En la Segunda Guerra Mundial, cientos de mujeres voluntarias se unieron a las filas del Ejército Rojo para enfrentar la avanzada de la Alemania nazi sobre los cielos de la URSS.
Moscú, octubre de 1941. La Wehrmacht (fuerzas armadas de la Alemania nazi) se encontraba a pocos kilómetros de la capital soviética. Los rumores sobre la cercanía de los blindados alemanes, las corridas, los silencios y la confusión reinaban en las casas y estaciones del metro, donde familias enteras se refugiaban; todo ello constituía la imagen de Moscú acechada por el enemigo. Pero no todo era miedo y confusión.
La aviación soviética no podía competir con la de la Alemania nazi, superior y avasallante desde varios puntos de vista. Pero en toda guerra, la mejor tecnología, armamento y formación militar no bastan para el triunfo; el factor moral-político puede ser determinante. Es un poco ésta la historia que vamos a contar hoy, pero desde una perspectiva diferente y poco conocida. La de las aviadoras voluntarias que entregaron su vida, en muchos casos literalmente, en defensa de la Unión Soviética y para expulsar a los nazis.
La aviadora Marina Raskova fue la responsable de la formación de los regimientos femeninos de vuelo durante la Segunda Guerra Mundial. En 1938, participó junto a otras grandes pilotos como Polina Osipenko y Vera Lomako de un vuelo desde Sebastopol (Crimea) a Arjanguelsk, en el Ártico. Como el viaje resultó exitoso, Raskova se sumergió en otra travesía que la convirtió en heroína: viajar desde Moscú hasta el extremo Oriente soviético junto a Valentina Grizodúbova al mando y Osipenko como copiloto. Pero las condiciones atmosféricas no fueron las esperadas en este segundo vuelo y llegaron a los Urales sin más orientación que la de su instrumental. El bombardero aéreo en el que navegaban comenzó a helarse y por la noche surfearon férreas turbulencias que provocaron que tuvieran que volar por encima de la cubierta nubosa y elevarse a 7.500 metros de altitud. El frío se volvió extremo. Grizodubova le pidió a Marina que se arrojase en paracaídas, ya que previó la funesta posibilidad de que en caso de tener que aterrizar de emergencia, la cabina en que se hallaba Raskova no resistiría dadas las inclemencias. Marina accede y se arroja con su paracaídas y muy poco instrumental de supervivencia, como un presagio de los tiempos venideros: una pistola, una brújula, una navaja, fósforos impermeables y una tableta y media de chocolate. Luego de 10 días finalmente hallan a Raskova, mal herida y agotada, sin duda. “Marina Raskova sigue con vida!” vivaban todos los diarios. Raskova se convirtió en la primera mujer en recibir el título de heroína de la Unión Soviética.
Lyuba Vinogradoba, autora del libro Las brujas de la noche, para el cual entrevistó (entre otras) a la veterana Valía Grizodubova, declaró que Raskova les fue impuesta en dicha misión porque era oficial del NKVD (policía secreta) y cualquier equipo que estuviera cometido para una tarea tan importante debía incluir un oficial de este organismo.
Como sea, fue Marina Raskova la que tuvo la idea de formar un regimiento femenino de aviadoras voluntarias. La hazaña y la fama de aquella, materializada en titulares, novelas y hasta una autobiografía (Zapiski Shtúrmana) provocaron que cientos y cientos de jóvenes se anotarán como voluntarias al grito de "queremos ser como Raskova!". Algunas muchachas abandonaron sus estudios para sumarse al combate. Como Valia Krasnoshiókova, quién se alistó como “servidora de ametralladora”, pero fue derivada al regimiento de aviadoras.
Otras muchachas fueron convocadas como Masha Dólina, que trabajaba en un club de vuelo que se encontraba en Níkopol, a 400 km de Kiev (Ucrania); ésta última ciudad tuvo que ser evacuada cuando los alemanes se encontraban a 80 km. Masha le rogó a su coronel que se llevará a todos los pilotos como voluntarios, ella incluida. El coronel la desestimó en un principio, hasta que Masha volvió a insistir argumentando a gritos que dejar que llegaran los alemanes a apoderarse del aeródromo y sus tres U-2 (biplanos rusos), sería un acto de traición. El coronel le ordenó que destruyeran el club, el depósito de combustible y cruzaran el río Dniéper en vuelo nocturno. La batalla del Dniéper sería una de las batallas más duras de Masha y una de las más sangrientas y extensas después de Stalingrado. Días después, Masha fue autorizada a visitar a sus familiares que residían en la localidad de Mijáilovka, Prishib (a 550 km de Kiev) para saludarlos, dejar víveres y volver al servicio rápidamente. Se despidió y al día siguiente Mijáilovka fue tomada por los alemanes. En medio de esta desgarradora noticia también la notificaron de otra: «Camarada alférez, se te requiere para ofrecer tus servicios a la Heroína de la Unión Soviética, Raskova». Era momento de secarse las lágrimas y continuar.
Jóvenes como Masha y Valia había por cientos y cientos, tan así que la idea original se triplicó: finalmente fueron creados un regimiento de caza, uno de bombardeo pesado y otro de bombardeo nocturno. Stalin, no podía negarse a la Heroína de la Unión Soviética y a las necesidades y vicisitudes que la guerra impuso.
“Adiós Moscú querido, parto a expulsar al enemigo”
Las voluntarias tuvieron que abandonar Moscú y sus ciudades de origen para subirse a un tren que las llevaría a Engels (ciudad ubicada cerca de la región del Volga), donde realizaron su entrenamiento bajo los mandos de Raskova, Osipenko y Valia Grizodúbova. Si bien hubo aviadoras profesionales, hubo muchas que más bien poseían coraje y pocas o nulas horas o experiencia de vuelo, mucho menos de vuelo de combate.
El viaje a su centro de adiestramiento fue muy extenso, como una peregrinación en la cual fueron conociéndose y perdiendo capas de inocencia a medida que se acercaban a su destino. Eran jóvenes de 19 a 30 años, en su mayoría obreras que abandonaron sus fábricas, campesinas que dejaron atrás sus terruños y familias, sus estudios y universidades, como Zhenia Rudneva que dejó la carrera de Astronomía. En dicho viaje a todas se les ordenó cortar sus largas y doradas trenzas. No sin lágrimas, entendieron que además de incómodo era peligroso: "si te cortan el pescuezo, lloraras por el cabello?". Al llegar a Engels conocieron la vida de los combatientes: la falta de agua y su correspondiente falta de higiene, la carencia de alimentos y el extremo racionamiento de los mismos: gachas de mijo, pan, alubias y chocolate estrictamente dosificado solo para días de vuelo muy fríos y ante un eventual accidente o aterrizaje forzoso.
A estas carencias se le sumó la falta de abrigo: tanto uniformes como zapatos eran de tallas sobradamente amplias para las pequeñas futuras aviadoras que debieron soportar las burlas de sus compañeros varones por el hecho de ser mujeres y por cómo lucían con sus enormes uniformes. Muchas modificaron su vestimenta militar para soportar el crudo frío de una región caracterizada por temperaturas de 30 grados bajo cero en épocas invernales y si a eso le sumamos la altitud de los vuelos, dicha cifra podría aumentar hasta los 40, 50 o más grados bajo cero. Por ejemplo, Lilia Litviak, de tan solo 19 años que llegó a ser una de las mejores y con mayor puntería de todas las aviadoras, fue reprendida por cortar sus medias de piel para usar una parte como bufanda.
Para este momento, otoño de 1941, los nazis habían avanzado sobre la cuenca carbonífera del Donets (sudeste de Ucrania y sudoeste de Rusia), donde se producía el 60% del carbón, el 40% del hierro y el 23% del acero de la URSS. Las Brujas de la noche, no lo sabían pero sus misiones, a su debido tiempo, fueron destruir y recuperar regiones estratégicas como ésta.
“Mi vida pertenece ahora a la lucha contra los fascistas”
Entre noviembre y diciembre de 1941 ya se habían constituido los regimientos 586° de caza, 587° de bombardeo pesado y el 588° de bombardeo nocturno. A pesar de lo que los nombres de los regimientos puedan sugerir, los que eran de bombardeo fueron conformados por las voluntarias con mayor experiencia de vuelo, criterio con el que ellas diferían. En general, los aviones de caza son aquellos que de alguna manera guían y acompañan a los bombarderos, hacen de señuelo ya que no van cargados de explosivos y pueden maniobrar más fácilmente, por lo tanto sus pilotos deben ser profesionales de las acrobacias aéreas. Pero Raskova consideraba que las mejores debían aprovechar su experiencia para destruir aeronaves nazis y las voluntarias sin experiencia serían pilotos de caza. De esa forma Lilia Litviak fue incorporada a dicha división y algunas decenas de jóvenes deseosas de combatir, tuvieron que ponerse el uniforme de mecánicas.
Ya conformadas las unidades y distribuidas sus tareas, era hora de entrar en acción: el 588° regimiento de vuelo nocturno, encaró para el frente suroeste a finales de mayo de 1942. La primera misión militar que habían de emprender las mujeres de tal cuerpo, consistió en hostigar a las unidades enemigas que avanzaban sobre Rostov del Don. Los alemanes habían tomado la ciudad el 21 de noviembre de 1941. Rostov era otro enclave estratégico, si los nazis lo retenían se hacían con el petróleo y grano de la región. Luego de cada enfrentamiento, si el enemigo caía cerca, era tradición en el frente que los paracaídas de seda de los nazis fueran a las manos de las pilotos. Con ellos se confeccionaban ropa interior y blusas o lo que precisarán y a su vez era motivo de arenga antes de salir al combate y forma de paliar la falta de ropa.
Para agosto de 1942, los regimientos 586 y 587 aún no habían entrado en combate. Aquí estaban las mejores aviadoras de la URSS. Estaban a cargo de la defensa aérea de Sarátov. El 587° quedará con tareas de defensa y no entrará a la primera línea de batalla. Maria Raskova fue parte del regimiento 587° hasta su fatídica muerte a los 31 años, debido a que perdió la visión y estabilidad volando hacia Stalingrado.
Un punto de inflexión: Stalingrado
La situación cambia para el primer escuadrón, entre las que estaba Lilia Litviak, del regimiento 586, que es llamado a reforzar la defensa de los cielos de Stalingrado junto a las unidades masculinas de caza. El primer escuadrón estaba compuesto por 8 aviadoras, 5 morirían en combate y 1 sería prisionera de los nazis. Lilia como sobreviviente pide que se la incluya en un regimiento masculino debido a que en el 586° no quedaban más navegantes que ella y Katia Budánova. Su petición es aceptada y aquí se ganó el sobrenombre de Rosa de Stalingrado: en un enfrentamiento con dos grupos de cinco bombarderos Junker Ju-88 acabó con uno de los bombarderos alemanes al disparar contra él desde una distancia de sólo treinta metros. Esta técnica de descargar las armas estando a escasa distancia del objetivo se convertiría en su favorita en los combates posteriores; en la misma refriega, se unió a Katia para enfrentarse a los cazas enemigos que habían acudido al auxilio de los bombarderos, y acabaron derribando su primer Messerschmitt.
Las combatientes terminaban generando una gran amistad y compañerismo no solo en el plano de combate. La muerte de su mecenas Maria fue un golpe devastador, como también la del prometido y compañero de caza de Lilia, Aleksei Salomatin. Pero Stalingrado era una caldera negra en ruinas, había que dejar la tristeza para después y la rendición de Paulus (mariscal de campo nazi) estaba muy cerca.
El frente de Kursk
Una vez que la capitulación del general Paulus se concretó, Lilia y el resto de las Nachtexen o brujas de la noche, como las llamaban los nazis al enterarse que eran bombardeados por mujeres, fueron movilizados junto a los regimientos masculinos a la ciudad de Kursk. Allí tuvo lugar una de las batallas considerada la más grande de la historia, ya que implicó el enfrentamiento de entre 4 a 5 millones entre soldados alemanes y soviéticos.
El 1 de agosto de 1943, en un gran enfrentamiento, cazas soviéticos ven caer el aeroplano de Lilia Litviak luego de derribar un último Messerschmitt, pero no la ven saltar a ella. Nunca encontraron su cuerpo. El resto de las brujas siguieron combatiendo hasta la victoria y buscando el cuerpo de Lilia hasta 1970. Dieron con los restos de numerosos pilotos, pero Lilia nunca apareció.
Las imágenes que acompañan esta historia nos permiten conocer algunos de los rostros de las brujas que hicieron temblar a los nazis, ellas nunca se negaban a tomarse una foto. En contrapartida, los pilotos hombres eran muy supersticiosos y se negaban a ser fotografiados antes de una misión.