Junto con el argumentario desplegado por Cubero, dirigente aragonés del PCE, las críticas de la juventud del PCE a su dirección han sido uno de los elementos más destacados del XXI Congreso. Estas se plantean desde diferentes ángulos, pero en lo fundamental se sostienen en un cuestionamiento general al burocratismo de la dirección o a darle demasiado peso a lo electoral/institucional, como si el problema no fuera que el partido hubiera entrado en el Gobierno de un estado imperialista, sino que eso no fue algo suficientemente consultado con la base y la juventud.
En un documento de la UJCE previo al Congreso; y en otra carta del Secretario General de la Juventud Comunista, Alfonso Armesto, se señalaba que en el caso del Partido Comunista de España, la “anulación de sus potencialidades revolucionarias culminó cuando su degeneración oportunista llevó a abrazar las tesis eurocomunistas”, renunciando en última instancia al marxismo y a la teoría revolucionaria. Es decir, que el desvío fatal del partido habría venido en los años 80. Este cuestionamiento no solo es una reivindicación implícita al pasado estalinista del PCE, sino que a la luz de la línea política que sigue defendiendo la UJCE, es puro doble discurso.
Es un hecho innegable que al abrazar las tesis eurocomunistas el PCE profundizó la tendencia a la derecha del partido, en una línea de defensa de las instituciones capitalistas y de pacto con la burguesía imperialista. Pero su rechazo a la teoría y la estrategia revolucionaria no comienza con este giro, sino que proviene prácticamente de su nacimiento. Este balance crítico de la tradición histórica del PCE está completamente ausente en la crítica de la UJCE.
La crisis actual del PCE y de las Juventudes Comunistas no son fruto del resultado de una reciente burocratización del partido, ni de un nuevo giro a la derecha por parte de la dirección. Su crisis es el producto lógico de una política de colaboración de clases y un historial lleno de traiciones a la clase trabajadora que, como veremos, constituye el ADN del Partido Comunista de España.
Los y las jóvenes que integramos la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) somos una parte de esa juventud que ha nacido a la vida política en una etapa de reactualización de las tendencias clásicas del imperialismo a las crisis y las guerras, y también las revoluciones. Una etapa donde el sistema ha dejado claro que no tiene ningún futuro que ofrecernos: solo guerra, pandemia, crisis económicas, precariedad, crisis climática y un futuro distópico. Mientras, todos los jóvenes comunistas vemos de cerca las traiciones que comete a diario el PCE como parte del Gobierno imperialista del PSOE, que es cómplice del giro militarista con la excusa de la Guerra en Ucrania, que calla ante la ocupación de marroquí del Sáhara y el asesinato a migrantes en la frontera mientras Pedro Sánchez felicita a la gendarmería de Marruecos y la policía española, que colabora con el fortalecimiento de las fuerzas represivas del Estado y su represión, que su secretario general pide a los trabajadores en huelga del metal de Cádiz que “confíen en el trabajo que está haciendo el Gobierno” y que se vuelvan a casa, que abre un nuevo CIE o prohíbe el 8M, por solo decir algunas.
De esto, claro está, también se da cuenta su juventud, que entra en profundas contradicciones y desmoralización. No por nada el PCE pasa por uno de los momentos con menos militancia activa en su historia. En estos años cada vez que se pregunta a un joven militante comunista por qué siguen dentro de un partido que hace tiempo que renunció incluso formalmente al leninismo, responden que “se acerca una reforma del partido de la que saldremos con una política revolucionaria”. Pero esta supuesta reforma, que ya de por sí se presenta como una línea conciliadora, nunca llega. El Congreso ha sido el último ejemplo.
Está claro para todo joven comunista que quiera pensar, que la hoja de ruta actual del Partido Comunista de España está muy lejos de una praxis revolucionaria. No se puede entender cómo un partido supuestamente comunista se haya integrado en el Régimen del 78 y en la gestión de un Estado capitalista con la misión exclusiva de ser el ala izquierda de un gobierno burgués. Si como decía Marx “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”, para cualquier marxista serio la entrada a un gobierno burgués para gestionarlo desde dentro de una manera más amable es una traición a la clase trabajadora y a los sectores populares. Y lo que es peor, intentan ocultar las contradicciones que les provoca ser parte de un Gobierno imperialista que realiza políticas de derecha. Hay que decirlo claramente: no es posible reformar al PCE.
La orientación del PCE le ha hecho posicionarse sistemáticamente contra el movimiento obrero y estudiantil, tratando de desarticular la autoorganización y la vanguardia de los movimientos en los momentos de agudización del conflicto, desplazando así el centro de gravedad de la lucha de clases al pacto sistemático con la burguesía. Y es que, siendo parte del gobierno contra el que se dirigen los reclamos de estos movimientos, ¿cómo iban a hacer otra cosa? No hay ningún “giro reformista” del PCE producto de una desviación de la teoría, puesto que su estrategia política que siempre tendió a la reforma. Y hay 100 años de historia que lo comprueban.
Breve recorrido por el PCE
A principios de 1920 jóvenes socialistas fundaron el primer Partido Comunista Español, y en 1921 se aprobará su adhesión a la III Internacional. En pocos años, durante el proceso de degeneración y burocratización de la Unión Soviética, de aniquilación de la vanguardia revolucionaria y el retroceso de derechos de las mujeres y otros sectores oprimidos, el PCE abrazó las tesis estalinistas de la posibilidad de construir el socialismo “en un solo país”, la lucha contra “el trotskismo” y su errática orientación política. Así, desde el inicio de la II República y de la Revolución Española, la política del PCE estuvo basada en replicar los giros de la Internacional dirigida por Stalin y su séquito de burócratas.
Después de años de haber impulsado la nefasta política ultraizquierdista llamada del “Tercer Período”, que permitió el ascenso del nazismo en Alemania, en 1935, la Tercera Internacional, en su VII Congreso da un giro opuesto y adopta la política de los Frentes Populares. Es decir, aceptar la alianza con las fuerzas de la burguesía progresista para hacer frente al fascismo. Esta política de colaboración de clases desarmó estratégicamente a la clase obrera, la única clase que puede luchar hasta el final contra el fascismo. Cuando se produjo el Golpe de Estado en julio de 1936 la reacción del Gobierno, junto al PCE, fue llamar a la calma para buscar una negociación con los fascistas. Y es que la burguesía republicana tenía más miedo a un proletariado armado y organizado con un programa revolucionario que a la victoria de los golpistas, o en el mejor de los casos, una salida pactada. Por ello el Frente Popular intentó frenar las demandas socialistas y democráticas de la clase obrera y el campesinado.
Por suerte, la clase trabajadora desobedeció las direcciones y empezaron a tomar fábricas, crearon milicias, colectivizaron la industria, las tierras… Entonces el PCE, ya desde el gobierno, inició una contrarrevolución violenta para frenar la iniciativa de la clase trabajadora, no dudando en aplicar los métodos del fascismo para terminar con toda amenaza revolucionaria, como sucedió en las jornadas revolucionarias de Mayo de 1937.
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Si antes de la II Guerra Mundial ya para el estalinismo no había lugar para una revolución proletaria, menos después de los Pactos de Yalta y Postdam que le sirvieron para mostrarse ante el resto de los países capitalistas como un aliado con el que llegar a acuerdos económicos y políticos de coexistencia pacífica. Así, años después de la victoria sangrienta de los fascistas en España, por la que fueron asesinados cientos de miles de trabajadores y combatientes antifascistas, el PCE volverá a plantear nuevas variantes frentepopulistas con aliados aún peores, como monárquicos o franquistas reconvertidos en “demócratas” para liquidar la dictadura.
Veinte años más tarde se presentaría en París la Junta Democrática, a la que Santiago Carrillo fue acompañado de un miembro destacado del Opus Dei como Calvo Serer. Desde este momento el partido dirigido por Carrillo buscará la negociación por arriba para salir bien posicionado de la dictadura, aprovechando sus posiciones en el movimiento obrero para desarticular la autoorganización y las huelgas que tomaban una mayor combatividad y mostrarse así frente a sus aliados como un partido respetable que tenía que integrarse en la Transición. El PCE fue partícipe de una Reforma pactada en la que aceptó la bandera, la unidad inquebrantable del Estado Español, la impunidad, la monarquía, una democracia para la burguesía entre una larga lista de elementos por los que aún seguimos luchando a día de hoy. La historia del PCE después de la transición ya es más conocida e incluso cuestionada por sus propios militantes.
Cubero y Santiago: dos caras de una misma moneda
Todo este recorrido no puede ser corregido por una nueva dirección como la que proponía la lista de Alberto Cubero, el secretario político del PCE Aragón. Sencillamente porque no desarrolla una hoja de ruta alternativa revolucionaria que pueda superar la degeneración reformista y burocrática de su propio partido. Esto no es una exageración polémica, es una evaluación objetiva de las posiciones del propio Cubero. Por ejemplo, cuando en una entrevista para Púbico confiesa que el balance del PCE en UP y en el Gobierno es positivo, afirmando que hay logros que no hubieran sido posibles sin su presencia en él. O cuando, ante la pregunta de si el PCE debería continuar en un Gobierno de coalición, responde que actualmente no tiene sentido esa pregunta si se han cumplido dos tercios de legislatura. Y que “cuando el PCE está en los Gobiernos hay que ser más pedagógicos que propagandistas”, dejando caer que la incorporación de PCE en otro gobierno burgués no está descartada. Continúa aclarando que tampoco tendría una posición rupturista con el actual gobierno, puesto que “lo que hay que hacer en este tercio de legislatura que queda es exigir el cumplimiento absoluto del acuerdo de gobierno”. Es decir, más de lo mismo, pero con una retórica más de izquierda.
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Cubero no pone en cuestión las alianzas entre Podemos y el PCE, ya que, según él, hay que luchar por la unidad con lo que esté a la izquierda del PSOE. Para construir un gran partido comunista y revolucionario es necesario, efectivamente, tejer alianzas y luchar por la unidad de acción… ¡pero no para ser el sostén por izquierda del gobierno imperialista!
Ahora que su candidatura no ha conseguido sobrepasar a la “oficial” de Enrique Santiago, es de esperar que su actuación se restrinja todavía más a los cauces orgánicos del partido. Si de verdad la orientación de Alberto Cubero supusiera un giro de 180 grados para el PCE, sólo para empezar debería tener una línea rupturista con la actual hoja de ruta del partido y dejar de pertenecer a un Gobierno de la OTAN. Quizás todo esto desvela que las abiertas diferencias entre este y Enrique Santiago no son tales.
En la misma línea va el principal objetivo del único artículo de balance de la UJCE del XXI Congreso del PCE, que se reanude el Congreso para que puedan continuar realizando su crítica. ¿Así se pretende construir un partido realmente comunista? ¿Coexistiendo con los supuestos “liquidadores” comandados por Enrique Santiago y manteniendo ministros en el gobierno imperialista español? ¿Y, peor aún, reivindicando la tradición del estalinismo como la guía a seguir? Para que realmente emerja una alternativa comunista y revolucionaria de la clase trabajadora, las mujeres, la juventud, las migrantes y el resto de los sectores explotados y oprimidos por este sistema, es preciso romper con el conjunto de la tradición política y la estrategia de uno de los principales aparatos contrarrevolucionarios en los últimos 100 años de historia. Hay que apostar por la reconstrucción de un nuevo partido fundamentado sobre las bases del marxismo revolucionario y desligado de la nefasta influencia política del estalinismo.
Por una gran juventud comunista y revolucionaria
La preocupación de esa juventud comunista que observa cómo las contradicciones del capitalismo se aceleran, a la par que entramos en un mundo cada vez más convulso es natural. Esta dinámica pone a la orden del día la necesidad de discutir abiertamente la urgencia de poner en pie una alternativa política revolucionaria que luche por el comunismo. Es decir, un partido anclado en la clase trabajadora y la juventud oprimida con una estrategia revolucionaria y de independencia de clase para vencer. Una alternativa que luche por arrebatar los sindicatos de las burocracias sindicales como CCOO y UGT, de los que el PCE sigue siendo parte orgánica, que son frenos para el movimiento obrero, y que no se convierta en la burocracia desmovilizadora de los movimientos sociales, sino que luche contra ellas para desarrollar la lucha de clases contra este sistema podrido y sus gobiernos.
Por esto, quienes militamos en la CRT apostamos por la construcción de un partido revolucionario, forjado al calor de la lucha de clases y mediante la experiencia y la discusión política franca con otras organizaciones que se reivindican anticapitalistas, como ha sido históricamente la tradición del marxismo revolucionario. Por ello llamamos a que todos y todas aquellas militantes comunistas que de verdad piensen que es necesario construir un partido de clase y revolucionario a rebelarse contra este estado de cosas y romper con un partido que no tiene ni un programa ni una estrategia revolucionaria, y que se ha transformado en un engranaje más de los mecanismos de dominación de los capitalistas sobre la clase trabajadora. Sentar las bases desde ahora para construir ese gran partido revolucionario para la clase trabajadora, las mujeres, la juventud, las racializadas, el colectivo LGTB, es una tarea urgente en la que las y los jóvenes estamos llamados a cumplir un rol de vanguardia. No hay tiempo que perder. |