Ucrania ha sido históricamente un escenario de importancia estratégica en el enfrentamiento entre Rusia, Estados Unidos y la OTAN. Actualmente la prensa internacional dice que suenan tambores de guerra en el este europeo por la movilización de tropas rusas a las fronteras ucranianas. Naturalmente esto despierta diversos interrogantes. ¿Habrá una invasión de Rusia a Ucrania? ¿Cómo surgió este conflicto? ¿Se trata de una guerra civil o hay enfrentamiento directo entre potencias? ¿Qué roles cumplen cada uno de los actores? Aquí intentaremos analizar el caso desde los inicios abordando las diversas dimensiones de un conflicto mucho más complejo de lo que aparenta, así como las visiones estratégicas de cada una de las potencias en pugna.
Dos personajes de Shakespeare en un famoso diálogo hacen una analogía entre la realidad del mundo y la ficción. El Duque Federico dice que este gran escenario universal ofrece espectáculos más tristes que la obra en la que actuamos, y Jacques le responde con su famoso monólogo diciendo que “el mundo es un escenario” y allí compara las etapas de la vida con las de una obra de teatro. A pocos días de culminar el año se encienden las tensiones en Ucrania, un escenario al que suben los principales actores mundiales a cumplir distintos roles. En la actuación lo importante son las apariencias y las habilidades de cada actor para que los espectadores entren en ese mundo ilusorio entablando cierta empatía con ellos. Según quién nos invite a ver la obra, unos parecen los “malos” y otros los “buenos”. Pero el drama es mucho más complejo en la medida que nos hundimos en las raíces históricas ucranianas y en los problemas actuales de la disputa geopolítica a escala global.
En Ucrania se solapan varios escenarios, distintas obras en una. Detrás del telón los directores y productores preparan la puesta en escena en permanente tensión por quién dirige cada acto. Desde las tensiones internas en Estados Unidos con distintos objetivos geopolíticos; las intenciones de una Unión Europea más autónoma pero atada a través de la OTAN; y una Rusia que busca ser grande de nuevo. Mientras que Estados Unidos agita el fantasma del autoritarismo ruso para justificar el avance hacia el este; Rusia señala al monstruo de las armas nucleares e infraestructura militar de la OTAN en las cercanías de su país; y la Unión Europea busca un diálogo con Rusia para tranquilizar las aguas por su fuerte dependencia energética. Por su lado, los ucranianos viven una tragedia social que ha dividido al país en dos grandes regiones al tiempo que se generan nuevas fallas internas desde las protestas del Maidán en 2013 y 2014.
El desarrollo de la crisis abierta en Ucrania, desde la caída del presidente Viktor Yanukóvich por el movimiento Euromaidán hasta la guerra desatada en el Donbass (al este del país) tiene explicaciones multicausales y en distintas escalas. Como explica Rubén Ruiz Ramas, la guerra en el Donbass es una guerra híbrida, o sea una guerra asimétrica sin delineamientos rígidos del frente, con continuas estrategias y operaciones de ofensiva y defensiva que se libra en distintas arenas: política, económica, militar, informativa y cibernética [1]. Una guerra donde los principales actores son locales pero donde participan también los internacionales, tanto en el terreno como delineando estrategias desde afuera. Intentaremos comentar sobre este conflicto cuya resolución aún es lejana.
Los antecedentes históricos y estructurales del drama ucraniano actual
El estallido a fines del 2013 de la revuelta conocida como Euromaidán [2], abrió una crisis de carácter multicausal que consolidó una antigua grieta en la sociedad ucraniana sobre la que es necesario hacer foco. Las raíces inmediatas pueden encontrarse en el nacionalismo ucraniano nacido tras caída de la URSS dividido esquemáticamente en dos porciones espaciales de la población.
Por un lado, el este y sur del país donde se ubica un sector de la oligarquía heredera del aparato productivo soviético y la población rusoparlante (alrededor del 30% de los ucranianos), que percibe sus raíces históricas e identidad cultural, trascendiendo las fronteras, vinculadas a Moscú [3].
Por otro, un sector de la sociedad y de la élite política que buscó acercarse a la UE intentando construir una identidad ucraniana pura similar a la del resto de los países eslavos del este europeo (esto es, libre de rusos), y más como una forma de alejarse de Rusia que por compartir el sistema de ideas liberales europeas. Desde el siglo XII la región de Ucrania estuvo bajo el dominio de Moscú, pero la historia más reciente tiene mayor peso en la conciencia actual. En ese tiempo la población de la región atravesó diversos procesos históricos que dieron forma a un profundo sentimiento anti ruso por parte de la población occidental: la opresión del zarismo, la guerra civil de 1917 a 1921 (donde se enfrentaron la Guardia Blanca, el Ejército Rojo y los nacionalistas ucranianos), la colectivización forzosa del estalinismo, las hambrunas de 1932 y 1933, y la Segunda Guerra Mundial.
Esta situación arrastró al país a una crisis histórica de construcción estatal e identidad nacional, dando como resultado que la élite política ucraniana no siga una solo vector geopolítico. De esta manera, luego de la independencia en 1991 buscaron tener buenas relaciones con ambos bandos y al mismo tiempo una equidistancia pero, como tendencia general el objetivo fue importar el modelo democrático liberal occidental.
Para un sector de la burguesía ucraniana el acercamiento con la UE fue clave para alejarse de Rusia, dado que aún sostenía importantes lazos económicos por su industria integrada y una creciente dependencia energética más allá de los vínculos culturales, religiosos y étnicos en el sur y oriente del país. En Ucrania, como en todos los países del espacio postsoviético, durante la década de 1990 se dieron procesos de acumulación por desposesión a partir de enormes privatizaciones junto a la concentración de empresas de capitales ucranianos y el ingreso de transnacionales. El impacto de la importante caída en todos los indicadores sociales y económicos, además del retroceso demográfico sin precedentes, fue comparado con los de una guerra a gran escala. A esto, León Zhukovskii lo llamó involución periférica, o sea la destrucción y sustitución premeditada de un sistema de relaciones sociales de mayor desarrollo histórico (tanto en su materialidad como en sus fundamentos ético-políticos) que el capitalismo periférico que le sucedió [4]. Esto significó un fuerte disciplinamiento del imperialismo – que entraba en una fase de unipolarismo – hacia los países del ex bloque socialista para subordinarlos al “nuevo orden mundial”, pero también de forma material y simbólica a todos los trabajadores del mundo al expandir las formas de producción y reproducción capitalista.
Entonces, territorialmente se puede observar un occidente ucraniano donde las principales empresas acapararon las tierras más fértiles del planeta; y un oriente que mantuvo una región industrial integrada y vinculada a la cuenca del Donbass de donde se extraen importantes recursos minerales para las fábricas ex soviéticas. Esta partición territorial étnica y cultural también se expresa electoralmente: la oligarquía pro rusa y la pro europea se han disputado el poder manteniendo sus bases circunscriptas a esas dos grandes regiones del país respectivamente, que dejaron al país en una delicada lucha de influencias internacionales.
De la Revolución Naranja a la Plaza Maidán
En las elecciones del 2004, el entonces candidato, Víktor Yúshchenko fue el primero en mostrarse abiertamente inclinado a favor de un rumbo pro-occidental y europeísta. Mientras que Víktor Yanukóvich, perteneciente a la oligarquía pro rusa, era reacio a cualquier acercamiento con la alianza atlántica. Ese año, las cruzadas acusaciones de fraude electoral decantaron en la llamada Revolución Naranja (el color del partido Nuestra Ucrania, pro occidental) que colocaron a Yúshchenko en el poder entre 2005 y 2010. Durante ese período se dedicó a reclamar sin medias tintas el ingreso a la UE y a la OTAN, mientras que Occidente [5] prestaba ayuda económica y apoyo político sin considerar el aumento de la grieta interna que ocasionaba el nuevo alineamiento internacional que al mismo tiempo devino en reformas internas del sistema político. Yushchenko consideraba a las regiones este y sur como un lastre de la era soviética, lo que hizo que la población de aquellas regiones se sintiera discriminada por el gobierno de Kiev. La política de confrontación con Rusia que derivó en las guerras del gas (2006-2009) junto a una forma de gobierno en favor de una oligarquía ucraniana permitió el triunfo de Yanukóvich en 2010. En ese momento el nuevo presidente – tradicional aliado de Rusia – asumió con la idea de retomar el camino de mejores relaciones con la UE asociado al desarrollo económico, bienestar social y consolidación de la democracia. Como explica Javier Morales [6], hacia 2013 la idea de una apertura comercial a los productos de la UE generó temor en el gobierno por el probable impacto negativo que tendría sobre la industria ucraniana, que a su vez se asociaba a las exigencias de ajustes estructurales del FMI como parte de las condiciones crediticias que necesitaba el país para evitar la ruina total. Además, la UE exigía reformas constitucionales que socavaran el poder del ejecutivo en favor de otros poderes. La contrapartida que tendría es que Ucrania no podría ingresar a la unión aduanera impulsada por Rusia con Bielorrusia y Kazajstán, la Unión Económica Euroasiática (UEE), lo cual generó mayores presiones de Putin sobre Yanukóvich para que abandonase el acuerdo con la Unión Europea. Para el líder ruso, la UEE es una columna importante para proyectar sobre ese espacio la influencia e integración económica de la Gran Rusia.
De las protestas del Maidán a la guerra en el Donbass
A fines 2013, miles de ucranianos se congregaron en la Plaza de la Independencia, o Maidán, para enfrentar la decisión del entonces presidente ucraniano Viktor Yanukóvich, del Partido de las Regiones, de aceptar los términos de Vladimir Putin para recibir ayuda financiera en medio de la importante crisis económica. Las condiciones de recibir gas natural ruso a precio reducido y una línea de crédito de 15.000 millones de dólares para evitar la bancarrota del Gobierno de Kiev fueron a cambio de que Yanukóvich pusiera fin a su orientación de acercamiento a la Unión Europea, con la que estaban cerrando el Acuerdo de Asociación Ucraniano-Europeo, un pacto de libre comercio.
Las protestas en Kiev estuvieron protagonizadas por distintos grupos sociales, desde ONGs hasta los políticos nacionalistas y europeístas, así como un enorme componente de partidos de ultraderecha. Las movilizaciones de miles de ucranianos combinaban el cansancio popular por la crisis económica – heredada del desastre social post caída de la URSS al que se acopló la crisis del 2008 – con diversas demandas sociales, pero además el sector pro europeo utilizó las banderas neoliberales de la democracia y los valores occidentales polarizando con el fantasma del autoritarismo y la corrupción de la oligarquía pro-rusa. Así mismo la gran mayoría había recibido el bombardeo ideológico proveniente del soft power norteamericano. Así lo reconoce Victoria Nuland, subsecretaria de la Oficina de Asuntos Europeos y Euroasiáticos en Washington, afirmó que:
Desde la independencia de Ucrania en 1991, Estados Unidos ha apoyado a los ucranianos en la construcción de capacidades e instituciones democráticas, en la promoción de la participación cívica y el buen gobierno, todos los cuales son condiciones previas para que Ucrania logre sus aspiraciones europeas. Hemos invertido más de $ 5 mil millones para ayudar a Ucrania en estos y otros objetivos que garantizarán una Ucrania segura, próspera y democrática. [7].
La participación de Nuland, como de otros funcionarios de países occidentales en las protestas mostrando un posicionamiento activo contra el gobierno de Yanukóvich, fue interpretado como un pasaje del poder blando al poder duro al intervenir directamente en el conflicto.
La brutal represión de Yanukóvich a las manifestaciones enfureció aún más a la población de Kiev y a la UE que comenzó a presionar al presidente. El aumento de la radicalización de las protestas estuvo vinculado a que el movimiento Euromaidán tenía una composición social y política heterogénea y descentralizada sin una dirección política clara. Pero con el desarrollo de los acontecimientos los sectores nacionalistas de ultraderecha ocuparon un lugar estratégico al organizar las brigadas de autodefensa. Luego de las negociaciones para estabilizar al país, buscando darle una salida negociada, el parlamento votó la destitución de Yanukóvich en febrero del 2014 en una sesión rodeada de grupos de autodefensa que no dejaban entrar a los diputados oficialistas, a pesar de que el presidente derrocado cediera públicamente en la mayor parte de las demandas. Yanukóvich huyó a Moscú e inmediatamente se instauró en Ucrania un gobierno de transición que llamó a elecciones en mayo de ese año, donde luego ganaría el líder nacionalista pro-europeo, Petro Poroshenko. El gobierno provisional fue rápidamente reconocido por Occidente sin medir las consecuencias, mientras que las regiones orientales lo rechazaron con una serie de manifestaciones más pequeñas, llamadas “AntiMaidán” en apoyo a Yanukóvich. Pocos días después de su partida, grupos armados pro-rusos tomaron el parlamento de Crimea en Simferópol, y lo mismo en los gobiernos de Donetsk y Lugansk - Putin reconoció más tarde que habían sido fuerzas rusas infiltradas-. Rusia inmediatamente realizó una maniobra para no perder la estratégica península. Se convocó a un referéndum para que primero Crimea fuera una república independiente, y luego para anexar el territorio que contiene los principales astilleros de la era soviética y donde yace la base naval rusa de Sebastópol, la principal en el Mar Negro. En marzo de ese año, con un 90% de aprobación, Crimea se incorporó como República Autonómica a la Federación Rusa, pero solo los gobiernos de Nicaragua, Afganistán, Siria y Venezuela reconocieron la adhesión de la península a Rusia [8]. Las regiones de Lugansk y Donetsk son dos óblast o provincias separatistas que intentan integrarse a Rusia. Son estratégicas por expresar el 20% del PBI ucraniano y su población es mayormente rusa, pero no fueron sometidas a referéndum, ya que son territorios que no tienen el mismo vínculo con Rusia que Crimea. La anexión implicó a Rusia fuertes sanciones económicas que cuestan alrededor de 4 mil millones de dólares en ayuda financiera a Crimea anualmente, más 2 mil millones de dólares perdidos por transporte de gas a través del territorio ucraniano, además de las dificultades para acceder a financiamiento internacional, el cierre de bancos rusos en el extranjero y la caída de la inversión extranjera directa; según el FMI el impacto cuantificado es una caída del 2 % en el crecimiento anual [9].
La fuerte presencia de partidos nacionalistas y moderados, así como de ultraderecha (incuestionados por Occidente), lejanos a cualquier idea de democracia liberal, elevaron aún más el nivel de violencia al participar armados y ocupando edificios públicos. Entre ellos estaba Pravy Sektor (“Sector Derecho”), un partido que retoma el nombre de los nacionalistas que lucharon contra la URSS junto a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, cuyas ideas paradójicamente se centran en un rechazo al liberalismo occidental y al ingreso a la UE. Este partido llegó a alcanzar unos 10.000 miembros, la mayoría al frente de las movilizaciones, luego muchos de ellos formaron grupos paramilitares que posteriormente se integraron al Batallón Azov, una unidad ultranacionalista del Ejército ucraniano. La participación de organizaciones de ultraderecha armadas fascistas y de grupos paraestatales pro rusos llevaron las tensiones al punto del estallido de la guerra civil en el Donbass, cuyos actores fueron fuertemente apoyados desde las potencias extranjeras y donde su rol ha cobrado una importancia decisiva en el conflicto bloqueando cualquier alternativa por fuera de un conflicto percibido como de suma-cero. La guerra se cobró alrededor de 13.000 vidas y casi dos millones de desplazados entre 2014 y 2020.
Desde entonces solo hay combates aislados en las fronteras de Crimea y en las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Esto ha mantenido el conflicto en un freezer que conformó durante los últimos años un statu quo que permitió hacer uso del conflicto para intereses tanto externos como internos. Pero han generado una brecha tan profunda que llevó, por ejemplo, a la ruptura de la Iglesia Ortodoxa local, donde Kiev se independizó del Patriarcado de Moscú en 2019, siendo que habían sido aliados desde 1686 [10]. También ha ocurrido un aislamiento de las poblaciones de Donetsk y Lugansk a partir de la pandemia de Covid-19. En todo momento, Rusia se ha involucrado en el conflicto con apoyo económico y de inteligencia, también con armas no declaradas y tropas encubiertas, así como Occidente dio apoyo al entonces presidente Petro Poroshenko con armamento y ayuda económica.
En 2019 llegó al poder Volodymyr Zelensky, cuyas expectativas estaban puestas en que terminara con la corrupción, se lograra la paz en el Donbass y mejorara la situación de los ucranianos. Su gobierno, que goza de un fuerte apoyo popular a pesar de las expectativas insatisfechas, en un comienzo tuvo una política mucho más dialoguista que su predecesor. De todas formas, el fracaso de las conversaciones del Grupo de Contacto Trilateral para el Donbass (Ucrania, Rusia y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y una fuerte presión popular interna movilizada para “evitar la rendición de Ucrania ante la agresión rusa", llevaron a que aumentaran los combates en las fronteras durante 2021. Posteriormente Zelensky impulsó la Plataforma de Crimea para recuperar la península generando mayor presión sobre Rusia, que en respuesta ha aumentado su actividad militar en las fronteras.
La importancia geoestratégica de Ucrania
La tragedia de Ucrania actual podemos remontarla a la Cumbre de Malta en 1989 donde George H. W. Bush prometió a Gorbachov que la OTAN no se expandiría hacia el este ante la inminente caída de la URSS. Tras el derrumbe del llamado Bloque socialista, Occidente buscó la aproximación de Kiev a las estructuras e instituciones occidentales a partir de lo que se dio a conocer como unipolarismo. El influyente diplomático e historiador norteamericano, George Kennan, y sectores liberales moscovitas, advirtieron en aquel momento que un comportamiento anti ruso ucraniano generaría una reacción hostil en Moscú y acabaría siendo contraproducente a la estabilidad regional. Pero hicieron oídos sordos incorporando cada vez más países a la alianza atlántica y la Unión Europea.
Luego de la independencia formal en 1991, a partir de la desintegración de la URSS (un proceso que derivó en nuevos “Estados independientes”) el país nació como un “Estado tapón” para evitar lo que Halford Mackinder alertaba, en el marco del Gran Juego [11], como una posible alianza entre Alemania y el Imperio Ruso en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Una vez caída la URSS, los pensadores (neo)realistas norteamericanos reactualizaron esta visión para contener a la Rusia postsoviética, que aún mantenía una importante capacidad militar y productiva, para alejarla de la alianza de Occidente y evitar que re-emergiese como superpotencia. Para Mackinder, Europa Oriental era la llave del corazón continental de Eurasia, o área pivote, un espacio de bastos recursos cuya potencialidad brindaría la capacidad de dominio mundial a quien la gobernara. Por eso, era necesario evitar la salida hacia los mares del Imperio ruso, y luego la de la Unión Soviética, rodeando Asia con bases militares (o sea con Estados coloniales afines) [12].
Podríamos decir que Ucrania quedó atrapada en esa región que Mackinder llamó el “margen continental”, esto es, el área de fricción con el “corazón continental de la isla mundial” que es necesario controlar para bloquear la expansión del Imperio ruso. De la misma manera, podemos circunscribir los actuales conflictos de Georgia, Osetia del Sur, Nagorno Karabaj, entre otros, en las fronteras rusas. Para el intelectual de la geopolítica de principios del siglo XX, quien dominara el corazón continental dominaría la isla mundial, y quien dominara a esta, dominaría el mundo. Luego, Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Jimmy Carter y luego pensador en geoestrategia de Barack Obama, en su libro El gran tablero mundial (1998) explica que Ucrania tiene una gran importancia estratégica para Estados Unidos en su enfrentamiento con Rusia. Para él, si Ucrania estuviese dominada por Estados Unidos se podría domar al gigante ruso, mientras que si Rusia controla Ucrania tiene chances de volver a convertirse en gran potencia mundial. La importancia de Ucrania se pudo ver en la situación abierta por la Revolución Rusa de revolución y contrarrevolución, cuando León Trotsky lideró el frente del Ejército Rojo durante el desarrollo de la guerra en Ucrania entre 1918 y 1920 contra la Guardia Blanca (respaldada por todos los ejércitos imperialistas del mundo). Allí, Trotsky dejó planteada la importancia estratégica de esa región para la defensa de la revolución proletaria contra la reacción Blanca aliada a todos los ejércitos imperialistas [13]. Ya con la URSS bajo la deformación burocrática del estalinismo, Trotsky planteaba la importancia de una Ucrania soviética independiente y revolucionaria en vísperas de la Segunda Guerra Mundial ante el inminente avance de las tropas nazis que encontrarían en Ucrania apoyo popular tras el desastre ocasionado por el régimen de Stalin [14].
Por otro lado, una vez caído el muro de Berlín y la integración de Rusia a las instituciones neoliberales, Estados Unidos observó lo que Mackinder advertiera un siglo antes: una posible integración entre Alemania y Rusia. Este temor fue la base de la gran estrategia norteamericana en la guerra de los Balcanes para profundizar una fisura que alejara cualquier acercamiento de Rusia hacia Europa. Esto ha generado diversos resultados a nivel estratégico. El pensamiento geopolítico ruso postsoviético dejó de mirar hacia Occidente como la clave para la integración mundial, para abocarse al eurasianismo. Este último es un conjunto de ideas de raíces conservadoras, eslavófilas y del cristianismo ortodoxo, que se basan en un proyecto capitalista que busca la integración a escala continental con un fundamento multicultural, multiétnico y multirreligioso, en oposición al atlantismo occidental. Para Alexander Dugin, intelectual eurasianista y asesor de Vladimir Putin, el objetivo ruso es construir un mundo multipolar, donde Rusia sea un polo de poder entre otros varios polos mundiales [15]. Esto significa la construcción de un orden basado en una oligarquía de Estados con capacidad de atracción y subordinación de otros más débiles, donde se genere entre las superpotencias un equilibrio de poderes a nivel mundial.
En este sentido, países como Ucrania, Bielorrusia, Armenia o Kazajstán son vitales para el proyecto de la Gran Rusia de Putin como bloque de poder por sus vínculos históricos, culturales y étnicos, lo que justificaría cualquier intervención militar o diplomática en forma directa. Así también se justifica el acercamiento hacia China, con la que ha solidificado su alianza no formal a través de diversas instituciones como la Organización de Cooperación de Shanghái, su integración a la Nueva Ruta de la Seda, e instituciones financieras para hacer frente a las sanciones económicas, entre otras, además de actuar en bloque en el Consejo de Seguridad de la ONU. Una relación obligada teniendo en cuenta la rivalidad histórica entre ambos países. Actualmente hay una gran desconfianza a la presión demográfica que ejerce China sobre Rusia por el uso de mano de obra en regiones siberianas. El eurasianismo es un enfoque que justifica también el intervencionismo militar y diplomático en diversas regiones como el Cáucaso, Asia central, Medio Oriente, o en África, permitiendo que Rusia sea un actor considerado de peso en la mesa de negociaciones. De esta manera, podemos ver su actuación en la guerra civil en Siria y Libia, así como la participación del Grupo Wagner en África, también su acercamiento tanto a Israel como a Irán, y de la misma manera su papel en los procesos actuales en Afganistán.
Estas oportunidades que se abrieron a Rusia pueden entenderse por el declive de Estados Unidos y la capacidad de las instituciones occidentales para escribir las reglas del juego por un lado, y por la presión de otros actores globales como China, India o Brasil que también han perseguido intereses nacionales particulares.
Asimismo, se incorpora al pensamiento ruso el espacio centro europeo como parte de su gran estrategia. Por eso es clave la dependencia europea del gas ruso – a través del gigante monopólico Gazprom – que ha ascendido al 40%, y particularmente Alemania, que es el corazón productivo y tecnológico de la Unión. Así, el gas juega como principal factor de presión para Rusia que necesita resolver la situación económica por las sanciones. A través de Ucrania pasan los principales gasoductos y oleoductos con destino a los países europeos, pero la clave de la disputa está en el Nordstream II que unifica a través del Báltico las costas rusas con el puerto alemán de Greifswald y aún está esperando la aprobación de los reguladores alemanes, que dependerá de cómo resulten las negociaciones en Ucrania. El gasoducto que esquiva el territorio ucraniano significará una pérdida a ese país de 1000 millones de dólares en regalías por derechos de transporte. Además, Ucrania es una de las puertas terrestres a Europa de la Nueva Ruta de la Seda para China, que ha avanzado en acuerdos comerciales con varios países de Europa del Este a través del Grupo 16+1. Por otro lado, Rusia busca ocupar espacios que generen un efecto de estrangulamiento energético a Europa, como vemos en la disputa por el Mediterráneo Oriental con Turquía, en los enfrentamientos en la guerra en Libia, así como la participación de Gazprom en Sonatrach, el gigante petrolero argelino. Esto de ninguna manera significa que Rusia compita en igualdad de condiciones con Estados Unidos o la Unión Europea, sino que es un gigante con pies de barro que tiene la capacidad de pelear por ocupar espacios en distintas partes del globo por sus propios intereses para lograr mejores condiciones a la hora de sentarse en la mesa chica. Esto muestra que en la etapa actual se desarrollen disputas de enorme complejidad a partir de la interdependencia económica entre los países, donde la crisis del tablero ucraniano amenaza constantemente el débil (des)orden mundial.
¿Una paz caliente en Ucrania?
La noticia de que suenan tambores de guerra en Ucrania recorre la prensa internacional. El pasado jueves 23 de diciembre, el ministerio de Defensa de Rusia informó que realizará ejercicios militares simulando la toma de un área con más de mil paracaidistas y centenares de vehículos. Esto tensa la disputa de Rusia con Ucrania y la OTAN, que a instancias de EE. UU. mantiene infraestructura militar cerca de la frontera rusa, incumpliendo el Protocolo de Minsk - el acuerdo que congeló el conflicto armado iniciado en 2014 en donde se estipulaba centralmente que no hubiera instalaciones militares de la alianza atlántica en Ucrania –. La reciente cumbre entre el presidente norteamericano, Joe Biden, y su homólogo ruso, Vladimir Putin para discutir centralmente la cuestión ucraniana fue una mera formalidad, de la cual no resultó ningún compromiso concreto [16].
Días después, el Kremlin entregó una serie de demandas por separado a Estados Unidos y la OTAN, exigiendo que se cumplieran el Protocolo de Minsk así como garantías de seguridad con su retirada de los países del espacio postsoviético para desescalar el conflicto. Biden está en una encrucijada en este sentido, ya que la polarización política interna en EE. UU. puede llevarlo a una nueva crisis de su gobierno si cede ante el “autócrata ruso”. Además las tensiones partidarias en Estados Unidos durante la pandemia mundial de covid-19 han socavado la posición internacional del país como modelo de democracia liberal y han erosionado su autoridad en materia de salud pública, así como internamente han salido a la luz las contradicciones y debilidades de la estructura norteamericana en medio de un escenario de polarización social y política.
La situación es delicada pero los expertos plantean dos escenarios improbables: la invasión rusa a Ucrania o una retirada completa de Rusia [17]. Por su parte Putin para llevar adelante un esfuerzo bélico necesitaría de un apoyo popular y recursos económicos que difícilmente consiga en poco tiempo. Pero al mismo tiempo, la entrada de Ucrania a la OTAN es una línea roja que Rusia no puede tolerar por considerarla vital para su seguridad nacional, por eso la defensa de el este ucraniano es considerada una maniobra defensiva.
El conflicto en Ucrania se ha convertido en el principal problema geopolítico dentro de las fronteras europeas en un contexto de mayor agresividad de Estados Unidos hacia Rusia y China, pero que se enmarca en una crisis del equilibrio capitalista global que muestra las tendencias a los enfrentamientos entre grandes potencias en diversos planos: militar, económico, tecnológico, etc [18]. En el mismo sentido, Ucrania, como dice Merino, “abrió una nueva fase o momento de la crisis, caracterizada por el hecho de que la agudización de las tensiones entre los bloques de poder mundial se libra en territorios principales y los enfrentamientos estratégicos —la disputa por la influencia en territorio social— son directos entre las potencias” [19].
Pero esta misma situación internacional también ha abierto la posibilidad de enfrentamientos entre las clases sociales dando como resultado fuertes revueltas desde Chile, Colombia, Estados Unidos, hasta Francia, Líbano o Myanmar. Los ucranianos han quedado atrapados en un drama que no puede ser encauzado por los partidos nacionalistas, por la intervención imperialista de Estados Unidos o la Unión Europea, ni tampoco de Rusia o China con sus aliados locales. A pesar de que los efectos de la caída de la Unión Soviética continúen golpeando a los trabajadores y sectores populares ucranianos, no podemos descartar que haya una búsqueda alternativa a los proyectos que ofrecen los actores en cuestión.