía dar una garantía para que la responsabilidad legal recayera en el presidente, lo que fue inaceptable para el gobierno.
Sin tener seguridad que las FF.AA apoyarían la salida represiva, la base de apoyo del gobierno estaba justamente en la oposición. La mayor parte de los ministros se oponían a sacar a los militares porque eso cortaría toda negociación con la centroizquierda, lo que dejaría el gobierno en el aire. La decisión, entonces, fue apoyarse en la ex Concertación y el Frente Amplio para dar una salida política. Ese día comenzaron las frenéticas negociaciones para un desvío institucional.
El significado del Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución
El libro “La Revuelta” relata desde dentro cómo se dieron las negociaciones. Cómo la posibilidad de dejar caer al gobierno fue una opción que se descartó (por ejemplo, nadie respaldó la propuesta de Alejandro Guillier de adelantar las elecciones) para favorecer un acuerdo político. Y cómo ese acuerdo fue sellado por Gabriel Boric y el actual ministro Jaime Bellolio, en donde el quórum de dos tercios y las demás trampas del proceso constitucional fueron pilares esenciales para posibilitar un acuerdo. También se recuerda cómo el Partido Comunista exigía ser parte de las negociaciones y coincidía con lo fundamental del Acuerdo por la Paz.
Pero no sólo eso. También confirma que el significado táctico fundamental del Acuerdo fue dividir la alianza de clases entre las capas medias y sectores populares, y entre sectores de “vanguardia” como la Primera Línea, y sectores de masas. “La tarea, entonces, era conseguir que la mayoría se fuera para sus casas. Un modo de lograrlo pudo haber sido exacerbar la violencia y el vandalismo, algo que ya antes había generado roces e incluso enfrentamientos entre los propios manifestantes. Otro modo era entregarle a la población lo que la clase política consideraba era el trofeo mayor: una nueva Constitución para Chile”, afirman los autores de "La Revuelta".
El “pueblo” habilitó con la rebelión una tendencia a la huelga general política, y ese día, aún con su carácter parcial (semi-huelga general), constituyó la mayor amenaza que ha tenido el gobierno y el régimen. Los ánimos de las mayorías trabajadoras estaban elevados, querían ir por más. Fuera Piñera y Asamblea Constituyente era lo que más se oía, además de los gritos contra la represión, y representaba el programa de octubre, una crítica radical a las instituciones de la transición.
Pero el “Acuerdo por la Paz” y la tregua que aseguraron las conducciones sindicales y sociales de la Mesa de Unidad Social y la CUT contra lo que pedía la mayoría (negociaciones versus su caída) allanó el camino a la impunidad de Piñera, a rescatarlo de su caída y a abrir una nueva situación de desvío institucional de la revuelta, obturando que se transformara en un proceso revolucionario profundo.
¿Podría haber caído el gobierno? Sí. Pero como señaló hace mucho tiempo Lenin, el viejo régimen y gobierno jamás “caerá”, ni siquiera en las épocas de crisis, si no se lo “hace caer”. Para ello faltaba otra estrategia que profundizar y ascender el camino abierto con el paro: fortalecer el ingreso de la clase obrera, en particular los sectores estratégicos como minas, puertos, forestales, transporte; desarrollar la amplia auto-organización de masas (como hubiera sido crear cientos o miles de “comités de huelga” o de acción de base en lugares de trabajo, poblaciones y estudio) y fortalecer y coordinar la auto-defensa de masas contra la violencia monopólica del Estado. Para desarrollar eso faltaba una organización revolucionaria con peso decisivo en la clase obrera y sectores populares, y que se propusiera transformar la revuelta en revolución.
A dos años, estas lecciones resultan fundamentales para construir una izquierda revolucionaria de trabajadores, que enfrente a la extrema derecha sin ninguna confianza en los falsos amigos del pueblo del “progresismo” que le abren el camino a los Kast. |