“Si la explotación es global, la resistencia es internacional”, se escuchó en los paros internacionales que articularon les trabajadores de plataformas de reparto. En el mes de noviembre, asistimos al paro número 5, realizado en varias ciudades de América Latina y Estados Unidos, así como al paro global a la empresa Amazon bajo la consigna #MakeAmazonPay que realizaron sindicatos, activistas y agrupaciones de trabajadores junto a movimientos ambientales. Porque otra de las cuestiones que evidenció y profundizó la pandemia son las condiciones precarias y de explotación extrema que afectan este sector de trabajadores. Les repartidores de apps pasaron de invisibles a “esenciales” y sostenes del aislamiento, mientras sus derechos laborales y posibilidades de subsistir empeoraban a la par de la enorme crisis económica y sanitaria abierta.
En medio del desplome de los mercados laborales y el aumento del desempleo, las plataformas aparecieron ante miles de trabajadores como un recurso para viabilizar la ya conocida “changa”. Actividades mediadas por la tecnología como el comercio electrónico o el trabajo digital de mayor calificación del “freelancer”, afluyeron para ser fuente principal o complementaria de los ingresos deteriorados. Pasada la segunda y tercera ola de la pandemia, el desempleo aminoró, pero la recuperación económica aún no presenta mejoras visibles en el mercado de trabajo. Persiste un aumento de la informalidad (con mayor incidencia en América Latina), del cuentapropismo y del subempleo y un enorme tendal de trabajadores más empobrecides. En este contexto, las apps permiten ahorrar “costos laborales para el empleador”, a expensas de la proliferación de empleos eventuales, informales y precarios, que se presentan muchas veces como “la única alternativa posible” para los sectores más empobrecidos de la clase obrera.
Veamos primero algunas definiciones y un breve panorama internacional.
La economía gig en el mundo global
Desde la crisis de 2008 en adelante, la digitalización de la economía y la correlativa proliferación de una economía gig junto a la expansión de las plataformas, forman parte de las nuevas vías de acumulación de capital, que han introducido transformaciones en el mundo del trabajo. Mientras que la economía gig alude al trabajo de corto plazo o a las changas, y la economía de plataformas a las transacciones mediadas por las infraestructuras digitales, hay que prestar atención a su intersección; es decir, a cómo las plataformas se han transformado en la viabilización de un trabajo cada vez más fragmentado, eventual y precario, facilitando el encuentro de proveedores y consumidores, a través de la expansión de tareas de corto plazo y el pago a destajo (Spencer y Huws, 2021).
Ni el trabajo ocasional ni el pago por tarea son cuestiones que aparecieron en el siglo XXI. Lo novedoso radica en cómo esta expansión de la precarización del trabajo se hace extensiva a cada vez más diversas actividades, involucrando tareas productivas, de cuidado o reproductivas, y se reorganiza a través de las tecnologías digitales que incluyen las aplicaciones, la extracción de datos y el uso de los algoritmos para la gestión del trabajo. La flexibilización del trabajo y su mayor incertidumbre laboral, sumado a la facilidad de entrada a este tipo de empleos, se promueve con edulcoradas ideas de mayor autonomía, libertad y emprendedurismo. No obstante, el reverso de los lemas que pregonan las plataformas tales como “sé tu propio jefe” o “elegí tus propios horarios”, es la promoción de altísimos niveles de “autoexplotación” dentro de limitados márgenes debido al control impuesto por las empresas.
En su estudio sobre Deliveroo -una plataforma británica de delivery de comida que utiliza el modelo de Uber (trabajo autónomo y pago a destajo)- Jamie Woodcock se enfoca en cómo funcionan en la práctica los algoritmos de la plataforma para medir, supervisar y controlar el trabajo: un requerimiento intrínseco del capitalismo pero que asume formas específicas en estas empresas. Lo interesante es que la investigación identifica puntos de contacto entre las viejas y las nuevas formas de control. La asimetría de información con la que cuentan gerentes y trabajadores ocupa, al igual que en la fábrica o en los trabajos servicios, un lugar central: la empresa conoce todo de les trabajadores (localización por GPS, tiempos cronometrados, registros de pedidos), mientras que elles solo tienen la información necesaria para cumplir con los pasos inmediatos a seguir, sin posibilidades de tomar ninguna decisión en función de su beneficio. En este “panóptico algorítmico” se configuran sistemas de vigilancia y control estrictos donde la supervisión directa de los jefes es suplantada por “informes de rendimiento”, que alientan a les trabajadores a “seguir mejorando”.
Las plataformas se definen como “infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen”, a la vez que significan un nuevo tipo de empresa que se postula como intermediaria de la oferta y demanda de bienes y servicios, conectando proveedores, consumidores y trabajadores (Srnicek, 2018). La presunción de ser intermediarios es importante porque desde allí las empresas son una parte activa en la proliferación actual de “formas atípicas de empleo” [1], por la vía de la contratación de trabajadores en forma independiente o por cuenta propia. De esta manera, eluden las responsabilidades y los costos que se corresponden con cualquier empleado en relación de dependencia (cobertura previsional, ART, licencias, equipos de trabajo, etc). Muchas actividades que antes dependían en su mayoría de relaciones de empleo tradicionales, se reorganizan y pasan a ser realizadas por contratistas independientes o trabajadores por cuenta propia, que realizan tareas a pedido, subsumiendo el proceso laboral a la lógica del sistema “just in time” (OIT, 2021).
Existen múltiples nombres para este tipo de trabajos: crowdworking (trabajo colectivo o en multitud), trabajo a demanda vía apps, trabajo digital, trabajo “gig”. En relación a los tipos de servicio que prestan, existen dos grandes tipos de plataformas:
- Servicio virtual: plataformas de trabajo en línea, también llamadas “online outsourcing” o crowdsourcing a través de las cuales las empresas o “clientes” tercerizan trabajos subcontratando a “prestadores” que están geográficamente dispersos en todo el mundo. Por un lado, están las plataformas como UpWork o Freelancer, que se dedican a tareas de alta complejidad y de distintas actividades como diseño gráfico, programación de software, traducciones, etc. Por el otro, están las plataformas como Amazon Mechanical Turk, a través de las cuales se emplean a trabajadores para realizar microtareas como la identificación y etiquetado de imágenes y palabras, transcripción de textos y audios, etc.
- Servicio físico: plataformas de trabajo localizado donde las tareas o pedidos están delimitadas dentro de un espacio geográficamente determinado. Son las más visibles en nuestras ciudades. Suelen involucrar tareas de baja calificación, en actividades variadas como transporte de pasajeros (Uber), delivery de alimentos y servicio de mensajería (Rappi), reparación y limpieza del hogar (Zolvers, IguanaFix), alojamiento temporal (Airbnb).
Aunque el peso relativo de este tipo de empleos es incipiente, presentan un crecimiento muy alto y sostenido en los últimos años. Según la OIT, la cantidad de plataformas activas de trabajo virtual y físico, (tomando solamente servicios de transporte y de reparto) en 2010 era de 142 y pasó a ser más de 777 para enero de 2021. El aumento fue mucho más significativo entre las de trabajo localizado, que se multiplicaron casi por diez. Dada la ausencia de datos disponibles, el volumen de trabajadores ocupades en plataformas a nivel global y en los territorios nacionales es difícil de precisar. Entre 2015 y 2019 en Europa y América del Norte la población ocupada en este tipo de empleos se situó entre el 0,3% y el 22% de la fuerza de trabajo. A su vez, un dato que da cuenta del vertiginoso crecimiento de estas plataformas es la generación de ganancias: en 2019 generaron al menos 52 mil millones de dólares a nivel mundial y alrededor del 70% de esas ganancias se concentró en Estados Unidos y China.
Un reciente informe para el Trade Union Congress que incorpora el período de 2016 a la actualidad para el caso de Inglaterra y Gales resulta ilustrativo: la fuerza de trabajo de la economía gig se triplicó, creciendo del 4,8% en 2016, a 11,8% en 2019 y llegando a ser el 14,7% de la población económicamente activa en 2021 [2]. Por lo que actualmente alrededor de 4.4 millones de trabajadores [3] utilizan al menos una vez por semana una plataforma para trabajar. Además, debido al aislamiento hubo un crecimiento de los niveles de digitalización tanto entre quienes trabajan dentro como fuera de las plataformas, el 21,9% (aproximadamente 6,5 millones de personas) de la fuerza de trabajo usa aplicaciones para la información de tareas y 9 millones de trabajadores las usan para registrar una tarea realizada. Niveles que aumentan a más del 70% entre quienes desempeñan su trabajo a través de una plataforma.
A nivel global, la mayoría de estos trabajadores son menores de 35 años y presentan un alto nivel de estudios. La composición según género da una mayor proporción de varones: en las plataformas en línea representan aproximadamente el 60%, mientras que en las de trabajo localizado suben casi al 90%. Además, en algunos países este tipo de trabajos son una fuente de empleo importante para trabajadores migrantes, con diferencias entre el norte y el sur global y respecto del tipo de plataforma. Dentro del trabajo en línea el 17% de las personas que trabajan en plataformas de autónomos son migrantes, proporción que asciende al 38% en el caso de países del Norte y desciende al 7% en el Sur. Respecto al trabajo localizado, es mayor el porcentaje que trabaja en aplicaciones de reparto (15%) que en las de transporte (1%), con desigualdades según cada país. Según la OIT, hasta el 2019 Argentina y Chile tenían una elevada proporción de trabajadores migrantes de reparto vía apps (más del 70%) por haber recibido un enorme afluente de refugiados y migrantes venezolanos, en muchos casos con alto nivel educativo.
En lo que respecta a las condiciones laborales y el nivel de los ingresos, en el mismo informe, la OIT menciona que para quienes tienen empleos localizados, éstos son sus principales fuentes de ingreso, mientras que para quienes trabajan en línea representa un tercio de su ingreso, con mayor énfasis entre las mujeres. La extensión de la jornada laboral es visible: les trabajadores de reparto trabajan en promedio 65 horas semanales y les de transporte 59 horas semanales. Sin embargo, muches manifiestan la necesidad de trabajar más horas por la baja remuneración. En ambos sectores, más del 70% menciona estar expuesto a situaciones de estrés asociado al trabajo por cuestiones como la congestión del tráfico, los bajos salarios, la falta de pedidos o clientes, el riesgo de sufrir lesiones laborales y la presión a realizar sus tareas en el menor tiempo posible.
¿Cómo se insertan las plataformas en Argentina?
El despliegue de las plataformas en Argentina data de al menos diez años, con la excepción de Mercado Libre que surge en 1999. Hasta el año 2016, operaban solo cinco empresas de plataformas en el país: Mercado Libre, Zolvers, Workana, IguanaFix y Nubelo (luego absorbida por Freelancer). A partir del cambio de gobierno en 2015, su desarrollo se acelera, promovido por la apertura económica, la desregulación de los capitales y las medidas que apuntaron a flexibilizar la fuerza de trabajo [4]. En el cuadro 1, se puede ver que en el año 2018 aumenta la llegada de empresas de capital extranjero, y sobre todo aquellas de servicios de reparto a domicilio como Rappi, Glovo o PedidosYa -algunas de las cuales se fusionaron, cambiaron de nombre o dejaron de operar en el país en el último tiempo-, situación que es paralela al empeoramiento de los indicadores sociales y laborales y al incremento de migrantes venezolanos. [5]
Cuadro 1. Plataformas que operan en Argentina de origen nacional y extranjero
Como se desprende del cuadro, la mayoría de las empresas de plataforma se insertaron en sectores tradicionales de la economía: transporte de pasajeros (Uber, Cabify); comercio minorista virtual (Mercado Libre); servicios de limpieza, reparación y cuidados personales (IguanaFix, Zolvers, tec); de alojamiento temporal (Airbnb) y de mensajería y cadetería (Rappi, PedidosYa).
Según un estudio de CIPPEC-OIT, en el año 2018 les trabajadores de plataformas, representaban el 1% (más de 160 mil) del total de ocupades, es decir, una proporción marginal e incipiente, pero en crecimiento. Si bien no existen registros estadísticos oficiales sobre la proporción que representa este sector respecto al total de ocupades en nuestro país, sabemos que en su mayoría realizan sus tareas como trabajadores independientes (lo que los encuadra dentro del cuentapropismo) y que están en su mayoría bajo el régimen de monotributo. En base a los datos sobre estos indicadores es posible inferir la continuidad del crecimiento de les trabajadores de plataformas en la actualidad.
Tal como venimos consignando en informes previos en torno a la degradación del mercado de trabajo y del empleo que se profundizó con la pandemia, en los últimos años hubo un crecimiento del cuentapropismo. Según datos de la EPH-INDEC del segundo trimestre de 2021, les trabajadores por cuenta propia constituyen el 23,2% de la fuerza de trabajo ocupada, mientras que les asalariades representan el 72,6% [6]. Si comparamos estos datos con los niveles pre-pandemia, vemos que de 2019 a 2021 se produjo un ascenso del cuentapropismo a la par de la disminución del trabajo asalariado, casi en iguales proporciones: para el segundo trimestre de 2019 les cuentapropistas representaban el 21,8% (con lo cual crecieron 1,4 puntos) y les asalariades el 74,1% (bajaron 1,5 puntos) [7]. Por otro lado, si tomamos el último informe del SIPA vemos que en la comparación interanual a agosto 2021 la cantidad de asalariades creció en un 2,2% (+211,6 mil), mientras que el trabajo independiente aumentó un 4,9% (+115,3 mil), en donde el monotributo creció un 5,4% (equivalente 87,1 mil personas). [8]
Según los microdatos de la EPH-INDEC para el segundo trimestre de 2021, la población de trabajadores por cuenta propia es mayoritariamente masculina (62,5% vs 37,5%) y adulta: el 68% tiene entre 31 y 60 años, un 21% tiene entre 15 y 30 y el restante 11% más de 60 años de edad. Poseen una jornada laboral más heterogénea que la de les asalariades: un cuarto está subocupada (trabaja menos de 35 hs semanales) y un 28% está sobreocupada (trabaja más de 45 horas semanales), contra el 10% y el 26% de les asalariades, respectivamente. Y si bien les cuentapropistas presentan mayores índices de sobreocupación, un tercio indica haber buscado trabajar más horas en los últimos 30 días. Una razón de esto puede encontrarse en los bajos ingresos que en promedio para el segundo trimestre de 2021, llegaron a ser de $22.252, siendo menor incluso entre las mujeres ($19.044). Niveles salariales que están muy por debajo del SMVM, que en su última actualización llegó a $32.000, y lejísimos de los $116.134 que, según el cálculo de ATE-INDEC, necesitó una familia con dos hijes para subsistir, hasta octubre de 2021.
Algunas características de les trabajadores de plataformas
Durante la pandemia un sector importante de trabajadores se volcó a trabajar en las plataformas de delivery realizando tareas esenciales en medio del aislamiento. En 2018 la composición era mayoritariamente migrante, pero según un estudio de Julieta Haidar (2020) sobre les repartidores de CABA, para 2020 su proporción disminuyó: un 40% son argentinos, un 50% son venezolanos y un 10% de otras nacionalidades. También hubo un mayor vuelco de las mujeres (14%) [9], a pesar de continuar siendo una población mayoritariamente masculina. Y si bien se trata de una fuerza de trabajo mayormente joven, la mitad de les encuestades tiene entre 26 y 40 años.
Al observar la antigüedad laboral en dicho estudio se indica que no es un empleo estrictamente transitorio: el 40% de les encuestades lleva en ese trabajo entre 6 meses y un año, el 22% lleva entre un año y un año y medio y el 9% más de dos años. El tercio restante forma parte de quienes comenzaron a trabajar durante el período del ASPO, mayoritariamente de nacionalidad argentina (37%) y de mujeres (49%), como parte de los cambios en la composición de esta fuerza de trabajo por la pandemia, en donde particularmente se incorporaron a plataformas como Rappi y UberEats que tienen un acceso más sencillo y rápido.
A su vez, esto se complementa con otros dos datos importantes. Por un lado, el 70% indica que este trabajo constituye su única fuente de ingresos [10] (sobre todo entre jóvenes e inmigrantes) lo cual limita la libertad y la flexibilidad y promueve mayor “autoexplotación” para poder mantener ingresos relativamente aceptables. De esta forma, una gran porción de trabajadores del transporte y de reparto trabaja entre 6 o 7 días a la semana, con jornadas laborales que superan las 10 horas diarias, y franjas horarias fijas (contrario a la dispersión que se podría suponer), asociado a la suba de tarifas de las plataformas por mayor demanda.
Si, por otro lado, consideramos las principales motivaciones que llevan a les trabajadores a insertarse en estos trabajos, vemos que predominan las opciones que refieren a dificultades en la inserción laboral -imposibilidad de acceder a otros trabajos (34,5%) y necesidad de complementar ingresos (5,9%)-, más que su definición como un trabajo de transición (5.9%), o aquellas que indican ciertos puntos “valorables” como la flexibilidad horaria (27,2%) o una remuneración mayor respecto a otros trabajos disponibles (24.5%). [11]
Finalmente, en cuanto a los cambios en la dinámica laboral por el ASPO, solamente un tercio dijo trabajar más horas que antes, mayormente las mujeres. Los ingresos se mantuvieron más o menos estables. Lo más problemático fue la situación de completa desprotección, dado que las empresas no les brindaron elementos de higiene y de protección personal. El contraste entre el dictamen de aislamiento y cuidados extremos para la población general, con realizar tareas esenciales completamente expuestos a los contagios, fue la fuente de movilizaciones y paros, incluso de carácter internacional.
La conflictividad al interior de la economía de plataformas
Por cuestiones de visibilidad y por estar en un mismo espacio geográfico que propicia mayores encuentros e intercambios, les trabajadores de reparto y de transporte fueron quienes más conflictos motorizaron [12] y, por lo tanto, quienes más conquistas obtuvieron, con desigualdades según cada país. Una de las respuestas a la pandemia fue la organización a nivel internacional desde sindicatos de base, alianzas con sindicatos tradicionales ya existentes, asociaciones amplias con consumidores y usuarios y la realización de 5 paros internacionales.
Existen dos aspectos íntimamente relacionados que se reiteran: a) la ausencia de un marco regulatorio de estas actividades y del vínculo laboral que, como hemos visto, las empresas rechazan e incluso intentan reemplazar con eufemismos como el de la “colaboración”; b) las formas (nuevas y viejas) de organización y el grado de libertad de la acción colectiva.
a) El fraude laboral que se resiste a ser regulado
Según la Recomendación 198 sobre la Relación del Trabajo de la OIT de 2006, una relación laboral es de carácter dependiente cuando: el trabajo se realiza según las instrucciones y bajo el control de otra persona; es ejecutado dentro de un horario determinado o en el lugar indicado por quien solicita el trabajo; es de cierta duración y tiene cierta continuidad; implica el suministro de herramientas, materiales y maquinarias por parte de la persona que requiere el trabajo; se paga una remuneración periódica al trabajador, que a su vez constituye su única o la principal fuente de ingresos.
En 2016 la Unión Europea publicó la “Agenda Europea para la Economía Colaborativa” con tres criterios básicos para determinar la existencia o no de relaciones de empleo: la existencia de un vínculo de subordinación, la naturaleza del trabajo y la existencia de una remuneración. A esto hay que sumarle aquellas características específicas de estas plataformas que venimos viendo a lo largo del presente informe, que dejan en claro que el servicio que ofrecen tanto a los locales como a usuarios y consumidores se realiza con mecanismos de subordinación técnica a les repartidores mediante el uso de estas tecnologías. Les trabajadores denuncian las sanciones y bloqueos arbitrarios, yel sistema de ranking o niveles que fijan escalas de ingresos (según estándares que, entre otras cosas, incluyen la cantidad de pedidos aceptados, horas de conexión, y horarios de mayor demanda cubiertos) como las dos bases de control disciplinario de su trabajo.
Entre el vacío legal y el enorme despliegue de estrategias de las empresas para evitar todo tipo de restricción y regulación, la mayoría de los avances en las luchas por la reclasificación laboral se dieron por la vía judicial, arrojando resultados dispares, según los marcos más o menos flexibles de regulación del trabajo y la mayor o menor presencia de sindicatos y organizaciones de base. De este modo, Europa registra mayores movilizaciones y avances legales en términos de fallos y regulaciones que EE.UU., donde el marco laboral es más flexible [13]. Sin embargo, cabe mencionar el emblemático caso de California que concentra la mayor cantidad de juicios laborales contra Uber, que en 2019 sancionó la ley (AB 5) que restringía el carácter de “trabajador independiente” a quienes están libres del control de la empresa, realizan tareas que no son centrales o tienen un negocio independiente en la misma industria. [14] En noviembre de 2020, con mucha presión mediática y política de empresas como Uber y Lyft, en respuesta a dicha ley se aprobó la Proposición 22 mediante un referéndum, para “eximir a las empresas de transporte y entrega a domicilio basadas en apps de proporcionar beneficios de empleados a ciertos conductores”. El Sindicato Internacional de Empleados de Servicios (SEIU) y otras organizaciones de conductores como la Rideshare Drivers United (RDU) presentaron una demanda y se declaró como inconstitucional e inaplicable, pero aún así al día de hoy el conflicto continúa abierto.
Siguiendo con Estados Unidos, recientemente en el estado de Nueva York se promulgó una ley a favor de trabajadores de delivery que les permite algunas cuestiones básicas pero que son significativas para este sector: acceso a un salario mínimo, que les dejen de cobrar por acceder a su dinero, la obligación para las empresas de hacer públicas las normativas en torno a las propinas, la prohibición del cobro de los materiales, la limitación de la distancia de viaje y acceso al baño de los restaurantes donde retiran pedidos. La ley fue escrita junto con la organización Los Deliveristas Unidos, un gremio con mayoría de trabajadores inmigrantes.
En Europa existen algunas leyes que intentaron regular el trabajo específico de plataformas. Por un lado, la reforma laboral de 2016 en Francia (“El Kohmri”), buscó "adaptar el derecho al trabajo a la era digital" brindando, por ejemplo el derecho a desconexión, a expensas de mayor flexibilización del trabajo, del recorte en las indemnizaciones y la descentralización de las negociaciones colectivas por empresa, entre otras cuestiones. Frente a ella hubo importantes y masivas movilizaciones en todo el país del movimiento obrero, junto a la juventud y el movimiento estudiantil. Por otro lado, existen leyes que encuadran a trabajadores de reparto y de transporte como empleades, tales como la ley Uber en Portugal de 2018 y la ley Rider en España, recientemente promulgada que inquieta a todas las plataformas. En otros casos como en Grecia, trabajadores fueron reclasificados como empleades luego de huelgas y masivas movilizaciones de trabajadores, usuaries, sindicatos y asambleas de repartidores, como el reciente caso de la empresa E-Foods, que tuvo que retroceder del despido y recontratar por tiempo indefinido de les trabajadores.
En nuestro país, pese a algunos discursos públicos desplegados, el trabajo de repartidores y conductores de apps aún no ha sido regulado a nivel nacional. Recientemente han habido algunos fallos que sientan algunos precedentes sobre el carácter de trabajo dependiente (que aún podrían ser apelados a instancias judiciales superiores): contra Rappi y PedidosYa y contra Cabify, obligando a pagar indemnización a un trabajador despedido.
b) La organización y lucha por los derechos 4.0
Les trabajadores de plataformas encontraron una gran diversidad de formas de organización entre las que predominan las formas de representación mediante cooperativas de trabajadores y sindicatos independientes, con una relación estrecha entre trabajadores y la organización. En particular les repartidores durante la pandemia tuvieron mayor participación en acciones colectivas, tales como movilizaciones y paros, así como con la creación de nuevas organizaciones de base y agrupaciones nacionales [15], regionales e internacionales.
Tomando nuestro país como ejemplo, vemos que en 2018 a solo 5 meses de llegar a Argentina les repartidores de Rappi realizaron el primer paro nacional, cuando en forma unilateral y repentina la empresa cambió los criterios de pedidos y los montos de las tarifas.
A las demandas de les trabajadores por su reclasificación y el reconocimiento de sus derechos laborales, se le suman los reclamos por el aumento de la tarifa base de las entregas, el cese de incorporación masiva de trabajadores, los reclamos por atrasos en los pagos. A su vez, la sensación de mayor injusticia aparece mucho más fuerte frente a las políticas antisindicales de las empresas cuando despiden o realizan bloqueos unilaterales por organizarse y luchar. En muchos casos, la autoorganización emerge con fuerza frente a ataques en situaciones de robo o accidentes en la vía pública, como disparadores de algunas acciones colectivas y solidarias. [16] Un ejemplo es el de la organización mexicana Ni un Repartidor Menos que denuncia que desde marzo de 2020 hasta la actualidad hubo 56 muertes de repartidores por accidentes viales, violencia o asaltos durante su jornada laboral.
Conclusiones:
Desde la crisis de 2008 a la actualidad, y con mayor énfasis durante la pandemia, las plataformas se han convertido en parte del paisaje laboral global. El uso de las tecnologías en favor de una mayor explotación (que como vimos asume la forma de autoexplotación) y el control del proceso de trabajo, han despertado otros modos de organización y resistencia por parte de les trabajadores, que buscan evitar que las nuevas lógicas de eficiencia del mercado redunden en nuevos despojos de derechos para “la clase que vive del trabajo”.
Pese a los criterios manifiestos en torno a la relación laboral dependiente de la OIT, las empresas de plataformas se aprovechan de los vacíos legales y de la falta de una regulación efectiva por parte de los gobiernos. Si bien la vía judicial se ha presentado como una forma de resistir a este avasallamiento, cabe destacar la amplia organización en sindicatos y agrupaciones propias, los métodos de acción colectiva como las huelgas y las movilizaciones, así como la búsqueda de alianzas con les consumidores, las comunidades y con otros sectores de trabajadores para luchar por su reconocimiento laboral. Como vimos, esta demanda es sumamente importante, pero es necesario enmarcarla en una agenda más amplia que involucre ensanchar el marco de lo posible y lo deseable, fortaleciendo al trabajo -y a las vidas detrás y entre cada empleo- frente al capital. Las nuevas formas que asume la relación capital-trabajo define “nuevas” formas de resistencia y plantea desafíos a los movimientos, el activismo y las organizaciones existentes para que integren estas luchas entre sus reclamos. El hecho de que entre les trabajadores de plataformas haya una gran proporción de jóvenes, de migrantes y que estén inmersos en la tecnología, significa también una oportunidad para consolidar los lazos necesarios y conquistar los derechos que nos faltan de cara al futuro. |