Hace mucho que no escribo en La Izquierda Diario y jamás imaginé que iba a volver a hacerlo para despedir a nuestra compañera Lucila, con la que compartimos más de una década de militancia, pero casi veinte años de todo lo demás de la vida. Así que, mientras asimilo la terrible noticia que jamás hubiera imaginado escuchar, quiero presentárselas, contándoles algunas de las cosas de su vida, que es lo que verdaderamente importa. |
Lucila comenzó a militar en el Partido de Trabajadores Socialistas a los 15 años, cuando participó de su primer Encuentro Nacional de Mujeres con las banderas del feminismo socialista de Pan y Rosas, allá por el año 2004.
Éramos un grupo de adolescentes de las localidades del sur del conurbano bonaerense y teníamos grandes ambiciones, pero no individuales, sino colectivas. La ambición de construir una Juventud Socialista revolucionaria, que aportara su energía a la clase trabajadora que había quedado diezmada, en nuestros barrios, donde lo habitual era la desocupación, la precariedad del trabajo y de la vida.
Cierro los ojos y nos veo a todos nosotros, con Lucila, gritando "Justicia" por los pibes de Cromañón, tomando una escuela secundaria, marchando con nuestra compañera Carla Lacorte contra el gatillo fácil y la impunidad, reclamando la aparición con vida de Julio López, cortando las vías del ferrocarril Roca junto a centenares de trabajadores tercerizados por el pase a planta permanente, fundando un centro de estudiantes en la Universidad de Lanús o reivindicando la memoria de Mariano Ferreyra.
Pero el vínculo con Lucila no terminó ahí, después de los doce años de militancia que tuvimos en común. A pesar de tomar otros caminos, siguió con campamentos, festejos de cumpleaños, cenas y juegos de mesa. Siguió con campañas electorales, con asambleas, con movilizaciones y con la solidaridad de Lucila, que siempre estuvo dispuesta a acompañar las luchas del pueblo trabajador y ser una "compañera de ruta" de nuestro partido.
Cuando corrió la triste noticia de su muerte, empezaron a llegar mensajes acongojados de quienes la conocieron, de quienes militaron con ella, de quienes compartieron salidas, asados, reuniones, de quienes le compraban sus artesanías o sus tortas con las que remaba contra la inestabilidad laboral. Pero muchos eran mensajes de trabajadores ¿Por qué la lloran los ferroviarios? Quizás porque forjar la solidaridad obrero-estudiantil, intentar fundir las vidas de la juventud revolucionaria con la de los trabajadores combativos son esfuerzos que dejaron su huella.
Hoy, las lágrimas de los compañeros ferroviarios demuestran que la vida de Lucila fue más importante que lo que ella misma, quizás, pudo haber creído.
Por eso, a pesar del nudo en la garganta, celebramos esa vida. Convencidos, más que nunca, que en nuestra organización colectiva encontraremos la fuerza para librarla de todo mal, opresión y violencia. Porque es hermosa. Y todas las Lucilas del mundo se merecen vivirla plenamente.
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