Fundador de Los Violadores y pionero del punk argentino, publicó “Lo hice porque me lo prometí”, su autobiografía. En charla con LID repasa sus comienzos y su poco conocida relación con Soda Stereo.
Frente a otros bronces de la cultura punk argentina, Sergio Gramática luce como el tipo que estuvo cuando había que estar: ¿qué hubiese sido de Los Violadores si él no le respondía a Hari B la carta que había enviado al correo de lectores de la revista Pelo en 1978? Al baterista le corresponde el cincuenta por ciento de aquel acto fundacional, y además el protagonismo en los sucesivos años de expansión.
La historia de Los Violadores y el punk argentino acumuló una interesante bibliografía en la que Gramática siempre apareció como un testimonio entre tantos otros. La primera vez que le propusieron hacer un libro, se negó. Aunque dejó un compromiso: “Cuando me vuelvan las energías para poder recordar y escribir, lo haré”. Por eso, cuando lo logró, puso el título que le puso: “Me lo había prometido y, finalmente, llegó el momento”. La importancia de este libro como un nuevo relato en la coralidad de la cultura rock argentina quedó figurada en la invitación del Museo Histórico Nacional para allí presentarlo a fines del año pasado.
Lo hice porque me lo prometí es la autobiografía de Sergio Gramática, quien a lo largo de 160 páginas cuenta una historia que merece ser narrada con ese detalle. El baterista inició con Hari B la primera experiencia punk de Argentina, Los Testículos, que luego devino en Los Violadores. Todo ese proceso ocupó diez años, desde 1978 hasta 1988, cuando abandona el grupo en el momento de esplendor. Y se apaga de la consideración pública. Pero siguió viviendo experiencias interesantes y formadoras. El libro (editado por Mandíbula y Serial) profundiza varias de ellas, como sus años en Tijuana o el rescate de su tía-abuela Emma Gramática, destacada actriz del teatro mundial.
“En el asunto de la escritura, que no es otra cosa que poner en marcha la dinámica del pasado, aunque uno viva el presente y crea estar lleno de futuro, me decidí a escribir. En este libro está mi propia historia, y escribí mi propia historia porque no tenía otra cosa que hacer. En ese tren de reivindicaciones me propuse ser revisionista, y me encontré siendo yo mismo en cada una de las situaciones”, asume Sergio en el prólogo de Lo hice porque me lo prometí.
“Empecé tocando arriba de las sillas. Después tuve una batería de juguete. Y a los diez años vino una de verdad, que me regaló mi viejo. Primero escuchaba los discos. Luego, intentaba acompañar los arreglos. Yo seguía lo que hacían Oscar Moro, Rodolfo García, me llamaban la atención. Hasta que logré ver a Los Gatos en vivo. Y aluciné los movimientos que hacía Moro, ahí aprendí bastante”, cuenta Gramática. Eso ocurrió en el club Huracán de San Justo, a dos cuadras de dónde él y sus papás vivieron durante un tiempo.
“Mi viejo me había mandado a un conservatorio, pero duré un mes. El profesor tenía métodos sistemáticos antiguos, me hacía tocar como jazzero. Para mí era imposible. Así que largué todo y me dediqué a ser un autodidacta total, a pesar de que es el instrumento más complicado de todos”, sostiene.
Papá empleado, mamá ama de casa y el hijo único de una familia de clase popular del conurbano se mudaron en menos de una década y media más de quince veces. Hasta que cierta estabilidad se afianzó en Bernal. Ahí, todos los meses, Sergio iba religiosamente al puesto de diarios y revistas más cercano para comprar la Pelo de cada mes.
A principios de 1978 le tocó hacer la colimba en Río Santiago, Ensenada, y en uno de los viajes en tren para hacerse la revisión médica se leyó la nota de tapa de la Expreso Imaginario que había comprado en la estación. “Punk, un tajo violento en la música popular”, se titulaba el texto escrito por Alfredo Rosso e ilustrado por Horacio Fontova. “El artículo era muy bueno y completo, y me aclaró todo”, dice Sergio.
Ya fuera de su compromiso con el Servicio Militar Obligatorio, de vuelta a Bernal, Gramática volvió a comprar la Pelo. Jamás hubiera imaginado que lo más trascendente de la revista lo encontraría en el correo de lectores. “Punk argentino. Les tengo que informar que el punk en la Argentina existe, porque yo estoy aquí y lo soy”, comenzaba la breve carta firmada por un tal Hari B, de “domicilio desconocido”.
“Para algo sirvió la revista, jaja. Siempre le daban con un caño a todos. Hasta a Queen, a Kiss”, ironiza Sergio. “Leí su carta y mandé una a la revista, porque él no había puesto ninguna dirección. Quería saber dónde vivía, algún número, y ahí me mandaron una respuesta escrita a máquina con un teléfono de línea. En mi casa no había, así que fui a uno público en una estación de servicio y puse el cospel. Ahí comenzó la relación hasta que fui a su casa”.
Gramática era un pibe de Bernal, zona sur, familia proletaria, zanjones de tosca. Pedro Braun, en cambio, hijo de inmigrantes, profesionales, clase media de Belgrano. “Había una diferencia social por la procedencia de ambos que creo que se notaba, era abismal. Pero no nos afectaba, nunca significó un problema, en lo más mínimo”, asegura Sergio. “El interés común por esa misma música que acá circulaba poco y nada fue lo que nos unió desde el primer momento. Además, Hari sabía de muchas cosas, como Pil, y entonces podíamos hablar horas y horas de todo tipo de temas. Eso me gustaba mucho y, a decir verdad, también lo extraño”.
“Con Hari hicimos unos shows con Los Testículos, hasta que en 1978 le toca hacer la colimba. Ahí se produjo una primera pausa”, reseña Sergio. El baterista aprovechó ese interín para experimentar algo muy frecuente en la cultura punk, pero aún inédito en Argentina: un fanzine. “Las revistas más importantes de música no hablaban del punk, así que intenté hacerlo yo. Y lo logré. Se llamó Vaselina y solo salió un número, porque era muy difícil, pero le saqué varias fotocopias y la entregaba en mano por Parque Rivadavia”.
En ese paréntesis se produjo también otro hecho que iba a cambiar el curso de las cosas: “Los Testículos me empezó a parecer demasiado ridículo, así que en un momento se me ocurrió pensar otro nombre. Y Los Violadores sonaba bien, fuerte. Era una palabra sola. Me inspiró Sex Pistols, otro nombre fuerte”, explica. “Le mandé una carta a Hari, le pareció bien, y así quedó. No teníamos noción de nada. Recién con el tiempo le dieron una acepción sexual que nunca tuvo nada que ver con nuestra intención: era 1978, la Dictadura pisaba con todo y además daba vueltas la idea de una guerra con Chile. Si había unos violadores, eran ellos, no nosotros. Lo explicamos en “Violadores de la ley”, una canción que grabamos en Mercado Indio, de 1988, pero ya habíamos hecho en 1981 con Stuka y Hari, antes de que entrara Pil. Queríamos violar las estructuras tradicionales y conservadoras de esa época terrible, y por cierto lo pagamos cayendo en cana de maneras muy atroces, como la vez que nos detuvieron en el auditorio de la Universidad de Belgrano”.
Ese recital en la UB les generó críticas de Pelo, Humor y Expreso Imaginario, revistas que parecían progresistas, pero con ustedes actuaron de manera conservadora…
Sí, porque ellos estaban inmersos en una cultura del rock totalmente conservadora. Las bandas eran buenas, pero no se podía salir de ese tamaño. Había una hegemonía muy grande. Era de dos, tres o cuatro, nada más. Y una banda que venía a patear el tablero era insoportable. E impublicable…
Es recordada la entrevista de Expreso Imaginario a ustedes y Virus que nunca se publicó. Aquella vez le pediste a Federico Moura que fuera “más gay” y se sorprendió…
¡Es que quería que fueran más gays! Y medio que él se asombró. Lo recuerdo muy bien a ese encuentro, porque Federico hablaba mucho y nosotros no tanto. Virus ya tenía un disco, nosotros recién estábamos preparándonos para entrar a grabar. Los veía muy inteligentes y cultos para la escena que había acá. Al principio la pasaron mal. “Pero ustedes tendrían que ser más gays todavía”, les dije. “¿Te parece?”, me contestó Federico. En esa época nadie decía la palabra “gay”, salvo en Inglaterra. Pero para mí era como David Bowie. Me re copaba.
En esa época ustedes ya preparaban el primer disco, favorito para muchos, aunque en el libro elegiste a Mercado Indio…
El primer disco se volvió “de culto” con el tiempo. Pero al principio, no: eran canciones muy fuertes, con letras al frente y grabadas de manera muy cruda, tal como las hacíamos en vivo. Creo que adquirimos cierta madurez a partir del cuarto, Mercado Indio. Casualmente, los dos fueron producidos por Michel Peyronel, aunque el audio de Mercado… es buenísimo. Es difícil hablar de lo que uno hizo: yo lo viví en el momento. Ahora, con “el diario del lunes” uno puede verlo más fríamente. Hace mucho que no escucho el primer disco, pero cada vez que lo hago me encanta.
En pleno despegue de Soda Stereo, Gustavo Cerati halagó esos primeros años de Los Violadores…
En 1985 comenzó a salir el suplemento Sí de Clarín y a fin de año hicieron su primera encuesta. Él y Charly Alberti eligieron Y ahora qué pasa, eh? como mejor disco. Gustavo era un tipo muy abierto. Le gustaban los Clash, también los Pistols. Le copaban la new wave y el punk.
Después de irte de Violadores viviste unos años en Tijuana. ¿Es cierto que el primero que te la recomendó fue él?
Sí, ellos fueron varias veces y siempre les fue bien. Al regreso de la primera, nos vimos y me dijo: “Tendrías que conocer Tijuana”. En México creo que se había llegado a editar Fuera de Sektor, el disco que nos llevó a Chile, Uruguay y especialmente Perú, donde fue un éxito. Pero allá nunca llegamos a tocar. Y siempre me había interesado conocer. Así que fui en 1989, a ver qué pasaba. Estuve unos siete meses en el DF, hasta que me dijeron que en el norte había más actividad musical. Y me establecí ahí.
¿Qué tal esa experiencia?
Tijuana fue una experiencia cinematográfica, en la frontera con Estados Unidos, a treinta kilómetros de San Diego, otra ciudad con más de un millón de habitantes. Otro mundo. Trabajaba en un estudio de grabación. Vi bandas, conocí mucha gente. Y en esa bola… apareció Soda Stereo. Era la gira de Canción animal, marzo de 1991. Estaban con todo. Tocaron en el Auditorio Municipal, una especie de Luna Park. Repleto de gente de México, pero también de Estados Unidos. Una locura. Para mí era un orgullo que una banda argentina estuviese convocando esa gente tan lejos y, por supuesto, los fui a ver. Estuvimos juntos antes y después. Con Zeta y otras personas nos fuimos a tomar algo. Y Gustavo me dijo: “Qué bueno que estés acá”. Aunque la pasé bien, nunca fue mi idea quedarme. Así que a los tres años sentí que había sido demasiado… y me volví.
Al otro lado del arco de la historia, hoy estás con el proyecto Gramática-Tapia, después de los regresos con Violadores. ¿Qué encontraste escribiendo sobre tu pasado?
Cuando empecé a pensar en hacerlo, alguien me dijo que me iba a llevar tres años. Y el momento justo llegó con la pandemia y los confinamientos. Agarré un cuaderno y una birome, porque no me manejo con Internet ni tengo computadora. Fue un trabajo duro que no recomiendo, jaja. Lo que no conté, es porque me lo olvidé. Por suerte, igualmente creo que me acuerdo de bastantes cosas. Otro libro dice: “No te cruces en tu camino”. Conclusión: así fue la historia; no cambiaría nada.