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2 de octubre de 2022 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Argentina 1985, el Nunca más en tiempos de tiktokers y negacionistas
Violeta Bruck | @Violeta_Bk
Javier Gabino | @JavierGabino

El jueves 29 de septiembre se estrenó Argentina 1985, la última película de Santiago Mitre que trata sobre el juicio a las juntas militares hace 37 años y que será la representante argentina en los premios Oscar. Casi la mitad de las personas que fueron al cine ese día en el país fueron a verla y se perfila como un éxito de taquilla. Protagonizada por Ricardo Darín como el fiscal Julio César Strassera, y Peter Lanzani como Luis Moreno Ocampo, el fiscal adjunto de ese juicio histórico, marca una vuelta del cine político de alcance masivo. Un momento clave de la historia nacional producida por la plataforma multinacional de streaming Amazon Prime Video. Desde el tema elegido hasta el momento de su lanzamiento, desde su estética a su financiamiento, la película genera reflexiones interesantes en tiempos de juventud tiktokera y libertontos negacionistas.

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Argentina 1985 es el clásico “film de juicio”. Un funcionario gris del poder judicial llamado Julio César Strassera (Ricardo Darín) que está más preocupado por los amoríos de su hija adolescente que por ser un héroe, es empujado a un camino que no quiere: ser fiscal acusador en un juicio demasiado grande contra militares todopoderosos caídos en desgracia en un país sudamericano (Argentina, tras la caída de su última dictadura militar). El dilema es demasiado grande para alguien en su endeble posición: ¿en verdad le están pidiendo que encarcele dictadores? ¿O es un peón descartable en una trama de poder oscura en la que terminará aplastado? Con esa contradicción gigantesca el funcionario gris deberá armar en soledad un pequeño batallón de campaña, primero con un fiscal adjunto inexperto y temeroso del que duda mucho: Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani). Luego con un grupo de jóvenes veinteañeros, novatos de raros peinados nuevos, los únicos que aceptan el desafío de esa locura ya que los que tienen experiencia temen o están del lado de los fachos. Pero contra todos los pronósticos, esa banda destinada al fracaso terminará por ganar contra un enemigo que parecía invencible.

Este guion de hierro imbatible para el cine mainstream, perfeccionado hasta el detalle por décadas de narraciones masivas, tiene en 1985 una aplicación irreprochable y la particularidad de no ser solo un puro relato ficcional. Argentina 1985 es una película basada en hechos reales de la historia nacional: el juicio a las juntas militares cuya única comparación son los juicios de Nuremberg a los jerarcas nazis (1945-1946). Y es que la realidad tuvo algo de eso, hay momentos en que la historia parece narrarse a sí misma en términos clásicos.

Con el financiamiento de Amazon Prime Video los detalles de reconstrucción de época, arte y vestuario están cuidados a la perfección, la ilusión del pasado es palpable para el que tenga edad de recordar en primera persona, mientras los más jóvenes verán que en Buenos Aires también había estilos vintage del tipo Stranger Things en sus equivalentes ochentosos, con sus walkmans, cassettes y pelos batidos. En ese mismo camino 1985 hace sonar canciones de Charly García y Los Abuelos de la Nada, mientras la composición de la imagen adapta su aspecto a uno asociado a los años que representa, deja de lado el “rectangular” por uno más “cuadrado” (1.33:1 para los que les guste la técnica del cine), que permite asociarlo a los años que se representa, y que combina mejor con los fragmentos de archivos televisivos reales, junto a los recreados. Cada detalle está ahí para la ilusión histórica; el lenguaje de Hollywood puede contar la historia Argentina.

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A propósito de esto, justamente no es casual que 1985 sea la película elegida para representar el país en los premios de La Academia. Argentina tiene tradición en la elección de las películas que van por el Oscar eligiendo aquellas que están más cercanas al relato hollywoodense, con estructuras narrativas claras y sin demasiados riesgos estéticos. También en 1985 pueden sentirse ecos de las dos únicas películas nacionales que ganaron ese premio: La historia oficial (1985), de Luis Puenzo; y El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella; ambas que hablan de la dictadura. Tiene algo de la seriedad de la primera, empujada por los testimonios reconstruidos de las víctimas y la seriedad real de los hechos, pero desde el inicio planta tonos humorísticos que van a acompañar toda la trama y conectan directamente con el público masivo. Las ridículas espiadas de Strassera - Darín a su hija; el momento en que Claudio Da Passano, en el rol de Carlos Somigliana, recluta al equipo de jóvenes que acompañarán a Strassera; los gestos del fiscal a los comandantes, entre muchos otros.

En el guion, escrito otra vez junto a Mariano Llinás, Santiago Mitre se permite también cierto didactismo pensado claramente para quienes ignoran los últimos 40 años de la historia argentina. Desde ese punto de vista, Argentina 1985 es una película importante en un contexto donde la derecha negacionista y los sectores ultraconservadores avanzaron, donde el Falcon verde se convirtió en un meme y personajes como Javier Milei niegan el número de desaparecidos. La película es el “Nunca más” en tiempos de tiktokers y negacionistas, lo cual no es poco (incluyendo en esto el debate que uno puede abrir con los significados del “Nunca más”). La paradoja se muestra en un ejemplo: cuando Amazon Prime Video subió el anuncio del estreno a twitter, los trolls derechistas nacionales debían insultar el comunismo y el marxismo cultural de esa plataforma multinacional. Bienvenido sea el gesto estético; quizás en esa rara combinación entre el tema elegido, un lenguaje popular y distribución masiva, está el mayor acto político de Santiago Mitre.

La película parece tener también un destinatario privilegiado en los jóvenes. Hay una lograda búsqueda de empatía con ellos que abreva también en los códigos narrativos utilizados en las producciones de consumo masivo. Nadie puede resistirse a querer ser parte de ese equipo formado por jóvenes activos, medio torpes pero entusiastas y dispuestos a llevar la investigación a contrarreloj. Y nuevamente, eso no está reñido con la realidad de los hechos, por ejemplo: Judith König integró a los 20 años el equipo interdisciplinario de la fiscalía de Strassera. Tenía esa edad cuando Luis Moreno Ocampo le preguntó si quería integrar el equipo, ad honorem y después de horario, y König aceptó de inmediato. Se cuenta que al estar pegada al teléfono, ella era también casi siempre la que recibía las amenazas; dicen que solía contestar “para amenazas tiene que llamar en otro horario”. La película hace honor a ese desparpajo juvenil. Judith König murió hace pocos meses sin ver la película terminada y según se cuenta en una entrevista, Santiago Mitre la señaló como su “principal fuente de consulta” y la primera que tuvieron. La otra conexión con la juventud es un adolescente, Santiago Armas Estevarena en el papel de Javier Strassera (el hijo del protagonista), que a la hora de la filmación tenía solo 13 años. Un personaje que se hilvana en toda la trama y que dará al final también ciertas claves de las conclusiones políticas del film.

Otro aspecto destacable de 1985 es la representación de los testimonios de las víctimas. En especial el de Adriana Calvo (fallecida en diciembre de 2010) interpretada de manera impecable por Laura Paredes. Las escenas que reconstruyen fragmentos de este testimonio son tan centrales en la película como lo fueron en la historia. El relato de la tortura, tener que parir a su beba esposada en un auto, el recuerdo de todos los que no están, rebotarán en la mente de los espectadores. En el registro documental televisivo del momento Adriana Calvo estaba filmada de espaldas, como todos los testimoniantes por cuestiones de seguridad; la película ya puede mostrarla de frente. Y así las palabras y los gestos de la actriz son atravesados por la historia, y nos llegan hoy con total emoción y compromiso. 1985 hace justicia a la valentía y fuerza de ella, Pablo Díaz (también retratado) y los más de 800 testigos que posibilitaron el juicio. Que se conozcan esos nombres, que crezcan las búsquedas en Google de Adriana Calvo, por ejemplo, es también un gran hecho político y una necesaria reivindicación de quien fue una referente central en todas las luchas por la justicia y contra la impunidad, que siguió movilizando, organizando y encabezó la pelea ante la desaparición de Jorge Julio López (el testigo desaparecido el 18 de septiembre de 2006 en el marco del juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz).

Llegado a este punto, hay que decir que para hacer honor a una película política, también es oportuno abordarla y discutirla políticamente. Se trata de “una ficción basada en hechos reales”, lo que implica siempre un necesario recorte y artificios con fines dramáticos, pero esas decisiones dan el sentido general y sus opciones (incluso dentro de un guion clásico) son variadas, subjetivas. No se trata de exigir a Mitre que haga otro guion, de exigir faltantes, sino de hablar de lo que la película dice, de lo que transmite.

Cabe la comparación con la película chilena No (2012) dirigida por Pablo Larraín. También basada en hechos reales (aunque más libre), relata la campaña del “No” en el plebiscito de 1988 en Chile que debía decidir la continuidad del general Augusto Pinochet o dar paso a elecciones. Es también un film de “transición democrática”. La comparación no está en los procesos históricos sino en los acentos de la trama. La película de Larraín cuenta la historia del equipo de campaña publicitaria que se pone al hombro la campaña del “No”. Acá el protagonista es René Saavedra (Gael García Bernal) un publicista que, siguiendo el camino del héroe, inicialmente se resiste a la tarea encomendada pero termina por liderar la campaña que luego triunfa.

Ambas películas: No y 1985, ponen el acento dramático en los equipos técnicos, los publicistas en Chile que parecen ganar solos contra el poder mediático y militar, el equipo de juristas que logran el triunfo. En ambas los procesos de lucha, las relaciones de fuerza, que empujaron esos hechos de tal profundidad histórica, quedan en un plano subordinado. Incluso en 1985, el Luis Moreno Ocampo de Peter Lanzani cubre también el rol de estratega comunicacional, que piensa que la pelea se gana por los medios.

En este sentido, 1985 da muy poco lugar a las luchas de las Madres y organismos de derechos humanos que avanzaban en un contexto de movilizaciones obreras luego de la derrota de la Guerra de las Malvinas. La lucha de los organismos de Derechos Humanos fue central en los juicios. Y hay que agregar que el propio alegato del fiscal Strassera, el cual tiene un peso central en la película, dio cuenta en la realidad del problema que las movilizaciones y la bronca existente contra los genocidas traía para el régimen político, cuando alude a la necesidad de dar un fallo ejemplificador que frene al mismo tiempo cualquier deseo de “justicia por mano propia”. No se trata de hacer otra película, sino de reflexionar sobre esta mirada propuesta y también de que todos sabemos que hay mil maneras de “mostrar lo que uno quiere” aún contando la historia pautada y “clásica”.

1985 sí cuenta las presiones reales de sectores militares y políticos que buscaban frenar el juicio. Por ejemplo, el discurso facho de Antonio Troccoli (ministro del Interior del gobierno radical) y el contexto de la teoría de los dos demonios. También en más de un momento deja entrever que Strassera no hizo nada para ayudar o denunciar lo que pasaba durante la dictadura, y se vuelve sobre ese trauma de “la clase media”. Pero cuida mucho a Raúl Alfonsín, presidente de la Nación entre 1983 y 1989; es el único personaje histórico que no parece tener posibilidad de ser retratado, solo se siente su voz campechana a lo lejos, decisión formal que refuerza una mirada mítica sobre “el padre de la democracia”. Esto continúa con las placas finales donde se alude a las “leyes de impunidad” sin mayores alusiones.

El juicio a las Juntas condenó solo a algunos miembros. Videla y Massera fueron condenados a prisión perpetua, Viola a 17 años, el resto a penas menores y Galtieri junto otros fueron absueltos. A pesar de que los cientos de testimonios dieron cuenta de la existencia de un plan sistemático en donde participaron miles de militares, tan solo un año después, en diciembre de 1986, se promulgó la Ley de Punto Final, meses después la Obediencia Debida durante el mismo gobierno de Alfonsín, y ya con Menem los indultos. Por eso la enorme denuncia que abren los testimonios de los juicios es cerrada rápidamente por estas leyes que tuvieron un amplia resistencia, y que fueron derogadas casi dos décadas después también gracias a la persistencia de la movilización popular. Eterna protagonista de la realidad, pero nunca reivindicada seriamente en las ficciones nacionales.

Por último, es inevitable aludir a un hecho paradójico que poco a poco tiende a naturalizarse, aunque en los espacios de producción cinematográfica son debates corrientes. 1985 es la última muestra de una tendencia que parece irrefrenable: hechos o personajes de la historia nacional contemporánea son producidos por plataformas multinacionales del streaming. Santa Evita fue producida por Star plus, Maradona y el Juicio de las Juntas la produce Amazon y nada menos que El Eternauta la produce Netflix. El hecho de que tengan mayor visibilidad internacional, por ejemplo, no puede opacar los problemas extremos que esto trae y que en los ámbitos de debate del cine son señalados. Esto se da además en un contexto en que los fondos de producción cinematográfica nacional están cuestionados, en peligro directo por el “apagón cultural” (la pérdida de fondos a los institutos de fomento a la cultura, entre ellos el INCAA). Y una presión de las plataformas para hacerse de todo “el mercado”. Cada avance de las plataformas supone preguntas que exceden este artículo, pero que no pueden dejar de señalarse: ¿qué costo conlleva que las historias nacionales las cuenten las plataformas?, ¿Cuántas historias necesarias se están perdiendo?

Mientras escribimos este artículo, las salas de cine se llenan para ver Argentina 1985, una película que marca una vuelta del cine político de alcance masivo. Que la lucha contra la impunidad, la condena al genocidio y los debates por nuestra historia se multipliquen es siempre una buena noticia.

 
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