El 4 de febrero de 1868 nació Constance Gore-Booth, que el mundo conocería como la condesa Markievicz. En el parque Saint Stephen’s Green, que funciona como pulmón de la ciudad de Dublín en Irlanda, un busto la recuerda. ¿A quién podría interesarle una condesa con nombre difícil?
Cuenta la leyenda que, cuando el levantamiento de Pascuas de 1916 fue derrotado, Constance besó su revólver antes de entregarlo a las autoridades. La brigada a su mando del pequeño Ejército Ciudadano Irlandés se había destacado en los combates y ella como francotiradora. Sin saberlo, fue la primera mujer con rango en un ejército moderno. No sería su última medalla.
Una mañana de ese año, alguien leyó en los escalones de la Oficina General de Correos la constitución de la República independiente de Irlanda, la primera en proclamar iguales derechos políticos a todas las personas. No llegaría a aplicarse, pero hizo vibrar a las que pelearon para que la independencia que soñaban no dejara afuera a las mujeres.
Constance Markievicz nunca se definió feminista. Algo parecido les pasaba a otras que, sin llamarse a sí mismas de esa manera por incomodidad, convicción o lo que fuera, escribieron con sus acciones e ideas una parte de la larga lucha contra la opresión de la mitad de la humanidad por su género. Constance creía que esa lucha estaba unida a la causa irlandesa y esta, a su vez, a la de la clase trabajadora. No era marxista aunque simpatizaba con el socialismo y su adhesión a la causa nacional incluía chispas con los postulados “oficiales”. Se ilusionó con la Revolución rusa, defendió la violencia revolucionaria en manos de la mayoría, exigió para las mujeres los mismos derechos y siempre disputó con quienes ponían peros.
Hoy parece que la novedad interseccional tiñe los feminismos, pero mucho antes ya las socialistas, militantes sindicales o sufragistas de izquierda sostenían que la lucha contra la opresión o por derechos –incluso mínimos como el voto– no podía ser un reclamo sectorial sino parte de los movimientos, grupos y partidos (y con sus críticas, algunas de ellas alertaban sobre la utilización que hacían los gobiernos de esos reclamos y conquistas). Con diferentes imaginarios, lo pensaban Claire Dèmar, Sylvia Pankhurst o Clara Zetkin. Si hubo algo que dislocó esta alianza natural fue la distorsión de la ampliación de derechos (que borra desde su nombre la acción colectiva y propone una aceptación implícita de las democracias que amplían), la aleación artificial entre neoliberalismo y feminismo o diversidad. Y si el capitalismo en su nacimiento alentó el deseo de ciudadanía para todos los hombres, cuando las mujeres (y otras mayorías) fueron excluidas de las promesas de igualdad de la República, este se volvió corrosivo.
¿Usted puede conducir un carro de cuatro caballos?
Constance Gore-Booth nació en una familia aristocrática de Irlanda en 1868. Durante la hambruna de 1879, las acciones de su padre, un terrateniente extrañamente solidario con el campesinado, la marcaron para siempre. Frances O’Grady, primera secretaria de la central sindical británica, recordó a Markievicz como “una defensora de las trabajadoras y los trabajadores junto con su hermana, la sindicalista Eva Gore-Booth. A pesar de provenir de una familia privilegiada, siempre levantaron la voz en favor de las mujeres trabajadoras, cuya mayoría no pudo votar hasta 1928”.
En 1892, mientras estudiaba Bellas Artes conoció a las sufragistas de la NUWSS (National Union of Women’s Suffrage Societies), un ala más reformadora del movimiento, pero atravesada por las mismas discusiones sobre la guerra y la clase obrera. En 1899 conoció en París a Casimir Dunin Markievicz, un polaco-ruso con título de conde, paisajista y dramaturgo con quien se casaría.
Cuando empezaba el siglo XX, ya instalada en Dublín Constance se unió al grupo republicano Sinn Féin y en 1910 a la organización radical de mujeres Inghinidhe na hÉireann (Hijas de Irlanda en irlandés). En 1911 el Rey George V visitó Irlanda, Constance participó de las protestas, instaló una bandera que decía “Querida tierra aún no has sido conquistada” e intentó prender fuego una bandera británica. Fue la primera de sus muchas entradas a la cárcel. Su compromiso se consolidó en 1913, al unirse al Irish Citizen Army (Ejército Ciudadano Irlandés), un pequeño grupo armado republicano, socialista y obrero, que organizaba varones y mujeres.
En Constance Markievicz: An Independent Life, Anne Haverty escribe: “Todas sus aspiraciones encontraron un canal en este pequeño ejército, la causa de Irlanda, del pueblo, de las mujeres y su sed de acción”. La organización era dirigida por James Connolly, que pensaba así la causa irlandesa: “Si retiras el Ejército inglés mañana e izas la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que establezcas una República socialista tus esfuerzos serían en vano”. Hay una versión que dice que Lenin pensaba que el Irish Citizen Army fuera el “primer Ejército rojo de Europa”, pero no hay link al alcance de la mano que lo confirme. Sí que lo habían cautivado los esfuerzos de Connolly para organizar la autodefensa obrera y que apoyó el levantamiento de 1916 contra quienes lo devaluaron como putsch: “Quien denomine ‘putsch’ a una insurrección de esa naturaleza es un reaccionario de marca mayor o un doctrinario totalmente incapaz de imaginarse una revolución social como algo vivo”.
La lucha independentista marcó a la militancia británica. La sufragista Sylvia Pankhurst apoyaba la causa y se sentía hermanada con Connolly por su postura contra la Primera Guerra y el apoyo al voto femenino. Connolly expresaba su simpatía siempre que podía: “agradezco haber estado vivo para ver esta insurgencia de las mujeres”. Sylvia y Constance se conocieron en sus primeros años de militancia, cuando su hermana Eva las presentó. Pankhurst la recuerda “conduciendo un carro de cuatro caballos en una protesta contra la reelección a Winston Churchill, en defensa de las camareras”; y dicen que un transeúnte enojado le preguntó provocador si sabía cómo prepararle la cena y ella le respondió: “sí, ¿puede usted conducir un coche como este?”.
Durante el levantamiento de 1916, existió un apagón informativo de los medios británicos y el periódico de Sylvia, El Acorazado de las mujeres, se volvió imprescindible. El diario tenía una corresponsal de 18 años que escribió desde Dublín “Escenas desde la Rebelión Irlandesa”, publicadas en un número agotado y reimpreso varias veces. El mismo diario sería un medio de formación e información para Constance en prisión. En una carta de julio de 1919 a su hermana, comenta un artículo y dice que está de acuerdo con Lenin, “si no están las condiciones, ningún tipo de propaganda acelerará o impedirá la revolución”, en referencia a Irlanda.
No puedo dormir y sin embargo sueño
Después de la derrota del levantamiento, Connolly y otros líderes fueron ejecutados. Constance recibió cadena perpetua por ser mujer, “desearía que hubieran tenido la decencia de dispararme”, respondió. Fue liberada 18 meses después con una amnistía general. Cuando regresó a Dublín en 1917, la recibieron como heroína. Nuevamente presa (por protestar contra el reclutamiento militar británico), recibe la nominación como candidata al parlamento por el Sinn Féin. Responde en una carta esperanzada por la Revolución que agita Rusia: “La libertad amaneció en el Este; la luz que encendió la democracia rusa iluminó Europa central [y] fluye hacia Occidente. Las naciones están renaciendo, la gente se está dando cuenta y el momento de Irlanda está llegando”.
En las elecciones de noviembre de 1918, las mujeres mayores de 30 votaron por primera vez. El independentismo irlandés ganó 73 bancas. Constance fue la primera mujer electa del Parlamento británico. Lindie Naughton cuenta en Markievicz. Prison Letters and Rebel Writings que “como miembro del Sinn Féin, no asumió su banca una vez liberada, fue miembro del primer Dáil Éireann, parlamento irlandés, establecido en enero de 1919”. El líder del Dáil, Éamon de Valera, la designa ministra de Trabajo. Más tarde, el gobierno es declarado ilegal y pasa los próximos años entre la clandestinidad y la cárcel. En una de sus estadías en la prisión dublinesa de Kilmainham escribe en un poema: “No puedo dormir y sin embargo sueño”.
Después del tratado anglo-irlandés de 1921, que partió Irlanda en dos, Constance y otros militantes se retiraron del gobierno en protesta contra lo que veían como una traición a la proclama de 1916. Quienes apoyaban la negociación decían que era un primer paso. Constance creía que cambiaban algo para no cambiar nada. La historia le dio la razón. Formó parte de otros partidos, rechazó activamente el tratado y volvió a ser electa como diputada en dos oportunidades. La última vez, murió un mes después a causa de una enfermedad.
Constance, la que no se decía feminista, nos dejó entre sus reflexiones una para pensar los lazos entre la lucha contra la opresión de género, la explotación de clase y la dominación imperialista. “El nacionalismo por sí mismo no es la respuesta, pues las mismas condiciones existen en Inglaterra, aunque mucho menos extendidas. El atractivo del socialismo y del movimiento obrero para las mujeres irlandesas debe ser visto a la luz de las actitudes de la dirección obrera hacia la cuestión de la liberación de las mujeres”.
Dicen que cuando murió 30.000 personas la despidieron en Dublín. Su busto en Saint Stephen’s Green y sus imágenes reproducidas en stickers e imanes de heladera la muestran tranquila pero atenta, sin poder dormir y sin embargo soñando.
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