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13 de marzo de 2022 Twitter Faceboock

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Jussi Parikka: la geología política de los microchips
Javier Occhiuzzi

Publicado en el 2021, el autor finlandés, nos presenta un trabajo en donde cuestiona la inmaterialidad de las redes sociales y la minería de datos. Analiza la geopolítica de los minerales que constituyen el mundo de los semiconductores y estudia la fatiga planetaria en torno a la crisis ecológica.

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Jussi Parikka es profesor de Cultura Tecnológica y Estética en la Facultad de Arte de Winchester, Universidad de Southampton en Inglaterra. También es profesor visitante en la Escuela de Cine y Televisión de la Academia de Artes Escénicas en Praga, donde lidera el proyecto Imágenes Operacionales y Cultura Visual. Su trabajo aborda un amplio rango de temáticas que contribuyen a un entendimiento crítico de la cultura en red, la estética y la arqueología mediática de la sociedad contemporánea, así como de la política e historia de los nuevos medios, el análisis cultural del nuevo materialismo y la teoría de los medios. El libro Una geología de los medios (2015) se tradujo por primera vez al español en el 2021 y se publicó en nuestro país a través de la editorial Caja Negra.

¿Qué tipo de libro es este?

Antes que nada hay que hacer la aclaración de que tipo de texto es el que nos vamos a encontrar; en principio podemos citar la definición del propio autor: “Este es un libro ecológico” [1] en el sentido de pensar el contexto ecológico actual y la huella residual de la cultura tecnológica de los medios técnicos y digitales. O dicho de otra forma: no se puede separar lo natural y lo geopolítico de lo geológico. En ese sentido Parikka denomina su perspectiva como “eco-geo-biopolítica” [2].

El fundamento conceptual que guía al libro gira en torno a la geología: la ciencia del suelo bajo nuestros pies, su historia y su constitución, el estudio sistemático de los múltiples mecanismos, capas, estratos e interconexiones que conforman la Tierra. Y este va a ser el eje del trabajo, debido a que la geología está conectada con la transformación global, así como con las economías políticas de la producción industrial. “Uno de los propósitos de este libro es hacer un rastreo de estos elementos químicos, metálicos y minerales, ampliando las nociones tradicionales del materialismo de los medios a una agenda de intereses ambientales y ecológicos” [3].

De la minería de datos a la minería del fracking

Es cierto que las investigaciones geológicas propiamente dichas pueden ser un lugar extraño para empezar el análisis de los medios, pero lo cierto es que los mismos revelan, según el autor, el trasfondo de la cultura tecnológica. En el libro Una geología de los medios hay más minería que minería de datos. Ya que

… las relaciones con la tierra también son parte de las relaciones sociales de trabajo y explotación que caracterizaron al capitalismo industrial del siglo XIX, así como caracterizan al capitalismo digital del siglo XXI, desde la extracción de minerales, la geopolítica de la carrera por la energía y los materiales hasta las fábricas de producción de equipamientos informáticos [4].

Lo cierto es que para el autor los acontecimientos demostraron la imposibilidad de separar lo político de lo natural y lo geopolítico de lo geológico.

Según Parikka: “Podemos rastrear genealogías específicas de la geología, la política y la tecnología    a través de instituciones específicas, tales como la agencia de Servicio Geológico de los Estados Unidos” [5] (nacida a mediados del siglo XIX). Por ejemplou en Afganistán, dice Parikka, paralelamente, las operaciones militares de la guerra contra el “terrorismo” estaban siendo acompañadas de expediciones geológicas que investigaban y relevaban los recursos del país “que promete –además de cobre, hierro y oro– la existencia de litio, y en cantidades suficientes incluso como para que Afganistán sea llamada la ‘Arabia Saudita del litio’” [6].

Lo cierto es que no solo los recursos energéticos son analizados en el libro sino también sus métodos de explotación:

Tampoco deberíamos ignorar los gritos de la Tierra causados por la fracturación hidráulica, fracking, que, además de la promesa de poder cambiar el balance geopolítico de la producción de energía, apunta también hacia aquello que a menudo es negado en el discurso de lo geopolítico, es decir, el geos, la tierra, el suelo, la corteza. (….) el fracking sintoniza perfectamente con la hipérbole capitalista de la expansión más allá de los límites [7].

Concretamente hablando, el autor quiere señalar que pasamos de ser una sociedad, hasta mediados del siglo XX, que existía con una lista muy restringida de materiales (madera, ladrillo, hierro, cobre, oro, plata y algunos plásticos) a una nueva realidad en donde incluso “un chip de computadora    está compuesto de 60 elementos diferentes” [8]. Entre algunos de ellos podemos nombrar cobalto, galio, indio, tantalio, platino, antinomio, paladio, neodimio, germanio. A todo esto se le suma la accesibilidad a los mismos, ya que dentro de la demanda tecnológica actual, hay determinado tipo de materiales críticos: “los minerales de tierras raras que están cada vez más en el centro tanto de la controversias políticas mundiales sobre aranceles como de las restricciones a la exportación por parte de China” [9]. Un dato a tener en cuenta en ese sentido es que la accesibilidad a esos minerales no solamente condiciona el desarrollo de esa tecnología sino que también la determina para su capacidad productiva de mercado; en ese sentido China, con el objetivo de poder seguir siendo competitivo a nivel global, comenzó a comprar residuos tecnológicos de otros países para así poder dar abasto con la demanda externa: “poco menos de la mitad del suministro de cobre de China se importa como chatarra” [10].

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Para resumir, podemos decir que para el autor la carrera geopolítica de las potencias mundiales no es solamente por los recursos energéticos sino también por “las necesidades geofísicas de las tecnologías avanzadas” [11].

Datos y átomos

Otro de los objetivos del libro es luchar contra varios de los sentidos comunes o mitos contemporáneos que se desarrollaron en torno a la idea de que el “capitalismo digital” o el “capitalismo de plataforma” es solamente virtual. Hay actualmente un debate abierto en torno a la materialidad de las “no-cosas” del mundo digital. En ese sentido Jussi Parikka viene a demostrar que la producción de datos o bits es tan contaminante como todos los bienes producidos dentro del “capitalismo industrial”, o más.

Los datos digitales no viven en una “nube” etérea sino en la materialidad del mundo terrestre. “Los datos ‘inmateriales’ de la sociedad de la información no existirían sin enormes infraestructuras que requieren complejos sistemas de refrigeración a partir del uso de la materialidad terrestre –el agua, los combustibles que generan electricidad” [12].

El procesamiento de datos necesita energía, y la energía emite calor. Para el autor, “Los datos exigen su ecología, una ecología que no es meramente una tecno-ecología metafórica, sino que se muestra dependiente del clima, el suelo y las energías que circulan en el ambiente. La información se alimenta del medio ambiente tanto a través de la geología como de la demanda de energía” [13]. Dicho de una forma más simple, podemos decir la “nube” informática todavía depende mayormente de energías no renovables que producen altas emisiones de dióxido de carbono.

El big data, como la inteligencia artificial, no son objetos abstractos, sino que su materialidad reside en grandes procesadores y servidores que precisan de enfriamiento constante. No tiene nada que ver con “nubes”; todo el proceso energético informático se reduce, según el autor, en “mantener frío el lugar”. De hecho la “nube” es en realidad un servidor que se encuentra en un territorio geográfico específico en un determinado territorio nacional, en ese sentido Parikka afirma que “Actualmente, está teniendo lugar un giro geopolítico que toma en consideración el hecho de que los datos poseen un territorio material y legal y de que, por lo tanto, podemos hablar de una geofísica de la información” [14].

El capitalismo cognitivo

Como señalamos más arriba, hay una serie de mitos en torno al “capitalismo de plataforma” o “digital” que sostiene la ausencia de materialidad en su producción o existencia. Otro ejemplo de esto es el “capitalismo cognitivo”, que se basa en las prácticas económicas sobre las producciones de conocimiento, y es considerado la base de los inmateriales. En ese mismo sentido Parikka cuestiona esa “inmaterialidad” de las ideas: “La cultura digital está sostenida también por el agotador trabajo físico desplegado en las minas, en las líneas de producción de las fábricas y otros trabajos que no son considerados directamente como parte del ‘capitalismo cognitivo’” [15]. Un caso concreto de estas prácticas mal llamadas “cognoscitivas” es

El dispositivo de Apple que existe en virtud de cuestionables prácticas laborales, entre las cuales se incluyen el trabajo infantil en las minas del Congo, las condiciones de trabajo deplorables en las fábricas Foxconn de China –causa de múltiples suicidios– y la obsolescencia programada como parte del diseño del producto, una obsolescencia que a su vez contribuye significativamente a los problemas de la basura electrónica” [16].

La filosofía de la caja negra, para el autor, no consiste en mantener los secretos industriales de las empresas, sino que es una nueva forma de aumentar el consumismo y la dependencia de los componentes originales en oposición a los repuestos genéricos. “Las cajas negras son la piedra angular puntualizada sobre la base de la cual se constituyen las nuevas infraestructuras tecnológicas” [17]. La “cajanegrización” o la evolución de los objetos tecnológicos al punto de que pueden ser usados, pero no entendidos en cuanto objetos técnicos, es un nuevo requerimiento de la infraestructura del desarrollo tecnológico para el autor.

A diferencia de una lámpara doméstica, que puede estar provista de una lamparita reemplazable, muchos de los dispositivos electrónicos de consumo carecen de piezas que sean reparables por el usuario, de manera que gran parte de la tecnología es descartada luego de que se rompe. “Los dispositivos electrónicos contemporáneos están intencionalmente ensamblados para ser desechados; su obsolescencia es claramente producto de una planificación [18].

El “capitalismo cognoscitivo”, como señalamos, tiene mucho de tangible y poco de virtual, hasta tal punto que las tres principales áreas de desarrollo tecnológico-militar-industrial global (ciberseguridad, inteligencia artificial y computación cuántica) tiene su asiento en el desarrollo y creación de semiconductores (microchips) que dependen 100 % del acceso a determinados recursos minerales: “para producir un microchip de memoria que pesa dos gramos se necesitan 1,3 kg de combustibles y materiales fósiles” [19].

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En ese sentido podemos afirmar que el desarrollo técnico de los semiconductores pone en movimiento una maquinaria de montaje mundial en donde los recursos y la fuerza de trabajo global se ponen en movimiento:

Los bits geológicos que llevamos a todas partes no son solamente muestras de África, sino que incluyen también material de la mina Red Dog en Alaska, de donde se extrae el mineral de zinc que luego es refinado hasta convertirse en indio en Trail, Canadá. Pero esta es solo una parte del todo, pues tales lugares donde la materia se convierte progresivamente en medios están diseminados por todo el mundo, tanto en los países mencionados como en Corea del Sur, Bélgica, Rusia y Perú [20].

Todo esto sin mencionar el rol cada vez más estratégico en el desarrollo armamentístico que vienen teniendo los microchips, como recientemente se vio con los misiles hipersónicos, un tipo de arma defensiva/ofensiva de última generación que aumenta incomparablemente su efectividad al valerse de procesadores guiados por inteligencia artificial, logrando así la ventaja de no tener la trayectoria de parábola fija de un misil balístico (puede maniobrar en pleno curso), lo que los hace más difíciles de rastrear. Al día de la fecha solamente tres países disponen de la tecnología para el desarrollo de este tipo de armas: EE. UU., China y Rusia.

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Para el autor del libro, comprender el rol de la geología en el escenario tecnológico actual implica el desarrollo de nuevos tipo de “constelaciones socioeconómicas”.

Por una salida psicogeofísica

A todo el análisis y diagnóstico que hace el autor sobre la actual situación mundial, como salida propone un modelo de ética denominado psicofisiológica, que consiste en el “mapeo de las relaciones entre la Tierra, el capitalismo y la tecnología” [21].

Los problemas de energía son también problemas de geofísica en el sentido del cambio global, acelerado por la fuerte dependencia que todavía tenemos de formas contaminantes de producción de energía renovable, así como de los numerosos productos químicos, metales y metaloides, como el germanio y el silicio, siendo ambas circunstancias repercusiones cultural-mediales de los estratos geológicos” [22].

Parikka nos propone que pensemos el mundo y nuestra realidad más allá de las unidades de tiempo industriales y lo hagamos tomando los tiempos geológicos para “guiar el modo en que pensamos desde las humanidades, los temas de las artes mediales y la cultura digital” [23]. A esa noción de tiempo el autor la denomina “tiempo profundo”, lo cual nos obliga a repensar cómo vemos la Tierra.

A la Tierra y a nosotros mismos, cronológicamente hablando, ya que como extensión de su propia tesis, el autor se pregunta: “¿podemos seguir siendo solo humanidades en una era de ingeniería a escala planetaria y de enormes cambios en cuanto al propio terreno físico en el que vivimos?” [24].

Más allá de la extensión de las reflexiones del autor, las cuestión concreta de su propuesta consiste en discutir la ecología y el medio ambiente pensando los contextos energéticos, materiales y ambientales más amplios de nuestra cultura tecnológica, de manera que “no sucumban    al romanticismo antitecnológico (“necesitamos menos tecnología porque la tecnología es tóxica”) ni al idealismo de Silicon Valley (“la tecnología es información y la información es inmaterial”)” [25].

A modo de conclusión

Parrika, con Una geología de los medios, nos invita a pensar la realidad de nuestro mundo actual de una forma inusual, pero sumamente original, ya que la invisibilisación de la producción tanto en la explotación como la transformación de las materias digitales generan una falsa visión de la inmaterialidad de los mismos que termina por encubrir el lado de B de la cultura digital, que se nutre de la explotación de recursos naturales en forma altamente contaminante y la explotación de fuerza de trabajo en condiciones de semi esclavitud.

Es importante señalar que a lo largo del libro el autor no hace distinción o diferencia entre el “capitalismo cognitivo” o el “capitalismo de plataforma”. Y de mínima es importante hacer un señalamiento en torno a la distinción de los mismos, ya que no se pueden pensar como sinónimos. El primero encierra la idea de que el conocimiento es el principal factor productivo, y en ese sentido sería inmaterial, o sea: no dependería de un recurso físico. El conocimiento es un pilar de toda economía. Actualmente se denomina al “capitalismo cognitivo” a la idea de que el conocimiento es el objeto de una “economía” específica, en el doble sentido de un régimen propio de producción y de circulación, una disciplina específica aparte. Pero ya Marx y Engels demostraron, desde hace mucho tiempo, que el capitalismo revoluciona permanentemente sus medios de producción, y que la innovación tecnológica es la garante de la sobrevida en un régimen competitivo. Sin embargo, no es de ningún modo cierto que nos estemos moviendo hacia un sistema en el que la producción (ya sea de conocimiento, información o de valores de uso físico) se apoye de forma creciente en conocimiento de acceso gratuito; cognoscitivo no significa público. Los derechos de propiedad intelectual y las patentes, los DRM (manejo de derechos digitales) y demás dispositivos de control se multiplicaron como una forma de regular las condiciones de apropiación y reproducción de los valores de uso, cuya circulación gratuita queda entonces restringida. La propiedad intelectual, las patentes y las fórmulas. Son bienes de tipo inmaterial que influyen económicamente de forma decisiva en los flujos del capital.

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El otro concepto que plantea el autor es el de “capitalismo de plataforma”. La posición más difundida sobre este tipo de capital es el que afirma que el capitalismo está cambiando la vieja producción industrial, con un vuelco hacia los datos, ya que lo considera un sector que promete cierto crecimiento económico y vitalidad. El autor se refiere a este tipo de capitalismo como falsamente inmaterial por toda la cadena de valores y trabajo que hay detrás de la producción material tecnológica que permite su existencia. Pero además de eso hay que destacar que sigue siendo capitalismo a secas, debido a que la rentabilidad proporcionada por las redes no surge por explotar el “trabajo” de los usuarios, sino por el recurso de vender publicidad y bienes consumidos por los usuarios. Bienes y servicios que los capitalistas pagan por promocionar en las redes. Todo esto sin mencionar el robo (liso y llano) de datos personales de millones de usuarios, que sin dar su consentimiento, producen información que es recopilada por un puñado de compañías que constituyen lo que se conoce como Big Tech y lo utilizan en su propio beneficio o directamente lo venden como mercadería. El caso más famoso fue el de Facebook con Cambridge Analytica.

Más allá de las cuestiones concernientes a la “inmaterialidad” del mundo digital hay que destacar el tema ambiental y la forma en cómo el sistema capitalista se vincula con el mismo. Como señala Parikka, no es viable pensar un mundo en donde se le ponga un freno a lo tecnológico, pero tampoco lo puede ser pensar en la tecnología digital como inmaterial y sin huella de carbono. En ese sentido la explotación de los recursos, tanto naturales como industriales , debe estar ligado a las luchas obreras y su organización, ya que no son cosas separadas, sino que los medios de producción se vinculan de forma directa con los recursos naturales. Pensemos el caso del astillero Irlandés Harland and Wolff, declarado en bancarrota. Dejó en la cuerda floja a más de un centenar de trabajadores, quienes se declararon en huelga, tomaron las instalaciones y exigieron la nacionalización del mismo y que se implemente el uso de energías limpias para que sea ambientalmente sustentable. La gestión obrera no se limita a organizar la producción, sino que además problematiza el impacto ambiental de la misma.

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Nuestro mundo técnico está íntimamente interconectado entre las grandes líneas de montaje que pueden producir maravillas tecnológicas como los semiconductores, cada vez más pequeños en la forma de microchips, pero a la vez demandantes de recursos materiales críticos y de difícil acceso como hemos señalado. Las revoluciones del siglo XX levantaron como banderas de redención la lucha por el pan, la tierra, la libertad, la paz entre los pueblos. Las revoluciones del siglo XXI deben ampliar la agenda, incluyendo otros horizontes, entre ellos, la preservación del medio ambiente, y la explotación de los recursos de forma sostenible.

 
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