El Reino Unido acaba de estrenar primer ministro, el tercero en apenas dos meses. El 25 de octubre el rey Carlos III le encomendó a Rishi Sunak, el nuevo líder del partido conservador, que forme gobierno. Su antecesora, Liz Truss, que había reemplazado al renunciado Boris Johnson, solo estuvo 44 días en el cargo. En ese breve lapso causó una conmoción financiera que dejó a la City de Londres, y quizás al mundo, a un paso de una crisis de dimensiones similares a la de 2008. Un rescate millonario del Banco de Inglaterra evitó esta perspectiva ominosa.
Truss, una admiradora (e imitadora) de Margaret Thatcher, aplicó sin matices el dogma libertario-neoliberal del “estado chico”: su único acto de gobierno, además de reforzar leyes antisindicales, fue un generosísimo recorte de impuestos a los ricos –individuos y corporaciones- lo que aumentó de manera considerable el agujero fiscal. Este acto de fe de “libre mercado” fue rechazado impiadosamente por estos mismos mercados, que hundieron la libra y los bonos del gobierno a su menor valor histórico y estuvieron a punto de hacer quebrar los fondos de pensión.
Truss despidió a su ministro de economía, otro creyente en la magia de las políticas del “supply side”, el mantra –repetido hasta el hartazgo por derechistas como Milei y Macri- según el cual bajar los impuestos a los ricos alienta la inversión y conduce al crecimiento. Lo reemplazó por Jeremy Hunt, que volvió atrás la rebaja impositiva y anunció un plan de austeridad ortodoxo de disciplina fiscal y recorte del gasto público.
Con la llegada de Rishi Sunak al 10 de Downing Street el establishment del partido conservador parece haber retomado el control, desplazando al sector populista de derecha referenciado en Boris Johnson.
Si bien Sunak se unió a Boris Johnson en la fracción pro Brexit en 2016, a diferencia de la amplia base conservadora que votó por el “Leave”, está del lado de los ganadores de la globalización. Este exbanquero de origen indio, aparece como una historia exitosa de la “meritocracia”. Tiene junto con su esposa, una fortuna estimada en 800 millones dólares, mayor a la de la propia monarquía.
Algunos neoliberales “progres”, partidarios de políticas indentitarias, hablan de que el Reino Unido estaría en su “Obama moment”, y toman la asunción de Sunak como una muestra de que el racismo, tan propio del partido conservador y de otras expresiones políticas de extrema derecha, estaría en retroceso. Y hasta el primer ministro indio, el nacionalista Narendra Modi, saludó su nombramiento.
Más allá de su origen, la agenda de Sunak es profundamente xenófoba y antiinmigrante. Paradójicamente un británico de origen indio e hindú practicante (“un pueblo bestial con una religión bestial” según Winston Churchill) se propone rescatar al partido de la clase dominante y al decadente imperio británico.
Sunak intentará recuperar la confianza de los capitalistas en que el partido conservador será capaz de sacar al Reino Unido de la situación de estanflación en la que se encuentra, a costa de los trabajadores y los sectores populares. Los mercados por ahora le dieron su aprobación. Al igual que los líderes del “extremo centro” de la Unión Europea, jaqueados por el ascenso de la extrema derecha soberanista y por las tensiones de la guerra de Ucrania, que ven en Sunak un conservador razonable, aunque obviamente dan por descontado que el Brexit vino para quedarse.
El flamante primer ministro ya ha anunciado que se vienen “tiempos y decisiones muy difíciles”. Internamente tratará de hegemonizar las distintas fracciones del partido tory y conducirlo al menos hasta un final digno de mandato, detrás de un plan de ajuste que devuelva la credibilidad del establishment.
Legalmente, hasta dentro de dos años no está obligado a llamar a elecciones generales. Sin embargo, su legitimidad “democrática” es nula. La mayoría conservadora en el parlamento que lo ungió primer ministro, fue electa en 2019 sobre la base del programa “populista de derecha” de Boris Johnson que prometía gasto público e intervención estatal. Si a Liz Truss solo la habían votado unos 140.000 afiliados y cotizantes del partido conservador, a Sunak no lo votó nadie, salvo unos 200 parlamentarios del partido conservador. Una base de sustento muy endeble para aplicar un ajuste en un clima en el que crece el descontento y la bronca a la par que la inflación come los salarios y los beneficios sociales.
El partido laborista, bajo la dirección de Keir Starmer (un heredero de Tony Blair) trabaja para la estabilidad del régimen burgués y espera ganar las próximas elecciones. En este marco, varios sindicatos –del correo, de docentes universitarios- recibirán a Sunak con huelgas y movilizaciones, que se suman a conflictos de envergadura como el de los trabajadores del transporte. En momentos de crisis de autoridad del régimen burgués es eso lo que tienen que hacer los trabajadores: no darles tregua. |