El mundo entero se conmovió recientemente cuando luego de varias semanas de tensión en la frontera entre Rusia y Ucrania, Vladimir Putin decidió comenzar lo que él llamó una “operación militar especial”, que en términos prácticos ha resultado en una invasión en curso. Lejos de ser un conflicto reciente, la historia y las explicaciones de cómo se llegó a esta situación son una cuestión de muchos años, como bien explicaron Christian Castillo y Claudia Cinatti en su charla “Guerra en Ucrania: claves para comprender el conflicto y como se puede leer en las notas del dossier de la guerra de Ucrania en Ideas de Izquierda y en la edición especial de Ideas de Izquierda del domingo pasado sobre la guerra en Ucrania.
Lejos de ser solo un conflicto solo “bélico” o “militar”, la situación debe ser comprendida sobre la base de un complejo entramado de situaciones geopolíticas, históricas, económicas y comerciales. Es por ello que las dimensiones en las que se libra el conflicto también son múltiples: existen las batallas por aire y por tierra, pero también los ciberataques, las sanciones económicas, la batalla cultural en los medios de información y muchas más. En el presente artículo intentaremos analizar algunos elementos de la dimensión “informática” y “cibernética” de la guerra [1], en constante relación con los otros aspectos del conflicto y teniendo en cuenta su historia, sus usos actuales y sus potencialidades. Si bien está claro que todas estas dimensiones dialogan entre sí y no pueden separarse más que para ensayar un análisis, proponemos aquí explayarnos sobre uno de esos aspectos en particular, que es quizás de los que se viene tratando menos en la prensa, y cuando se trata se lo hace mayormente de forma sensacionalista, con foco en el poder de los ciberataques pero muchas veces fuera del contexto más amplio que permiten explicar su sentido o incluso exagerando su poder de fuego respecto a las otras dimensiones.
La continuación de la política por todos los medios
En su libro más famoso, “De la Guerra”, el general prusiano e historiador y teórico militar Carl von Clausewitz desarrolla una de sus tesis más fundamentales (y famosas) de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, de la cual desprende importantes conclusiones que sientan la base de su teoría sobre la estrategia. Fue y sigue siendo muy estudiada hasta el día de hoy, tanto por teóricos militares burgueses como por sectores del marxismo [2]. En ese mismo libro, define la guerra como “un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad” y distingue entre un “arte de la guerra” en “general”, que comprende tanto las tareas preparatorias de creación, construcción y sostenimiento de las tropas como el empleo de estas mismas fuerzas para la guerra, y un “arte de dirección” o “arte de la guerra en sentido restringido” que solo trata de la disposición de las fuerzas ya formadas y de la dirección de la lucha propiamente dicha [3].
Qiao Liang y Wang Xiangsui, dos teóricos y ex oficiales del ejército chino, retoman estas ideas en su libro Unrestricted Warfare [“Guerra Irrestricta” o “Guerra sin restricciones”]. Allí los autores toman la Guerra del Golfo como supuesto punto de inflexión en la historia militar, y analizan las dimensiones del conflicto que se interrelacionan con lo bélico y que a su juicio fueron novedosas, como el hecho de haber sido la primera guerra transmitida en vivo para las masas (y bajo reglas de transmisión muy estrictas impuestas por los Estados Unidos), el hecho de haber contado con batallas que combinaban diversas ramas del ejército de modos poco vistos hasta entonces, el uso de la fuerza armada en estrecha combinación con la propaganda para desmoralizar al enemigo, etc. La tesis de los autores es que “los nuevos principios de la guerra ya no son ‘usar la fuerza armada para obligar al enemigo a someterse a la voluntad de uno’, sino ‘usar todos los medios, incluida la fuerza armada o no armada, militar y no militar, letales y no letales para obligar al enemigo a aceptar los propios intereses’” [4].
Es importante hacer notar que, a nuestro entender, en el desarrollo del libro la dimensión “militar” queda subvalorada frente a los avances de las nuevas dimensiones que los autores analizan y proponen incorporar de manera permanente al arte de la guerra. En este sentido, también hay una visión simplista sobre la guerra y la paz, donde se da a entender que esta última estaría desapareciendo de manera permanente como consecuencia de que hay aspectos de la guerra (como la dimensión de la inteligencia y ciberespionaje por ejemplo) que ocurren de manera sostenida en el tiempo, y no ya solo en momentos de escaladas bélicas, poniendo de hecho al mismo nivel las tareas de inteligencia, las sanciones comerciales, etc. con las invasiones y ataques armados. [5]. Aún así, se plantean algunos interrogantes que resultan interesantes para pensar los conflictos modernos:
La guerra en la era de la integración tecnológica y la globalización ha eliminado el derecho de las armas a determinar lo que es una guerra [...], mientras que la aparición de armas de nuevos conceptos, y particularmente de nuevos conceptos de armas, ha desdibujado gradualmente el rostro de la guerra. ¿Un solo ataque de "hacker" cuenta como un acto hostil o no? ¿Puede el uso de instrumentos financieros para destruir la economía de un país ser visto como una batalla? ¿La transmisión de CNN de un cadáver expuesto de un soldado estadounidense en las calles de Mogadishu sacudió la determinación de los estadounidenses de actuar como el policía del mundo, alterando así la situación estratégica del mundo? ¿Y debería una evaluación de las acciones en tiempos de guerra considerar los medios o los resultados? Obviamente, teniendo en cuenta la definición tradicional de guerra, ya no hay forma de responder a las preguntas anteriores. Cuando de repente nos damos cuenta de que todas estas acciones no bélicas pueden ser los nuevos factores que constituyen la guerra futura, tenemos que pensar en un nuevo nombre para esta nueva forma de guerra: Guerra que trasciende todas las fronteras y límites, en resumen: guerra sin restricciones [6].
Volviendo al caso que nos ocupa, intentaremos analizar los elementos planteados al calor de algunos hechos del conflicto que aún se desarrolla. Así como la aviación, los tanques, los submarinos de guerra y las armas químicas fueron novedades que produjeron resultados insólitos durante la Primera Guerra Mundial, así como los misiles balísticos, los aviones de reacción y la bomba nuclear lo fueron para la Segunda Guerra Mundial y así como el uso de medios masivos de comunicación para transmitir en vivo la guerra, las operaciones combinadas entre cuerpos del ejército y la difusión masiva de propaganda fueron novedades de la Guerra del Golfo, es probable que otras novedades en curso, como los ciberataques y la guerra informática en general, sean novedades importantes en un eventual conflicto a escala. Ni que hablar de la severidad de las ya ultra famosas sanciones y medidas en el campo de la economía, que si bien no representan una novedad histórica, sí puede decirse que ha habido un salto en cuanto al tipo y magnitud.
Esto también parece haberse extendido al campo cultural, donde el bando occidental está buscando una suerte de “cancelación” de la cultura rusa en todas las áreas y en todo el mundo, presionando para que muchas empresas importantes dejen de operar en Rusia [7], pero también para que las delegaciones rusas en diversas competencias deportivas internacionales fueran suspendidas [8], para etiquetar y censurar medios rusos en todo el mundo [9], etc. Después de todo, como plantean los autores de Guerra Irrestricta, “La expansión del dominio de la guerra es una consecuencia necesaria del alcance cada vez mayor de la actividad humana, y las dos cosas están entrelazadas” [10]. Cabe aclarar que ninguna sanción de este tipo ocurrió, por ejemplo, contra Estados Unidos, en ninguna de las invasiones también atroces que ese país ha perpetrado en los últimos años, ni aún cuando la masacre en Irak dejó un saldo que se estima en un millón de muertos y un caos que persiste hasta hoy. Tampoco hay ningún medio oficialista estadounidense etiquetado como “afiliado al gobierno de los Estados Unidos” como empezó a suceder con medios y periodistas prorrusos en algunas redes sociales. Todo ello habla de una doble vara que puede explicarse solo si contemplamos que los capitalistas dueños de los bancos, redes sociales, medios y otras instituciones encargadas de censurar a Rusia, tienen sus intereses fielmente representados con los gobiernos imperialistas de Estados Unidos y las potencias de la OTAN.
Del otro lado, Putin llegó a negar categóricamente la existencia de Ucrania como país independiente, al decir que "no es solo un país vecino para nosotros" sino que "Es una parte inalienable de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual" [11], lo que constituye uno de los aspectos centrales del conflicto y da una idea de hasta dónde está dispuesto a llegar Putin militarmente.
El poderío militar e informático Ruso
En su artículode la ya mencionada edición especial sobre la guerra en Ucrania, y tomando elementos de “¿Es Rusia un país capitalista?” [12], Matias Maiello afirma:
Rusia, por otra parte, con todas las contradicciones que planteó la restauración en aquel país, incluido el proyecto inconcluso de semicolonizarla, hoy es un país capitalista, que si bien no es imperialista en el sentido preciso del término (en tanto y en cuanto no cuenta con proyección internacional significativa de sus monopolios y exportación de capitales; exporta esencialmente gas, petróleo y commodities; etc.) actúa como una suerte de ‘imperialismo militar’ en su zona de influencia.
Además de su poderío militar, que heredó tras la disolución de la Unión Soviética, o mejor dicho, como parte de ese poderío, también es necesario destacar su potencial informático.
Para tomar dimensión analizaremos un estudio del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS por sus siglas en inglés), que se define como un “instituto de investigación que proporciona información objetiva sobre desarrollos militares, geopolíticos y geoeconómicos que podrían conducir a un conflicto”. Este instituto, con una mirada claramente occidental sobre el asunto y ligado al GCHQ (agencia gubernamental de inteligencia británica), publicó en Junio de 2021 un estudio titulado “Capacidades cibernéticas y poder nacional: una evaluación neta”. El informe proporciona una “nueva evaluación cualitativa importante del poder cibernético de 15 países, así como un nuevo marco cualitativo para comprender cómo clasificar la capacidad cibernética estatal global” [13]y sitúa a Rusia en el segundo nivel de poder cibernético, nivel compartido con China, Francia, Israel, Reino Unido, Australia y Canadá, calificados como países que tienen capacidades únicas en el mundo en algunas categorías, solo superados por Estados Unidos que se ubica como único país en el nivel más alto, siendo el líder indiscutido en las 7 categorías evaluadas. Por último, el estudio sitúa en el nivel 3 a India, Indonesia, Irán, Japón, Malasia, Corea del Norte y Vietnam, como países que tienen “fuerza o fuerza potencial en algunas categorías pero debilidades en otras” [14].
Las razones para ubicar a Rusia como una potencia mundial en el mundo cibernético, solo precedida por Estados Unidos, son varias. A los pocos años de haberse desintegrado la URSS, la Federación Rusa reorganizó la KGB en tres agencias de inteligencia. Desde fines de los 90, Rusia se propuso mejorar sus capacidades cibernéticas y es así como por varias décadas, ha habido un intenso esfuerzo estatal dedicado al tema, que tiene su correlato en presupuesto, pero también en la importancia política que tienen estos asuntos para el estado ruso: las 3 agencias de inteligencia tienen cada una su brazo cibernético [15], el Estado apoya constantemente a grupos de hackers que pueda utilizar para sus intereses (los conocidos como “hackers patrióticos”) y los asuntos de seguridad informática son seguidos de cerca por el propio presidente, además de contar con una extensa red de funcionarios dedicados a eso en el aparato estatal.
En 2017, después de un largo período de desarrollo, Rusia anunció que "tropas de operaciones de información" se unirían a sus fuerzas armadas. En los ejercicios, y en el despliegue en Siria, en algunos casos han utilizado técnicas tradicionales de operaciones psicológicas, como lanzamiento de folletos y transmisiones por altavoz en idiomas extranjeros. Según el IISS, estas capacidades electrónicas se han utilizado con fines de desinformación, desmoralización y propaganda en Siria y Ucrania, y contra el personal de la OTAN en los países bálticos [16].
Además de concluir que la cibernética tiene una importancia central en los asuntos del estado ruso, el estudio se adentra en describir lo que llama “ciberempoderamiento”, o sea, los esfuerzos que hace el país por llevar adelante políticas y prácticas que le permitan aumentar su poderío en este dominio respecto a otros países, al tiempo que reduce su dependencia. Uno de los esfuerzos en este sentido tiene que ver con la creación por parte del Kremlin de una suerte de red doméstica de internet, conocida como la red soberana o “RuNet” [17]. Según el IISS, luego de ver el rol que jugó internet en las protestas callejeras de Moscú en 2011, de los leaks de Snowden en 2013 y del rol de las redes sociales (especialmente Facebook) en la organización del Euromaidan en Ucrania en 2013 y 2014, Putin decidió emprender el titánico esfuerzo de conectar todos los dispositivos electrónicos rusos a una red doméstica que podría funcionar desconectado de internet. Además de que funcionaría como red de emergencia ante una eventual desconexión masiva de internet, ya sea como saldo de futuras sanciones, por una catástrofe natural o como subproducto de la destrucción de infraestructura en guerras, por ejemplo, también está pensada como una forma más sofisticada de censura, de permitir un mayor control del estado sobre lo que se publica y distribuye. No es que esos aspectos no puedan censurarse sin esta “red soberana”, pero sí el control sería mucho más simple y no dependería de los proveedores de internet, sino que estaría en las manos directas del Estado.
Otro esfuerzo similar, tiene que ver con el ahora famoso sistema “SWIFT”. La sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (SWIFT por sus siglas en inglés) es una organización que tiene por principal objetivo mantener un sistema de comunicaciones internacionales entre bancos y otras entidades financieras. Como recientemente trascendió, los países miembros de esta sociedad alineados con Estados Unidos definieron excluir a ciertos bancos rusos de ese sistema, con la intención de aislar a la economía rusa y debilitar su capacidad para importar y exportar bienes, como parte de las sanciones luego de la reciente invasión a Rusia [18]. Como la sanción abarca al sistema SWIFT, que es el encargado de intercambiar mensajes entre bancos de distintos países pero no de ejecutar esos pagos, cobros o transferencias, la sanción es efectiva a medias, ya que los bancos rusos podrían intentar comunicarse con sus pares en otros países mediante otros estándares de mensajería, o incluso simplemente triangular el dinero a través de bancos que sí estén habilitados. Tal es así, que hay reportes de que Rusia se estaba preparando para una eventual desconexión de estas características al menos desde 2014, cuando luego de la anexión de Crimea, la Unión Europea y la OTAN comenzaron con amenazas de este tipos de sanciones. El esfuerzo principal en esa preparación, consiste en el desarrollo de una red rusa análoga al SWIFT, el Sistema para Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS) creado por el Banco Central de Rusia en 2014. Este sistema, que cuenta con unas 400 instituciones financieras y alrededor del 20 % de las transacciones domésticas rusas, se suma al CIPS, un sistema similar desarrollado por China.
Tanto SPFS como el desarrollo de la RuNet muestran los faraónicos intentos que Rusia viene haciendo por acrecentar su independencia y poder informático. A esto debemos sumarle la creación en 2013 de un “Sistema estatal para la detección, alerta y liquidación de las consecuencias de los ataques informáticos [19]. Su objetivo es establecer un perímetro monitoreado constantemente para proteger todos los recursos de información del gobierno dentro de una sola red.
Para terminar de entender el poderío informático del Kremlin, hay que añadir también que cuenta con un gran poder de fuego ofensivo. Esto parte de que, como mencionamos, las tres agencias de inteligencia rusa cuentan con brazos informáticos, como también el ejército ruso y otras ramas del Estado. Además de esto, el estado ruso se relaciona con diversos grupos cibernéticos para-estatales, que en conjunto con el propio aparato del Estado, proporcionan un arsenal de recursos al servicio del ciberespionaje y ataques destructivos al menos desde 2007 [20].
Tomando este análisis de conjunto, el IISS sitúa las principales debilidades rusas en su dependencia de empresas extranjeras en infraestructura en cuanto a Tecnologías de la Información y la Computación (TICs). Además, el poder ofensivo ruso, si bien está bien auspiciado por el Estado, es mucho más rústico, débil y menos extendido que el estadounidense y el de otras potencias. Por último, debe mencionarse que las pretensiones rusas de reemplazar cierta infraestructura por sus propias redes para ser menos dependiente de occidente, puede ser un objetivo demasiado ambicioso para una economía no tan desarrollada.
La historia del conflicto ruso-ucraniano en su dimensión cibernética y su actual escalada
El conflicto actual entre Rusia y Ucrania no puede explicarse sino mirando un contexto más amplio, que parte de que la OTAN viene avanzando en anexar países cada vez más cercanos a Rusia en una suerte de intento de encerrona, pero también de la negación de la autodeterminación ucraniana y de su derecho de existir como país independiente por parte de Putin. Por eso, el conflicto ruso-ucraniano en su dimensión cibernética tiene varios episodios que anteceden a la actual escalada.
Hay evidencia de que hay armas informáticas de espionaje de origen ruso circulando desde al menos 2005. Sin embargo, los primeros ataques a los sistemas de información de empresas privadas e instituciones estatales de Ucrania se registraron durante protestas masivas en 2013. Ese año tuvo lugar la “Operación Armagedón”, una campaña rusa de ciberespionaje sistemático en los sistemas de información de agencias gubernamentales, fuerzas del orden y agencias de defensa ucranianos, que se cree que además fueron una gran ayuda para Rusia en el campo de batalla en la etapa “caliente” del conflicto. Entre 2013 y 2014, algunos sistemas de información de agencias gubernamentales ucranianas se vieron afectados por un virus informático conocido como Uroborus. En febrero-marzo de 2014, cuando las tropas rusas entraron en Crimea, se allanaron los centros de comunicación y se manipularon los cables de fibra óptica de Ucrania, cortando la conexión entre la península y Ucrania continental[Ver Ciberguerra en perspectiva: las agresiones rusas contra Ucrania, pp. 76 y 80.]]. Además, los sitios web, las noticias y las redes sociales del gobierno de Ucrania fueron cerrados o atacados por ataques DDoS (ataques de “denegación de servicio” en donde las páginas quedan inutilizadas generalmente de manera transitoria), mientras que los teléfonos celulares de muchos parlamentarios ucranianos fueron pirateados o bloqueados [21].
Dos importantes episodios ocurrieron durante y luego de la anexión de Crimea por parte de Rusia y son atribuidos a una de las agencias de inteligencia rusa por parte de investigadores de seguridad ucranianos y el servicio de inteligencia de ese país: en 2015 tuvo lugar el primer hackeo públicamente reconocido a un red eléctrica, que dejó sin luz a al menos 230.000 personas (otras fuentes hablan de 700.000 hogares) por lapsos de entre 1 y 6 horas. Casi un año después, en diciembre de 2016, tuvo lugar un segundo ataque, que solo duró una hora y afectó una planta de transmisión eléctrica, en lugar de una de distribución como había sucedido en 2015. Por las características del episodio, se sospecha que los atacantes estaban experimentando y sofisticando métodos.
Ucrania, con el apoyo de varias potencias occidentales, también tiene sus hitos en este historial. En 2016, logró hackear 9 sitios de las regiones separatistas del Donbass y varios sitios rusos de propaganda anti ucraniana, así como recursos de varias compañías militares privadas rusas. En junio de ese mismo año, hackearon el servidor de la cadena televisiva Channel One, uno de los medios más consumidos en Rusia. Junto con eso, filtraron públicamente más de 2.000 emails del gobierno ruso, entre los cuales se detallaba el plan de anexión de Crimea. Ante esta seguidilla, Rusia devolvió el golpe, en colaboración con Eset, una empresa eslovena de seguridad informática.
Así llegamos a febrero de 2022, donde una oleada de ataques informáticos mientras Putin acumulaba fuerzas en la frontera con Ucrania pre anunciaron la invasión. Entre el 13 y el 24 de febrero (el día anterior a la invasión) varios de los sitios web de los departamentos gubernamentales y bancarios de Ucrania colapsaron, 70 sitios web del gobierno ucraniano dejaron de funcionar, se encontró un software destructivo de "borrado de datos" que circula en cientos de computadoras en Ucrania y la policía cibernética de Ucrania dijo que los ciudadanos estaban recibiendo mensajes de texto falsos que afirmaban que los cajeros automáticos se habían desconectado (aunque esto no se confirmó). Como consecuencia, muchos ciudadanos se apresuraron a retirar dinero, lo que provocó pánico e incertidumbre durante varias horas.
En respuesta a estos hechos y a la invasión, el gobierno ucraniano anunció la creación de un “ejército informático” con miras en varios sitios de importancia para Rusia. A los pocos días, una cuenta de Twitter que dice representar al colectivo de hackers Anonymous (lo cual es difícil de verificar, dada la naturaleza anónima, cambiante y amorfa del propio grupo) se transformó en un aliado ucraniano, derribando durante varios días algunas de las páginas de los medios de información rusos más importantes y, aunque hasta ahora no hay evidencia para certificarlo, dice haber hackeado bases de datos del gobierno ruso y tener datos personales de los oligarcas que gobiernan con Putin, así como también los servicios de transmisión rusos Wink e Ivi (similares a Netflix) en donde se habrían proyectado imágenes de la guerra en Ucrania para el público ruso]y[[https://therecord.media/russia-or-ukraine-hacking-groups-take-sides/].
A modo de cierre: la dimensión informática de la guerra más allá de los ciberataques
Los ataques cibernéticos suelen clasificarse en las categorías tradicionales de sabotaje y espionaje/inteligencia. Se pueden llevar a cabo más rápidamente que los ataques con armas tradicionales y eliminan en gran medida las barreras de tiempo y distancia. Lanzarlos es relativamente barato y sencillo, pero defenderse de ellos es cada vez más costoso y difícil. Y a diferencia de las armas convencionales, cuyas trayectorias son fáciles de rastrear, las armas cibernéticas, que se mueven a través de cables de fibra óptica que atraviesan el mundo, tienen muchas más posibilidades de permanecer anónimas.
También es cierto que algunos de estos ataques son técnicamente sencillos de realizar, relativamente sencillos de revertir (sobre todo cuando no hay pérdida de información, ni pérdidas monetarias y no se afectan servicios no digitales, como en los ataques de denegación de servicio, es decir cuando se “cae” una página de un medio o de una agencia gubernamental) y mucho menos destructivos que los misiles o tanques con los que pueda avanzar uno u otro bando.
Pero es interesante mostrar como febrero de 2022 (y la historia que le precede al conflicto) mostró en la escalada entre Rusia y Ucrania cierto potencial y el uso extendido de la cibernética y sobre todo de la informática como un engranaje más de la guerra. Así, los ejemplos que hemos ido describiendo y la perspectiva que empieza a delinearse con guerras anteriores, pero también en Rusia-Ucrania, es que la transversalidad de la informática y la cibernética en los modos de producción contemporáneos apuntan a que esas disciplinas jugarán un rol importante en la guerra, pero no únicamente como complemento de la dimensión militar-bélica, sino atravesando la economía, la batalla cultural y mediática, la política, etc.
Pensemos hoy por hoy lo difícil que resulta pensar en gran parte de las actividades humanas sin internet, o, yendo más allá, sin computadoras. La RuNet es un intento de respuesta a la pregunta ¿cómo podría seguir funcionando ’normalmente’ un país ante el colapso de internet?, como también lo son eventos como el Cyberpolygon, un encuentro internacional en el que los gobiernos de varios países de occidente y equipos de varias empresas debaten sobre seguridad informática, y que en el último año incluyó un simulacro generalizado de cómo podría seguir operando el mundo occidental ante un eventual colapso de internet.
Es interesante pensar, por un lado, que sanciones de índole económica, como la exclusión de ciertos bancos rusos del Swift o el congelamiento de fondos del Banco Central Ruso son llevados a cabo, en un sentido operativo, también por vías informáticas. Sumado a esto, también hay que mencionar como el Estado ruso, ni bien comenzó el conflicto, comenzó a restringir el acceso de a Facebook, Twitter y otras redes sociales, en un intento de que su población consuma solo los medios oficiales rusos y para intentar evitar que más manifestaciones contra la guerra se organicen en ciudades rusas.
Retomando a Clausewitz, si la guerra es la continuación de la política por otros medios, y si la informática está cada vez más presente en los modos de producción y en las relaciones sociales de producción del capitalismo contemporáneo, entonces resulta natural la incorporación de la dimensión informática a las guerras. Sin embargo, como expusimos anteriormente, a diferencia del aspecto militar, la informática no es solo parte de la guerra, sino también de la economía, de la cultura, de los medios masivos de comunicación etc. Está claro que la informática se mantiene en un plano mucho menos letal y definitorio que las armas militares clásicas, pero es interesante pensar qué nuevas combinaciones entre estas dimensiones comienzan a delinearse, y qué podría ocurrir ante un conflicto más generalizado donde todas estas tendencias fueran desplegadas hasta el final. |