¡Estimades lectores! Continuamos con esta sección que intenta responder, cortito y al pie, algunas preguntas que nos hacemos, que nos llegan o surgen de algunas charlas que tenemos y, en muchos casos, desde los sentidos comunes que instalan los discursos e ideologías hegemónicas. Por su extensión, no podremos resolver con profundidad ciertas problemáticas, pero no dudes en seguir los links que dejamos para conocer más de estos temas.
Hoy hablaremos sobre la violencia en las revoluciones. Esta discusión surge cuando charlamos entre quienes compartimos los objetivos del socialismo, pero al hablar de la revolución, les genera dudas o inquietudes el problema de la violencia durante este proceso. Esto se basa en gran medida en un sentido común que han querido instalar las clases dominantes, para ahuyentar el “fantasma de revolución”, según la cual todo lo asociado a una acción independiente de las masas se asocia a muertes y padecimientos impensados. Por eso, aquí queremos empezar el recorrido de forma inversa: mostrando que lo primero que oculta esta idea es que en los momentos en donde supuestamente reina la paz, las clases dominantes son las que ejercen la violencia todos los días, a veces más abiertamente y otras más solapadamente.
Entonces comencemos por la primera de las preguntas: ¿se vive sin violencia en momentos no revolucionarios? Si pensamos la violencia en el sistema capitalista, podemos decir que es ejercida cotidianamente por diferentes vías. Desde la violencia como consecuencia de ser un sistema basado en la desigualdad, hasta la violencia producto ejercida por el estado capitalista y por los capitalistas en los lugares de trabajo.
Para poner un ejemplo de la violencia intrínseca a la desigualdad capitalistas vale empezar por señalar el hambre y miseria que genera en millones, una tortura diaria para las grandes mayorías. Tomando los últimos informes de la Fundación Oxfam, una organización para nada revolucionaria, los datos que brindan presentan que solo 10 personas poseen más riqueza que el 40% de la población mundial, pero que al mismo tiempo 263 millones de personas cayeron en la “pobreza extrema” en 2022. Su riqueza es el hambre de millones. Mientras algunos no tienen que comer en estos años surgieron 62 nuevos milmillonarios en la industria alimentaria.
Además, según el Reporte Mundial de las Ciudades de ONU-Habitat, hay 1800 millones de personas en el mundo que no tienen una vivienda digna y una tercera parte de la población mundial vive en asentamientos precarios, mientras proliferan los emprendimientos inmobiliarios o se invierte en grandes eventos deportivos como el Mundial FIFA de Qatar, en el que se vienen construyendo estadios que, al finalizar el certamen, serán desmontados o abandonados. Esto es violencia que genera muertes por enfermedades que son totalmente evitables de solo tener acceso a condiciones sanitarias adecuadas.
Solo en Argentina se contabilizan, según el INDEC, más de 7 millones de personas que viven hacinadas, representando el 25% de la población. A su vez, 11 millones de personas habitan en viviendas que no poseen un saneamiento adecuado. Durante la cuarentena la falta de saneamiento adecuado, de acceso al agua y el hacinamiento fueron factores determinantes para el avance del virus y que las muertes se extendieran entre los que menos tienen. A su vez, en la Villa 31, mientras pasaron varios días sin agua, la respuesta del gobierno fue el cerco policial para que nadie salga sin control de las fuerzas de seguridad.
Según informes de Amnistía internacional, durante la pandemia hubo un avance en la violación de los derechos humanos en al menos 60 países por parte de la policía o fuerzas similares, “con la excusa de hacer frente al virus”. A menos de un mes del decreto de aislamiento social, preventivo y obligatorio, las fuerzas de seguridad detuvieron a casi 10 mil personas, muchas de ellas quienes dependían de su trabajo en la calle, o que vivían en situación de calle. Recordemos que hubo denuncias de tortura y detenciones arbitrarias, la propia desaparición de Facundo Astudillo Castro como caso testigo.
En otra escala podemos ver la violencia como consecuencia de las guerras capitalistas. Conflictos innecesarios que se llevan adelante como el que sucede entre Ucrania y Rusia, demuestran que son matanzas enormes que no generan ningún beneficio para las grandes mayorías. Todo lo contrario: causan penurias a las poblaciones, no solo con las muertes propias del enfrentamiento sino con movimientos de población y migraciones forzadas. A su vez, estas guerras tienen un impacto económico internacional que siempre pagan los más pobres, como lo demuestra el crecimiento de la hambruna en todo el sur de África y zonas de Medio Oriente producto de la interrupción de la exportación de cereales.
Mientras vemos estas catástrofes humanitarias, todas las potencias están embarcadas en un plan de rearme imperialista, preparándose para nuevas guerras. Ya sabemos a dónde nos llevan: son los mismos países imperialistas que llevaron adelante guerras que solo beneficiaron a un puñado de empresarios como las de Irak o Afganistán, conducidas supuestamente “en nombre de la libertad”. Al día de hoy, estas regiones se encuentran devastadas por consecuencia de estas intervenciones.
De todo lo anterior podemos concluir que los momentos no revolucionarios bajo el capitalismo son violentos. Hablamos de un sistema basado en la apropiación privada de todo lo que produce la humanidad; que convierte los servicios básicos en negocios, como la salud durante la pandemia y arroja a millones a vidas de miseria mientras unos pocos aumentan sus ganancias cada día; que roba el tiempo y el fruto de su trabajo a lxs trabajadorxs y que lleva adelante conflictos por la sed de ganancia a costa de la vida de la mayoría de la sociedad.
Ahora sigamos con la violencia en las revoluciones. ¿Es inevitable? ¿Puede haber revoluciones sin violencia?
Con solo ver los procesos revolucionarios vemos que la violencia ha existido sin excepción. La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, anunció Marx en el Manifiesto Comunista. Los grandes saltos históricos se produjeron cuando las clases intervinieron como tales. Al ver la historia de las revoluciones se observa que ellas se producen cuando las masas ya no pueden seguir soportando la situación que estaban padeciendo y cuando se pone en cuestión el orden dominante. Y en la medida en que esos procesos avanzan hacia cuestionar las formas de propiedad que sustentan aquel orden, se vuelven una amenaza existencial para la clase dominante como tal, de lo cual se defenderá por todos los medios posibles.
En la Antigüedad, las rebeliones de esclavos o en el Medioevo, los levantamientos campesinos, fueron episodios violentos. Las revoluciones del siglo XVII y XVIII, con la burguesía como protagonista, no fueron la excepción y conformaron ejércitos para imponer su dominio económico y político.
El capitalismo mismo nace “teñido de Sangre” como comenta Marx en El Capital. La “acumulación originaria” que da origen al capitalismo europeo, se basó en la expropiación forzosa de los campesinos, en la colonización de Asia, África y América y en el asesinato masivo de esclavos y pueblos originarios para obtener los recursos sobre los que se basó la Revolución Industrial.
Ya con la burguesía como clase dominante, como en cualquier sociedad que se divide en clases, mediante el Estado gobierna buscando el consenso, a través el sufragio y otros mecanismos. Sin embargo, cuando ya no les alcanza con esto, recurre al uso de la violencia por medio de las fuerzas de seguridad o grupos parapoliciales para imponer sus objetivos económicos y políticos. Estos mecanismos coercitivos pasan a primer plano cuando las mayorías realizan cuestionamientos al dominio burgués y al mantenimiento de sus privilegios.
Si en situaciones de lucha de clases en momentos no revolucionarios, como en paros y huelgas que realizan los trabajadores cada vez que buscan mejoras en sus condiciones laborales, el Estado se encuentra del lado de la patronal con la policía defendiéndolos, en momentos de mayor organización, como ha mostrado la historia en el siglo XX, los capitalistas apelan a bandas fascistas, bandas parapoliciales que atacan buscando desarmar las organizaciones obreras. Se trata de momentos donde las clases dominantes ejercen una violencia contrarrevolucionaria para desarticular la ofensiva de las masas.
Esto aún se vuelve más claro cuando se trata de Revoluciones que apuntan directamente contra la clase capitalista y su propiedad, cuestión que ya había sido advertida por Engels. Él se preguntaba: ¿Será posible suprimir por vía pacífica la propiedad privada? Y contestaba:
Sería de desear que fuese así, y los comunistas, como es lógico, serían los últimos en oponerse a ello. Los comunistas saben muy bien que todas las conspiraciones, además de inútiles, son incluso perjudiciales. Están perfectamente al corriente de que no se pueden hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente y que éstas han sido siempre y en todas partes una consecuencia necesaria de circunstancias que no dependían en absoluto de la voluntad y la dirección de unos u otros partidos o clases enteras. Pero, al propio tiempo, ven que se viene aplastando por la violencia el desarrollo del proletariado en casi todos los países civilizados y que, con ello, los enemigos mismos de los comunistas trabajan con todas sus energías para la revolución. Si todo ello termina, en fin de cuentas, empujando al proletariado subyugado a la revolución, nosotros, los comunistas, defenderemos con hechos, no menos que como ahora lo hacemos de palabra, la causa del proletariado.
Entonces si vemos que, por diferentes vías, la burguesía en momentos revolucionarios, mediante las fuerzas del Estado, grupos privados, etc., ejerce la violencia contra los trabajadores y el pueblo
¿Cómo hacemos para defendernos? ¿Qué deben hacer los socialistas revolucionarios?
Como hemos dicho hasta aquí las revoluciones se dan más allá del deseo de tal o cual partido. En su Historia de la Revolución Rusa Trotsky comentaba que: “En los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”. Ahora bien, tanto Trotsky como otros revolucionarios, advirtieron que frente a esta realidad el rol del partido era clave en que esos procesos triunfen. Es decir, en que esa irrupción de las masas no se disipe y sea aplastada por los capitalistas sino que pueda triunfar.
De ahí que el rol de los revolucionarios es prepararse para no llegar indefensos a esas situaciones. Los capitalistas tienen de su lado al Estado y su ejército, sin embargo dependen de los trabajadores ya que estos son los que hacen funcionar la economía de la sociedad mediante los puertos, aeropuertos, empresas de transporte, energía y alimentación, por solo nombrar algunas. Esta es la gran fortaleza que tienen los trabajadores para enfrentarse al poder de los capitalistas. Las posiciones estratégicas de la economía son manejadas por los trabajadores y desde allí pueden organizarse y crear instituciones de poder que dobleguen a las clases dominantes.
Sin embargo, las situaciones revolucionarias no se dan de un momento para el otro sino que atraviesan distintas etapas que incluyen distintos grados de preparación de esa defensa. Trotsky, en el Programa de Transición, desarrollaba esta idea de la siguiente manera:
La exacerbación de la lucha del proletariado significa la exacerbación de los métodos de resistencia por parte del capital. Las nuevas olas de huelgas con ocupación de fábricas pueden provocar y provocarán infaliblemente enérgicas medidas de reacción por parte de la burguesía. El trabajo preparatorio se conduce desde ahora en los estados mayores de los trusts. ¡Desgraciadas las organizaciones revolucionarias, desgraciado el proletariado si se deja tomar nuevamente de improviso! La burguesía no se limita en ninguna parte a utilizar solamente la policía y el ejército oficiales. En los Estados Unidos, incluso en los períodos de “calma”, mantiene destacamentos amarillos y bandas armadas de carácter privado en las fábricas. (…) Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la sacrosanta democracia está más segura allí donde la burguesía se halla armada hasta los dientes y los obreros desarmados. (…) Las bandas fascistas sólo pueden ser contrarrestadas victoriosamente por los destacamentos de obreros armados que sienten tras de sí el apoyo de millones de trabajadores. La lucha contra el fascismo no se inicia en la redacción de una hoja liberal, sino en la fábrica y termina en la calle. Los elementos amarillos y los gendarmes privados en las fábricas son las células fundamentales del ejército del fascismo. Los piquetes de huelgas son las células fundamentales del ejército del proletariado. Por allí es necesario empezar.
Estos métodos de defensa, por lo tanto van creciendo en la medida en que crecen las instituciones de organización y de lucha de las y los trabajadores. En Rusia, los Soviets, que eran consejos de obreros, soldados y campesinos, fueron elementos indispensables en la preparación de la insurrección y en la defensa de la revolución frente a los ataques de sus enemigos. Estas formas de organización, que han tenido otros ejemplos a lo largo de la historia, son la base sobre la cual crear comités de defensa para poder mantenerse frente a los ataques de los capitalistas que verán en ellos una competencia en el ejercicio del poder en la sociedad. A su vez, son importantes puntos de apoyo para preparar la ofensiva revolucionaria contando con una articulación entre la clase obrera y otros sectores sociales.
A modo de conclusión podemos señalar entonces que las revoluciones de por sí son violentas, pero que si la clase obrera y los sectores populares llegan preparados a esas situaciones son capaces de doblegar la ofensiva de los capitalistas, que intentarán poner todas sus fuerzas en aplastarlas. Para ello cuentan no solo con el hecho de ser la mayoría de la sociedad y tener en sus manos las palancas que mueven al mundo, sino una rica experiencia de lucha previa llena de victorias y derrotas que ha acumulado el proletariado a lo largo de la historia y que el marxismo revolucionario ha intentado condensar.
El sistema capitalista es el responsable de generar los sufrimientos que padece la sociedad y no es capaz de terminar con ellos. Con solo pensar en el siglo XX, salvo algunos periodos predominaron las guerras, las múltiples crisis económicas y padecimientos insoportables que provocaron revoluciones con las que irrumpieron las masas trabajadoras y de sectores empobrecidos que ya no pudieron postergar sus necesidades. Los revolucionarios peleamos por una sociedad libre de estos padecimientos. El comunismo, como decía Marx, “será pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad". Una sociedad sin clases y sin Estado donde ya no haya violencia de ningún tipo. Los revolucionarios intervenimos en la lucha de clases pero para terminar para siempre con la lucha de clases.
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