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La Izquierda Diario
26 de agosto de 2022 Twitter Faceboock

Armas de la Crítica responde:
¿Qué es la democracia en el capitalismo?
Ezequiel Silva | Historia-UBA

@RomPTS

La tercer entrega de la sección Armas de la Crítica responde

Link: https://www.laizquierdadiario.com/Que-es-la-democracia-en-el-capitalismo

¡Estimades lectores! Continuamos con esta sección que intenta responder, cortito y al pie, algunas preguntas que nos hacemos, que nos llegan o surgen de algunas charlas que tenemos sobre los sentidos comunes que instalan los discursos e ideologías hegemónicas. Por su extensión, no podremos resolver con profundidad ciertas problemáticas, pero no dudes en seguir los links que dejamos para conocer más de estos temas.

En esta tercera entrega proponemos discutir sobre la democracia en el capitalismo. El cambio de gabinete ocurrido en las últimas semanas con el nombramiento de Massa como "superministro" y las políticas cada vez más duras contra el pueblo trabajador en beneficio del ajuste para pagarle al FMI trajo muchas discusiones. En los medios hegemónicos habrás visto que las noticias son todas sobre los armados políticos, los partidos y -de fondo- las próximas elecciones. Pero nadie se pregunta: ¿Quién eligió a Massa? ¿Quién votó las políticas de ajuste? Son todas preguntas que se naturalizan bajo la idea de que “así es la democracia”. No es un asunto ingenuo: bajo la idea de que “todos votamos”, entonces se supone que “el pueblo decide”. Desde las últimas décadas del siglo XX, la democracia capitalista como régimen político se ha expandido en gran parte del mundo y junto a ella, las ilusiones de que es el mejor (y único) sistema posible. ¿Esto es así?

Para tratar de responder a estas preguntas vamos a tomar como punto de partida la relación que hay entre la democracia y el capitalismo. Continuaremos con la situación actual de la democracia y el análisis particular de Argentina. Para finalizar, lo que proponemos los socialistas. Empecemos

¿Cuál es la relación entre democracia y capitalismo?

La democracia surge en la antigua Grecia, en Atenas y a diferencia de como la conocemos hoy, era directa y no indirecta o representativa. Solo podían participar los ciudadanos una minoría de varones propietarios, en una sociedad donde más del 80% de la población era esclava. Muchos siglos más tarde, con el ascenso y expansión de su dominación, la burguesía fue estableciendo la democracia en función de sus necesidades. El establecimiento de la “igualdad ante la ley” fue necesario para el desarrollo del capitalismo. El trabajador (antes campesino), debía estar libre de las garras del señor feudal para ocupar su lugar en las fábricas y poder intercambiar su fuerza de trabajo por un salario. Marx dice que el obrero debía ser doblemente libre: políticamente, pero también de los medios de producción (es decir, de sus tierras con las que antes se alimentaba y alimentaba a su familia), para poder ser explotado. Bajo la idea de que todas las personas somos iguales, el empresario puede explotar legalmente a los trabajadores.

Esta igualdad ante la ley, lo que se conoce como ciudadanía, es funcional a los empresarios ya que esconde la desigualdad entre las clases sociales. En las fábricas y los lugares de trabajo no se elige como y cuanto producir, cuantas horas trabajar y cuanto vale el salario. Todo esto lo decide el empresario, el patrón. Entonces un trabajador pasa gran parte de su vida sin decidir sobre lo que hace y por lo tanto solo es “ciudadano” cuando termina su jornada laboral. Es decir, las leyes del Estado garantizan la igualdad formal de los ciudadanos en el terreno político, pero dejan intacta la desigualdad real de las clases sociales en la sociedad capitalista.

Como dijo Karl Marx en La cuestión judía: “El Estado suprime a su modo las diferencias de nacimiento, de clase, de educación, de ocupación, cuando (…) proclama a cada ciudadano del pueblo igualmente partícipe de la soberanía popular”. Pero al consagrar la propiedad privada, el Estado, lejos de suprimir esas diferencias de hecho, “descansa más bien en la hipótesis de esas diferencias”. Así la democracia se termina en la puerta de la fábrica, donde se expresa con toda claridad el reinado de la propiedad privada. Incluso a lo largo de la historia esta igualdad jurídica fue relativa, ya que no quedaban contemplados otros sectores sociales. La lucha del movimiento feminista por el derecho al voto o las pelea que dio el movimiento afrodescendiente en Estados Unidos por los derechos civiles, que se sigue manifestando hasta el día de hoy dan muestra de ello.
En las democracias bajo el sistema capitalista, el pueblo es “soberano” pero “no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Esto se encuentra en las diferentes constituciones como Argentina. Estos representantes, elegidos en el terreno de la igualdad formal, suelen estar ligados por miles de lazos a los sectores capitalistas que financian las campañas de los partidos patronales y buscan a través de éstos, determinar los destinos del país. Por eso, aquellos que tienen el poder económico no esperan a las elecciones para imponer su voluntad. Por lo tanto, a la vez que hablan de igualdad ante la ley, el sistema jurídico reafirma el orden burgués y por lo tanto reproducen y garantizan la desigualdad ante la vida.

¿Qué sucede con la democracia burguesa en la actualidad?

Con la victoria del bando de los imperialismos llamados “democráticos” en la Segunda Guerra Mundial, se instaló la idea de que la guerra estuvo signada por el enfrentamiento entre “democracia” y “fascismo”. Bajo este sentido común, la victoria contra Hitler sería una profundización de los valores democráticos y el avance de la sociedad civil en sus demandas. Este paradigma se pudo asentar a partir del ciclo de crecimiento económico posterior al fin de la contienda, limitado a algunos países, que tuvo como base la reconstrucción de Europa y que fue funcional a la política del imperialismo estadounidense de evitar y contener levantamientos revolucionarios.

Fue así que la idea de democracia, en la segunda posguerra y con el avance de la Guerra Fría estuvo asociada a la de prosperidad económica a la vez que negaba todas aquellas reivindicaciones y procesos de lucha que dió el movimiento obrero durante la primera mitad del siglo XX. En este contexto, Estados Unidos impone el discurso de la “democracia occidental” como sinónimo de “mundo libre” en oposición al “totalitarismo” de los fascismos y los regímenes estalinistas del bloque oriental. A la vez que utilizaba la retórica de la libertad, promocionaba todo tipo de dictaduras y regímenes que le fueran funcionales a lo largo del mundo.

La democracia burguesa como la conocemos hoy, se extendió con la contraofensiva neoliberal de la mano de la restauración capitalista en Rusia, Europa del Este y China. Hacia fines de la década de 1970, en aquellos países regidos por dictaduras militares, cómo en América Latina, el imperialismo tuvo la política de transiciones democráticas para evitar la emergencia de procesos revolucionarios luego de la derrota en la Guerra de Vietnam. A su vez, a finales del siglo la democracia burguesa se expandió hacia los países del llamado bloque oriental. Sin embargo, esto no llevó a mejoras sociales, por el contrario, fue cobertura de los planes de ajuste neoliberales además de continuar como justificación ideológica de guerras imperialistas como la de Irak y Afganistán bajo la idea de llevar y defender la democracia en el mundo.

La ofensiva neoliberal, implicó una regresión sin precedentes “en tiempos de paz” en las condiciones de vida de las masas, mostró claramente que bajo las formas institucionales democráticas puede desarrollarse una gran contrarrevolución económica y social. Como planteaba Lenin, la democracia burguesa mostró más que nunca ser “la mejor envoltura de la dictadura del capital”. Muchas de las demandas que se habían conquistado luego de la Segunda Guerra Mundial, que se suponían parte de la “vida democrática”, como el acceso a la salud, educación, vivienda, derechos laborales se han perdido o degradado.

Este cuadro de retroceso fue llevado adelante con la complicidad de los partidos políticos tradicionales y las burocracias sindicales. Hasta el día de hoy son responsables de su continuidad, garantizando sólo el derecho a votar cada cierto tiempo, construyendo mayorías electorales desideologizadas, pero no derechos económicos y sociales.

¿Cómo se expresó esto en Argentina?

La transición a la democracia de 1983 en Argentina se asentó en la derrota en la dictadura cívico militar de una generación de obreros, estudiantes y luchadores populares que protagonizaron grandes gestas como el Cordobazo, el Villazo, las Coordinadoras interfabriles. A su vez, a diferencia de otras transiciones, la particularidad argentina fue que la caída del gobierno militar se dió a partir de la derrota bélica en Malvinas. Luego de eso, desde el gobierno de Alfonsín hasta el actual del Frente de Todos se llevaron adelante diferentes medidas que afectaron directamente a las grandes mayorías sin que estas las votaran Los saqueos a las condiciones de vida de la población durante 1989 con la hiperinflación, durante el 2001 que llevaron a la rebelión de ese mismo año, la devaluación del año siguiente o casi dos décadas después, la vuelta del FMI por parte del gobierno de Macri son los ejemplos más claros de que las masas no gobiernan día a día. A su vez en estas cuatro décadas “democráticas”, esas medidas económicas que mencionamos, estuvieron acompañadas por la impunidad a muchos de los militares genocidas, sin que se abran los archivos de la dictadura y también con las feroces represiones a los movimientos que respondieron frente a estas medidas gubernamentales.

Como pasa también en otros países con formas republicanas de gobierno, dentro de la división de poderes también se expresan elementos antidemocráticos del régimen.. Por ejemplo, el Poder Ejecutivo posee derivas autoritarias, con la figura de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), que fue una incorporación que se hizo a partir de la última modificación de la Constitución Nacional con el gobierno de Carlos Menem en 1994, que habilita a quien esté al frente de la Presidencia de la Nación de expedir normas con carácter de Ley. Si bien son para situaciones de carácter excepcional, muchos presidentes han gobernado por decreto, haciendo así importantes modificaciones en materia penal, tributaria, electoral, etc. con el sólo uso de la “Lapicera” de la que tanto se habló en el último tiempo.

También las formas antidemocráticas se expresan en los otros poderes: en el Poder Judicial, los jueces son puestos a dedo por los políticos de turno o se eligen entre ellos mismos, formando una casta judicial. Cada vez con más presencia a nivel regional como el lava jato en Brasil y actualmente con las acusación a Cristina Kirchner.

En el Poder Legislativo vemos como el parlamento está dividido en dos cámaras: la de diputados (baja) y la de senadores (alta). En esta última los cargos duran seis años, y son los que en muchos casos definen la sanción de una ley. El caso de la ley por el aborto legal en 2018, es un ejemplo de lo antidemocrático de esta cámara ya que, a diferencia de la cámara de diputados, tiene una menor cantidad de representantes. Por la forma de elección, quienes forman parte de la cámara alta del congreso suelen tener vínculos directos con las gobernaciones de las provincias, que en muchos casos tienen fuertes lazos con las iglesias y los sectores más conservadores.

Esta forma de representación tiene además otros aspectos antidemocráticos: su voto es ponderado regionalmente. Se eligen 3 senadores por provincia, es decir, 390.000 habitantes de La Rioja tienen la misma representación que 13 millones de habitantes de la Provincia de Buenos Aires. ¿Por qué? Porque la burguesía no fue capaz (ni tampoco quiso), cuando conquistó un sistema democrático republicano para ejercer su poder, de quebrar el poder de las oligarquías terratenientes del interior teniendo más peso las provincias menos pobladas. Esto le permitía que cualquier demanda de los centros urbanos obreros fuera frenada en estas cámaras que representaban los sectores de las oligarquías terratenientes del interior del país.. Por lo tanto, el carácter esencial de toda república burguesa es limitar el ejercicio de la soberanía popular al ejercicio del sufragio cada dos o cuatro años, mientras que el poder económico vota todos los días.

Pero ¿qué propone la izquierda entonces? ¿Qué tipo de democracia podríamos conquistar?

Como señalamos anteriormente la democracia burguesa se ha expandido en las últimas décadas y con ella las ilusiones de las grandes mayorías como el mejor (y único) sistema posible.

Mientras se mantengan las ilusiones de las grandes mayorías en el sistema democrático burgués, los revolucionarios proponemos una Asamblea Constituyente, Libre y Soberana. La mayor instancia democrática que puede haber en este sistema. Un órgano que unifique los poderes legislativo y ejecutivo, aboliendo la figura presidencial tomando para sí la capacidad de ejecutar. Que elija diputados cada 20 mil habitantes, con revocabilidad de mandato y eliminando los privilegios de los funcionarios y disolviendo la casta del poder judicial que sería reemplazada por los juicios por jurado electos directamente por el pueblo.

Pero nosotros sabemos que para hacer cambios de fondo hay que ir contra el poder de los capitalistas y su propiedad. Por eso nuestro objetivo es un gobierno de los trabajadores en ruptura con el capitalismo. Apostamos a una democracia infinitamente superior mediante los organismos de autoorganización de masas, los consejos de trabajadores.

Históricamente el desarrollo del movimiento obrero y los procesos de la lucha de clases han mostrado ese camino. El ejemplo de La Comuna de París fue para Marx, la articulación entre democracia y socialismo. En aquella gesta se crearon nuevas instituciones que ya no respondían al viejo aparato estatal, sólo útil al dominio burgués, sino que atendía a las necesidades del nuevo poder proletario: La eliminación de los gastos de representación, de los privilegios de los funcionarios, la reducción de sus sueldos al nivel del “salario de un obrero”, la completa elegibilidad y revocabilidad de los mandatos (es decir, que si no cumplía con su mandato podía ser reemplazado en cualquier momento), como también la eliminación del ejército permanente y la confirmación de la guardia nacional (compuesta por trabajadores), fueron todos elementos que dieron forma a un nuevo tipo de organización estatal basada en el poder de las mayorías obreras. Como señalamos en esta nota:

la Comuna terminó con la máxima de la democracia burguesa de que los trabajadores no deliberan ni gobiernan sino a través de sus representantes. Todos “los representantes”, que se reunían en consejos municipales según los distritos de París, tenían mandato imperativo de sus “representados” y eran revocables en todo momento por éstos. Es decir, si en la democracia burguesa el trabajador luego de votar tiene que “cruzar los dedos” durante varios años para que el “representante” cumpla con sus “promesas”, que dicho sea de paso nunca se cumplen, en la Comuna tenía la posibilidad de destituirlo en el mismo momento en que considerase que el “representante” no se atenía a lo que se le había mandatado.

Años más tarde, y siguiendo el Hilo Rojo de esta historia, en la revolución Rusa de 1905, surgieron los Soviets o consejos obreros, que constituían una organización que articulaba la dimensión fabril con la territorial. Funcionaban con un delegado cada 500 trabajadores organizando todas las fábricas a nivel de cada ciudad. Esta era una institución que abarcaba a miles de obreros, campesinos y soldados, y a todas las organizaciones que formaban parte de la lucha. Ya en la revolución de 1917 el soviet amplió su capacidad de acción tomando medidas como las de un poder estatal y constituyéndose en la base para el asentamiento del poder obrero. Discutía sobre el ritmo y duración de la jornada laboral en fábricas, llevaba adelante publicaciones y daba respuesta a las cuestiones de seguridad pública.

Luego de aquella experiencia, en todo el siglo XX surgieron en las luchas de los trabajadores organismos de autodeterminación de las masas, que pusieron en jaque al poder burgués y plantearon la perspectiva de un poder de las y los trabajadores. Estos organismos no han surgido “de la nada”, sino que se han apoyado siempre en experiencias y formas de organización previa que han servido de base para su posterior consolidación como organismos de poder de los trabajadores y el pueblo. León Trotsky, refiriéndose al tema en el marco de la lucha contra el fascismo en Alemania, explicaba que:

dentro del marco de la democracia burguesa y paralela a la incesante lucha contra ella, se formaron en el curso de muchas décadas elementos de democracia proletaria: partidos políticos, prensa obrera, sindicatos, comités de fábrica, clubes, cooperativas, sociedades deportivas, etc. La misión del fascismo no es tanto completar la destrucción de la democracia burguesa, sino aplastar los primeros esbozos de democracia proletaria. En cuanto a nuestra misión, consiste en situar esos elementos de democracia proletaria, ya creados, en la base del sistema soviético del Estado obrero. Para este fin, es necesario romper la cáscara de la democracia burguesa y liberar de ella el núcleo de la democracia obrera. En eso reside la esencia de la revolución proletaria

En este sentido, nuestra apuesta es a forjar una fuerza social y política que dé impulso a esta perspectiva. Que luche porque los trabajadores y trabajadoras puedan poner en pie estas instituciones y desde ahí pelear por su poder contra el Estado capitalista y sus gobiernos. Un gobierno asentado sobre aquella base no sólo sería más democrático, como ya hemos señalado, sino que permitiría una planificación racional de la economía en función de las necesidades sociales mayoritarias. Quienes decidirán serían los mismos que tienen en sus manos las palancas para llevar adelante sus medidas, sin ningún tipo de restricción por parte de la propiedad capitalista ni sus intereses.

Como hemos señalado en esta nota:

Quienes atacan estas ideas socialistas y revolucionarias se basan en el fracaso del "socialismo" gobernado por arriba por burocracias privilegiadas y en forma autoritaria. El socialismo por el cual luchamos no tiene nada que ver con la experiencia del estalinismo. Los socialistas revolucionarios del PTS, en la tradición revolucionaria del trotskismo, peleamos por un Gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre, basado en consejos de delegados/as electos en los lugares de trabajo y en los barrios. Donde los trabajadores gobiernen en el sentido más amplio del término, definiendo el rumbo político cotidiano de la sociedad. Un Gobierno que socialice los medios de producción y de cambio, atacando la propiedad privada de los grandes capitalistas, única forma de planificar democrática y racionalmente la economía en función de las necesidades sociales. Una sociedad en la que los avances científicos y tecnológicos estén puestos al servicio de la liberación de la humanidad y de la disminución del tiempo de trabajo para todos y todas, y no que sean una herramienta de ganancias y explotación en manos de unos pocos. Esto implica iniciar la transición al socialismo, una sociedad sin explotación ni opresión, cuya realización sólo puede darse plenamente a nivel internacional.

 
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