“Laissez faire”. “Dejar hacer”. El término, asociado en la teoría económica al liberalismo (que el estado deje actuar a las fuerzas del mercado), parece haber sido tomado y resignificado por el kirchnerismo para establecer su ubicación en otro plano de la realidad, el de su política ante la situación actual de la Argentina y el Gobierno del Frente de Todos.
Cristina Kirchner "se corrió de la gestión", lo dijo más sencillo hace unos días el eterno e incombustible Aníbal Fernández, aunque eso, estrictamente, no sea del todo cierto si uno se atiene a importantes cargos que conservan funcionarios cercanos a la vicepresidenta en ministerios, secretarias y otros organismos oficiales. Pero sí es un hecho que renuncias como la de Roberto Feletti esta semana, obligan a repensar sobre la crisis de la coalición de Gobierno y el futuro del Frente de Todos.
Detrás de las apariencias de la interna oficialista, es necesario indagar entonces en sus esencias, contraponiendo una visión de superficie que muestra a un kirchnerismo enfrentado al plan del albertismo, con una realidad más profunda donde lo deja hacer sus políticas y lo sostiene, mientras enfoca sus miradas en el futuro, ya cercano, del 2023. La crisis es grave hoy, pero su norte parece estar centrado en lo que vendrá más adelante. Para ir a fondo, retrocederemos un poco en el tiempo.
La semana pasada se cumplieron tres años de aquel sábado por la mañana en el que Cristina Kirchner despertó al país con un video que anunciaba la que sería la fórmula presidencial del futuro Frente de Todos. Desde entonces, se ha discutido mucho sobre esa sorpresiva arquitectura electoral que le permitió al peronismo volver al poder, y sobre las contradicciones que aquel original experimento coalicional dejaba sembradas para la gestión del Gobierno. Mucho menos, sin embargo, se ha debatido sobre el programa que la actual vicepresidenta tenía en mente en ese momento de cara a la situación a la que se enfrentarían. Porque una cosa son los slogans y las promesas de campaña, y otra son los programas reales.
“El orden de los Fernández no altera el producto”, fue uno de los tantos chistes-análisis que circularon ese día, elucubrando sobre lo que vendría. Sin embargo, la realidad sería distinta. La elección de Alberto Fernández como cabeza de la fórmula no tenía solamente un objetivo táctico-electoral para unificar al peronismo y ganar las elecciones, sino que encerraba también una orientación de Gobierno. Como sentenció ese día Nicolás del Caño, la política podía traducirse como “Alberto al Gobierno, Christine al poder”. La referencia, obviamente, era sobre la entonces directora gerente del FMI, Christine Lagarde.
El orden de los Fernández sí alteraba el producto. La elección del amigo de Clarín y de la Sociedad Rural como cabeza del Poder Ejecutivo encerraba en sí misma un rumbo que anticipaba cómo se buscaría gestionar la herencia macrista: no se la rechazaría, sino que se la administraría. La propuesta no sería de confrontación, sino de moderación y negociación. El nuevo acuerdo con el FMI ya estaba en el horizonte desde el comienzo, a pesar de que se denunciaba aquella deuda como ilegal. La ex presidenta ponía al frente a alguien que haría una tarea que ella consideraba necesaria, pero de la cual no querría ser la cara visible. Anímense y vayan.
La segunda de las Fernández, Cristina, podía entonces ubicarse así de manera algebraica, bajo la doctrina del laissez faire: dejar hacer al presidente, sea con o sin críticas. Si salía bien, subirse al éxito como ideóloga indiscutible del experimento Frente de Todos; si salía mal, despegarse y echar las culpas sobre Alberto Fernández, bajo la acusación supuesta de “haber roto el contrato electoral”. En todo caso, que el costo siempre lo pague otro.
La crónica de un fracaso anunciado (porque desde nuestro punto de vista legitimar la herencia macrista no tenía otro final posible), agravado aún más por la pandemia y por la guerra -y la negativa a tomar medidas de fondo ante estos temas-, llevó a la intensificación que estamos viendo en los últimos meses de la interna del Frente de Todos: la separación discursiva del kirchnerismo respecto de Alberto Fernández es proporcional a la desilusión de amplios sectores de su base social sobre los resultados del Gobierno, y también a la cercanía del 2023.
¿Es válida esta ubicación de "yo no fui", o bien los problemas que hoy vemos estaban inscriptos desde el comienzo? Desde nuestra mirada, no hay lugar para "sorprenderse" de que Alberto Fernández gobierne como Alberto Fernández. ¿Podía esperarse algo muy distinto del hombre de pasado menemista, legislador en las listas de Domingo Cavallo, amigo de las corporaciones, del massismo y del randazzismo? No parece un argumento válido, sino que era el hombre elegido para la tarea elegida: pactar con el FMI, horizonte que nunca nadie, dentro del peronismo, puso en discusión.
Vayamos entonces a otro punto, que está intrínsecamente relacionado a estas preguntas. El capítulo Feletti, en esta cuarta temporada del Frente de Todos, confirma que la separación discursiva del kirchnerismo es bajo la doctrina del laissez faire. Descartando lo accesorio y dejando lo central, resulta imposible no notar una enorme similitud entre las cartas de renuncia de Máximo Kirchner (a su cargo de jefe de bloque del peronismo en diputados) y la del ahora ex Secretario de Comercio Interior. En ambos casos, acompañaron sus críticas con mensajes de “responsabilidad”: renuncian para que Alberto y Guzmán designen dirigentes o funcionarios que compartan el rumbo definido. Dicho de otra forma: no serán un obstáculo para que el Gobierno siga aplicando su política económica. En su momento, el hijo de la vicepresidenta renunció a encabezar la bancada peronista diciendo que “permaneceré dentro del bloque para facilitar la tarea del Presidente y su entorno. Es mejor dar un paso al costado para que, de esa manera, él pueda elegir a alguien que crea en este programa del Fondo Monetario Internacional, no sólo en lo inmediato sino también mirando más allá del 10 de diciembre del 2023”. Esta semana, Feletti renunció sosteniendo que “considero que la actitud más razonable y profesional de mi parte es facilitar que el Ministro Martín Guzmán tenga libertad para seleccionar funcionarios y funcionarias que compartan el rumbo definido y el programa fijado”.
La similitud es contundente: no se trata para ellos de luchar para torcer el rumbo, sino de dejar hacer y separarse de los costos políticos de aplicar el plan económico. Su mirada, más allá de su retórica, no está puesta en los que no llegan a fin de mes, sino en los dirigentes que temen que para ellos no haya 2023.
Nótese también que en sus cartas Máximo no se autocritica, por ejemplo, de haber votado presupuestos de ajuste en el Congreso Nacional, ni Feletti de haber fracasado absolutamente en el control de la inflación. Difícilmente podrían hacerlo, dado que carecen de un programa alternativo, más allá de tales o cuales propuestas parciales que parecen tener objetivos más propagandísticos que reales, sin nunca cuestionar los problemas de fondo.
En dos aspectos más vemos la política del laissez faire: principalmente, en la ubicación de los dirigentes sindicales del kirchnerismo, que critican el plan económico pero apenas si hacen alguna medida testimonial y aislada, sin apostar a poner la gran fuerza social de la clase trabajadora en las calles. En los próximos días veremos también novedades sobre otro tema clave: cómo se ubicarán funcionarios importantes como Federico Basualdo y Darío Martínez, alineados con Cristina Kirchner, frente a los aumentos de tarifas que están por venir y echarán más leña al fuego de la inflación. Hace unos días, "vaciando" la audiencia pública que discutía los aumentos de la luz, dieron un gesto crítico, otra vez, sin obstaculizar el plan.
El elemento nuevo, respecto de los años transcurridos, es que la cercanía del calendario electoral apura este desmarque político. Mientras a Alberto lo dejan hacer, comienzan las discusiones para el nuevo armado político del peronismo de cara a 2023. Algo de eso se ve en reuniones como la que hizo el PJ el pasado fin de semana en Mendoza, con la kirchnerista Anabel Fernández Sagasti como anfitriona y la presencia de gente tan progresista como Juan Manuel Urtubey. El kirchnerismo amaga por izquierda y prepara alianzas por derecha, como ya fue con Scioli, como fue con Alberto y con Massa. Alerta Spoiler y advertencia: la historia puede repetirse. Lo que está planteado: romper el círculo del fracaso eterno del malmenorismo, hoy frente a derechas como las de Milei o Juntos por el Cambio, y construir una salida por izquierda, que empieza por un planteo ante las urgencias de hoy con los golpes de la crisis, pero bajo una perspectiva de fondo de salida obrera y socialista. Las catástrofes de guerra y hambre del capitalismo en el mundo, y la infinita crisis argentina, así lo exigen. Es una tarea cada vez más urgente. |