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La Izquierda Diario
27 de febrero de 2022 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Lucha de clases e inspiración creativa: el movimiento estudiantil cordobés de los ‘60-‘70
Paula Schaller | Licenciada en Historia
Noel Argañaraz | Estudiante de la UNC - Legisladora del FIT (MC) en Córdoba
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La historia abunda en momentos de explosiva creatividad. Momentos donde los procesos de lucha y organización forjaron alianzas sociales poderosas que abrieron nuevos marcos de posibilidad, empujando hacia adelante la conciencia y la imaginación política.

En los años ‘60 y ’70, muy ricos en experiencias de lucha y organización, encontramos mucho de inspiración creativa para un nuevo imaginario social alternativo que hoy nos impulse a reconstruir esas alianzas sociales. No porque el movimiento estudiantil actual sea idéntico al de entonces, ya que sufrió múltiples transformaciones estructurales y subjetivas, sino porque conocer sus experiencias y reconstruir su tradición nos permite medir las posibilidades actuales a la luz de las potencialidades históricas que se abren en momentos de ascenso.

En este artículo intentamos mostrar no solo el nivel de combatividad y radicalidad que tenía el movimiento estudiantil de Córdoba en las principales gestas que protagonizó entre 1966 y 1971, sino también, definir ciertas tendencias que lo prefiguraron como un actor social y político clave en la lucha de clases y en la articulación de la alianza obrero-popular. No buscamos realizar un balance exhaustivo de las orientaciones de las diversas tendencias políticas que intervinieron [1], sino destacar algunos de los procesos centrales que grafican la gran audacia y creatividad que desplegó el movimiento estudiantil en sus prácticas y repertorios de organización, que hacían sinergia con el movimiento obrero y crecían al calor de esa alianza social.

El movimiento estudiantil como vanguardia de la lucha contra Onganía

Apenas asumido el gobierno de Onganía, en el año 1966, el movimiento estudiantil se perfiló como el primer sector social en enfrentar a una dictadura que contaba con amplio apoyo social no sólo entre el empresariado, la Iglesia y los sectores medios, sino incluso entre la conducción del peronismo y la CGT. Recordemos que ante la asunción de Onganía Perón declaró desde el exilio: “Para mí, éste es un movimiento simpático porque se cortó una situación que ya no podía continuar (…) si el nuevo gobierno procede bien, triunfará. Es la última oportunidad de la Argentina para evitar que la guerra civil se transforme en la única salida” [2]. En este sentido, la temprana acción del movimiento estudiantil como vanguardia en la oposición social al régimen antecedió a la entrada en acción del movimiento obrero y, con su impacto subjetivo permanente, preparó las condiciones para la misma.

Esta ubicación del movimiento estudiantil respondió a que la Universidad fue uno de los primeros blancos del ataque del Gobierno: al mes de asumir, Onganía emitió un decreto por el cual las universidades fueron intervenidas en todo el país. De esta forma, se puso fin a la autonomía y el co-gobierno universitario y se prohibió la actividad política en su interior. Esta decisión llevó a una rápida respuesta del movimiento estudiantil con la toma de facultades en distintas universidades del país, lo que llevó a una dura represión del gobierno con la llamada “Noche de los Bastones largos” en la UBA. Pero fue la Universidad de Córdoba, compuesta a inicios de los 60 por más de 26 mil alumnos, que representaban más del 3 % de la población de Córdoba, donde se expresó el pico más alto de los combates que en todo el país dio el movimiento estudiantil. Las movilizaciones contra la intervención del onganiato en la designación de autoridades generó un repudio muy generalizado entre el estudiantado que motorizó un gran frente único de agrupaciones estudiantiles e incluso arrastró a la acción a los llamados Integralistas, un movimiento social-católico en el que convivían demócrata-cristianos y peronistas que constituían la primera fuerza electoral en la UNC [3] y que inicialmente no repudiaban a Onganía sino a las autoridades que intervinieron la UNC. La FUC (por entonces dirigida por los reformistas, que tenían peso mayoritario, a través de en una alianza entre el MUR/PC, el radicalismo, y el MNR/PS) llamó defender la autonomía y el co-gobierno, desconociendo las nuevas autoridades. Cuando en una protesta estudiantil en el Hospital de Clínicas fue herido un estudiante, más de 500 alumnos respondieron ocupando el hospital y resistiendo durante varias horas la represión policial hasta ser desalojados por la fuerza. Este hecho inicial marcó la dinámica que adquirió la lucha a partir de allí, imponiéndose una tónica donde a cada golpe represivo se hacía frente con una radicalización en la respuesta estudiantil y la ampliación de sus alianzas sociales.

Autoorganización y lucha de calles

Del Hospital Clínicas como centro de operaciones la lucha estudiantil se extendió al “barrio Clínicas”, donde se pusieron en pie barricadas para responder a la represión. Paralelamente, la FUC lanzó la huelga estudiantil por tiempo indeterminado (que duró meses y fue la más extensa del período) con ocupación de facultades y movilizaciones en el centro de la ciudad, logrando el apoyo de organizaciones obreras como Luz y Fuerza (a la que luego se sumarían la UOM y SMATA) que se pronunciaron contra la intervención en la UNC.

Se inició una dinámica donde los estudiantes buscaron permanentemente sacar el conflicto hacia afuera, no sólo por el contenido de elevarlo al plano político contra la dictadura sino por el método de la lucha de calles, con acciones en el centro de la ciudad que buscaban la unidad de acción con el movimiento obrero, los docentes, las asociaciones de profesionales, etc. La creatividad desarrollada para la organización permitía cierta efectividad ante los obstáculos puestos por la dictadura. Prohibidas las marchas y las asambleas así como el funcionamiento de centros y federaciones, las asambleas se hacían “despistando” a las fuerzas de seguridad: con horas y lugares falsos para hacer que mientras la policía iba un sitio, las asambleas de cientos y cientos de estudiantes votaban en otro. También se hacían “actos relámpagos” que permitían agitaciones rápidas que luego se dispersaban para evitar detenciones.

Todo este repertorio de acciones fue posible gracias a la extensión de las formas democráticas de organización, con el surgimiento de una Coordinadora Estudiantil que logró reunir en el punto más alto de la huelga estudiantil a 8.000 estudiantes. La Coordinadora aglutinaba en un espacio asambleario común no sólo las distintas organizaciones (PC/ MUR, PS y los radicales, los integralistas y agrupaciones de izquierda) sino a los nuevos activistas que surgían al calor de la lucha, permitiendo una masividad en las deliberaciones, en las resoluciones y en las medidas de acción. Mariano Millán plantea que las movilizaciones contaban con una participación que oscilaba entre 3.000 y los 7.000 estudiantes, lo que era muy significativo para la época [4].

La unidad con el movimiento obrero y las tendencias a la territorialización de la lucha estudiantil

El asesinato de Santiago Pampillón, estudiante y trabajador, fue el nuevo golpe represivo que generó un salto en la rebelión estudiantil así como en la intervención activa del movimiento obrero. El mismo día que Santiago fue herido cuando participaba de una movilización estudiantil frente a la Galería Cinerama en Avenida Colón, la CGT llamó a la huelga para repudiar la represión, mientras el movimiento estudiantil reaccionó extendiendo la ocupación del “barrio Clínicas” a todo el barrio Alberdi. “Barrio clínicas” era la denominación popular que adquirió la zona de Barrio Alberdi circundante al hospital Clínicas, de gran composición estudiantil por la existencia del internado estudiantil en el hospital. Una gran tradición de lucha estudiantil se concentraba en esas callejuelas apretadas [5] y el barrio actuó como un bastión de lucha estudiantil desde el que tendió a realizar un despliegue más amplio de la lucha callejera, mostrando incipientes tendencias a extender el control territorial.

En ese momento, los estudiantes llegaron a controlar más de 40 manzanas con gomeras, piedras y barricadas, llamando al apoyo al resto de la sociedad, desplegando una logística de lucha que llegaba a abarcar todo el barrio Alberdi y Güemes, también barrios céntricos con mucho peso estudiantil. A la noche de aquella jornada del 7 de septiembre se generalizaron los cortes de luz, y el movimiento estudiantil aplicó un despliegue logístico de coordinación entre las barricadas para enfrentarse a las fuerzas represivas. Toda esta audacia golpeaba subjetivamente en la conciencia del movimiento obrero. Como ejemplo, el día que se anunció la muerte de Pampillón las bases obreras impusieron paros de 10 minutos en varias industrias fundamentales de la provincia y la CGT encabezó una campaña para la realización de un funeral masivo. Asimismo, distintos sindicatos organizaron colectas para sostener el comedor universitario autogestionado que los estudiantes pusieron en pie ante el cierre de la UNC que había decidido el Rector Gavier con el objetivo de derrotar al movimiento estudiantil. Lo propio sucedió con la apertura por parte de los estudiantes de la Universidad paralela en las carreras de Derecho, Arquitectura, Ciencias Económicas, Ingeniería, Medicina, Obstetricia y Odontología, iniciativa que contó con el apoyo de docentes, de los colegios de profesionales y de la CGT.
El movimiento estudiantil, que había logrado la unidad para la acción mediante formas de coordinación y frente único, experimentaba duros enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y un incipiente control de la lucha territorial en zonas de mayor peso estudiantil, impactaba hacia afuera de la UNC y conquistaba la solidaridad activa de los trabajadores y los sectores populares. Esta radicalidad y creatividad inspiraron ampliamente sectores del movimiento obrero, que a su vez acumulaba una dinámica de luchas por sector [6].

En el año 1968, varios hechos fueron reflejando el crecimiento de esta sinergia en la unidad obrero-estudiantil. Al cumplirse los dos años del Golpe de Onganía y ante un nuevo aniversario de la reforma universitaria, la FUA lanzó una huelga nacional para el 15 de junio bajo las consignas de cogobierno y autonomía, contra el gobierno que era denunciado como oligárquico y pro-imperialista. Semanas después del aniversario de la Reforma se produjo el primer paro nacional de la CGT de los Argentinos, dirigida por Raymundo Ongaro, que tenía una postura más combativa que la CGT oficial. El movimiento estudiantil se plegó a la medida, impulsando un paro en la Universidad y llamando a movilizarse. Nuevamente, se produjeron fuertes enfrentamientos en el barrio Clínicas y obreros y estudiantes pusieron unas 30 manzanas de la ciudad bajo su control durante varias horas. Nuevos enfrentamientos volvieron a producirse en el aniversario de los dos años del asesinato de Santiago Pampillón: el movimiento estudiantil tenía sus propios mártires y los homenajeaba con acciones de lucha.

Ese lazo de unidad obrero-estudiantil que se había construido previamente dio una gimnasia que tensó los músculos de un movimiento obrero que no sólo protagonizó nuevas luchas por fábrica, sino que comenzaría a protagonizar la lucha contra la dictadura militar con nuevos desarrollos de la lucha de clases.

El Cordobazo y el salto en la resistencia obrera y popular

En el Cordobazo se dio un nuevo nivel en el desarrollo de esa unidad, como expresión local de un proceso de radicalización político-ideológica donde importantes capas de la juventud y el movimiento obrero protagonizaron un ascenso internacional de la lucha de clases. Las jornadas en Córdoba estuvieron precedidas por un ciclo de movilizaciones con gran protagonismo estudiantil, cuyos puntos más altos fueron las manifestaciones de los estudiantes en Corrientes contra la privatización del comedor, donde cayó asesinado el estudiante Juan José Cabral, y en Rosario, donde el asesinato de los jóvenes Bello y Blanco dio inicio al alzamiento obrero conocido como primer Rosariazo. Según Mariano Millán, se puede calcular que en la jornada del 29 de Mayo los estudiantes eran aproximadamente un 30 % del total de los manifestantes. Una acción inicialmente convocada por las organizaciones sindicales en el marco de un paro nacional y que, luego del asesinato del obrero metalmecánico y estudiante Máximo Mena, derivó en un levantamiento obrero-popular, con la extensión de barricadas –que desplegaron una coordinación elemental con mensajeros que transmitían información– en decenas de manzanas que quedaron bajo el control territorial de los manifestantes.

Las bases obreras mostraron una disposición a la autodefensa frente a las fuerzas represivas que habían aprendido en los años previos de lucha de calles estudiantil. Así lo demostró la derrota de la Policía, superada por la acción obrero-popular. Dice Balvé sobre la situación de la Policía para el mediodía de la jornada: “Las acciones policiales comienzan a ser más espaciadas; hay todo un sector en el centro y alrededor de La Cañada y Av. Colón al cuál no pueden llegar. La única zona que realmente todavía controlan comprende cuatro manzanas alrededor de la Plaza San Martín, en donde se encuentra el Departamento de policía” [7].

Todo el centro de la ciudad estaba bajo el control de los manifestantes, que ocuparon unas 150 manzanas. El acuartelamiento de una Policía derrotada y superada dice mucho del salto en la lucha de clases en términos del despliegue de la autodefensa obrero-popular: ya no eran sólo barricadas estudiantiles enfrentando la represión sino que el propio movimiento obrero resistió durante horas.

Frente a la derrota de las fuerzas policiales, Onganía envió al Ejército para retomar el control. Mientras los trabajadores de Luz y Fuerza forzaron un apagón eléctrico en toda la ciudad para dificultar la acción represiva, el movimiento estudiantil, desde su bastión territorial del Barrio Clínicas, resistió por 24 horas más los embates militares.

A los pocos días Onganía formó los consejos de guerra para que los civiles fuesen juzgados bajo la órbita de los juzgados militares. Dos meses después del Cordobazo, el Ejército publicó un reglamento reservado llamado “Reglamento de operación contra la subversión Urbana”. Allí se hablaba de “disturbios civiles” e “insurrección urbana” como tipificaciones del conflicto social, y las zonas identificadas como áreas de influencia de la “subversión” eran las fabriles, los barrios estudiantiles y las villas de emergencia. Nada de esto impidió que Onganía debiera salir del cargo al año siguiente, herido de muerte por los embates del movimiento obrero y estudiantil. El despliegue territorial que adquirió la lucha de clases tuvo nuevos desarrollos en la etapa abierta a partir de allí.

El Cordobazo, donde franjas estudiantiles y obreras mostraron una gran combatividad y elementos de una conciencia política radical, marcó un salto en la radicalización obrera y popular, abriendo una relación de fuerzas favorable al embate de masas. Pero mientras dejó planteada la necesidad de levantar una política de independencia de clase que apostara a transformar el ascenso en un levantamiento nacional dirigido por el movimiento obrero, las corrientes políticas que contaban con mayor peso entre la vanguardia obrera y estudiantil fueron un obstáculo para esto. Al interior del movimiento estudiantil, el impulso de políticas de frente único, auto-organización y coordinación con el movimiento obrero, permitieron el despliegue de métodos de lucha muy radicales que empujaron hacia adelante el movimiento, pero entre esa combatividad y el despliegue de un proyecto revolucionario mediaron otras estrategias políticas. El Partido Comunista, con gran peso en el movimiento estudiantil cordobés (integraba la alianza que dirigía la FUC), buscaba consolidar un frente anti-dictatorial que incluyera no solo a partidos burgueses sino a sectores democráticos de las propias Fuerzas Armadas. Esta política se enmarcaba en su estrategia de colaboración de clases más general de impulsar un frente de liberación nacional junto a sectores del empresariado, del Ejército, el radicalismo y el peronismo.

La radicalización juvenil post Cordobazo fue canalizada por organizaciones guerrilleras, mayoritariamente de origen peronista, Montoneros, y en menor medida de origen marxista, el PRT-ERP [8], que apostaron a la creación de aparatos armados externos a las acciones de masas en la lucha de clases, por lo que su desarrollo entre sectores juveniles y obreros no estuvo orientado a disputar la dirección del movimiento de masas a las direcciones conservadores y burocráticas.

Hacía falta un partido revolucionario con la fuerza suficiente para incidir en esa vanguardia y organizarla para disputar la política de conciliación de las direcciones con una política claramente independiencia de clase.

Universidad, fábrica y barrio: las formas organizativas de la unidad

Los años 70 y 71 estuvieron atravesados por la lucha nacional del movimiento estudiantil contra el limitacionismo en las universidades que buscó aplicar Onganía como forma de reducir socialmente al estudiantado. El anuncio de que se aplicarían exámenes de ingreso en la UNC desató nuevamente la lucha, con movilizaciones masivas en enero y la ocupación de las facultades de Derecho, Ciencias Exactas y el Hospital de Clínicas. El movimiento estudiantil contaba con el apoyo del movimiento obrero: al tiempo que la CGT se pronunció políticamente contra los exámenes de ingreso y participaba de las acciones estudiantiles, en Luz y Fuerza se dictaban cursos preparatorios, organizados y dictados por la FUC, que eran masivos. Incluso el local de Luz y Fuerza fue cerrado por las fuerzas represivas en represalia por la solidaridad con los estudiantes. En esos cursos se elegían delegados para participar de distintas instancias de coordinación de la lucha. Estos, junto a delegados de los distintos cursos, pusieron en pie Coordinadoras de los cuerpos de delegados como nuevas formas organizativas para garantizar la masividad de las acciones, al calor de lo cual se extendieron las ocupaciones.

También entre el movimiento obrero, cuya conciencia se radicalizó producto de la nueva relación de fuerzas que impuso el Cordobazo, se generalizaron las ocupaciones, con un proceso de toma de plantas metalmecánicas en 1970. Un “periodo de insubordinación en las fábricas que marcó los años siguientes en la ciudad de Córdoba” [9] con la toma Perdriel, Fiat Concord, Ika-Renault, Thompson-Ramco, Ilasa, Transax, Grandes Motores Diesel, Materfer y Perkins. Este proceso generalizado de tomas de los principales establecimientos fabriles de la ciudad bajo la modalidad de “huelgas salvajes” (con tomas de rehenes del personal gerencial y los directivos) dio lugar al surgimiento de órganos autónomos de lucha que respondían a las bases obreras, los comités de ocupación o comités de lucha. Estos comités eran democráticos y abiertos a la participación de estudiantes y vecinos. Como describe un obrero del comité de lucha de Thompson Raco: “sostuvimos la exigencia del fondo de huelga y del boletín de huelga independiente (…) Permanentemente llamamos a los activistas y a los estudiantes, y gestionamos el libre ingreso de éstos a las asambleas” [10]. La lucha obrera buscaba soldar lazos con el barrio, haciendo entrar en acción a la amplia familia trabajadora. En algunos barrios surgieron los comités barriales que garantizaron la alianza de las fábricas en lucha con los vecinos del barrio y la amplia familia trabajadora, sumando a la demanda de los obreros demandas más amplias contra la carestía de la vida, el acceso a los servicios, etc.

Una nueva expresión de la tendencia a la territorialización de la lucha de clases, esta vez con una dinámica que iba de la fábricas hacia el barrio, forjando formas de organización potencialmente muy poderosas de alianza obrero, estudiantil y popular. En relación a esto, sectores del movimiento estudiantil, aconsejados por Tosco, habían lanzado la iniciativa de una organización inter-barrios, “primera estructura de carácter territorial que rompió los esquemas anteriores del movimiento estudiantil” [11], dice Mignón. Una estructura que buscaba darle formas organizativas concretas a la tendencia que expresaba la lucha de clases en la propia acción. En numerosos barrios como Santa Isabel, Irupé, Bialet Massé o Mariano Fragueiro irrumpió la lucha contra el impuesto inmobiliario que ponía en cuestión la realidad urbanística de la ciudad, y contaban con apoyo activo del movimiento estudiantil, como por ejemplo los estudiantes de Arquitectura que ponían sus conocimientos al servicio de las reivindicaciones populares, planteando nuevos modos de planificación urbana. Dice Mignon “En estos momentos, la Coordinadora de Centros Vecinales, que se constituyó como organismo federativo fue la más importante. (…) La existencia de comités barriales contribuyó a una aversión generalizada hacia las formas tradicionales de delegación: una hostilidad que no solo se veía en las fábricas si no también fuera de ellas” [12].

Este contexto de fuerte radicalización alumbró la emergencia del clasismo en los sindicatos de trabajadores de Fiat Concord y Fiat Materfer (SiTraC-SiTraM) a partir de la derrota de la burocracia sindical peronista. El SiTraC-SiTraM no sólo se organizaba bajo un funcionamiento asambleario, sino que levantó un programa que planteaba la independencia política del Estado, de la patronal y de sus partidos políticos y forjó una poderosa alianza con sectores de la vanguardia estudiantil. Tengamos en cuenta que los lazos no sólo eran políticos sino también sociales: de los 60.000 estudiantes que cursaban aproximadamente a fines de la década del 60 en la UNC, 5.000 eran trabajadores de las principales industrias de la provincia. La confluencia con el movimiento obrero se expresaba no sólo en la solidaridad antirrepresiva, sino también en la actuación común en la resistencia en fábricas, barrios y hasta en la participación de actividades de lucha al interior de la Universidad como, por ejemplo, cuando en la Facultad de Derecho se realizó un” juicio político” a las autoridades universitarias por colaborar con el régimen militar y fueron parte del mismo los obreros delSiTraC-SiTraM.

La subversión de los saberes

La gran creatividad del repertorio de métodos de lucha y de formas organizativas del movimiento estudiantil alcanzaba nuevos desarrollos al calor de esa alianza social, que a su vez empujaba la conciencia a nuevos niveles.

Estas experiencias permearon los “muros” universitarios y alumbraron un cuestionamiento radical a la utilidad social del conocimiento y los propios procesos de construcción del saber, con debates sobre las metodologías pedagógicas, los planes de estudio, las jerarquías en el proceso de enseñanza, la lógica de la meritocracia académica, etc. Así fue la experiencia del Taller Total de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, un sistema de autogestión estudiantil y docente que marcó un quiebre en la forma de pensar la producción de conocimientos. Como expresión de esto, en un documento fundacional del taller se señalaba: “La enseñanza universitaria instrumentada históricamente por la clase dominante, sobre la base del pensamiento humanista desagregado de una actitud vital, al producirse el ascenso de la burguesía (...) planteó como necesidad el teñir la función de la universidad de un carácter pragmático que la habilitara a responder con eficacia a los requerimientos del mercado, con lo cual se define el carácter tecnocrático del rol del profesional en la sociedad” [13]. Así, ponían en cuestión el rol del arquitecto, la relación docente-alumno, la separación entre el trabajo intelectual y manual y rechazaban la segmentación del conocimiento, planteando la necesidad de articular la enseñanza y la construcción del conocimiento desde las necesidades sociales. Estos procesos de subversión del orden académico tradicional estaban relacionados con el avance de la conciencia y el conocimiento que generaba la propia experiencia de lucha. De hecho, la lucha de clases expandió los marcos generales de comprensión de sectores del movimiento estudiantil, que aprendieron sobre el funcionamiento del régimen político, las características de la estructura social de la provincia, las necesidades en las barriadas, las condiciones de trabajo en las fábricas con el avance de nuevos procesos de tecnificación que aumentaban la intensidad del trabajo obrero, etc., lo que replanteó todas las inquietudes.

Muchos de los estudiantes que pusieron en pie el Taller Total eran activistas de los comités barriales, organismos que posibilitaron no sólo la articulación de la lucha sino que prefiguraron formas alternativas de desarrollo del conocimiento opuestas a la lógica del saber académico como patrimonio individual al servicio del carrerismo profesional. En los comités, donde se discutían las demandas obreras y de las barriadas populares, los estudiantes ponían sus conocimientos al servicio de las necesidades de los vecinos, a la vez que fusionaban su “saber académico” con el “saber obrero” de los trabajadores de Luz y Fuerza, de los trabajadores de las plantas fabriles tomadas donde habían reorganizado las tareas de producción, etc. En esa colaboración estrecha entre lo que José Aricó llamó el “mundo técnico-intelectual” y el “mundo obrero” [14] se perfilaban los contornos de formas alternativas de organización de la vida social y del conocimiento, quebrando la lógica del conocimiento al servicio de la competencia en el mercado.

La “víbora” de la insubordinación cordobesa

Este profundo proceso de radicalización obrero-popular dio un nuevo embate de masas con el llamado “viborazo”, la respuesta del movimiento obrero y estudiantil a la amenaza del interventor provincial José Camilo Uriburu de “cortar de un solo tajo” la cabeza de la “víbora” que anidaba en Córdoba. El desarrollo del viborazo volvió a mostrar el despliegue territorial de la lucha de clases. El 12 de marzo, en el marco de la huelga general con ocupaciones convocada por la CGT Córdoba, la Policía reprimió en los barrios Nicolás Avellaneda y Ferreyra, colindantes con las plantas de Fiat, asesinando Adolfo Cepeda, joven obrero de 18 años. Rápidamente, los obreros abandonaron las plantas junto a los vecinos salieron a repudiar la represión y tomaron el barrio, extendiendo las barricadas. Era el ferreyrazo, que dio comienzo al viborazo. La CGT Córdoba convocó una huelga general, y la FUC se integró a la Comisión de Coordinación y Lucha para organizarla. Desde el mismo 14 comenzaron a generalizarse las barricadas por el centro, y al día siguiente una movilización de miles de obreros, donde destacaban las columnas de Fiat, IKA-Renault, SEP, IME, Luz y Fuerza y Ferroviarios, tomó el centro de la ciudad y los barrios circundantes. Los manifestantes disputaron el control de unas 600 manzanas, especialmente en los barrios Clínicas, Alberdi, Observatorio, Bella Vista, VillaRevol, Jardín, Colón, Güemes, Santa Ana y Ferreyra. Había estallado el viborazo, también llamado segundo Cordobazo. Esta vez la Policía provincial fue auxiliada por un grupo de élite de la Policía Federal traído de Buenos Aires, la Brigada Antiguerrillera, que se cobró la vida de Pablo Basualdo, ordenanza del colegio Manuel Belgrano. Una vez pacificada la ciudad, Uriburu felicitó especialmente a la Policía Federal por “desalojar a la víbora del barrio Clínicas”, consciente de que era el bastión territorial de lucha del movimiento estudiantil. A las pocas horas debió renunciar, debilitado por un nuevo embate de la lucha obrero-estudiantil y popular. Por el mismo motivo, al poco tiempo Levingston tuvo que entregar el poder.

La “víbora” de la insubordinación cordobesa se había convertido en un problema profundo para las clases dominantes, que concentraron sus objetivos en la derrota del SiTraC-SiTraM, primero, y del conjunto de la vanguardia obrera y estudiantil después. Pero la dinámica de “tijeras” entre las potencialidades que abría la lucha de clases y las estrategias políticas que primaron, limitando esta potencialidad, explica la cuestión. Los comités de coordinación entre la fábrica y el territorio, donde el movimiento estudiantil actuaba como un articulador, amenazaba con alumbrar una nueva hegemonía social, pero para eso era necesaria la pelea por una estrategia política que apostara a esa perspectiva. Por el contrario, el creciente peso entre el movimiento estudiantil y la juventud obrera de corrientes peronistas como Montoneros, la JP, JTP, etc. sumado al peso del peronismo en el movimiento obrero, alentó la confianza en el peronismo como “movimiento por la liberación nacional” y la “patria socialista”, cuando el retorno de Perón al país en 1973 estuvo al servicio del objetivo de descabezar el proceso de insurgencia obrera y juvenil desatado tras el Cordobazo.

León Trotsky planteaba que en una situación revolucionaria “la conciencia teórica más elevada que se tiene de una época en un determinado momento, se fusiona con la acción directa de las capas más profundas de las masas oprimidas alejadas de toda teoría. La fusión creadora de lo consciente con lo inconsciente es lo que se llama comúnmente inspiración. Las revoluciones son momentos de arrebatadora inspiración de la historia”. En aquellos momentos, la radicalidad y creatividad de un movimiento estudiantil aliado al movimiento obrero abrió permanentemente el campo para la imaginación política de un nuevo orden social. Sin embargo, era necesaria esa “conciencia teórica más elevada”, esa organización de “lo consciente”, que peleara por desplegar la “inspiración” de la lucha de clases hasta el final.

Tomar partido, empujar la historia

Conocer las experiencias de la amplia vanguardia obrera y estudiantil de los ‘60-‘70 es una fuente de aprendizajes. Como vimos, el Cordobazo no “cayó del cielo”, sino que estuvo precedido por un ciclo previo de experiencias que tensaron los músculos de los principales actores sociales a la vez que contribuyeron a construir nuevas relaciones de fuerza. En la actualidad, la clase trabajadora y el estudiantado siguen conservando una importante fuerza social. En Córdoba, la UNC sigue manteniendo un gran peso con cerca de 136 mil estudiantes. Un estudiantado que, por definición, es socialmente heterogéneo, integrado por estudiantes que pertenecen a sectores de las llamadas “clases medias”, del empresariado (con peso de sectores ligados al agronegocio), y de familias trabajadoras. Es claro que la dictadura y la ofensiva neoliberal posterior quebraron aquella unidad fábrica/Universidad típica de los ’60-‘70 donde muchos estudiantes eran obreros o provenientes de familias obreras, avanzando en una elitización relativa del estudiantado. Este es el modelo que buscan profundizar corrientes como Franja Morada o los llamados “libertarios”, que promueven concepciones individualistas y una ideología reaccionaria pro-mercado. Hoy, entre la juventud que en un 70 % sufre el trabajo precario, muchos sectores estudian en distintas carreras de la UNC, y pueden articularse como un “puente” entre el movimiento obrero y estudiantil. Ante una crisis que empeorará las condiciones de vida de las grandes mayorías, capas del movimiento estudiantil pueden volver a ser protagonistas en los procesos de la lucha de clases, actuando como fracciones que impulsen la unidad con los trabajadores y la auto-organización democrática para la lucha. La juventud dio fuertes demostraciones de su fuerza colectiva. Es parte internacionalmente de la lucha contra el cambio climático y fue protagonista de la emergencia del movimiento de mujeres, demostrando que es capaz de arrancar nuevos derechos. El movimiento estudiantil re-emergió en la lucha universitaria de 2018 contra el ajuste macrista a la educación poniendo en pie asambleas, movilizaciones masivas. En Córdoba, donde actualmente hay 27 estudiantes procesados por esa lucha, un sector importante peleó para que nadie se quede afuera de la Universidad, poniendo el foco en el impacto de la crisis sobre la juventud. Una juventud que trabaja cada vez más horas por salarios miserables y en cada vez peores condiciones, y sufrió las consecuencias de una pandemia que agudizó problemas económicos, políticos, sociales y hasta de profundas problemáticas de salud mental producto de estas condiciones que el sistema intenta mostrar como “sin salida”. Mientras esto sucede, un puñado de funcionarios discuten en Washington nuestro futuro y el de toda la población, negociando un nuevo pacto con el FMI, convalidando la estafa macrista, que hará la situación aún más inaguantable para las mayorías y se pagará con mayor precarización laboral, saqueo ambiental, ataques a la educación y mayor sometimiento imperialista. ¿Es posible imaginar una nueva perspectiva de futuro? ¿Puede volver a emerger una alianza social tan poderosa como en las décadas del ’60-’70 que libere la fuerza creativa más poderosa que tienen “los de abajo” para construir otra forma de pensar la organización social, la educación, la producción de conocimiento, el trabajo? ¿Van a volver a impregnarse franjas de la juventud de proyectos revolucionarios que cuestionen la degradación de la vida misma a la que conduce el sistema capitalista y construya nuevos horizontes? Creemos que sí, pero para eso es necesario enfrentar decididamente la ideología de la resignación, del acostumbramiento al mal menor que militan a diario las organizaciones que apoyan al gobierno. Contra este intento de que la resignación sea nuestro signo de época, tenemos que reconstruir un nuevo marco de posibilidades como tarea militante.

La Juventud del PTS que impulsa La Red de agrupaciones, apuesta a retomar las mejores tradiciones del movimiento estudiantil para recrear aquella poderosa unidad obrero-estudiantil. Lazos que podemos tejer desde ahora poniendo en pie espacios culturales y sociales de encuentro, de debate, poniendo el conocimiento universitario al servicio de las luchas y también de las necesidades populares mediante talleres de oficios, generando vínculos con asambleas barriales, impulsando el más amplio debate ideológico y político en las universidades. Apostamos a un movimiento estudiantil que impulse la autoorganización democrática, la coordinación con los sectores en lucha, que despliegue comités de organización que permitan una confluencia con trabajadores, con los reclamos de las barriadas, las luchas antirrepresivas, ambientales, de género, etc. En este camino, peleamos por recuperar las organizaciones estudiantiles como centros y federaciones para ponerlos al servicio de ésta perspectiva, para que sean herramientas de organización del movimiento estudiantil en la pelea por nuestro futuro, en momentos donde el pacto del gobierno con el FMI amenaza con degradarlo.

Nuevas generaciones vienen tensando sus músculos en una Latinoamérica convulsionada por recientes rebeliones y procesos de lucha donde la juventud estuvo en la primera línea como vimos en Chile, Colombia, Ecuador. Queremos construir poderosas organizaciones para que, en momentos de embates de masas, los procesos no sean sólo de resistencia o de estallidos que después retroceden, disipándose toda la energía desplegada, sino que puedan articular una salida de fondo. Una alternativa que, liberando toda la inspiración creativa, se proponga el desafío de perfilar los contornos de una nueva sociedad.

 
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