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La Izquierda Diario
30 de octubre de 2022 Twitter Faceboock

El MAS y la “superación del peronismo” en la transición democrática
Gabi Phyro

@RomPTS

En el siguiente artículo nos proponemos analizar y reflexionar sobre la acción política del Movimiento al Socialismo (MAS) durante la “transición democrática” de 1983-84, particularmente su política hacia el movimiento obrero y su concepción de partido/movimiento.

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Hacia 1982 surgía el Movimiento al Socialismo (MAS), un partido fundado por muchos cuadros y dirigentes que habían sido parte del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en los años ‘70. En este artículo queremos retomar algunas elaboraciones previas y realizar una relectura de la prensa y documentos del MAS en los años 1983 y 1984 para reflexionar sobre su política en aquellos años de la “transición democrática”. Particularmente nos detendremos en el modo en que el MAS concibió la posibilidad de influir en la crisis del peronismo, en su idea de un “partido/movimiento socialista” y en su política de formar “nuevas direcciones” en el movimiento obrero.

Consideramos que este debate cobra importancia por dos motivos. En primer lugar, porque estos aspectos permiten profundizar el balance sobre el desenvolvimiento de aquella organización, que supo reunir a varios miles de militantes, conquistar bancas en el Congreso y espacios de representación en el movimiento obrero, pero que implosionó hacia fines de los ‘80.

Por otro lado, pero no menos importante, porque existe un núcleo problemático histórico para las distintas corrientes del trotskismo argentino que es la cuestión del peronismo y su influencia sobre la clase obrera. Este partido/movimiento político, que supo adoptar distintas formas a lo largo de su historia, se constituyó desde sus inicios como una corriente burguesa nacional capaz de integrar y disciplinar a los sindicatos en las estructuras estatales y desde ese lugar trazar los márgenes de su acción política. [1] Por momentos cumpliendo un rol de contención de las fuerzas obreras y por momentos actuando como un “partido del orden”, apelando a la represión y el disciplinamiento de sectores de vanguardia, el peronismo y su ideología de conciliación de clases se erigió como el gran obstáculo a superar para el desarrollo de corrientes revolucionarias en el movimiento obrero.

El contexto de la transición

Hacia 1979 varios factores comenzaron paulatinamente a horadar las bases sobre las que se había asentado la dictadura. Por un lado, pese al estado de sitio y la continuidad de la represión, se iniciaron movilizaciones populares que pusieron en cuestión la legitimidad de la Junta Militar. Tanto en el terreno de las luchas democráticas y por los derechos humanos, como en el de la propia acción obrera, comenzaba a “descongelarse” el escenario abierto desde 1976. En este sentido, la Jornada Nacional de Protesta de 1979, convocada por “los 25”, una fracción de la CGT, fue una primera expresión masiva de descontento con la dictadura. A estas jornadas le siguieron paros intermitentes y conflictos aislados hasta las huelgas generales de 1981 y marzo de 1982.

Por otro lado, hacia 1981 la crisis económica empezaba a sentirse con más fuerza, particularmente a través de la inflación. Esta combinación de factores, junto a la derrota de Malvinas, resultaron los desencadenantes de una crisis que pondría en jaque a la junta militar y sellaría su final. Sin embargo, para que no desencadenara en una potencial situación revolucionaria, los partidos del régimen (particularmente la llamada “Multipartidaria”, conformada centralmente por la UCR, el PJ, pero también integrada por el Partido Intransigente, el Partido Demócrata Cristiana y el Movimiento de Integración y Desarrollo) buscaron contener las movilizaciones, sosteniendo al genocida Bignone en el gobierno mientras convocaban elecciones para más de un año después.

Esta transición trajo aparejada cierta recomposición en la actividad de los partidos políticos expresada, por ejemplo, en masivas campañas de afiliación (alcanzando en ese entonces el PJ unos 4 millones de afiliados, y la UCR 2,5 millones). Vale señalar que el peronismo había comenzado a reorganizarse hacia 1979 pero se encontraba dividido entre un ala abiertamente colaboracionista encabezada por Mattera y otra que aspiraba a obtener más garantías del régimen militar liderada por Bittel y Luder (el primero, ex gobernador de Chaco y el segundo, quien había sido presidente en la licencia de Isabel Perón). En cuanto a la rama “sindical” del peronismo también existían fracturas: por un lado la CGT-Azopardo liderada por Triaca y por otro la CGT-Brasil, de Ubaldini y Lorenzo Miguel. Hacia las elecciones de la “transición” terminó imponiéndose la fórmula de Luder-Bittel, apañada por Miguel.

En este marco, si bien el PJ se perfilaba como el partido con más posibilidades de obtener un triunfo en las elecciones, existía entre sus afiliados y simpatizantes un rechazo a los viejos dirigentes identificados con el isabelismo, la triple A y burócratas temidos como Lorenzo Miguel.

La “oportunidad histórica” para el MAS

El MAS leyó aquel desencanto como una oportunidad histórica: la de que la clase obrera realizase finalmente una experiencia con el peronismo y se inclinase hacia el socialismo. Según su lectura, los trabajadores habían iniciado una separación con el peronismo bajo el gobierno de Isabel, con el Rodrigazo de 1975, pero este proceso de “divorcio” se habría interrumpido con el golpe de estado de 1976. Un posible triunfo del PJ en las elecciones de 1983 simplemente daría continuidad a aquel proceso, pues la crisis económica llevaría a que un eventual gobierno peronista aplicase un nuevo “plan Rodrigo”.

Esta caracterización partía de omitir algo esencial: trazando un puente de continuidad entre la situación de 1975 y la de 1982, obviaba la enorme derrota y el corte histórico en la conciencia que había significado la dictadura para la vanguardia obrera y juvenil en Argentina. La posibilidad de hacer una “experiencia” con el peronismo, quedaba depositada en las condiciones “objetivas” de la situación, desatendiendo las fuerzas subjetivas necesarias para pelear aquella perspectiva. Entre ellas, al propio MAS, cuyo antecesor, el PST [2], también había sufrido las consecuencias de la dictadura.

No obstante, tras la derrota de Malvinas, efectivamente se había abierto un proceso de movilización y ascenso de masas, que fue desviado por el pacto de la “transición democrática” entre los partidos del régimen nucleados en la Multipartidaria. Pero en ese contexto, como veremos, el MAS apostó a ubicarse como la referencia “de izquierda” en aquel proceso de “transición democrática” subestimando los aspectos reaccionarios que aún conservaba el régimen de Bignone y plegándose a la idea de que el llamado a elecciones pactado por el PJ y la UCR era solo un momento, dentro de una etapa revolucionaria que se estaba desarrollando ininterrumpidamente.

En la misma lógica, la capacidad de “contención” del peronismo, era leída erráticamente por el MAS. Según su análisis, el hecho de que el PJ hubiese crecido en afiliados en aquella etapa (como el resto de los partidos), contrastaba con su escasa capacidad de movilización, que se había visto reducida en las últimas convocatorias, frente a las cuales el MAS resaltaba su propio crecimiento. De esos hechos la dirección partidaria deducía que el PJ no sacaba fuerza de sus propias bases ni de una tendencia histórica que le fuese favorable, sino de su relación con el régimen militar y de ciertas reminiscencias al pasado, subestimando su influencia política e ideológica y su capacidad de adoptar distintas facetas. A lo sumo, decían, representaba una herramienta útil para el imperialismo por conservar su capacidad para contener al movimiento obrero dentro y fuera de los sindicatos que aún permanecían en manos de los dirigentes peronistas. [3]

De este modo se presentaba una fórmula ambigua, pues si por un lado se reconocía la capacidad de “contención” que podía jugar el peronismo, se asumía que el desencanto con sus dirigentes representaba un corrimiento a la izquierda de sus bases y una ruptura con su ideología. Es decir, el MAS presentaba una situación en la que “objetivamente” existía un desplazamiento hacia el socialismo y en la que el peronismo tarde o temprano sería arrasado por la historia. Para ello se valía de otros ejemplos históricos: el nasserismo en Egipto, el ibañismo en Chile, el varguismo de Brasil o el velazquismo y la corriente de Villanueva del Perú. [4] A su vez, tomaba como ejemplo del giro hacia el socialismo a los gobiernos de Felipe González en España y François Mitterrand en Francia, obviando sus estrechos vínculos con las políticas neoliberales que se estaban desplegando a nivel internacional.

En el plano nacional, la analogía era con el derrotero del socialismo y del radicalismo en los años posteriores al surgimiento del peronismo: “Hace ya mucho tiempo que en el peronismo sopla una fuerte sudestada, que aleja a los mejores luchadores y que le pronostica el frio y la lluvia que sufrieron la UCR o el viejo PS”. Esos “luchadores”, que eran convocados por el MAS en el terreno sindical a formar listas con “nuevas direcciones” contra la burocracia que venía desde la dictadura, comenzaron a transformarse en el sector social y político al que apostaba el MAS para la formación de un partido socialista en Argentina: “esta es la primera vez que frente a la vanguardia asoma como punto de referencia la posibilidad de construir un nuevo partido socialista, que la llama a agruparse y prepararse para las luchas que se avecinan”. [5]

Todos estos elementos llevaron al MAS a considerar que la “tendencia socialista” en Europa se replicaría en Argentina. De ahí su orientación a crear cientos de locales en todo el país que agrupasen a quienes supuestamente se alejaban del radicalismo y del peronismo, pero no bajo una interpelación clasista sino más bien “ciudadana”, en la que se apostaba a reunir a “vecinos” de los barrios, desarrollado así una inserción territorial poco articulada con las estructuras de trabajo o estudio.

De conjunto, la visión del MAS realizaba una simplificación del escenario post dictadura. Bajo la idea de que aún se vivía en una “situación revolucionaria”, consideraba que todo desplazamiento de la conciencia de los trabajadores contra sus direcciones tradicionales resultaba “objetivamente” un movimiento “hacia el socialismo”. Esta idea reflejaba las elaboraciones que por ese entonces trazaba Nahuel Moreno, principal dirigente de la organización [6], (plasmadas de forma más cabal en el curso de formación de cuadros del MAS de 1984 [7] pero que ya había empezado a formular en 1982 frente a la caída de la dictadura) según las cuales los procesos de “transición democrática” abiertos entre fines de los 70 y comienzos de los 80 en varias partes del mundo contra las dictaduras, representaban “revoluciones de febrero”, que se desplazarían evolutivamente hacia “revoluciones de octubre” (socialistas). [8] El único rol del partido allí debía ser canalizar esa tendencia “objetiva”, acompañando los procesos de “transición a la democracia” como “ala izquierda”.

De este modo, si a nivel internacional se negaba el hecho de que esas “transiciones democráticas” se apoyaban sobre la derrota de los procesos revolucionarios de la década del 70 y eran apoyadas por el imperialismo como una estrategia para imponer el neoliberalismo en todo el mundo, en Argentina se desconocía el cambio de situación que había representado la dictadura militar, que había clausurado una etapa de ascenso revolucionario a sangre y fuego. Al sólo evaluar la situación en términos de regímenes políticos (dictadura y democracia) se omitía la política de clase subyacente que había comenzado ya con el gobierno de Isabel Perón y la Triple A y que durante la dictadura se continuó con la colaboración de peronistas y radicales, con los cuales los militares estaban pactando aquella “transición”. Esto derivó en que el MAS plantease que la salida política del momento fuese “que la dictadura militar se vaya de inmediato y que el Congreso vigente en 1976 designe un gobierno provisorio, que garantice la convocatoria a elecciones verdaderamente libres”, de lo cual no se desprendía ninguna tarea autónoma de la clase obrera.

La idea de ser parte de aquellos procesos de “transición democrática” sin una política de independencia de clase, contra las lecciones históricas de la revolución rusa sintetizadas por Trotsky (particularmente las referidas al periodo febrero-octubre de la revolución rusa y que habían sido puestas en discusión por las tesis morenistas) [9], clausuraba la perspectiva de construir una corriente revolucionaria y socialista en el movimiento obrero. La lucha por el “socialismo”, reducida a una identidad general con la izquierda y con cierto programa de denuncia a los capitalistas (cuyo eje en aquel periodo se centró en el no pago de la deuda externa), no incluyó una distinción elemental entre la conciliación de clases y la independencia política como principios fundantes de su práctica. El desarrollo de su partido era proyectado en la “confluencia” con tendencias “objetivas” de la realidad a las cuales había que ponerles banderas “socialistas”. Apostó a que esa experiencia se desarrollase centralmente en el terreno electoral y en al voto al MAS (cuestión que no sucedió, pues en 1983 el MAS sólo obtuvo el 0,28%, o sea 42.500 votos), pero sin dar batalla contra las mediaciones políticas burguesas y pequeño-burguesas, ni tampoco contra la burocracia sindical opositora.

De ahí que hacia 1984, tras este fracaso electoral y ante la constatación de que muchos de quienes acudían a sus locales no habían roto con sus identidades políticas previas, el MAS ensayó una nueva formulación de aquella política oportunista. Consideró que era posible “Un partido socialista construido por trabajadores peronistas” [10], es decir, un partido cuyo rótulo fuese socialista pero en el cual sus obreros no rompiesen con una identidad política de colaboración de clases. Esta lectura se acoplaba con la idea de lograr “nuevas direcciones” en el movimiento obrero a partir de listas comunes con trabajadores que “rompían” con el peronismo (o con la vieja burocracia sindical peronista), lo cual desarrollaremos más adelante. La idea era continuar a nivel nacional lo que “hemos empezado a hacer en los sindicatos’’.

La prensa del MAS reflejaba esta dinámica de obreros, algunos “activistas sindicales” o “barriales”, que comenzaban a unirse al Partido con esta perspectiva: “El peronismo se lleva en el alma. Nunca voy a dejar de ser peronista. Pero hay que hacer un nuevo partido. Yo estoy contra Isabel”. Según el propio MAS muchos de ellos llamaban a los locales la “unidad básica socialista” y consideraban que el programa que los debía unificar era “recuperar y superar las conquistas del 46 con el primer gobierno de Perón” contra el “desvío” posterior del peronismo. Este “anti isabelismo” partía de la idea según la cual el peronismo no tenía nada más que dar “a la izquierda” de Isabel y que por lo tanto todos los intentos de “reformar” el movimiento peronista desde adentro resultaban inútiles (“los peronistas que dicen que no todo es isabelismo se equivocan” [11]). Es decir, se suponía que no existían grises ni matices entre el peronismo isabelista y el MAS y que por lo tanto los obreros debían optar entre sumarse a alguna de las dos opciones, derivando de ello que quienes no estuviesen con Isabel, a su izquierda sólo encontrarían al MAS.

La idea de trasladar lo hecho en los sindicatos (las nuevas direcciones) al “terreno político”, conllevaba a una adaptación al “anti isabelismo” como programa político, lo cual podía resultar coyunturalmente favorable para conseguir nuevos afiliados o abrir nuevos locales, pero estratégicamente implicaba ubicarse como una variante de centroizquierda dentro del régimen político. Es decir, contra la idea de un partido de vanguardia (en términos leninistas) el MAS era un partido “de luchadores” que buscaba representación parlamentaria y cierta incidencia en el debate político nacional.

Por otra parte, la idea correcta de “aprovechar la oportunidad” de construirse entre los trabajadores peronistas descontentos con sus direcciones, fue acompañada por una subestimación de la posibilidad del peronismo de reorganizarse o incluso de que surgieran sectores “no isabelistas” que también disputasen ese espacio. Esto partía de una visión lineal en la que el peronismo estaba “históricamente agotado” sin ver su capacidad de actuar tanto como “partido de orden” y como “partido de contención” ante el surgimiento de procesos que puedan desbordar los planes de la burguesía. Esto llevó al MAS a no dar ninguna lucha política con aquellos sectores que aún defendían el “peronismo histórico” como movimiento nacionalista burgués de conciliación de clases, haciendo que muchos de esos “luchadores” viesen en alguna de las variantes del peronismo una representación política, e incluso se volviesen a ilusionar con una “reconstrucción” o una “renovación” del mismo, como será ya en el 84/85 con la renovación peronista de Cafiero y años más tarde con el menemismo.

Las “nuevas direcciones” en el movimiento obrero

Como hemos desarrollado en otros artículos, la traducción táctica de algunas de estas concepciones para el movimiento obrero fue la perspectiva de construir “nuevas direcciones” sindicales, que partieran del desprestigio de las burocracias sindicales que habían colaborado (y aún colaboraban en 1983) con la dictadura, para alcanzar la conducción o co-conducción de sindicatos. De lo que se trataba era de aprovechar ese descontento, y posteriormente la convocatoria a elecciones de renovación de autoridades en varios sindicatos, para formar listas que desde una identidad general “anti burocrática” le permitieran al MAS alcanzar nuevas posiciones en el movimiento obrero y así “acompañar la experiencia” de los obreros peronistas hacia el socialismo.

Pese a que el MAS denunciaba a la UCR y al PJ por sus diálogos con la dictadura de Bignone, consideraba que la política hacia esos partidos no era la confrontación o la denuncia sino que era “exigirles” que se solidaricen con las luchas obreras en curso. Buscaban así acelerar el proceso de la transición y terminar con el periodo de la dictadura, desvinculando de este modo el pacto de “transición democrática” (en el terreno político) con las luchas obreras, a las cuales se las cercenaba al terreno de la disputa económica o sindical con las patronales. La crítica al PJ y a la UCR no partía de su complicidad en los ataques que se desarrollaban sino en que “no están dispuestos a luchar seriamente por nada”, de modo tal que el MAS se podía presentar como un “luchador consecuente” dentro de aquel proceso de transición democrática.

En un sentido similar, la acción política y sindical de la burocracia se presentaba de forma escindida, considerando que su movilización podía adoptar un contenido independiente del rol de las direcciones. Pese a que se señalaba su inactividad y la colaboración de una gran parte de la misma con los militares, se esperaba que su acción “avive la llama” latente en las bases. Para el MAS, incluso pese a su voluntad, la burocracia sindical podía desatar una movilización revolucionaria. Por “presión” de las bases esta podría convocar a movilizaciones que en el marco de la supuesta situación revolucionaria abierta, adquirirían un carácter revolucionario. Según el MAS, así como la dictadura había tenido que movilizar a las masas para su propia supervivencia (Malvinas), y eso luego provocó su caída, la burocracia sindical para su auto preservación podía desatar las fuerzas contenidas del movimiento obrero. [12]

Partiendo de estas consideraciones, las definiciones sobre el contenido de aquellas listas “antiburocráticas” que se debían formar fue variando de sector en sector, presentando formulas ambiguas y evidenciando un carácter oportunista en la fundamentación política que se establecía en cada caso. Pero sobre todo, aquella formulación táctica se fue volviendo una estrategia en sí misma. Si la movilización que se desatase en cada conflicto derivaría inevitablemente en un proceso más amplio, “objetivamente” la “lucha” en sí misma era un factor que alentaba el desarrollo de fuerzas revolucionarias. De ahí que el MAS señalase que “En todo momento organizaremos, impulsaremos y apoyaremos listas formadas por nuevos compañeros, dispuestos a luchar, que reemplacen a los viejos generales de nuestra derrota. (…) Después de treinta años de balances desastrosos, los gerentes de nuestros sindicatos, los que gobiernan nuestras organizaciones, deben ser cambiados por nuevas direcciones aptas para la lucha”. [13]

En cada caso concreto el “criterio unificador” fue variando, dando cuenta de la ambigüedad a la que se prestaba aquella formulación. Por ejemplo, en enero de 1983, tras una huelga portuaria, Solidaridad Socialista señalaba que allí había emergido una nueva camada de “luchadores”, distinguidos por ser “nuevos dirigentes, por ser trabajadores “como cualquier portuario” y por el hecho de que “no cuentan con el apoyo de ningún sector de la burocracia sindical ni de los viejos dirigentes políticos peronistas”. [14] Por su parte, en mayo de ese mismo año, en referencia a la lista Azul del Sindicato Unidos de Petroleros del Estado, Solidaridad Socialista contaba que la misma estaba compuesta por “compañeros de diferentes corrientes ideológicas; radicales, socialistas, desarrollistas, y peronistas, que han roto con las viejas direcciones del sindicato” y que el “denominador común” entre ellos era “su oposición a la vieja camarilla y la unidad por la democracia sindical”. [15] En este sentido, los “casos” que podían motivar la formación de listas que apuntasen a “renovar” la dirección de los sindicatos eran variados: en el caso de los trabajadores Judiciales el objetivo era mantener la “unidad lograda” en los procesos de lucha, mientras que en el sector automotriz, por ejemplo, se debía alentar el hecho de que en la Mercedes Benz hubieran ganado en las últimas elecciones algunos delegados “anti burocráticos”, y formar listas con ellos bajo ese único acuerdo. [16]

El MAS reforzaba así la idea de un partido de “luchadores”, que efectivamente acompañaban y apoyaban los conflictos obreros en curso, pero cuya identidad política tendía crecientemente a diluirse junto a otras, sin importar si eran comunistas, radicales o peronistas. A la consigna correcta de “unidad de las distintas luchas”, de denuncia a las patronales y el ministerio de Trabajo, el MAS le sumaba la idea de “agrupamiento del activismo en nuevas tendencias sindicales” cuyo objetivo debía ser “desplazar a las viejas direcciones y asumir el control de sus respectivos sindicatos”, pero sin reafirmar ninguna identidad de independencia de clase. [17] Conectándolo con la caracterización más general de la situación, el MAS consideraba que las elecciones sindicales empalmaban con la situación revolucionaria que terminaría con la dictadura y que por ende no podía esperarse que surgieran corrientes “anti colaboracionistas” y “anti burocráticas” puras, sino que se iban a ir desarrollando movimientos progresivos en las bases que debían ser acompañados, siendo “oportunistas sin miedo al oportunismo”. [18] A esto se agregó el hecho de que, al caracterizar que el activismo que surgía era muy débil, se postulaba que era necesario hacer acuerdos con los dirigentes de las corrientes que los representaban.

Es decir, la construcción de una corriente revolucionaria propia en el movimiento obrero nunca fue un norte para el MAS ni una vía posible para atraer a ese “nuevo activismo”, a esos “luchadores” que surgieron en aquella etapa. Si por un lado se confiaba en que estos terminarían bajo las banderas del socialismo, la política no era fortalecer un partido revolucionario con inserción los sindicatos que se constituyese en una alternativa al radicalismo, al peronismo y a las corrientes reformistas que actuaban en el movimiento obrero, sino plegarse a un movimiento más amplio cuyo puerto de llegada iba a “decantar” de la propia situación política.

Con esta política, el Movimiento al Socialismo fue diluyendo a aquellos sectores de vanguardia que había logrado influenciar bajo un amplio espectro de “luchadores” y “opositores” en los sindicatos, que aunque en algunos casos fueron parte de agrupaciones propias, nunca se plantearon construir una corriente militante clasista con perspectivas revolucionarias.

La ausencia de una estrategia revolucionaria y la recomposición del peronismo

A lo largo de este artículo hemos señalado cuáles fueron los contornos que adoptó la política del MAS en los años 1983 y 1984, en el contexto de la llamada “transición democrática”, particularmente en lo que refiere a sus lecturas sobre la “crisis del peronismo” y su política hacia el movimiento obrero. En futuros trabajos, que estamos encarando desde un grupo de estudio e investigación colectivo impulsando por el CEIP- León Trotsky, apostaremos a desarrollar detenidamente su actividad en las etapas posteriores. Pero antes de finalizar queríamos presentar algunas reflexiones sobre una pregunta clave ¿Cuál fue el resultado de aquella política?

Como han señalado Gabriela Liszt, en este artículo y Matías Maiello en este otro, muchas de las concepciones que hemos presentado se fueron profundizando durante el resto de la década del ‘80. Las “nuevas direcciones” que apoyó el MAS, si bien le permitieron una acumulación militante en el movimiento obrero, se mostraron impotentes o directamente fueron factores de desgaste para los procesos de lucha de clases que se desarrollaron a fines de los años ‘80. Por otra parte, su electoralismo en 1985 derivó en acuerdos como el FrePu con el Partido Comunista y sectores del peronismo de base bajo un programa democratizante al estilo frentepopulista, sintetizando su estrategia en esta etapa bajo la consigna de “luche y vote”, como fines en sí mismos desligados de objetivos revolucionarios. Años más tarde, esta política se cristalizaría en su pertenencia a Izquierda Unida, desde 1989, en un frente con el PC y el demócrata cristiano Vicente, con el trasfondo histórico de la caída del Muro de Berlín.

Sería incorrecto derivar mecánicamente del periodo analizado el conjunto de la acción posterior del MAS y su declive. Sin embargo, como hemos señalado, la política oportunista desarrollada en aquella etapa, tanto en lo que refería a su apuesta a ser “la izquierda” del régimen post dictadura, como la de construir corrientes en el movimiento obrero sin una política de independencia de clase, partieron de una deriva estratégica más general, sintetizada en aquellos años en las tesis de Moreno sobre la “revolución democrática”, sobre las que nunca se dio marcha atrás ni se realizaron balances en todo el periodo. Más bien, continuando y profundizando aquella perspectiva que desvirtuaba la idea de “revolución”, limitándola no sólo a un cambio de régimen sino reduciendo sus alcances al terreno de la democracia formal (particularmente las elecciones) y al sindical, el MAS se siguió desarrollando sin volver sobre sus pasos (tampoco respecto a los ‘70), considerando que su acumulación en el movimiento obrero y sus posteriores conquistas parlamentarias demostraban su “éxito” y que estaban actuando “a favor de la corriente”. El problema es ¿éxito para qué política?

Cuando al MAS le tocó el “momento de actuar” en la lucha de clases (el terreno de acción principal para una política revolucionaria), de poner en juego aquella acumulación militante e influencia electoral en el ciclo abierto en 1989-1991, fue incapaz de hacerlo de forma revolucionaria. Cuando en 1988 se desarrolló el “maestrazo”, un paro docente de alcance nacional que anticipó algunas de las luchas posteriores, los docentes del MAS venían desarrollando una orientación seguidista de la burocracia “de izquierda” de Wenceslao Arizcuren (quien se encontraba en Suiza durante el conflicto). Luego derivó en la ausencia de toda pelea en asambleas por evitar la desmovilización producto de la conciliación obligatoria aceptada por la burocracia de Ctera y los Sutebas que terminó desarticulando el conflicto. Ya en 1990, con el comienzo de la ofensiva menemista, el MAS participó de la llamada “plaza del NO”, junto al PC, dejando un palco vacío para Ubaldini y evidenciando la ausencia de cualquier programa alternativo de independencia política y su confianza en sectores de la burocracia sindical. Al año siguiente, en telefónicos, donde el MAS había logrado una acumulación militante, fue totalmente impotente cuando la burocracia sindical levantó el conflicto contra las privatizaciones. Finalmente, vale destacar que la militancia reunida en los locales barriales, tuvo poca o nula actuación en estos conflictos, evidenciando la escisión entre ambas esferas de intervención.

Es decir, la consecuencia de la política desarrollada previamente no fue tanto la falta de “éxito” para implantarse entre los trabajadores u obtener eventuales conquistas electorales, sino el abandono de las tareas de preparación conscientes de un partido revolucionario. Al momento de la recomposición del peronismo bajo la figura de Menem -y su política neoliberal que significó una fuerte derrota para los trabajadores- el MAS se halló incapaz de jugar un rol revolucionario pese a la acumulación militante en estructuras obreras como ferroviarios, telefónicos, docentes, bancarios, sanidad, etc.

***

Para finalizar, una reflexión para poner en perspectiva actual aquellos debates. Hoy la izquierda trotskista tiene un peso mucho mayor que en aquella etapa en la realidad política nacional, habiendo conquistado con el Frente de Izquierda-Unidad decenas de legisladores y concejales provinciales y un bloque de diputados nacionales. A su vez, cuenta con una inserción estructural en sectores del movimiento obrero, el estudiantil, el movimiento de mujeres, y entre la juventud precarizada. Desde el PTS, sin embargo, hemos sostenido, en muchos casos en polémica con nuestros compañeros del FITU, que todas aquellas conquistas no son fines en sí mismos, sino que son herramientas para la intervención en la lucha de clases y para la construcción de un partido revolucionario que pelee por el socialismo y por terminar con este sistema de explotación y opresión que cada día horada más las condiciones de vida de las grandes mayorías.

Nuevamente estamos ante una crisis en el peronismo y ante la decepción de cientos de miles que confiaron en el gobierno de Alberto Fernandez y Cristina Kirchner como una alternativa al macrismo, y que hoy ven cómo lo que terminó primando fueron las políticas dictadas por el FMI. La posibilidad de desarrollar esa experiencia, entonces, dependerá en parte, de la posibilidad de construir fuertes polos de independencia de clase en el movimiento obrero, en el movimiento estudiantil, de mujeres y ambiental, en la perspectiva de construir un partido revolucionario que pelee por un socialismo desde abajo. La relectura de aquellas experiencias históricas está en función de superar aquellos errores y afilar nuestras herramientas teóricas y políticas para encarar las peleas que se vienen.

 
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