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23 de enero de 2022 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
El verso desarrollista y su cruzada contra el ambientalismo
Carolina López | Estudiante de antropología, Facultad de Filosofía y Letras UBA

Ilustracion: @marcoprile

Un recorrido por los principales argumentos del “desarrollismo” en Argentina, en su cruzada contra el ambientalismo que enfrenta los planes extractivistas en todas las provincias del país.

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El feminismo consiguió el derecho al aborto luego de años de pelea: movilizaciones, debates en escuelas, tomas de facultades, comisiones de género, como también paro en los lugares de trabajo. Exigíamos decidir sobre nuestros cuerpos, poniendo en cuestión el status de ciudadanas de segunda, obligadas a las tareas de reproducción y cuidado. La reacción no tardó en llegar: iglesia y diputados de los partidos tradicionales nos acusaban de asesinas, extremistas y “feminazis”.

Hoy el movimiento ambiental está recibiendo ataques similares por parte de funcionarios del gobierno e intelectuales que se hacen llamar “desarrollistas”: nos dicen eco-chantas, Palermo rúcula y ambientalismo falopa. Formas de instalar sentidos comunes donde las demandas ambientales pasarían a ser un capricho de la “clase media” y no (como es en realidad) un problema que afecta de manera diferencial a trabajadores y comunidades originarias, siendo los que más sufren.

Como un dominó, una cadena de luchas (de las cuales unos aprenden de los otros), empezó a verse en todo el país. Mendoza defendió la Ley 7722 de Rodolfo Suarez del radicalismo y de Anabel Fernández Sagasti del peronismo, que quisieron modificarla en 2019 como un guiño a las mineras. Luego Chubut se levantó contra el proyecto de zonificación minera de Mariano Arcioni del PJ en diciembre del 2020 y del 2021, logrando que confluyeran jóvenes con sectores de trabajadores. Y este mes, bajo el nombre del “Atlanticazo”, Mar Del Plata no solo se llena de turistas, sino también de miles que rechazan la instalación de una plataforma petrolera offshore en el mar.

El funcionario Claudio Scaletta, quien bautizó a este movimiento como “La Nueva Triple A” (Alianza Anti-Exportadora Argentina), explica muy bien porque tienen tanto odio y dedican artículos enteros a su cruzada contra el ambientalismo: “El problema de fondo es que la nueva coalición ‘liberal progresita’ adquirió poder de veto sobre las actividades económicas” [1].

En medio de una crisis económica, social y política de la magnitud que atraviesa Argentina, a los representantes del gobierno no les conviene que existan movimientos en las calles, que sean independientes de los partidos del régimen y que cuestionen sus planes de saqueo y ajuste. Menos aún, movimientos que logren unir demandas de jóvenes y trabajadores.

Exportar para salir de la pobreza es un sueño eterno

Daniel Schteingart, actual funcionario del Ministerio de Desarrollo, plantea que “la explotación de recursos naturales es imprescindible para generar el salto exportador y con ello los dólares que necesita el país para crecer”, y que, “si no, seguiremos multiplicando la pobreza año tras año” [2].

Otro “desarrollista” que aparece en esta cruzada, muy enojado con las movilizaciones por “un mar libre de petróleo”, es el economista Eduardo Crespo. Él dice que “con los recursos naturales se podrían duplicar las exportaciones” y que “la forma más genuina (de crecer) es exportando y sustituyendo importaciones. Las actividades con mayor potencial son Vaca Muerta, que al construir el gasoducto puede abrir una puerta muy importante, y después hay otras, como minería o actividades forestales” [3].

En una entrevista, Alejandro Bercovich le preguntó por qué cree que el ambientalismo atenta contra el crecimiento y que la idea de “cuidar el ambiente” nos va a hundir en la pobreza. A lo que Crespo respondió que “el ambientalismo tal como está ahora afecta, porque se niegan a todo proyecto con potencial exportador como las granjas porcinas, salmoneras, el trigo HB4, los agrotóxicos y la minería. En un país con problemas en la balanza de pago no hay ninguna inversión pública posible que se pueda financiar con el nivel de estrangulamiento de divisas que proponen ellos”.

Pero la experiencia del país no acompaña el sueño (eterno) de crecer exportando y mejorar la productividad que tanto repiten desarrollistas tanto peronistas, como macristas y liberales, cerrando la grieta una vez más.

Las salmoneras en Tierra del Fuego, que menciona Crespo, fueron prohibidas en tanto instalen jaulas en las aguas del Canal de Beagle, porque los residuos generados por los peces hacinados dañan los ecosistemas marinos y luego estas empresas extranjeras se mudan a otras zonas, dejando un enorme pasivo ambiental. Pero no fueron prohibidas, por ejemplo, para hacerlo en piletones sobre la tierra. El problema es que las empresas piensan desde las ganancias: se niegan a esa forma de producir porque es más cara. La ecuación siempre es la misma: explotar mucho, a bajo costo, sin importar los efectos sobre la naturaleza.

El ejemplo de Tierra del Fuego es repetido muchas veces por los funcionarios. Revista Cítrica publicó recientemente un informe donde muestra que esa provincia (donde ya se desarrolla la explotación de petróleo offshore en el mar) es la más endeudada del país. “Se encuentra instalada Vega Pléyade”, explican, “una plataforma que costó 1000 millones de dólares y es operada por Total Austral, Wintershall y Pan American Energy ¿Dio trabajo a la población? Muy poco. Wintershall emplea apenas 2000 personas en todo el mundo. Y contrató mano de obra extranjera y mano de obra barata proveniente de Malasia. ¿Le brinda energía a quienes habitan Tierra del Fuego? Poca. El 29% de la población sufre de pobreza energética a pesar de tratarse de una de las dos provincias de la Argentina que más gas produce. ¿Invirtió en Tierra del Fuego? Muy poco. Según las estadísticas que recopiló Farn Argentina el 86% de lo que invirtió Pan American Energy y el 83% de lo que invirtió Wintershall, fueron cubiertos por los subsidios nacionales”.

Otro ejemplo interesante es el de Catamarca. Hace más de 25 años que en la provincia está la mina La Alumbrera, de donde extraen minerales a cielo abierto. Sin embargo, las zonas cercanas a ella (Santa María, Belén y Andalgalá) son las regiones más pobres. ¿Por qué no se desarrolla la provincia entonces, si este es el “modelo testigo” de la minera argentina?

Según el “Boletín IFE I-2020: Caracterización de la población beneficiaria” publicado por la ANSES, la proporción de personas solicitantes del IFE en relación a la población total, en Catamarca fue del 35%. Esta provincia en el pedido se ubica por encima de la media nacional, al igual que la Provincia de San Juan (donde la minería ocupa una gran parte de sus ingresos monetarios), mostrando los enormes porcentajes de desocupación y pobreza.

Llevamos casi 100 años de historia petrolera en nuestro territorio y con momentos donde el precio de las commodities dio un salto a nivel internacional, como pasó durante el gobierno de Néstor Kirchner. Sin embargo, los datos que brinda el Nuevo Proyecto Energético Latinoamericano (NPEL) asustan. A partir de la información que presentó la Secretaría de Energía de la Nación estimaron que las ganancias petroleras para el 2006 en Argentina eran una cifra superior a los 41.000 pesos por minuto. Es decir, 58 millones de pesos por día. En ese momento, el valor de una casa se estimaba en unos $70.000 y la edificación de una escuela en $3.000.000. Por lo que, en un solo día, se podrían haber levantado 420 casas y 10 escuelas. Sin embargo, eso no pasó en uno de los momentos de exportación récord del país y bajo un gobierno peronista: en el 2006 la pobreza era de un 43,4%.

Chubut exporta, además del petróleo, lana ovina, langostinos, mariscos y también aluminio con una fábrica como ALUAR, una de las más grandes de América Latina. Esto la convierte en la cuarta provincia más rica del país. El ingreso por persona en materia de exportaciones alcanza los U$S 18.000, sin embargo, tienen un 35% de pobreza y un alto porcentaje de trabajo precarizado.

Dario Aranda, en una charla del Seminario “Extractivismo y desarrollo: conflictos y alternativas en el sur global” dictado por la carrera de Antropología de la UBA, da como ejemplo a Loma La Lata. “Es el mayor yacimiento de gas de Neuquén. Los diarios decían que iba a ser la salvación de la Patagonia, pero se contaminaron lagos enteros”, dice, y agrega: “tenemos 25 años de soja transgénica para exportación en el país, millones de litros de agrotóxicos vertidos en los territorios. Hay muertos por el agronegocio, familias enteras enfermas. ¿Qué se puede discutir? ¿Todo es debatible? Vayamos a Jáchal, en San Juan y veamos cómo las mineras como Barrick Gold dejaron los ríos con cianuro. ¿Se puede discutir si hay desarrollo ahí? Nos prometen cosas que ya sabemos que no son de esa manera que nos prometen.”

Entregamos todo: agua, petróleo, minerales, humedales, bosques (estamos entre los 10 países del mundo con más deforestación), gas, soja, animales… Y sin embargo, tenemos 50% de pobres en el país.

El gran ausente del debate que dan los “desarrollistas” es el imperialismo. Ocultan que la estrategia exportadora sólo fue exitosa antes o al principio de este período, o en países que excepcionalmente fueron favorecidos por la geopolítica, como Corea del Sur o Australia. Cuando no era funcionario y debatía contra el macrismo, Daniel Schteingart, reconocía esto. Ahora lo omite. Desde la década de 1980 los dólares del superávit comercial no solo se los llevaron los pagos de la deuda externa, sino también las multinacionales girándolos a sus casas matrices y la fuga de capitales de la burguesía “nacional”.

Las empresas encargadas de extraer materias primas y exportar naturaleza en nuestro país, son –salvo contadas excepciones– imperialistas. Están proponiendo un modelo de “desarrollo” donde cada vez vamos a ser menos soberanos y más dependientes. Por otro lado, no llega nunca a verse esa “teoría del derrame” que incorporaron los peronistas del liberalismo, donde la población se beneficiaría de las ganancias de estas grandes multinacionales. Más bien es al revés, los grandes ganadores siguen siendo las empresas imperialistas y sus socios locales, que no reinvierten ese dinero, dejando acá graves consecuencias ambientales y de salud en la población. Incluso, en muchos lugares, afectando otras actividades económicas que generan puestos de trabajo. Mientras unos pocos acumulan riquezas, las grandes mayorías son despojadas de sus bienes naturales y sus tierras.

Rodrigo Lugones escribió un artículo en la Agencia Paco Urondo titulado: “Volver a pensar la economía. ¿Cómo salir del infantilismo progresista?”. Mencionando a la “izquierda” y el “trotskismo” allí plantea que “se promueve una agenda de ‘diversidad sexual’ y ‘ecología’ que no reconoce ningún tipo de lógica económica, y termina siendo funcional, aunque desde una perspectiva progresista, a las trabas que el neoliberalismo le impone en su lógica post neo colonial a los pueblos más pobres del planeta”.

Seguir el juego neoliberal es mantener bienes naturales en manos de empresas extranjeras. Es que Macri haya disminuido las regalías a las mineras y luego de dos años de gobierno de Alberto y Cristina, con un peronismo “nacional y popular” en el poder, aún no las hayan restablecido. ¿Por qué sería neoliberal la izquierda que plantea que necesitamos expropiar y nacionalizar todos esos bienes y ponerlos bajo el control de sus trabajadores, las comunidades originarias y los científicos? Sólo de esta forma podemos planificar una transición energética pensando en las necesidades de las grandes mayorías de nuestro país y no en la sed de ganancia de unos pocos imperialistas. Redireccionando esos recursos hacia la construcción de parques de energía eólica y solar, generando así nuevos puestos de trabajo. Y expandir el transporte público gratuito de calidad en todos sus niveles para disminuir drásticamente el transporte individual.

Lejos de “no reconocer ningún tipo de lógica económica”, podríamos decir que no se reconoce la lógica económica de una burguesía nacional atada al imperialismo que nos mantiene en un espiral de saqueo económico y ambiental, que lejos de “desarrollarnos”, nos hace cada vez más pobres, dependientes y contaminados. Tenemos una lógica económica de otra clase.

La deuda externa como impulso para más extractivismo

Quienes hablan de una preocupación con respecto a la balanza comercial y fiscal, y la falta de dólares del país, olvidan mencionar que hay un acuerdo nacional entre macristas, liberales, peronistas y kirchneristas, para seguir pagando la deuda ilegal, ilegítima y fraudulenta que contrajo Mauricio Macri con el FMI. Argentina tuvo USD 14.352 millones de superávit de los primeros 11 meses de 2021 y como bien explica la diputada del Frente de Todos, Fernanda Vallejo, “fue consumido casi integralmente por los pagos asociados a la deuda externa” (para ser precisos, habría que agregar, entre otros rubros, USD 5.101 millones para los grupos capitalistas puedan girar la deuda que se genera entre las compañías y sus casas matrices en el exterior), todo esto cuando faltan viviendas, hospitales públicos, escuelas, redes para que llegue agua potable a los barrios populares. ¿Qué solución hay para salir de la crisis económica en la que estamos, si los dólares se van a ir afuera del país? ¿Quién puede hablar de “desarrollo”, si el plan es permitir que el FMI lleve adelante su saqueo?

El ministro Cabandié no nos mintió. En una entrevista en el programa “Fuego Amigo” dijo que “conseguir dólares para el vencimiento de deuda no se puede hacer sin contaminar”. Y eso hacen el Ministro Matias Kulfas y sus voceros “desarrollistas” como Scaletta, Schteingart y Crespo. Lejos de trazar un plan para terminar con la pobreza en Argentina, resolver el problema de la desocupación y la precarización la laboral que afecta a la amplia mayoría de la población, lo que hacen es designar “zonas de sacrificio” y “poblaciones de sacrificio” para que sean los trabajadores, los jóvenes y las mujeres quienes paguen a costa de su salud y sus bienes naturales, “el desarrollo” pero del gran capital extranjero y el FMI. El desconocimiento soberano de la deuda es una medida urgente que tiene que levantar el movimiento ambiental.

A su vez, como explican Matias Maiello y Esteban Mercatante en su artículo “Gerchunoff, Hora, y el futuro imposible del capitalismo dependiente argentino”: “Las divisas generadas por las exportaciones son controladas en su mayoría por 50 grandes empresas que dominan el comercio internacional del país, con especial peso de los agroexportadores, con multinacionales, como Cofco, Cargill, ADM-Toepfer, Bunge, y la argentina Aceitera General Deheza, así como la propia Vicentín que salió impune luego de dedicarse –y no es la excepción– a contrabandear granos y embolsarse 18 mil millones de pesos defraudando al Banco Nación”.

El “desarrollismo” mira para otro lado a la hora de plantear una política para terminar con la fuga de capitales por parte del imperialismo. Sin embargo, quienes somos tildados de “no tener lógica económica” tenemos una solución a este problema. Proponemos que todas estas empresas entreguen lo que se van a vender al exterior a una institución creada por el Estado, quien es el que comercializa y administra la relación con otros países. Siguiendo con el desarrollo de Maiello y Mercantante, “esta es la forma de terminar con el poder de veto que tienen este puñado de empresas. [...] Liberarse de la dependencia del capital financiero internacional es condición sine qua non para reorganizar la economía orientándola al desarrollo y la atención de las necesidades sociales más urgentes”.

Argentina es un país dependiente con numerosos rasgos de atraso, por lo que para salir de esta situación es necesario debatir y planificar que se exporta, y cómo se produce, para adquirir medios de producción necesarios para elevar el nivel de las fuerzas productivas. Pero esto solo puede hacerse rompiendo con el imperialismo. Sino, el sueño exportador del desarrollismo va a seguir siendo una forma de conseguir dólares para seguir alimentando el saqueo imperialista.

Una piba con la remera de Greenpeace

Claudio Scaletta escribe en El Destape que “aunque la Alianza Anti-Exportadora se arrogue representación popular, se trata más bien de minorías intensas y muy ruidosas, una parte de ellas con abundante financiamiento internacional (ONGs europeas, especialmente alemanas, y estadounidenses)”. Aldo Duzdevich publicó en la Agencia Paco Urondo una “carta a la militancia peronista” que tituló “Greenpeace no puede decidir nuestra política económica”. Esa misma línea tomó Manuel De Paz en Página 12: “Me parece que esta marcha en particular (contra las petroleras en el Mar Argentino) siguió la agenda marcada por ONGs nacionales e internacionales que nada tiene que ver con los intereses de nuestro pueblo”.

Lejos de las casualidades, esta es una estrategia pensada y lanzada de forma coordinada. El objetivo de funcionarios y medios de comunicación es borrar las voces de sectores populares y de trabajadores que están siendo fuertemente afectados por el extractivismo. La idea de que las demandas ambientales son preocupaciones “importadas de afuera” desaparece cuando entran en escena las comunidades originarias a reclamar que no quieren “zonas de sacrificio” en sus territorios, en un nuevo intento por apropiarse de sus tierras ancestrales.

Y es lógico que quieran mostrar “a la piba con la remera de Greenpeace”, en vez de darle voz a las madres de la Provincia de Buenos Aires o a las mujeres de la Provincia de Córdoba, que pasan sus días de hospital público en hospital público intentando curar a sus hijos de los efectos de los agrotóxicos. Existen familias obreras enteras con cáncer y enfermedades pulmonares, como muestra la socióloga Gabriela Merlinsky en su reciente libro Toda ecología es política. Pero Schteingart, consultado por el Diario Con Vos, omite todas estas realidades y dice sin vergüenza que “no se puede cancelar lo transgénico, que nos ha dado muchos beneficios, sino producir mejor, con un uso más eficiente de los recursos y tendiendo a usar menos herbicidas”, y agrega que “la comunidad científica tiene un consenso respecto a que los organismos genéticamente modificados actualmente no implican mayores riesgos para la salud que la comida convencional”.

Con su discurso, ocultan también a los trabajadores y trabajadoras que viven a la vera del Cuenca Matanza-Riachuelo en la Ciudad de Buenos Aires donde gobierna Larreta. ¿Serán ellos también de “Palermo rúcula”? ¿Quién escucha a los habitantes de los barrios populares de Neuquén, que sus casas en Sauzal Bonito y Añelo tiemblan por el Fracking? ¿O a los que viven cerca de los basureros que deja Vaca Muerta? ¿Las ganancias importan más que sus vidas?

Como escribió la física y escritora india Vandana Shiva en 2001, “los recursos se trasladan de los pobres a los ricos y la contaminación de los ricos a los pobres” [4].

En las masivas movilizaciones y cortes de ruta de Mendoza, Chubut y ahora en Mar Del Plata, no se ven banderas de las ONGs con nombres en Inglés. Tampoco participan de las asambleas autoconvocadas por el agua, su estrategia es otra: lobby y presión por arriba. Lo que sí se ve en las calles, es a muchísimos jóvenes secundarios preocupados por su futuro. También a universitarios que quieren poner sus conocimientos al servicio de esta causa, aunque sus centros de estudiantes dirigidos por Patria Grande, La Mella o la Franja Morada se borren. Encontramos sectores de trabajadores que presionan a sus sindicatos para que salgan a las calles, a veces, porque estas actividades afectan sus puestos de trabajo, otras veces conmovidos por sus hijos e hijas que participan activamente del movimiento y pelean por su salud. Están también los partidos del FITU y de la izquierda argentina. Agrupaciones autoconvocadas, sectores de la agroecología y desocupados. La Coordinadora Plurinacional Basta de Falsas Soluciones. Y también hay organismos de derechos humanos con larga trayectoria en el país, madres de la plaza, artistas, escritores y periodistas.

No somos “500 ruidosos”, como nos llamó Arcioni, ni una “minoría intensa”. Si reprimen las movilizaciones, detienen activistas, ocultan información de los proyectos y acuerdos es porque reconocen que están frente a un movimiento que en todo el país empieza a cuestionar la posesión de la tierra en unas pocas manos, las formas de producción y distribución, la concentración de capital, el ajuste al pueblo y el saqueo imperialista. Y es entendible que eso los asuste.

Hay que poner un freno de mano urgente

Esa es la unidad que necesitamos y que hay que seguir forjando, con asambleas y coordinadoras donde todos estos sectores estén representados y se voten planes de lucha discutidos democráticamente. Muy lejos del pedido de Pedro Rosemblat, de El Destape, y referentes ambientales de “sentarse a debatir con el desarrollismo, que en múltiples ocasiones situamos en el armario de la cancelación” porque hay que “construir una brújula de salida al colapso ecológico”. ¿Cómo es posible conciliar una política de extraer para pagar al FMI, con otra política que plantea repensar la economía su producción y distribución al calor de las necesidades de las mayorías populares? Para que eso pase, alguno de los dos actores debería ceder, y obviamente, eso se lo están pidiendo al movimiento ambiental. Una vez más, exigen que se bajen banderas en pos de la “paz social”, que no es más que la paz para los de arriba, porque abajo lo que reina no es justamente la calma.

No es nuevo: también se lo pidieron al feminismo con el antiderechos Manzur y las iglesias. Al movimiento de derechos humanos con los Sergio Berni que gatillan a los pibes por la espalda y desalojan mujeres en las tomas de tierra. Como es de manual, ahora se lo piden al movimiento ambiental con los extractivistas. El problema es que, como advierte el último informe del IPCC sobre el calentamiento global, no podemos perder el tiempo. El cambio climático plantea un reto muy profundo, porque las medias tintas no sirven para solucionarlo. Los parches al capitalismo y su modo de producción, que nos arrastraron hasta esta crisis ambiental, social y económica, no van a funcionar. Una verdadera “transición energética justa”, por definición, afecta a quienes se enriquecieron con la destrucción actual.

Las medidas a tomar tienen que ser opuestas y en ruptura a las que dominan hoy. Y para eso, solo pueden ser tomadas por otra clase social distinta, la trabajadora, que no piensa desde sus ganancias millonarias (porque no las tiene), que reconoce las necesidades tienen las mayorías populares (porque son las que vive en carne propia) y que además tiene la fuerza para frenar el mundo entero (porque fue ella quien construyó todo lo que vemos a nuestro alrededor).

Hoy en Argentina, con una izquierda que es tercera fuerza a nivel nacional, cada paso que avanzamos lo hacemos pensando en esta perspectiva. Intentamos construir un ambientalismo de las mayorías populares, con ejemplos que marcan un camino: como el de la fábrica recuperada Madygraf que desde que no tiene patrones dejó de contaminar. El de Pepsico, donde hace unos años sus propios trabajadores se unieron a los vecinos del barrio porque la empresa los inundaba con sus residuos. En el Subte contra la contaminación de trabajadores y usuarios por asbesto que se están enfermando, luchando para tener condiciones de trabajo seguras y libre de tóxicos. Son parte de esta corriente las docentes que pelean junto a sus alumnos de la cuenca Matanza-Riachuelo o en las escuelas fumigadas por agrotóxicos en la PBA.

Las sociedades pueden (y tienen) que relacionarse con la naturaleza y su entorno de una forma opuesta a la irracionalidad capitalista. Pero para eso hay que reconocer los problemas, ver las soluciones y actuar en consecuencia.

 
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