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La Izquierda Diario
30 de octubre de 2022 Twitter Faceboock

La nueva derecha y la lógica del mal menor
Ezequiel Silva | Historia-UBA

Ilustración: Marcoprile

La segunda vuelta en Brasil se definirá en horas, pero Bolsonaro obtuvo la mayoría en el Congreso. La victoria en Italia de Giorgi Meloni y el crecimiento en votos de Javier Milei en Argentina sumado al repudiable atentado contra CFK encienden las alarmas sobre el avance de las extremas derechas. En este artículo queremos retomar el debate sobre la emergencia de estos nuevos fenómenos a partir del rol que han tenido y vienen teniendo los “gobiernos progresistas” tanto en su avance a nivel electoral como social y la respuesta que proponen para enfrentarlos, deteniéndonos particularmente en el caso de Latinoamérica.

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A lo largo del mundo vemos el avance, aunque disímil, de fenómenos de extrema derecha. En Europa y EEUU estas tendencias expresan un discurso antiglobalización como en el caso de Trump o Meloni en Italia. En Europa este fenómeno, sin embargo, no es meramente una novedad. Podemos nombrar a Viktor Orbán, actual primer ministro de Hungría, que tuvo su mandato a fines de 1990 o al partido Ley y Justicia que hoy gobierna Polonia y tiene representación parlamentaria desde hace 20 años. En Europa Occidental tenemos el Frente Nacional en Francia de Marine Le Pen fundado en los ‘80, como también varios ministros de extrema derecha en los mandatos de Silvio Berlusconi en Italia durante los ‘90.

Esto se puede explicar en parte, debido al avance de la crisis económica y el desencanto de sectores de masas con los partidos de los distintos regímenes democráticos en Occidente durante los últimos 40 años. Este periodo estuvo marcado por la contradicción de una extensión de la democracia burguesa como nunca en la historia, pero con una mayor degradación de la participación política puramente basada en la acción electoral y el sistema de partidos políticos. Esto da un salto en 2008 con la crisis mundial.

Los partidos de lo que Tariq Ali llamó “extremo centro” se encuentran profundamente desacreditados entre los trabajadores y sectores populares ante el agravamiento de las condiciones de vida de las mayorías. Ante este panorama la nueva derecha se presenta como “anti establishment neoliberal”, como en el caso de Trump. En America Latina este fenomeno se expresa con Javier Milei o Jair Bolsonaro que se presentan como los políticos “anti casta” aprovechando el descontento creciente de las masas. Sin embargo vemos como Milei genera alianzas con lo más rancio de la casta política como Fuerza Republicana de Tucumán, fundada por el genocida Antonio Bussi (para el que trabaja desde los años 90) y que ahora administra su hijo Ricardo Bussi que vive de cargos políticos desde hace tres décadas.

Ahora bien. ¿Por qué se dan estos fenómenos en América Latina? Ante esta pregunta, en este artículo nos proponemos explicar el avance de las extremas derechas haciendo un contrapunto con la explicación que propone Alvaro García Linera, ex Vicepresidente de Bolivia. En esta entrevista al explicar la dificultad que tienen los “progresismos” para vincularse con las demandas sociales plantea que:

aquello provocó que las clases medias tradicionales vieran emerger una nueva clase media de origen popular, indígena y asalariada, que subvertía el orden lógico del mundo que les había asignado durante décadas el acceso a beneficios, contratos, cargos públicos y reconocimientos sociales, y que, ahora, eran ocupados por unos “arribistas” que los desplazan. Esta decadencia de la antigua clase media ha sido respondida con un cruel encostramiento moral, crecientemente racializado y autoritario.

Y luego agrega:

Esta inconformidad social emerge de las propias virtudes de las transformaciones realizadas por el progresismo. El conjunto de sus expectativas sociales y marcos discursivos se han visto modificados por la distancia a sus antiguos intereses inmediatos y las formas de organización empleadas cuando eran clases populares pobres.

En síntesis, plantea que el desarrollo de una clase media aspiracional que surge con el crecimiento económico durante los gobiernos posneoliberales es uno de los motivos de la emergencia de la ultraderecha. Y no solo eso, durante su gobierno ha igualado las movilizaciones de la derecha con aquellas surgidas desde el movimiento de masas como la luchas del TIPNIS o los enfertamientos del gobierno de Evo Morales con la Central Obrera Boliviana, llamadolas “focos de ideología privatizante, corporativista y exclusivamente salarialista”. En contraposición a estas ideas de García Linera, aquí sostendremos que en la política de los gobiernos posneoliberales se encuentra parte de la explicación del avance de la derecha, pero por otros motivos.

Una de las características principales del primer ciclo de gobiernos posneoliberales fue la capacidad de tomar las demandas sociales por las cuales las masas se enfrentaron a las medidas neoliberales y sus gobiernos, para pasivizarlas. Esto fue logrado gracias al ajuste previo que aplicaron los gobiernos junto con los empresarios y al boom económico de materias primas que vivió la región, sin tocar la estructura dependiente y semicolonial de sus respectivos países[3]. Una vez terminado el ciclo económico hacia 2012-2013 comenzaron a girar a derecha mediante ajustes y represión, habilitando discursos y políticas de derecha.

La devaluación de enero de 2014 llevada a cabo por el entonces ministro de economía Axel Kicilof, las diferentes medidas de ajuste tomadas frente a la caída del estaño por Evo Morales en 2012 son ejemplo de esto, mientras que en Brasil, el PT fue girando a derecha durante el gobierno de Dilma Rousseff. Su primer mandato es recordado por la revuelta juvenil que venía sufriendo los efectos de la desaceleración económica y se lanzó a las calles para enfrentar la suba de los boletos de transporte público y las protestas contra las obras del mundial de fútbol, que se cobraron la vida de cientos de trabajadores en las monumentales construcciones. En su segundo mandato, emitió dos decretos que atacaron los derechos previsionales de los trabajadores más desprotegidos como los desocupados y pensionados. Esto se sumó a la inclusión en su gobierno a Joaquim Levy, ex banquero, ex funcionario del FMI y ex funcionario noventista, con el objetivo de poner en marcha recortes al estilo neoliberal.

Luego de consumado el golpe institucional a Dilma y con la proscripción y encarcelamiento de Lula, el PT jugó un rol fundamental para que la bronca que comenzó a expresarse en las calles se canalizara por la vía electoral. Junto con la CUT (la Central Obrera más importante del país), evitaron el desarrollo del movimiento de masas contra la derecha y obturaron que el movimiento obrero termine expresándose como sujeto político. Algo similar sucedió en Argentina con el kirchnerismo/peronismo luego de las jornadas contra la Reforma Previsional de diciembre de 2017. Los dirigentes políticos del Frente De Todos buscaron canalizar la bronca del ajuste y nuevo endeudamiento con el FMI, proponiendo un “hay 2019” generando expectativas en sus bases de que el cambio era mediante la vía electoral.

Como vemos las políticas de los “gobiernos progresistas” llevaron a una espiral de derechización. En el primer ciclo de gobiernos posneoliberales se configuró un progresivo proceso de desmovilización integrando los movimientos de masas al Estado. Ya en este segundo ciclo estamos asistiendo a lo que Massimo Modonessi denominó “normalización de los progresismos”, distinguiendo entre los “gobiernos progresistas tardíos” y los “progresismos de segunda mano”. En el primer grupo se encuentran aquellos que llegaron al gobierno luego de procesos de movilización de los últimos años como Chile, Colombia, Perú y México (en los que no nos detendremos en este artículo). En el segundo grupo se encuentran Argentina, Bolivia y eventualmente Brasil si Lula logra consolidarse vencedor. Estos gobiernos:

reflejan un proceso de normalización, es decir, un «desperfilamiento» en relación con sus raíces nacional-populares y/o izquierdistas. De esta manera, se definen en antítesis a las derechas más por una postura defensiva y conservadora que por aspectos propositivos y transformadores, exhibiendo una colocación más centrista, institucional y moderada, más o menos explícita según los casos.

Por lo tanto, estos saltos en cada política son en gran parte la deriva que llevó a esta situación: un primer momento de incorporación de los movimientos al Estado y la búsqueda de pasivización de ellos. Y un segundo momento de aplicación de políticas de ajuste que, acompañadas con la desmovilización, fue desmoralizando y permitiendo el avance de la derecha en una fuerza central del panorama político, a pesar de haber sido uno de los sectores más golpeados cuando surgieron las movilizaciones contra el neoliberalismo.

El mal menor: un espiral hacia la derecha

Esta política de desmoralización de su propia base se fue combinando con el argumento de mal menor, donde las “fuerzas progresistas” buscan atemorizar con una posible vuelta de la derecha. Se acorrala y chantajea a la clase obrera y el pueblo a votar por coaliciones donde convergen también fuerzas de derecha mientras se busca limitar la movilización en nombre de la “gobernabilidad”.
La idea de mal menor busca imprimir terror en las masas ante un posible ajuste de la derecha. Sin embargo, como señalamos anteriormente son estos mismos gobiernos los que han llevado adelante ajustes o lo vienen realizando actualmente como en el caso de Argentina sometido a los mandatos del FMI.

En el caso de las elecciones en Brasil, como decimos acá, el malmenorismo como receta es una operación para canalizar el voto hacia la fórmula que conforman Lula y Alckmin. No se puede enfrentar a la derecha con un neoliberal parte del PMDB que gobernó Brasil bajo el mandato de Fernando Henrique Cardoso en el cual se aplicaron las políticas neoliberales. En el caso de Brasil se expresa un movimiento parecido a lo que Massimo Modonesi llama “el reflejo del frente popular”, en el cual:

…la amenaza fascista —real o imaginada— tiende a producir un efecto defensivo de compactamiento que induce la alianza entre las izquierdas y sectores democráticos progresistas, general o tendencialmente bajo el liderazgo o las posiciones programáticas e ideológicas de estos últimos.

Sin embargo, plantea un problema para el ala izquierda del frente:

Esta recomposición política, en sus últimas consecuencias, al volverse partido o alianza orgánica y permanente, tiende a disolver las diferencias y anular los márgenes de maniobra de las franjas más izquierdistas.

En estas elecciones presidenciales de 2022 se ve como el PT es apoyado por otros partidos considerados tradicionalmente de derecha contra Bolsonaro en una especie de “frente antifascista”. Así se busca apoyar una alianza con la burguesía “democrática” que fue la que apoyó el juicio y encarcelamiento de Lula Da Silva. O un acercamiento a las cúpulas de las iglesias donde hacen propaganda contra el derecho de las mujeres al aborto.

Como plantea Diana Assunção:

la conclusión que no quieren que se saque es precisamente que la conciliación fortalece a la derecha. ¿Por qué? Porque en la etapa actual de la situación política del país, la única solución capaz de evitar una movilización de masas no electoral contra Bolsonaro es convencer de que la fuerza para derrotarlo no estaría en la fuerza de la clase obrera organizada junto a los movimientos sociales e indígenas, sino en la suma de empresarios, banqueros, terratenientes, líderes evangélicos, militares y liberales de todos los matices. Que si no fue posible derrotar a Bolsonaro en la primera vuelta, es necesario ampliar aún más el arco de apoyo, es muy bienvenido Joe Biden y su Partido Demócrata, el partido imperialista más antiguo del mundo.

Y esto no es una novedad. En Brasil, el PT de Lula durante su gobierno, le fue dando cada vez más poder a un partido de derecha como el PMDB con su vicepresidente Michel Temer que fue parte de organizar el golpe contra Dilma. En Argentina el Kirchnerismo hoy cuenta con Sergio Berni dentro de sus filas, uno de los políticos que propaga los discursos más de derecha. Y esto se extiende a la misma lógica aplicada para las elecciones de 2019, formando el kirchnerismo una coalición que fue integrada por sectores como el Frente Renovador que durante el gobierno de Macri fueron imprescindibles para su gobernabilidad, garantizando acuerdos para los presupuestos luego del acuerdo con el FMI en 2018 y votándole importantes leyes en el Congreso como en la legislatura bonaerense.

Por lo tanto, en ambos países y en diferentes momentos las fuerzas “progresistas” son las que facilitan el avance de la extrema derecha y sus discursos. La política de ampliar los frentes electorales y acuerdos con políticos reaccionarios tiene importantes límites porque no solamente no son una verdadera respuesta sino que son las que llevaron adelante el desarrollo y fortalecimiento de la extrema derecha producto de incorporar su agenda política.

Echarle la culpa a la clase media, como hace García Linera, implica una lectura que desliga esta responsabilidad de los principales actores políticos que dominaron la escena política del continente en las últimas décadas. Si importantes sectores sociales se vuelcan a la oposición, esto en parte tiene que ver con las impopulares medidas que toman los gobiernos posneoliberales en contra de las grandes mayorías en época de “vacas flacas”, en vez de hacerlo, precisamente, contra los empresarios que se enriquecieron y que son el sustento social de las fuerzas de derecha. Los intereses del imperialismo y de los sectores que tradicionalmente bancaron a las fuerzas más retrógradas y reaccionarias, al mantenerse en pie durante estas décadas, pudieron rearmar sus apuestas políticas y ganar legitimidad apoyándose en el descontento con aquellos gobiernos.

La lógica del mal menor, precisamente, abona a “espiralar” el escenario político hacia la derecha, porque implica poner candidatos con discursos regresivos para “atraer” a estos sectores sociales que se vuelcan a la oposición. Siempre es bueno recordar que el mal menor, en 1999, era De la Rúa.

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¿Dónde está la verdadera salida?

El avance de las nuevas derechas tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo, presenta dos alternativas. Como desarrollamos en el apartado anterior, quienes se proponen enfrentar a las derechas dentro de los marcos del propio sistema capitalista, se chocan con sus propias limitaciones estructurales para ser una verdadera alternativa.
Una primer tarea para frenar esta espiral es no caer en esa lógica del “mal menor” que proponen los llamados “progresismos”. Ya vimos que la misma ha sido un fracaso cada vez que se intentó. Por el contrario, debemos partir de un claro posicionamiento de independencia política frente a todos los sectores patronales y reaccionarios que son el sustento de las fuerzas de derecha. Sin tocar los intereses del imperialismo y de sus vasallos locales en el continente será imposible frenar sus políticas derechistas, que tienen aquel sustento material.

Por otro lado, es clave que ese programa de independencia política se combine con una política frente a la crisis económica y social que se vive en el continente, que atienda las necesidades de las grandes mayorías obreras y populares. En la medida en se fortalezcan las luchas del movimiento obrero, de las mujeres y de la juventud por sus demandas, estaremos en mejores condiciones para frenar a la derecha y evitar sus políticas reaccionarias. La unidad de las distintas luchas en esta dirección, oponiéndonos a los intentos por dividirnos entre precarizados, en blanco, varones, mujeres, o racialmente , es fundamental para avanzar en este sentido.

La experiencia que empiezan a hacer sectores de masas con los gobiernos en los que pusieron sus expectativas, se encuentra en proceso. Es importante resaltar que vienen dándose nuevos ciclos de la lucha de clases, marcadas por revueltas latinoamericanas contra los planes de ajuste económicos, como en el caso de Perú o Chile. El problema es cómo estos proceso no se agotan en sí mismos o son derrotados sino que son la base para construir una alternativa socialista tanto a la ultra derecha como a los falsos progresismos que nos trajeron hasta acá.

 
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