La guerra de Ucrania sacudió muchos sentidos comunes establecidos durante años. En primer lugar, la idea de que la "globalización" capitalista había permitido superar las contradicciones agudas entre las grandes potencias. Ya fuera la idea de un Imperio global que anulaba los choques entre Estados imperialistas, tal como defendió Negri; o la aspiración a una Europa donde el diálogo democrático marcara la agenda, como aspiraba Habermas. Con la caída del muro de Berlín en 1989, la desintegración de la ex Unión Soviética, y la creación de la zona euro, muchos aseguraron que los capítulos guerreristas de la historia europea quedaban atrás. Y aunque las guerras de Irak, Afganistán o Siria ya habían mostrado que esto no se correspondía con la realidad, el retorno de la guerra en Europa del este termina de quebrar las quimeras sobre un desarrollo armónico del capitalismo.
Con la guerra en Ucrania, vuelven los debates en la izquierda mundial sobre cómo definir el tipo de guerra en curso y sobre el carácter del imperialismo. Por un lado, están aquellos que se ubican en el campo de las potencias occidentales contra el “totalitarismo ruso”, sin oponerse a las sanciones económicas y el suministro de armas a Zelenski por parte de sus propios gobiernos imperialistas. En este campo general, desde la izquierda neorreformista proponen “moderar” la escalada guerrerista y apelar en cambio a una salida diplomática en el marco de las instituciones europeas o internacionales, como es el caso de Melenchon en Francia o Podemos en el Estado español. Incluso desde sectores de la izquierda anticapitalista o que se reivindica socialista y revolucionaria están quienes se alinean con Zelenski y la OTAN contra la invasión rusa.
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Aunque en un margen más estrecho, se encuentran aquellos que insisten en ver en Rusia y China una alternativa progresista frente al imperialismo norteamericano y occidental. Posiciones que, por un lado, hacen caso omiso del bonapartismo represivo del régimen de Putin, que hoy está siendo especialmente brutal con el activismo contra la guerra. Y que, por otra parte, tienden a evaluar todos los movimientos de su política exterior como “maniobras defensivas” contra el imperialismo hegemonizado por EEUU, justificando de forma abierta o vergonzante la reaccionaria invasión rusa a Ucrania y su opresión nacional.
En varios artículos de este suplemento como aquí, aquí y aquíabordamos desde diferentes ángulos estas polémicas, a la vez que planteamos la necesidad de sostener una posición independiente. Como aporte, en este artículo proponemos enfocarnos algunos de los ricos debates del marxismo antes y después de la Primera Guerra mundial acerca de la guerra, el imperialismo y el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas. Aunque no se trata de situaciones análogas, recuperar algunas definiciones teóricas y metodológicas permite pensar sobre los problemas actuales. [1]
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Militarismo e imperialismo
En 1907, el Congreso socialista internacional de Stuttgart aprobó resoluciones que condenaban el militarismo y el colonialismo. En caso de estallar la guerra los socialistas tenían “el deber de actuar para ponerle rápidamente fin” y “utilizar por todos los medios la crisis económica y política provocada por la guerra para despertar al pueblo y obtener así el derrumbe de la dominación capitalista.” Esta moción fue introducida por Lenin y la izquierda alemana. Sin embargo, la condena al colonialismo se aprobó solo por estrecha mayoría. En el Congreso se expresó una fuerte tendencia oportunista que defendía la política colonial de los Estados imperialistas. Su ala derecha propuso una moción para apoyar el colonialismo con argumentos inauditos para un congreso socialista, asegurando que “Europa necesita colonias”. Por su parte, Bernstein consideraba que “una cierta tutela de los pueblos civilizados sobre los pueblos no civilizados” era “una necesidad”.
Estas discusiones muestran que la evolución socialchovinista de la Segunda Internacional que culmina en 1914 con la aprobación de los créditos de guerra no caía del cielo. Lenin explicará más tarde que el socialchovinismo era la continuación directa y la culminación del millerandismo francés (ministerialismo) [2] del bernsteinismo y de la política obrera liberal inglesa. Tanto Lenin como Trotsky señalarán que era la expresión de la influencia burguesa en las organizaciones de la clase obrera en la época del imperialismo. Una influencia que se apoyaba en las concesiones que la burguesía imperialista podía hacer a un sector de la clase obrera (aristocracia obrera) en base a la expoliación de las colonias.
Previamente, en el siglo XIX Marx y Engels habían batallado contra las tendencias sindicalistas y prouhdonianas al interior de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) que menospreciaban la lucha por la emancipación nacional en el caso de Polonia e Irlanda. La AIT incluyó en su manifiesto fundacional el apoyo a estas luchas, así como la reivindicación de la lucha antiesclavista en EEUU, con la idea de que “un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. Pero esto fue producto de las peleas políticas de Marx y Engels contra ese corporativismo obrero que tenía fuerte incidencia entre los sindicatos ingleses o en las concepciones del anarcosindicalismo francés. Estas tendencias corporativistas y nacionalistas en sectores de la clase obrera pegaron un salto en el último tercio del siglo XIX, con la formación del imperialismo.
El comienzo de la Primera Guerra mundial en julio de 1914 mostró que la nueva época imperialista profundizaba las tendencias hacia las crisis, las guerras y también las revoluciones. La guerra mundial y después la Revolución rusa eran dos polos de la disyuntiva histórica. La aprobación de los créditos de guerra en el Parlamento alemán con el apoyo unánime del bloque socialdemócrata, significó el hundimiento de la Segunda Internacional. Un sector mayoritario adhirió a la defensa de la patria imperialista, traicionando a la clase obrera. Muy lejos quedaban los principios del Congreso de Basilea (1912). [3] Mientras el sector mayoritario de la Internacional se hizo socialchovinista, el centro cuyo principal vocero era Kautsky claudicó de forma oportunista ante el guerrerismo, subordinándose a la disciplina partidaria y asegurando que la Internacional solo era apta “para tiempos de paz”. Este sector oscilaba entre el socialchovinismo abierto y un cuestionamiento pasivo a la guerra desde posiciones reformistas, proponiendo un entendimiento diplomático entre los Estados imperialistas.
Solo una minoría internacionalista de la Internacional se opuso a la guerra. La Conferencia de Zimmerwald, en septiembre de 1916 agrupó delegados de varios países, entre los cuales había un sector con posiciones pacifistas que no quería romper con las direcciones de sus partidos. El ala revolucionaria estaba representada por los espartaquistas alemanes, Trotsky y Lenin. Ubicado en la extrema izquierda, Lenin propuso la consigna de “transformar la guerra en guerra civil revolucionaria”, lo que no fue aprobado por la Conferencia. Aun así, se trató de un encuentro clave para retomar el hilo histórico, después de la traición de la Segunda Internacional y para sentar las bases para la nueva organización mundial de la clase obrera. Si al inicio de la guerra los revolucionarios reunidos en Zimmerwald eran una pequeña minoría, al final de la misma, los sufrimientos inauditos de las masas dieron lugar una ola de lucha de clases que gestó la Revolución Rusa y la fundación de la Tercera Internacional. [4]
La época imperialista y la guerra
Para los marxistas, el punto de partida para definir el carácter de la guerra en curso era el cambio de época, la transformación del capitalismo de libre competencia en capitalismo imperialista. En “El imperialismo y la escisión del socialismo”, Lenin sintetizaba así algunas de estas transformaciones: 1. El surgimiento de los monopolios, 2. El capital financiero y los monopolios controlan la economía, 3. La apropiación de materias primas por la oligarquía financiera, 4. La exportación de capitales y la extensión de los monopolios a los mercados mundiales, 5. La culminación del reparto del mundo por las grandes potencias, a través de las colonias y 6. Las crecientes disputas y guerras por un nuevo reparto de los mercados mundiales. [5]
El imperialismo es la opresión creciente de las naciones del mundo por un puñado de grandes potencias, es la época de las guerras entre esas grandes potencias por la ampliación y la acentuación de la opresión de las naciones, es la época del engaño de las masas populares por los hipócritas socialpatriotas, es decir, por gente que, con el pretexto de la ‘libertad de las naciones”, del “derecho de las naciones a la autodeterminación” y de la “defensa la patria", justifica y defiende la esclavización de la mayoría de las naciones del globo por las grandes potencias. [6]
Los socialchovinistas habían abandonado por completo el punto de vista marxista, adoptando la ideología burguesa de la “defensa nacional”, la “defensa civilización” o de la lucha de la “democracia contra el totalitarismo”. En el caso de los alemanes, por ejemplo, justificaban la guerra como una lucha progresista contra el “totalitarismo ruso”. Contra este argumento hipócrita, Trotsky respondía en 1915 que solo le correspondía a la clase obrera rusa ajustar cuentas con el zarismo, no a los fusiles alemanes.
Por otro lado, Lenin señalaba que la teoría del "ultraimperialismo" de Kautsky era la base para su conciliación con los socialchovinistas y su pacifismo pequeñoburgués. La idea de que se habían superado los choques entre Estados imperialistas gracias a la explotación de todo el mundo por el capital financiero unido a escala internacional. [7] Kautsky separaba la base económica del imperialismo de su política “expansionista”, como si esta se pudiera “regular” mediante conferencias de “paz”. Ya en 1911 Rosa Luxemburgo había polemizado con posiciones de este tipo, que sostenían que era posible frenar la guerra por vías diplomáticas en los marcos de la sociedad capitalista. Además, explicaba que la lucha contra el militarismo no podía separarse de la lucha antiimperialista. El militarismo, sostenía, está “estrechamente ligado a la política colonial, a la política tarifaria y a la política internacional.”
La posición independiente en la guerra que sostenían los espartaquistas alemanes, Lenin y Trotsky se basaba en la concepción del imperialismo como fase superior del capitalismo. Esta abría paso a guerras interimperialistas y también a guerras nacionales progresivas contra el imperialismo. En el caso de las primeras, la única resolución progresiva era la movilización revolucionaria contra los gobiernos de ambos bandos, no la sumisión al “mal menor” de una potencia imperialista u otra. En el caso de las guerras nacionales, estas podían emerger como una continuación de los movimientos de masas o insurrecciones de liberación nacional. Tampoco en Europa podían excluirse este tipo de guerras, por parte de las pequeñas naciones contra la opresión de las grandes potencias imperialistas. En estos casos había que apoyar la lucha de emancipación nacional, siendo parte del campo militar del país oprimido, sin dar ningún apoyo político a sus gobiernos.
La lucha contra la guerra incluía necesariamente la lucha contra el propio gobierno imperialista, pero también contra las burocracias obreras y reformistas que imponían la “paz social” y la tregua de la lucha de clases por la situación de “emergencia”. Contra posiciones de este tipo, Trotsky señalaba que el centro de la política revolucionaria, en tiempos de paz como en tiempos de guerra, era la lucha de clases:
Si durante la guerra hay que dejar de lado la lucha de clases en beneficio de los intereses nacionales, entonces también hay que dejar de lado el "marxismo" durante una gran crisis económica, que pone a "la nación" tan en peligro como una guerra. Ya en abril de 1915 Rosa Luxemburgo liquidó esta cuestión con las siguientes palabras: "O la lucha de clases constituye la ley imperativa de la existencia proletaria también durante la guerra […] o la lucha de clases constituye un crimen contra los intereses nacionales y la seguridad de la patria también en época de paz". [8]
Autodeterminación nacional y política revolucionaria
En el marco de esa posición independiente compartida, Lenin entabla una importante polémica con los espartaquistas y con la izquierda marxista polaca acerca de la cuestión de la autodeterminación nacional y las guerras nacionales en la época imperialista.
En la crítica de Lenin al Folleto de Junius, redactado por Rosa Luxemburgo con un pseudónimo desde la cárcel en 1916, Lenin establece los principales ejes del debate. Por un lado, cuestiona que el folleto no hace una crítica abierta al kautskismo como corriente oportunista. [9] El otro error fundamental era una posición equivocada sobre la cuestión de la autodeterminación. Según Lenin, Junius acierta en señalar el carácter imperialista de la guerra, al mostrar, por ejemplo, que “tras el nacionalismo serbio se encuentra el imperialismo ruso”. Sin embargo, hiperboliza esa verdad, sin realizar un análisis concreto de las diferentes guerras y establece así la errónea idea de que en la época imperialista ya no hay lugar para las guerras nacionales. [10]
Para Lenin, era necesario defender la autodeterminación, no solo como forma de luchar contra el nacionalismo gran ruso, sino también para combatir la influencia del nacionalismo polaco en la clase obrera del país oprimido. Su posición partía de la lucha contra la opresión gran rusa sobre los llamados pueblos alógenos que constituían un 57% de la población (incluyendo 17% de ucranianos, 6% de polacos, un 4,5% de rusos blancos, etc.). En la medida en que las nacionalidades oprimidas representaban una parte importante de la población trabajadora y campesina, la clase obrera rusa no podría aliarse con las mayorías oprimidas sin plantear, junto con la cuestión de la tierra y las reivindicaciones sociales de la clase obrera, el derecho incondicional de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, lo que incluía su derecho a la separación.
Para Luxemburgo, levantar la autodeterminación era lo opuesto a una política de clase y solo podía resultar favorable a la burguesía, fomentado el nacionalismo. En su respuesta, Lenin era categórico: negar el derecho de autodeterminación solo equivalía a defender el punto de vista del Estado opresor.
En cuanto el proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los privilegios de "su" burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía. Y el negar el derecho a la autodeterminación, o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica, apoyar los privilegios de la nación dominante.” [11].
Defender la autodeterminación era la única forma buscar la fusión voluntaria del proletariado del país opresor con el proletariado del país oprimido y, por esa vía, combatir el nacionalismo de su propia burguesía. Se trataba de una batalla en dos frentes. [12]
A su vez, Lenin deja claro que la defensa del derecho a la autodeterminación apunta también contra las falsas proclamas que las burguesías de los países oprimidos utilizan para manipular el sentimiento nacionalista en favor de sus privilegios o para garantizar sus propios derechos nacionales a expensas de otras naciones oprimidas.
En aras del "practicismo" de sus reivindicaciones, la burguesía de las naciones oprimidas llamará al proletariado a apoyar incondicionalmente sus aspiraciones. ¡Lo más práctico es decir un "sí" categórico a la separación de tal o cual nación, y no al derecho de todas las naciones, cualesquiera que sean, a la separación! (...) El proletariado se opone a semejante practicismo: al reconocer la igualdad de derechos y el derecho igual a formar un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones, evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional con la mira puesta en la lucha de clase de los obreros.
En el marco de una Europa marcada por la disputa entre distintas potencias imperialistas sobre las naciones más débiles, donde cada Estado imperialista busca someter bajo su influencia y articularse con distintos sectores de las burguesías nativas de los países oprimidos, Lenin refuerza la necesidad de la independencia política de la clase obrera en el marco de la lucha contra la opresión nacional.
La burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases. (...) Lo que más interesa a la burguesía es la "posibilidad de satisfacción" de la reivindicación dada; de aquí la eterna política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento del proletariado. En cambio, al proletariado le importa fortalecer su clase contra la burguesía, educar a las masas en el espíritu de la democracia consecuente y del socialismo. [13].
Finalmente, la defensa del derecho a la autodeterminación no implicaba para Lenin y los bolcheviques que en todo tiempo y lugar debiera hacerse propaganda a favor de la misma, ni tampoco que en todas las circunstancias esta consigna tuviera un papel progresivo. Lo que guiaba la política hacia la cuestión de la autodeterminación, desde un punto de vista socialista, no era solo la satisfacción de la reivindicación nacional, sino la búsqueda de la unidad entre la clase obrera del país opresor y la clase obrera y los oprimidos de la nación oprimida. Por eso, no se trataba de defender la autodeterminación de forma abstracta, y muchos menos si se oponía directamente a aquel objetivo. La lucha por la autodeterminación y las guerras nacionales eran progresivas para Lenin como parte de la lucha contra el imperialismo. Pero, si se transformaban en su contrario, cambiaba la política.
Lenin insiste, por lo tanto, en que es necesario analizar cada guerra concreta para establecer su carácter, porque las potencias imperialistas utilizan también los movimientos nacionales de las “pequeñas naciones” para sus propios fines. Durante la Primera Guerra Mundial esto pudo verse agudamente en el caso de las naciones balcánicas, en Europa del este y en otras regiones.
Por ejemplo, en el caso de Polonia, cuando el ejército alemán expulsó a Rusia de ese país, la consigna de la “independencia de Polonia” fue instrumentalizada por el zarismo para sus propios fines imperialistas. Lenin planteó entonces que la consigna abstracta de “independencia de Polonia” o “una paz sin anexiones”, en manos del zarismo, era opuesta a los intereses de la lucha de clases. La clave era desarrollar movilización revolucionaria de la clase obrera alemana contra su propio gobierno, mientras que en Rusia los revolucionarios defendían el derecho de autodeterminación de todos los pueblos oprimidos por el zarismo, tal como se explica aquí.
En última instancia, de lo que se trataba era de sostener una posición independiente y socialista frente a la guerra, con el centro puesto en desarrollar la lucha de clases contra el imperialismo y las burguesías nacionales.
Por un gran movimiento contra la guerra con una posición independiente
El recorrido por los debates de los marxistas en la Primera guerra mundial que abordamos en este artículo permite recuperar posiciones de principios y metodológicas, aunque la situación evidentemente no sea la misma. El carácter de cada guerra solo puede definirse de forma concreta en la situación histórica particular.
La guerra actual en Ucrania no es una guerra interimperialista, tal como vimos en el ejemplo de la Primera Guerra mundial, pero tampoco se trata de un caso clásico de guerra de liberación nacional contra el imperialismo, como se han desarrollado múltiples casos a lo largo del siglo XX, ya sea en la guerra de Vietnam, o, más recientemente en Irak o Afganistán. Ya que, si bien estamos ante una invasión reaccionaria de una potencia militar como Rusia contra un país semicolonial como Ucrania, con terribles consecuencias para millones de personas, del otro lado nos encontramos con un frente conformado por el gobierno ucraniano y todas las potencias imperialistas de la OTAN.
En estas semanas, la idea de la defensa de la soberanía de Ucrania o su “autodeterminación” fue formulada por varios actores de la política mundial. Las potencias imperialistas la han enarbolado para justificar una escalada militarista como no se vio en décadas. Putin, en cambio, cuestionó abiertamente el derecho de autodeterminación de Ucrania que levantaron los bolcheviques, al mismo tiempo que alegaba la defensa de los ucranianos rusoparlantes para justificar la invasión. Como señalamos al comienzo, parte de la izquierda apela a la idea de la “autodeterminación” para justificar su apoyo a Zelensky, mientras sectores afines a Putin la niegan o utilizan discrecionalmente. Unos fomentan ilusiones reformistas acerca de sus propios imperialismos, retomando los viejos argumentos kautskistas sobre las supuestas consecuencias “benévolas” de la interpenetración de capitales. Otros alimentan esperanzas en una nueva multilateralidad mundial encabezada por el eje Rusia-China, reciclando tendencias “tercermundistas” de conciliación de clase. Y están los que niegan cualquier cualquier derecho a la autodeterminación con el argumento de que ya sería una "guerra interimperialista no declarada" [14], facilitando por esa vía el trabajo de las clases dominantes, ya sean pro OTAN o pro Putin, de manipular la opresión nacional a favor de sus negocios con las potencias en pugna.
Más en general, muchas de estas posiciones tienen algo en común, son escépticas de que pueda desarrollarse una salida independiente de los explotados y oprimidos frente a la guerra y en general frente a las crisis y guerras a las que lleva el capitalismo.
En estas semanas, se han producido masivas manifestaciones contra la guerra como las de Alemania, pero allí los sindicatos y la mayoría de organizaciones convocantes apuestan por reforzar las sanciones contra Rusia, haciendo seguidismo a la política del estado imperialista alemán. Por eso no cuestionan decididamente la política de rearme militar, aunque quieran negociar una mayor cuota “social” en los presupuestos. En otros lugares, como en Inglaterra y en Italia, algunas manifestaciones han planteado consignas más progresivas, contra la invasión rusa y también contra la OTAN, con mayor participación de sectores juveniles. Y aunque la política de sectores reformistas sea llevar el movimiento detrás de ilusiones pacifistas en la diplomacia, estas manifestaciones muestras que es posible la emergencia de un movimiento contra la guerra con una posición independiente.
En nuestro caso, desde los diferentes grupos que formamos parte de la FT a nivel internacional, apostamos por desarrollar un masivo movimiento contra la guerra con una política independiente, junto a sectores de trabajadores, las mujeres y la juventud. Por eso venimos impulsando acciones en varios países y llamando a organizar espacios unitarios contra la guerra en este mismo sentido. Lo que es urgente es impulsar un movimiento masivo, que combine la lucha contra la reaccionaria invasión rusa, con la lucha contra el propio imperialismo. De este modo, se podría lograr un importante impacto progresivo en las masas oprimidas de Ucrania y Rusia.
Desde nuestro punto de vista, un programa independiente contra la invasión rusa y contra la intervención imperialista de la OTAN, incluye la defensa del derecho de autodeterminación del Donbass y las regiones del este junto a otras reivindicaciones democráticas y sociales. Se trata de promover la unidad entre la clase trabajadora y los oprimidos de diferentes regiones de Ucrania. La lucha por la realización efectiva de las reivindicaciones democráticas y sociales no puede escindirse del combate contra los diferentes sectores de las oligarquías nacionales y del imperialismo y, en ese sentido, está ligada a la lucha por una Ucrania obrera y socialista. |