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La Izquierda Diario
23 de diciembre de 2021 Twitter Faceboock

Universidad
El movimiento estudiantil a 20 años del 2001
Juliana Yantorno | @JuliYantorno
Lucio Prieto
Tomás Giusti

Ilustración: @RomPTS_comic

A 20 años del 2001, nuestro país vuelve a estar sumido ante los organismos de crédito internacional. En esta nota nos proponemos abordar el rol del movimiento estudiantil en las jornadas revolucionarias de ese año, así como reflexionar sobre los principales procesos que se dieron las últimas dos décadas, con el objetivo de establecer coordenadas que permitan dar pie a la emergencia de un movimiento que sea un actor de peso frente a la crisis que se avizora.

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En la etapa previa a las jornadas de diciembre, la crisis tuvo un importante impacto en la Universidad. Esto se expresó no solo en ataques directos, sino también en las respuestas que estructuraron la intervención del movimiento estudiantil, con sus hitos y omisiones. Hoy, frente a un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, analizamos estos fenómenos, pensando en la necesidad de que el movimiento estudiantil retome sus mejores experiencias emergiendo para enfrentar los ataques a la educación y la crisis en curso.

La resistencia a la LES y la crisis del 2001

A la deuda privada que había estatizado la dictadura, desde la vuelta al régimen constitucional en 1983, el gobierno de Alfonsín contrajo deuda con el Banco Mundial. Con la asunción de Carlos Menem estos préstamos se duplicaron. Se iniciaba un proceso donde se profundizaron tanto el aumento de la pobreza y la desocupación, así como la resistencia a los mismos. La “reforma educativa” que pedían estos organismos internacionales de crédito no se hizo esperar. En 1992 se sanciona la Ley de Educación Federal, y en 1995 se promulga la Ley de Educación Superior (LES). Ambas leyes contaban con el rechazo del movimiento estudiantil. La sanción de esta última ley vuelve a poner en escena a este actor, debido a que la reforma cuestionaba las principales banderas de la reforma universitaria: la autonomía, el acceso irrestricto, y la elitización de la misma. Debido a esta resistencia de los estudiantes y la comunidad educativa, esta ley no logra su máximo objetivo para moldear una Universidad a imagen y semejanza del modelo chileno. Sin embargo, desde el menemismo en adelante, los distintos gobiernos se han amparado en esta ley para realizar un avance en la mercantilización y elitización de la universidad a través de la acreditación de carreras vía la CONEAU, el arancelamiento de posgrados, ingresos eliminatorios, modificaciones de los planes de estudios con una orientación marcada por las necesidades del mercado y convenios con grandes empresas.

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La resistencia contra la votación e implementación de esta Ley tuvo dos grandes hitos de lucha y organización estudiantil en los años ‘95 y ‘99. Como desarrollamos en la Revista En Clave Roja (1995) en el ‘95 el movimiento estudiantil vuelve a escena retomando en forma incipiente los métodos de las luchas del ‘70 con tomas de facultades, proliferación de asambleas y manifestaciones, y el enfrentamiento con el Parlamento con abrazos al Congreso para impedir la votación y cortes de calle con clases públicas. Estas luchas tienen un alcance nacional con tomas y movilizaciones en todo el país, aunque sus principales centros se dieron en la UNLP, en la UNCOMA y en la UBA. Según el trabajo de Schuster (2006) durante el período 1989-2003 más de un tercio de las acciones de protesta fueron realizadas por sindicatos, entre los que se destacaron los trabajadores de la educación. Luego de las protestas sindicales, los actores que protagonizaron la mayor cantidad de acciones contenciosas fueron los estudiantiles. Esto muestra la gran resistencia que encontró esta reforma en la comunidad educativa.

Estas luchas produjeron una amplia autoorganización estudiantil, realizando asambleas, poniendo en pie Cuerpos de Delegados, Comités de Lucha, que tuvieron su máxima expresión en el Encuentro de Estudiantes Combativos de Córdoba. Desde distintos puntos del país las facultades realizaron estos espacios de autoorganización masivos, donde amplios sectores realizaron una experiencia con la dirección en aquel momento del movimiento estudiantil: la Franja Morada (brazo del radicalismo en la Universidad). Un sector de este movimiento comenzó a organizarse pese a sus conducciones y contra ella. A su vez, como planteamos en la Revista Enclave Roja (1996) tuvieron que enfrentar la represión del gobierno, como fue en La Plata donde hubo 200 detenidos y heridos a manos de la policía de Duhalde.

El movimiento estudiantil vuelve a escena en el ‘99 donde continuaron las luchas contra la implementación de la LES y contra los recortes presupuestarios, el estancamiento de los salarios docentes, la transferencia de los servicios de educación desde la Nación a las provincias sin las partidas de recursos necesarios para afrontarlas, la generación de mecanismos tecnocráticos de medición de la productividad en las universidades. Estas políticas constituyeron el proceso de imposición de la racionalidad neoliberal en el sistema educativo (Vommaro, 2015). Este fenómeno, si bien tuvo una menor extensión nacional y menor masividad en relación al ‘95, se expresó en diferentes puntos del país una vanguardia (con epicentro en la UBA y en la UNLP), que se caracterizó por buscar organismos de coordinación como fueron los Encuentros Interfacultades (donde desde En Clave Roja jugamos un rol importante en su desarrollo) que tuvieron un componente importante contra la conducción Morada con importante peso en las grandes universidades.

La crisis presupuestaria se agravó durante la breve presidencia de la Alianza (1999-2001), que implementó sucesivos recortes y amenazó con instaurar aranceles (Millán y Seia, 2019). En el lapso de este período sucesivos ministros de Economía intentan recortar el presupuesto de las universidades y se desarrollan nuevas movilizaciones. El primer intento se produce con Roque Fernández en 1999, y un segundo intento en el 2001 con Ricardo López Murphy. El presupuesto universitario se iba a achicar en $361 millones en 2001y $541 millones en 2002. En ese momento, sólo la UBA tenía un presupuesto de $505 millones, del que el 85% iba a salarios.

Estas políticas de gobierno generaron una resistencia en el conjunto de la comunidad universitaria, se comenzó con ocupaciones de las grandes facultades (incluso forzando a la propia Franja Morada a encabezar algunas acciones, planteando en los hechos una dinámica de ruptura con su gobierno), los docentes realizaron una huelga de 48 hs. Estas acciones de la comunidad educativa se combinaron con las acciones de los estatales, del movimiento de desocupados, y en un paro nacional de la clase trabajadora. Estas acciones lograron voltear a López Murphy en solo 15 días. Las derrotas de estos intentos de recorte presupuestario tuvieron una gran importancia para la subjetividad del movimiento estudiantil.
En diciembre de este mismo año se producen las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre, donde convergen distintos actores. El 13 de diciembre los trabajadores realizan una huelga general que paraliza los principales centros urbanos. Los comerciantes y sectores medios realizaron cacerolazos. La Asamblea Nacional Piquetera realizaba cortes de ruta. Dentro de esas “capas medias”, se encuentran distintos sectores de la clase trabajadora que participaron como “ciudadanos”, estudiantes, y comerciantes.

Si observamos la participación estudiantil, vemos que si bien el movimiento estudiantil no intervino como tal, sino dispersos “como ciudadanos” en las movilizaciones, la juventud constituyó el sector más radicalizado de estas jornadas enfrentándose en la Plaza de Mayo con las fuerzas represivas. Esto se confirma porque de las 38 personas asesinadas, 35 tenían menos de 34 años, y entre ellos, 25 tenían menos de 25 años.

Si bien la juventud precarizada y estudiantil participó y jugó un rol crucial en esta protesta, nos preguntamos por qué el movimiento estudiantil no intervino como actor con sus centros y federaciones. Uno de los motivos se debe a que la propia Federación Universitaria Argentina era conducida por la Franja Morada, el brazo del gobierno de la UCR en la Universidad lo cual permitió contener la situación que había volteado a López Murphy, a la vez que su programa había estado muy limitado al desmantelamiento de los planes de ajuste sobre el presupuesto universitario de este ministro.

En su conjunto, la burguesía utilizó las limitaciones de esta jornada para contener su desarrollo de las tendencias que habían expresado. El papel de la burocracias de la clase obrera ocupada impidió mediante su quietud, que pudiera fortalecer la fuerza de clase mediante el frente único obrero con el movimiento piquetero. Esta alianza junto con el movimiento estudiantil en escena podría haber tenido potencialidades revolucionarias. Estas tendencias al frente único se expresaron de forma aislada en Brukman y Zanón, donde los trabajadores ocupados junto con desocupados, asambleas populares y estudiantes confluyeron por otra salida ante los cierres y despidos, defendiendo los puestos de trabajo y creando nuevos con la gestión obrera para trabajadores desocupados.

Las peleas por la democratización y contra la acreditación de la CONEAU

Luego de la crisis política del 2001, el movimiento estudiantil a nivel nacional y, particularmente en la UBA, sufrió un cambio en la relación de fuerzas: al mismo tiempo que la Franja Morada perdía hegemonía como consecuencia de su ligazón al gobierno de la Alianza, corrientes opositoras y de izquierda (PO, MST, PCR, Libres del Sur, TNT) se hacían de la conducción de Centros de Estudiantes y Federaciones. En La Plata se dio un fenómeno similar: un frente del PCR con Quebracho. La novedad de este período es que paulatinamente estas conducciones opositoras a la Franja Morada durante el kirchnerismo se van integrando al gobierno nacional, tales como TNT, Quebracho y Libres del Sur. Fue una política abierta del régimen político para recomponer las instituciones, apoyados en un viento de cola económico producto del alza de los precios de las commodities.

En este punto queremos discutir los límites de la política de corrientes como el PO y el MST que priorizaron en la FUBA acuerdos por “arriba” con estas corrientes conciliadoras sin llenar de participación ni dar vuelta los estatutos que había hasta entonces.

Durante este período, como contratendencia a la política del resto de la izquierda, desde la Juventud del PTS realizamos en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA una experiencia distinta con la conformación de “Oktubre” (PTS, PO, MST, el Viejo Topo, la 29 de mayo, e independientes). Este frente se produce como parte de una expresión de peleas previas dadas en esta facultad, como fue la lucha contra la Franja Morada en el ’99 o el proceso democrático de elección directa a Christian Castillo como director de la carrera de Sociología en el 2002. Este último fue un hito, ya que implicó un amplio proceso democrático de organización de los claustros en la facultad, en el cual se conquistó el método de la elección directa (una persona - un voto), contra los métodos profundamente antidemocráticos de voto ponderado que sostiene la Universidad aun en nuestros días.

En la experiencia de OKTUBRE, el MST y el PO adoptaron una política distinta a la que sostenían en la mayoría de las Universidades con frentes oportunistas. En su conjunto esta experiencia demostró que puede existir una contratendencia a los métodos burocráticos de la FUBA con un modelo de centro que sostiene en los hechos la independencia del régimen universitario, impulsando espacios democráticos y de autoorganización y levantando una perspectiva de clase a través de la unidad con el movimiento obrero. Esta experiencia junto con la elección directa a Castillo mostraban el potencial de la autoorganización si esta se impulsaba decididamente.

Lejos de esta política, la FUBA nunca apostó hasta el final a desarrollar lazos profundos entre el movimiento estudiantil y las principales luchas obreras y democráticas. La estrategia que sostuvimos (y sostenemos) desde la Juventud del PTS durante todos estos años intenta romper con esta lógica de desmovilización, integración y pasivación del movimiento estudiantil. Luchamos porque este pueda forjar lazos de unidad con los trabajadores y poder superar a sus conducciones burocráticas, como muestra potencialmente la participación estudiantil a las fábricas recuperadas en el 2001 como fue Zanon y Brukman, la participación en el conflicto en el 2009 en la fábrica de ex Kraft donde una asamblea interestudiantil de universidades y terciarios de Zona Norte (GBA) se solidarizaron y movilizaron con los trabajadores, fueron reprimidos y varios de ellos enjuiciados; la iniciativa del CECSo y el CEFyL durante la “crisis del campo” del 2008de posicionarse críticamente por una salida anticapitalista. La toma de la Facultad de Ciencias Sociales en el mismo año yla de Filosofía y Letras en el 2010 impulsadas por enormes asambleas estudiantiles. Así como también de cada movilización por los derechos democráticos como fue por Luciano Arruga, en La Plata junto a la Multisectorial por Jorge Julio López, por Santiago Maldonado y contra la represión policial.

El proceso de Oktubre y estos ejemplos de alianza y apoyo de los sectores estudiantiles a las luchas del movimiento obrero demuestran que había otra alternativa que solo recuperar “el sello” de las federaciones a la Franja Morada. Veamos algunos de los principales procesos que surgieron por “abajo” y la política de las conducciones.

La experiencia de la crisis del 2001, con sus tendencias asamblearias, a la autoorganización y a la acción directa como medio frente a los reclamos, impactó en la propia subjetividad de lxs estudiantes que se expresaron en grandes luchas estudiantiles en los años posteriores. En el período abierto en el 2001 el movimiento estudiantil había sido parte importante de movilizaciones destacadas, acompañando a los trabajadores de Brukman o repudiando la represión en el Puente Pueyrredón en el 2003. A este factor se le suma el hecho de que, en los años posteriores, el gobierno kirchnerista planteaba que iban a potenciar reformas del Estado que terminarían con la “herencia menemista”. Sin embargo, en la cuestión educativa primaron las líneas de continuidad con esta herencia. Particularmente de la Ley de Educación Superior sancionada por el menemismo que pretendían avanzar con su implementación a partir de la acreditación a la CONEAU, además de mantener el carácter antidemocrático del régimen universitario. Dentro de los conflictos que se comienzan a desarrollar por “abajo”, se produce en el 2004 el rechazo al intento del gobierno kirchnerista de acreditar distintas carreras a la CONEAU. Esta lucha tuvo su epicentro en la Universidad del Comahue desde donde se comienza a expandir a distintos puntos del país. La lucha contra la LES se continúa expresando en el 2005 en el 2° y 3° Encuentro Nacional de Estudiantes Contra la LES de la UBA. Desde la Juventud del PTS fuimos parte de todos estos procesos de base, de autoorganización en interfacultades en la UBA y en Córdoba. Estos procesos de organización y participación estudiantil por abajo entraban en contradicción con la propia política de las conducciones opositoras, que mantenían sus espacios de representación ajenos al movimiento estudiantil.

En esta sintonía, en el año 2006 se inaugura un periodo de luchas “por la democratización universitaria” que significaron un cuestionamiento más profundo a la LES y al régimen universitario en su conjunto. En ese contexto los estudiantes de la UBA rechazan la designación del nuevo Rector Atilio Alterini debido a su participación y complicidad en la última dictadura militar. Aunque Alterini fue juzgado por su pasado, también demostraba su mirada elitista y antidemocrática con respecto a la universidad. Ese proceso fueron diez meses intensos de lucha en los cuales la Asamblea Universitaria (el órgano superior de designación de autoridades) es intervenida en cinco ocasiones por el movimiento estudiantil hasta fines del 2006 que designan, antidemocráticamente y con represión policial, a Rubén Hallú como Rector. Estas luchas que tienen como epígrafe el conflicto en la UBA rápidamente se expresan a nivel nacional. Como podemos ver, es en la “naturaleza” de las demandas y las luchas que se encuentra la potencialidad del movimiento estudiantil “heredero” del 2001: la intransigencia y radicalidad de las acciones del movimiento estudiantil de los sectores referenciados en la izquierda, la impugnación y denuncia, desde un primer momento, del método de elección de las autoridades universitarias y la mayoría de los conflictos se cerraron con promesas de reformas de los estatutos.

Sin embargo, como mencionamos, en paralelo a estos procesos de lucha que muestran la potencial autoorganización, se dio un proceso en las conducciones que buscó limitarlo. La integración al régimen de corrientes que eran parte de los frentes opositores al gobierno nacional fueron las que promovieron con su política la pasivización del movimiento estudiantil. Ante esto la estrategia de alianzas contra la Franja Morada se mostró impotente para mostrar otra salida.

La estrategia de estas agrupaciones de izquierda fue formar “frentes opositores” a la Franja Morada junto con corrientes de la llamada izquierda independiente (que años después se integrarían decididamente al Estado), pero en continuidad con la política que esta corriente había tenido en su conducción. El Partido Obrero durante los 17 años que dirigió la FUBA mantuvo los estatutos que estaban vigentes, dejando una Federación vaciada de participación estudiantil. Frente al proceso contra la Franja Morada que se abrió en el 2001, las corrientes de izquierda deberían haber convocado luego de la elección a un proceso estatuyente para sacar a la Franja Morada, pero también para terminar con sus métodos y estatutos. Los procesos que relatamos que surgieron por “abajo” contra la acreditación a la CONEAU y por la democratización de la Universidad hubieran sido un punto de apoyo importante para potenciar los procesos que surgían de autoorganización estudiantil, con asambleas, y una vanguardia estudiantil, que a la vez sean el impulso para la refundación de la Federación. Esto los llevó a seguir realizando congresos vaciados de participación estudiantil (hasta que dejaron de realizarlos) y ni hablar de que la FUBA se transformara en una herramienta para radicalizar y llevar más allá las demandas corporativas de aquellos procesos que surgían.

La “herencia” del 2001 no terminó de “estallar” durante todos estos conflictos porque las Federaciones no terminaron de romper con el “viejo modelo” de la Franja Morada: se dedicaron a la “gestión” más que a la “transformación” por medio de estatutos burocráticos. Abonaron así a la consolidación de Centros y Federaciones de servicios que se dedican a administrar las fotocopiadoras y los buffets, en vez de exigirle la financiación requerida al Estado para garantizar un verdadero acceso gratuito a la Universidad. Sin cortar con este modelo de Centros y Federaciones, que se vuelve un engranaje del régimen para pasivizar al movimiento estudiantil por la vía de prestación de servicios, no hay posibilidad de una verdadera reacción contra el Estado. En suma, estas corrientes hicieron poco para romper con la pasividad que traía el kirchnerismo. Esto se dio en paralelo a la cooptación por parte del kirchnerismo del movimiento estudiantil, con la creación de universidades, y la integración de las agrupaciones de la izquierda independiente fue un fenómeno que se desarrolló luego del 2010. La izquierda, al adaptarse a estas tendencias, terminó abonando a que el péndulo del movimiento estudiantil vuelva a direcciones clásicas y se recupere la Franja Morada y el peronismo haga pie en la Universidad.

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¿Qué líneas de continuidad existen hoy? Viejas recetas, nuevos ajustes: precarización y ajuste en educación

Volvamos a la actualidad. Los dos años de pandemia transcurridos abren un conjunto de problemáticas que son vitales para poder pensar esta intervención hoy, por lo que repondremos los jalones en la tradición de lucha del movimiento estudiantil para reactualizarlo en torno a la compleja situación social y económica que atraviesan hoy el conjunto del pueblo trabajador y lxs estudiantes de la educación superior.

El deterioro de la situación social y económica de lxs jóvenes viene de hace décadas. Durante el gobierno de Macri endeudaron el país con el FMI, utilizando estos millones para financiar su campaña electoral, para beneficiar a su puñado de amigos empresarios y para la especulación financiera. Ni un peso de esta millonaria deuda fue para los trabajadores y jóvenes. El gobierno de Alberto Fernandéz asumió diciendo que no iba a postergar las necesidades de las mayorías, pero desde entonces se está dedicando a pagar millones a este organismo a costa de los laburantes, los jubilados, de que los jóvenes trabajemos de forma precaria y de un recorte en el presupuesto de la salud y la educación. El ajuste tiene su correlato en el presupuesto universitario, que a su vez viene siendo recortado por vía de inflación hace décadas, en los últimos cuatro años este recorte alcanzó un 34% de nuestro presupuesto. Viejas recetas, nuevos ajustes.

Estos ataques no se producen solo vía inflación: en el mes de mayo se produce un intento de moldear una nueva LES. Los contornos de lanueva Ley de Educación Superior discutidos por rectores y diputados (para variar a espaldas de la comunidad educativa), tienen muchos aspectos de estos debates que se dieron en los años ‘90. La palabra “mercado” volvió a ser el centro de la escena, y los rectores discutieron cómo volver a la Universidad más productiva, cómo ponerla al servicio del mercado reconviertiendo sus contenidos a las necesidades de este. También se discutió el recorte de los planes de estudio y la reducción del sistema de acreditación.

Al igual que entonces, hoy estando Argentina bajo el régimen del FMI vuelve a ser necesario organizarnos docentes, estudiantes y no docentes para enfrentar los intentos de avance sobre nuestra educación. Para combatir el ajuste presupuestario que nuevamente nos quieren imponer, para cuestionar en su conjunto al régimen universitario y poner la universidad al servicio de las necesidades de las mayorías populares.

La orientación de las autoridades universitarias y del gobierno en estos dos años es profundizar una lógica elitista y mercantil para la educación superior. Sin embargo aún esta orientación no ha chocado con las aspiraciones de grandes franjas de la población de poder salir de la crisis con un título universitario. Nuestra hipótesis es que, frente a una vuelta a la presencialidad sin las condiciones necesarias, con un presupuesto de ajuste que hace a una precarización de la universidad (en términos de salario docentes, becas y derechos estudiantiles) pueden darse conflictos educativos que permitan cuestionar el régimen universitario en su conjunto y que emerja el movimiento estudiantil como actor en la crisis en curso.

¿Puede el movimiento estudiantil volver a escena?

La historia reciente del movimiento estudiantil muestra el potencial que tiene cuando se pone en escena. Desde la resistencia a la sanción de la LES donde se pone en pie un movimiento estudiantil a nivel nacional que se caracterizó por una gran radicalidad. Sin embargo, esta tradición tiene sus orígenes en la luchas por la reforma en 1918 donde se escribió el manifiesto Liminar, pasando por la resistencia al golpe militar de Onganía en 1966, expresada en la “noche de los bastones largos” y en la participación junto a los trabajadores en levantamientos urbanos como fue el Cordobazo, los Tucumanazos, y los Rosariazos.

Sobre esta tradición nos preguntamos qué condiciones hay para que el movimiento estudiantil pueda volver a escena. En estos últimos dos años, debido al ajuste en las condiciones de vida y sobre la educación mencionados, la situación de los estudiantes y sus canales de organización (debido a la virtualidad) se han visto modificados.

La erosión de los espacios de encuentro cotidiano abonadas por la virtualidad volvieron aún más compleja la intervención durante la pandemia del movimiento estudiantil. Sin embargo, encontramos pequeños pasos que los estudiantes han dado en estos dos años: la convocatoria de asambleas por filtros mediante exámenes o esquemas de correlativas (convocadas la mayoría de las veces a expensas de las conducciones peronistas y radicales de los Centros de Estudiantes), marchas por el aumento de montos y de las becas PROGRESAR, acciones en apoyo a las familias de Guernica que peleaban por vivienda, y la participación en marchas de trabajadores que peleaban contra la precarización laboral o por aumentos salariales.

Con la crisis, como en experiencias anteriores, en el movimiento estudiantil aún prima una conducta pasiva que es impulsada por el régimen y sus agrupaciones estudiantiles afines. Esto es incorporado en los hechos por muchas corrientes de izquierda que se limitan a mantener la estructura de las organizaciones estudiantiles existentes con una política más combativa, pero sin cuestionar su rol conservador.

Los sectores del movimiento estudiantil que se posicionan contra el ajuste, tiene planteado una batalla central: reagrupar fuerzas para dar todas estas peleas. Para construir estas alianzas, las organizaciones que agrupan al movimiento estudiantil tienen que salir de la pasividad y la administración de servicios. Esta forma de organización se basa en la profunda idea de que es posible zafar de la crisis individualmente con la obtención de un título, lo cual contradice la tradición histórica del movimiento estudiantil en su búsqueda de salidas colectivas. Naturalmente el desarrollo de este tipo de centros de estudiantes es a costa de impulsar la organización estudiantil, en asambleas donde los estudiantes sean sujetos de la política.

Con la crisis que se profundizó durante la pandemia, así como con la virtualidad, se dio un fenómeno particular: mientras sectores que antes se reivindicaban de izquierda y hoy son parte del gobierno como Patria Grande o las agrupaciones del PCR profundizaban esta orientación para los centros de estudiantes que dirigen, este modelo entraba en crisis. Una de las razones es que los problemas que hoy afectan a los estudiantes superaron ampliamente las respuestas que pueden darse desde las organizaciones concebidas de esta manera. Cuando la deserción se elevó durante el 2020 (últimos números públicos) al 50% en algunas importantes universidades, la pelea debe ser más profunda.

No es una formulación general: si la pelea es para acabar con la deserción, es necesario ponerle un freno a la precarización creciente que se profundiza en todos los claustros en nuestras universidades. Pero tal como planteamos más arriba, el movimiento estudiantil si logra superar las trabas que imponen las direcciones de los organismos de masas como los centros y las federaciones, tiene una potencialidad inmensa. Logrando articular su fuerza tiene planteado no solo conquistar sus propias demandas sino ser un aliado junto a quienes enfrenten los planes del FMI que el gobierno plantea llevar adelante en nuestro país. Esta pelea necesita articular la fuerza de diferentes sectores sociales, muchos de los cuales son parte del movimiento estudiantil: la fuerza del movimiento ambientalista que en Chubut tiró abajo la ley minera de la multipartidaria extractivista, aquellos sectores del movimiento de mujeres que que no se callan ante la alianza del gobierno con la iglesia, aquellos jóvenes que dan pelea contra el gatillo fácil y sobre todo con los trabajadores ocupados y desocupados que se organizan contra el ajuste.

Desde este punto de vista urge fortalecer aquellas fuerzas para que peleemos por otro tipo de organización, la conquista que en las últimas elecciones nacionales llevó a la izquierda a ser tercera fuerza nacional, tiene que profundizarse en cada casa de estudios. No para volver a la normalidad de centros vaciados en la anunciada vuelta a la presencialidad, sino como una palanca para recuperar la organización democrática, la unidad entre ocupados y desocupados, combatir el individualismo atomizado y el sálvese quien pueda.

Desde el PTS-Frente de Izquierda unidad y nuestras agrupaciones estudiantiles tratamos humildemente de comprender cuál es el estado actual del movimiento estudiantil, para desde allí pelear por su emergencia como un sector con potencialidad de establecer importantes alianzas que cambien la relación de fuerzas y el curso de la crisis. Importantes lecciones históricas dan razones de sobra para pensar que el rol del movimiento estudiantil puede ser otro. Pero no está dado; será producto de duras luchas políticas contra quienes quieren convertirlo en un apéndice de las políticas de gobierno.

Para ello, no partimos desde cero, contamos con la extensa tradición que intentamos reponer en esta nota. Si bien el protagonismo del movimiento estudiantil y su radicalidad política mermó, coincidimos con Millán y Seia (2019), que no es posible mantener su “deceso”. Tal como plantea Millán, existe una potencialidad en su desarrollo debido a las condiciones existentes en las que los estudiantes desarrollan estrategias de organización dentro de un sistema que contiene una contradicción estructural: a medida que se masifica (con ingresos con millones de estudiantes) se encuentra ahogado presupuestariamente (lo que hace que la tasa de egreso sea del 20%).

En Argentina la garantía al derecho a la educación se ha constituido como mínimo para el movimiento universitario, docente y estudiantil. La Universidad se concibe que debe ser pública, autónoma y gratuita (financiada por el Estado) (Millán y Seia, 2019). Cada vez que estos puntos fueron puestos en cuestión, el movimiento estudiantil llevó adelante resistencias.

Actualmente vamos a momentos de crisis con mayor nivel de cooptación en las últimas décadas de las organizaciones dirigentes del movimiento estudiantil en relación al Estado y al régimen universitario. Desde esta perspectiva todos los sectores independientes de los gobiernos y el régimen universitario estamos llamados a jugar un importante rol. Está abierta la posibilidad de que el movimiento estudiantil vuelva a emerger sobre la base de que el régimen del FMI implica un ajuste sobre nuestra educación, sobre la precarización cada vez mayor que recae sobre la juventud, porque la vuelta a la presencialidad será sin condiciones. Este escenario está abierto. Para cambiar la Universidad de raíz, por su verdadera democratización, contra su contradicción estructural que deja miles de estudiantes afuera, y para intervenir en esta crisis, necesitamos recuperar nuestros centros de estudiantes poniéndolos al servicio de estas peleas, donde es indispensable potenciar la autoorganización estudiantil mediante asambleas en cada facultad, comités, secretarías y espacios de organización de base. Necesitamos lograr la máxima unidad con sectores de trabajadores ocupados y desocupados.

Bibliografía consultada

  •  Maiello Matías y Gastón Remy; Los nuevos clérigos ¿Qué hay detrás de la crisis abierta en la UBA?, Revista Lucha de Clases, N° 6, junio de 2006, pp 97-117.
  •  Maiello Matías; Encrucijadas en la universidad actual, Revista Lucha de Clases, N° 2-3, abril de 2004
  •  Millán, Mariano Ignacio; Seia, Guadalupe Andrea; El movimiento estudiantil como sujeto de conflicto social en Argentina (1871-2019). Apuntes para una mirada de larga duración; Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Sociología; Revista de la carrera de Sociología; 9; 9; 12-2019; 124-166
  •  Schuster, F. (2006). Transformaciones de la protesta social en Argentina 1989-2003 (Documento de Trabajo N° 48). Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
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