Los idearios y tradiciones trotskistas ejercieron un rol relevante en la cultura política boliviana, y para hacerlo, tuvieron también que modificarse y adquirir contornos propios. Tuvieron que pensar la revolución socialista partiendo de la rica historia organizativa de los movimientos sociales y proyectarla hacia la transformación estructural de Bolivia. Los ayllus, por poner un caso, son formas de apropiación y control de la producción social por parte del colectivo en los pueblos indígenas. Los soviets (consejos) construidos por la clase obrera, cumplieron ese mismo objetivo al intentar superar las relaciones capitalistas. Las ideas de Trotsky tuvieron la posibilidad de fungir como bisagra entre las dinámicas socioculturales bolivianas y los cambios revolucionarios del país.
En abril de 1937, Jorge Sanjinés, diplomático boliviano en México, publicó sus impresiones del encuentro que acababa de tener con León Trotsky. Sorprendido por su rápida recepción en el refugio del bolchevique exiliado, Sanjinés comenta el vivo interés del interlocutor por charlar con un sudamericano sobre cuestiones agrarias. Trotsky escuchó atentamente sobre latifundios, ayllus y sayañas (parcelas) con las que le describían la ruralidad boliviana e hizo intercambios usando sus conocimientos acerca de la lejana Rusia (Sanjinés, 2013). Con más de 60 años a cuestas, el revolucionario le dedicaba tiempo a este tipo de encuentros mientras encaraba, entre otras mil tareas, las sesiones de la Comisión Dewey -un contra proceso público a los “Procesos de Moscú” concebido para refutar la montaña de calumnias que Stalin desplegaba en contra suya y de varios otros dirigentes de la Revolución de Octubre.
Poco tiempo después Trotsky recibió a otro boliviano, el intrépido Roberto Hinojosa. Por entonces residente en México, Hinojosa se ganaba la vida como publicista del gobierno de Lázaro Cárdenas. Años antes había escapado de Bolivia tras un frustrado “levantamiento” en Villazón donde pretendía declarar una “república socialista” que existió tan solo en las ingeniosas proclamas redactadas por este audaz propagandista (Schelchkov, 2017a). Así pues, quien terminaría colgado en un faro junto a Gualberto Villarroel en 1946, acudió a ver a Trotsky, dirigente de una revolución que fue todo menos fantasiosa, y le regaló dos libros que todavía hoy posan en las estanterías de la casa de Coyoacán. La reunión entre el cochabambino Roberto Hinojosa y el despatriado León Trotsky ocurrió mientras el segundo dedicaba sus máximos esfuerzos en construir una Cuarta Internacional revolucionaria ante la inminencia de una nueva conflagración bélica mundial (Segunda guerra), el avance del fascismo en Europa y la nefasta política desarrollada por el comunismo oficial.
Antes del 21 de agosto de 1940, cuando se perpetró su asesinato cuidadosamente planificado por la policía secreta de Moscú, Trotsky tuvo todavía un par de encuentros con Bolivia. Ahora a través de dos importantes intelectuales de la primera década del siglo XX: Alipio Valencia Vega y Eduardo Arze Loureiro, ambos ligados -para ese tiempo- con el todavía incipiente movimiento trotskista del altiplano. Uno de los temas centrales de la conversación giró en torno a la experiencia de las escuelas indigenales. El arreglo de un tercer encuentro, al que se iba sumar el director de la Escuela-Ayllu de Warisata, Elizardo Pérez, quedó frustrado porque en el interregno se cometió un bullado atentado nocturno en la casa de Trotsky, donde un grupo de agentes del gobierno soviético intentaron matarlo mientras dormía junto a su compañera Natalia Sedova (Melgar, 2021); (Salazar de la Torre, 2021).
Estos breves pero recordados contactos entre bolivianos y León Trotsky serían apenas el prefacio de un encuentro duradero y fecundo entre la historia de la lucha de clases en los andes y las ideas del líder bolchevique, pues Bolivia, en palabras de un agente de la CIA, “es un país que se enamoró del marxismo (en las versiones de Lenin y Trotsky)” (Field, 2017, pág. 132).
Las ideas revolucionarias no tienen fronteras
Pocos como León Trotsky sostuvieron hasta el final una fe tan ferviente en el poder de las ideas. Antes de morir, atormentado por las derrotas del movimiento obrero mundial, el ascenso de la barbarie nazi, la certeza de que Stalin no descansaría hasta verlo muerto y la pequeñez e impotencia de su embrionaria IV Internacional, el ex jefe del Ejército Rojo no perdió la fe en el futuro comunista de la humanidad, pero también se cuestionó si ante un posible triunfo de la Alemania nazi en la guerra, esto podría conducir al cierre de una época revolucionaria y la derrota definitiva del proletariado como sujeto transformador. La mayor parte de las veces, Trotsky llegó al convencimiento de que las tormentas eran contratiempos que, frente a una larga escala histórica de la humanidad, eran pequeños ¿Exceso de filosofía ilustrada confiada en el carácter ascendente de la historia? Puede ser. Aunque paradójicamente núcleos centrales de la teoría de Trotsky, como la revolución permanente, refutan la concepción de la historia como una línea recta que atraviesa etapas fijas de un punto a otro. De esta forma, las ideas no necesariamente están constreñidas a sus contextos específicos y, aunque hayan nacido en otras latitudes y otros momentos, bien pueden ser capaces de desenterrarse y fertilizar la imaginación de nuevas generaciones. De hecho, Bolivia fue suelo fértil para las ideas de Trotsky, aunque éste no las haya pensado para la realidad de ese intrincado país mediterráneo.
Pensar Warisata con el Programa de Transición
La experiencia de las escuelas indigenales durante los años 30 estableció puntos de contacto con intelectuales venidos del campo trotskista. José Aguirre Gainsborg (fundador del POR) junto a Eduardo Arze, se vinculó con Elizardo Pérez y Warisata. Lo hicieron también otras figuras como Tristán Marof, que dirigiría el partido en el que Elizardo después militaría, el PSOB, donde las influencias de Trotsky, aunque difusas, también se dejan percibir. Entre ese grupo selecto se irá perfilando un joven que llegará a ser maestro de Warisata y un firme defensor de su legado después de que la experiencia fuera derrotada por la reacción criolla, su nombre: Carlos Salazar Mostajo. Con el tiempo Salazar evolucionará definitivamente hacia las ideas de Trotsky, fundará la Liga Socialista Revolucionaria (LSR), desde donde desarrollará críticas elaboradas al nacionalismo post-52 y a otras corrientes trotskistas del escenario nacional (Salazar, 1964).
En su obra reivindicativa de la Escuela-ayllu, Salazar enfoca la cuestión de una nueva forma escolar en el seno de unas relaciones sociales opresoras (el gamonalismo agrario) a partir de la lógica del Programa de Transición: Warisata es una experiencia de autoorganización de los oprimidos en torno a sus tradiciones colectivistas. Esta experiencia no se agota en las innovaciones pedagógicas, sino que desarrolla los antagonismos estructurales del país y se proyecta como una herramienta de lucha y acumulación político-social para el movimiento indígena, que, en el extremo, pone en cuestión las relaciones sobre las que se funda no sólo la escuela, sino la sociedad misma (Salazar Mostajo, 1983); (1992). Las clases dominantes criollas fueron conscientes de esta peligrosa perspectiva y por eso recurrieron a cancelarla.
En el Socavón conviven el Tío de la mina y León Trotsky
Para 1956, la revolución boliviana inaugurada con la insurrección de abril entró en una nueva etapa. El gobierno del MNR estaba convencido de que había una sola manera de vencer las dificultades económicas: someterse a los planes de Estados Unidos. El método consistía, básicamente, en asumir un control político sobre la COMIBOL, imponiendo para ello el despotismo fabril al sindicalismo minero. Conscientes de esta ofensiva, los sectores militantes de la izquierda afrontaron con decisión esta nueva etapa. Los trotskistas del Partido Obrero Revolucionario (POR-Masas) jugaron un rol decisivo y valiente organizando jukeos (robo de mineral) para financiar el armamento de los obreros, sabiendo bien que el gobierno movimientista no podría cumplir sus objetivos de “despolitizar” a los sindicatos de manera pacífica. Cesar Lora descolló como uno de los más firmes opositores al MNR, dirigió el Comité Nacional de Huelga que encabezó la resistencia a los ataques en contra de las conquistas laborales, movimiento que empezó por una protesta espontánea de las mujeres mineras. Cesar Lora, junto a su camarada Isaac Camacho, fueron las primeras víctimas de una violenta represión desatada ya sin ambages por la dictadura de René Barrientos, que empezó por los agitadores trotskistas y siguió con otras figuras importantes de la izquierda, como Irineo Pimentel y Federico Escobar.
Un ejemplo de militancia femenina
Para la década de los sesenta, activistas femeninas como Elsa Cladera, militante del POR-Lucha Obrera, animan activamente la organización de mujeres en las ciudades, procurando captar desde una mirada anticapitalista las luchas de las mujeres de las clases medias, obreras y campesinas. En 1963, se funda la Unión de Mujeres de Bolivia (UMBO), que pretende arrancar a las mujeres bolivianas “de su silencio cómplice, de su conformismo con el orden establecido”, creando las condiciones “necesarias para librarlas de las cadenas que arrastraron y arrastran, de permitirles jugar su papel histórico hasta el fin, un papel que la revolución, como decía Lenin, no puede prescindir” (Bravo, 2013, pág. 89). Simultáneamente, Cladera destacó como una de las contadas figuras femeninas de la época más turbulenta y rica del sindicalismo boliviano; como dirigente del Magisterio Urbano, de la COB y como delegada nacional en la Asamblea Popular de 1971, una experiencia soviética de autoorganización obrera y popular (2013, págs. 92-112).
Si hay ayllus, puede haber soviets…
Los tres recortes anteriormente relatados son aleatorios. Sirven como una pequeña muestra del influjo en la vida social, política y cultural del país que adquirieron ciertas ideas o tradiciones que remiten a Trotsky. Sirven también para mostrar que, en Bolivia, al igual que en todas partes hubo variedad de trotskismos, donde lo que distingue a las distintas corrientes puede llegar a ser igual o más importante que lo que les emparenta (Bensaid, 2014, pág. 24).
En una Revista oficial de la Agencia de Información de Estados Unidos, un académico anticomunista, dedicado a estudiar la izquierda latinoamericana, describía al trotskismo boliviano como “el más importante de América Latina, y, de hecho, uno de los dos más notables del mundo”, realizando, grosso modo, una consistente descripción del desarrollo e influencia del trotskismo, incluyendo sus sinuosidades y escisiones (Alexander, 1972, pág. 26). Se han dado razones para explicar esta particular irrigación en terreno fértil de las ideas revolucionarias de Trotsky en Bolivia. Para algunos, la ausencia de un partido comunista “oficial” poderoso dejaría un vacío que las corrientes trotskistas coparon de cierta forma (Schelchkov, 2017b, pág. 81). Otros, fijan también su mirada en las condiciones de desarrollo combinado en las que se desenvuelve el proletariado altiplánico de raíz indígena, que, dada su concentración y fuerza movilizadora, lo convirtieron en un sujeto central en el curso del siglo XX (John, 2021, págs. 107-8). A las anteriores razones, se podría conectar la de una Bolivia donde los colectivos sociales (sindicatos, comunidades indígenas, asociaciones barriales, etc.) poseen una peculiar cohesión interna, a la vez que una heterogeneidad que las vincula a una formación social de conjunto desigual y combinada, en palabras de Trotsky, o abigarrada, en palabras de Zavaleta Mercado. En el altiplano boliviano, el proletariado usaba inglés para excavar las entrañas de la mina diciendo “block caving” o “sink and float”, combinando categorías quechuas y aymaras para autodesignarse, pues hablaba de “khoyanchos”, “jukus”, “chasquiris”, e insertó todavía otra dimensión lexical a su pensamiento; al utilizar “revolución permanente”, “gobierno obrero”, “frente único”, como categorías adquiridas desde las tradiciones rusas y occidentales (2016, pág. 22).
Esta heterogeneidad de tiempos históricos y de espacios sociales, se vincula mejor con un enfoque donde la revolución da saltos, como sostiene la revolución permanente de Trotsky, y como lo postula la mejor traducción de esa teoría al ámbito nacional, la Tesis de Pulacayo. En tanto que las demás perspectivas de izquierda (nacionalismo revolucionario, distintas variantes del estalinismo e incluso el “socialismo del siglo XXI”), conciben que los explotados y oprimidos no pueden ir más allá después de conseguir una “revolución democrática” que desarrolle el incipiente capitalismo nacional, los trotskistas tuvieron la audacia de proponerle a los trabajadores del campo y la ciudad que incluso sus objetivos democráticos sólo pueden realizarse con lo métodos de la revolución socialista.
Siglo XXI. Repetir el pasado o construir otros futuros
Cuando en 1991, Boris Yeltsin daba un golpe de Estado al mando de tanques blindados en la ex Unión Soviética, la disolvía después e instauraba una economía neoliberal de mercado, Guillermo Lora -autor de la Tesis de Pulacayo y el trotskista más influyente del país- escribía que la restauración del capitalismo en Rusia era un fenómeno “efímero” que abría la posibilidad más bien de una “revolución política llamada a llevar al proletariado nuevamente al poder” (Lora, 1991, pág. 410). Analizar la disolución de la URSS como una “derrota momentánea” en el camino a una nueva sociedad socialista, conducía a hiperbolizar la creencia en la “inevitabilidad del comunismo” – defecto común a buena parte del marxismo y al propio Trotsky-, menoscabando la otra dimensión del marxismo, reflejada con agudeza en líderes como Lenin o el propio Trotsky, consistente en dar giros (estratégicos o programáticos) cuando había que darlos.
En efecto, así como los trotskistas (y los diversos trotskismos) bolivianos fueron decididamente relevantes para la historia nacional, cargan con la pesada mochila del fracaso en cuanto a lo que estructura su existencia: no lograron su objetivo político de dirigir una revolución victoriosa. Con las derrotas de finales de siglo XX, en el XXI la lucha de clases no fue enterrada junto con la URSS, ni mucho menos, pero dejó a los núcleos militantes del trotskismo ante el fantasma de una encrucijada: renunciar, fundirse a la miseria de lo posible o autoproclamar la capilla propia como la organización mítica de la revolución que salvará al país y al mundo de la barbarie capitalista.
Si uno observa el desarrollo de los trotskismos en Bolivia y el mundo, constata fácilmente que las ideas del maestro son, como dice Daniel Bensaid, una “herencia sin instrucciones de uso” (Bensaid, 2014). Así como no puede haber un balance serio de la caída del bloque soviético, de la burocratización de la revolución y de la democracia política posrevolucionaria sin el indispensable aporte de León Trotsky, este aporte es a la vez insuficiente para afrontar los desafíos nuevos y complejos de un mundo donde lo viejo se resiste a morir y lo nuevo brilla y se opaca con una velocidad pasmosa.
En este escabroso sendero, ciertos “modos de uso” de las tradiciones trotskistas, como las patologías sectarias y la estética de la derrota (la condescendencia hacia los mártires vencidos) van a marcar el derrotero crepuscular de una buena parte de los trotskismos, donde el apego a la “ortodoxia” es el camino seguro a la marginalidad, cuando no a las capitulaciones más espectaculares (Bensaid, 2014, págs. 25,26,92). Cuando de lo que se trata es, más bien, reevaluar la experiencia de Trotsky y su legado para una puesta en práctica novedosa, creativa y acorde a los tiempos que corren, donde la memoria histórica es parte de las herramientas para afrontar con vigor los desafíos contemporáneos, porque un revolucionario lo es frente al sistema de dominación, pero también frente a su pasado y su presente.
Referencias
Alexander, R. (Mayo - junio de 1972). El trotskismo en la América Latina. Problemas Internacionales, XIX(3).
Bensaid, D. (2014). Trotskismos. Barcelona: Sylone.
Bravo, E. N. (2013). Elsa Cladera de Bravo. Maestra de profesión y revolución. La Paz: Producciones CIma.
Field, T. C. (2017). Minas, balas y gringos. Bolivia y la Alianza para el Progreso en la era de Kennedy. La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional.
John, S. S. (2016). El trotskismo boliviano. Revolución permanente en el Altiplano. La Paz: Plural.
John, S. S. (septiembre - febrero de 2021). De Prinkipo a Pulacayo: consideraciones sobre la historia del trotskismo boliviano. Archivos.
Lora, G. (1991). Un boceto de Trotsky. En G. Lora, Obras Completas. Tomo LV. La Paz: Ediciones Masas.
Salazar de la Torre, C. (2021). Introducción. En C. (. Salazar de la Torre, CARLOS SALAZAR MOSTAJO - EDUARDO ARZE LOUREIRO. Correspondencia (1950-1989). La Paz: Lazarsa Ediciones.
Salazar Mostajo, C. (1983). Warisata mia. Y otros artículos polémicos. La Paz: Editorial Juventud.
Salazar Mostajo, C. (1992). La taika. Teoría y práctica de la Escuela-Ayllu. La Paz: Editorial Juventud.
Salazar, C. (1964). Caducidad de una estrategia. Liga Socialista Revolucionaria de Bolivia.
Sanjinés, A. (2013). La cuestión agraria en Bolivia. En L. Trotsky, Escritos latinoamericanos. En México [1937-1940]. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones IPS.
Schelchkov, A. (2017a). Roberto Hinojosa: la ruta sinuosa de un socialista revolucionario. En A.
Schelchkov, & P. Stefanoni, Historia de las izquierdas bolivianas. Archivos y documentos (1920-1940). La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional.
Schelchkov, A. (2017b). La izquierda en la posguerra del Chaco. En A. Schelchkov, & P. Stefanoni, Historia de las izquierdas bolivianas. Arhivos y documentos (1920-1940). La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional.